6. Blood on blood. Bon Jovi

Así, entre canastas y canciones, llegó un momento que, visto desde la perspectiva del tiempo, definiría los siguientes periodos de mi vida. Es curioso como al recordar todos esos años te das cuenta de cosas que en su momento no eras capaz de identificar o de comprender. Notabas cambios, pero no tenías ni idea de por donde venían los tiros…, adolescencia creo que lo llaman. En 1986 pasar a BUP era hacerte mayor. Ya no podías llevar pantalones cortos en verano porque eso era de pequeños, los más atrevidos ya habían empezado a fumar y la testosterona inundaba las conversaciones en los patios. Allí me planté yo con mi carpeta forrada con las fotos de mis héroes greñudos como único elemento diferenciador: “Sí, me gusta el heavy y ¿qué?

Ese año nos metieron a todos en un bote, nos sacudieron de arriba abajo para mezclarnos bien e hicieron nuevos grupos. Toda la red de seguridad que había ido tejiendo durante los primeros años del colegio se desmoronaba y había que volver a empezar. No contentos con tamaño despropósito, decidieron añadir un elemento desestabilizador y desconocido hasta entonces para mí: las chicas

Aquel fue el primer año que en el Colegio del Pilar entraban chicas en 1º de BUP. Aquella serie de catastróficas desdichas tuvieron en mí un efecto que duraría muchos años y, aunque intente darle un cierto tono de humor a todo, sin duda como consecuencia del día en el que nací, no dejan de ser sentimientos reales que de una manera u otra me hicieron sufrir y que marcaron mi personalidad futura. En aquellos primeros días experimenté una especie de desdoblamiento de la personalidad que aún perdura, aunque ya de manera más controlada. Por un lado, estaba el Marcos del cole, el que para casi todos era Richi, y por otro el Marcos de casa. En el primero la timidez se acentuó más aún si cabe. No encontraba mi sitio. Por supuesto tenía amigos y tampoco es que fuera un pobre infeliz solo y amargado, pero no me sentía parte de ningún grupo, los compañeros de otros años ahora iban con otros chicos y yo no encontraba mi lugar. Con las chicas era aún peor. No sabía nunca qué decir para no quedar como un tonto o como un loco, así que lo mejor era el silencio, lo que reforzaba en ellas la teoría de la locura. Con el sexo femenino no hablaba a no ser que fuera estrictamente necesario. Ese Marcos no era ocurrente, ni gracioso, ni hacía reír. Semioculto por él, estaba el Marcos de casa que lo único que deseaba era que llegara la hora de comer para sentarnos todos a la mesa y esperar las primeras conversaciones para empezar a generar chascarrillos varios que consiguieran arrancar las carcajadas de mi familia. El atragantamiento por descojone era el premio máximo pero el riego por aspersión al de enfrente era también un gran logro.

Con mis amigos de El Plantío me pasaba lo mismo, tenía tal confianza con ellos que me permitía estar todo el día diciendo e inventando chorradas sin parar y eso era, precisamente, lo que me faltaba en el cole. Esa falta de confianza me acompañaría muchos años, incluso más allá de la Universidad. Durante todo ese período tuve que convivir con ella y preguntarme qué pasaba en mi cabeza para ser dos personas tan diferentes a la vez. Creo que nunca conseguí resolver esa duda, pero poco a poco, fui trabajando para mejorar ese aspecto y, una vez más, la música me sirvió para conseguirlo. Todavía recuerdo con cariño y mucha vergüenza cuando la chica más guapa de la clase me pidió que le grabara una cinta de baladas heavys. De nuevo, la música me servía para vencer esa timidez y tener algo con lo que romper el hielo que, en mi caso, más que un hielo era un iceberg.

Si quiero contar la verdad y la historia real de quien soy, tendré que empezar a hacer algunas confesiones. Aquí va la primera. Unos años antes de que todo esto sucediera, en uno de esos campamentos Scout de los que ya os he hablado, conocí una chica que, a pesar de mis 7 u 8 años, ya me llamó la atención. Su nombre era Mamen y en 1º de BUP volvió a mi vida. Yo la recordaba perfectamente de esos campamentos. A ella y a sus preciosos ojos claros, pero jamás pude decírselo porque era completamente incapaz, ni tan siquiera, de pensar en hablarla. Sudores fríos, temblor de piernas, boca seca, náuseas, mareos… imposible. La situación era un poco como las series americanas de la época. Ella era popular, iba con las más “guays”, vestía las mejores marcas y era conocida por todo el mundo (o así lo veía yo). Mientras, yo era un insignificante desconocido, que de vez en cuando, me la quedaba mirando mientras me refugiaba en mis walkman y que deseaba, como en las pelis, chocarme de forma accidental con ella al doblar una esquina porque era la única manera de tener un primer contacto (menos mal que jamás sucedió porque hubiera sido incapaz de articular ni un sonido).  Un amor platónico que imagino todos hemos tenido, que llenaba mi cabeza y mi alma y que, por supuesto, convertía a Mamen en protagonista de todas las canciones de amor (ya conocéis el hecho irrefutable de que las baladas heavys son las mejores) que me iba aprendiendo.

Después de una jornada de miradas furtivas, alguna siesta involuntaria en mitad de alguna clase y la bronca diaria por no haber hecho los deberes, tocaba volver a casa. El viaje desde el cole duraba una hora si cogía bien los distintos transbordos del metro o más, si me quedaba sentado en los asientos de la estación con mi compañero Fernando Ballesteros mientras me explicaba “Tectónica de placas”, la típica pregunta que, aun sabiendo que el profesor siempre ponía, yo era incapaz de estudiarme solo. Por entonces, en el primer coche del convoy, metido en un cubículo minúsculo, iba un empleado que se encargaba de abrir y cerrar las puertas de todos los vagones, siempre después del toque de silbato. Todavía llegué a tiempo de conocer ese Metro de Madrid. Poco a poco, esos trabajadores desaparecieron y durante una época los trenes circularon con los cubículos, pero sin persona a cargo. A mis hermanos y a mí nos encantaba ponernos en esos espacios y tocar a escondidas el silbato del tren. También fuimos testigos de los primeros vagones en los que cada uno podía abrir la puerta con una palanca. Eso nos encantaba y nos quedábamos todo el viaje de pie en la puerta para que nadie nos quitara el privilegio de abrir nosotros mismos. Después de varias paradas y transbordos por los pasillos y escaleras del Metro, que procuraba hacer lo más rápido posible por pura diversión, llegaba a Moncloa donde cogía el autobús de la empresa Llorente que me llevaba hasta casa. Los primeros años no alcanzaba a tocar el timbre para que el conductor parara en mi destino, así que, si el asiento más cercano al timbre estaba vacío me subía al mismo para pulsar, y si estaba ocupado tenía varias opciones: rezar para que alguien se bajara en mí misma parada o en la siguiente como mucho o armarme de valor y pedir a cualquiera que tocara el timbre por mí mientras el color rojo inundaba mi cara. Una vez que ponía el pie en el suelo de El Plantío, como si fuera un encantamiento que escapaba a mi control, me convertía en esa otra persona alegre, graciosa y sin ningún problema de socialización.

Como ya os adelanté la semana pasada, hoy os voy a hablar de mi pandilla. Antes de que mis padres compraran la casa y mudarnos definitivamente, El Plantío era nuestra casa de vacaciones que nos repartíamos con mis tíos, un mes cada uno. La casa la compró mi abuelo materno mucho antes de que mis padres se conocieran y, por tanto,   la casa y el barrio siempre fueron lugares familiares a los que íbamos a menudo. En el número 1 de nuestra calle vivía Berta, amiga de mis hermanas. En el 3 Darío, en el 5 Víctor, en el 7 nosotros, en el 13 David y en Cuevas del Valle, una calle pegada a las vías del tren, Javi y Quique, que, aunque eran también del barrio se unirían un poco más tarde al grupo. Mi primo Miguel también se mudó a El Plantío unos años más tarde, lo que me hizo el chaval más feliz del mundo. Los comienzos no fueron fáciles, mi hermano Luis (Pochóngolas) tenía una lucha encarnizada con Gerardo, un vecino que vivía en el antiguo apeadero del tren porque su padre trabajaba en la RENFE, y que era hermano mayor de Quique. Como hermanos pequeños, si nuestros hermanos mayores se odiaban, nosotros teníamos que hacer lo mismo o más y nos mirábamos con recelo cada vez que nos cruzábamos…¡¡un barrio problemático!! Jajaja, nada más lejos de la realidad.

Muchas tardes de manera espontánea íbamos saliendo a la calle para jugar al baloncesto, al fútbol, al rescate, polis y cacos, tenis, voleibol, judo, karate y hasta Sumo. Carreras, chapas, el látigo, beisbol con la mano, lanzamiento de palos, lo que fuera. Uno de esos días, mientras jugábamos y esperábamos a que llegaran todos, Javi, que ya era amigo nuestro, bajó con Quique para jugar al fútbol. La tensión entre nosotros se palpaba en el aire, no se sabía cómo iba a acabar… La cosa no acabó porque, a día de hoy, Quique todavía es una de las personas más importantes de mi vida y una de las más generosas y dispuestas que jamás haya conocido y sin duda alguna, una de esas personas que te influyen de tal manera que sé positivamente que mi vida hubiera sido muy diferente sin él.

Esos fueron años de amistad, aventuras, risas, música, deporte, más música, bicicletas, barbacoas, piscinas, cenas, primeros viajes solos, primeros besos, primeros amores y desamores. Muchos años, para la mayoría de nosotros, casi toda una vida. A alguno lo recuerdo diciendo “Melobotón” porque con sus tres o cuatro añitos todavía no sabía pronunciarlo bien. Años de libertad absoluta, salíamos de casa sin saber a dónde íbamos, ni qué íbamos a hacer porque estábamos seguros que con alguien nos encontraríamos. Las calles, que todavía eran de tierra, eran nuestras y tenían algunos baches colocados estratégicamente para hacer saltos con las bicis. Nos colábamos en todas las obras y casas abandonadas, a la finca del Oriol a perseguir conejos. Aprovechábamos cualquier recoveco para construirnos cabañas con materiales que tomábamos prestados de las obras de la zona o nos inventábamos una liga profesional de baloncesto, la PIBA (Plantio International Basket Association).

Mis conciertos de Bon Jovi

Poco a poco fui metiéndoles el gusanillo del rock y, aunque alguno no lo reconozca hoy, éramos muy heavys en los gustos, no en la apariencia, muy a mi pesar porque siempre quise tener el pelo largo, pero las normas en mi casa al respecto eran muy rígidas. Uno de los grupos que más sonaron en aquella época fue Bon Jovi, en especial el “Slippery” y el “New Jersey”. Esas canciones hablaban exactamente de lo que estábamos pasando nosotros. Amigos, juventud, ganas de comernos el mundo, de gritar, de disfrutar de nuestras vidas. Eran esos años en que tus amigos eran lo más importante del mundo, en el que cada uno con sus rarezas aportaba algo diferente al grupo y pasábamos horas y horas juntos, planeando nuestras vidas inmediatas, pensando que esas sensaciones y esas amistades durarían para siempre. Como muchas veces ocurre, los planes no salieron como nosotros queríamos. Cada uno buscó su propio camino, pero sin duda, los primeros pasos los dimos juntos y eso es algo que nos marcó a todos de una manera u otra. Todas esas vivencias y experiencias forman parte de todos nosotros y eso no hay manera de cambiarlo y, me atrevo a decir y quiero creer que todos los aludidos estaréis de acuerdo, en que fueron años FELICES. Esos dos discos representan perfectamente esa etapa de mi vida. He estado dudando mucho entre “Blood on blood” y “Wild in the Streets” para decantarme, finalmente, por la primera, una especie de profecía de lo que acabaría por acontecer. Espero que la disfrutéis y sobre todo me gustaría que los protagonistas tengan ese viaje en la memoria, esa vuelta a la infancia y adolescencia y que cuando acabe la canción, todos ellos tengan una gran sonrisa en la cara y un pensamiento: ¡qué felices fuimos!

I can still remember
When I was just a kid
When friends were friends forever
And what you said was what you did

Well, it was me and Danny and Bobby
We cut each other’s hands
And held tight to a promise
Only brothers understand

But we were so young (so young)
One for all and all for one (for one)
Just as sure as the river’s gonna run

Blood on blood
One on one
We’d still be standing
When all was said and done
Blood on blood
One on one
And I’ll be here for you
Till Kingdom come
Blood on blood

Well, Bobby was our hero
Cause he had a fake I. D
I got busted stealing cigarettes
And he took the rap for me

Danny knew this white trash girl
We each threw in a ten
She took us to this cheap motel
And turned us into men

We were so young (so young)
One for all and all for one (for one)
Just as sure as the river’s gonna run

Blood on blood
One on one
We’d still be standing
When all is said and done
Blood on blood
One on one
And I’ll be here for you
Till Kingdom come
Blood on blood

Now Bobby, he’s an uptown lawyer
Danny, he’s a medicine man
And me, I’m just the singer
In a long haired rock’n’roll band

Through the years and miles between us
It’s been a long and lonely ride
But if I got a call in the dead of the night
I’d be right by your side

Blood on blood, blood on blood

Blood on blood
One on one
We’d still be standing
When all is said and done
Blood on blood
One on one
And I’ll be here for you
Till Kingdom come
Blood on blood

Blood on blood

35 comentarios en «6. Blood on blood. Bon Jovi»

    • Buf! A mí también se me han puesto los pelos de punta con estas historias. Recordar El Plantío es volver a mí niñez y a los buenos momentos que he pasado allí. Siempre había algo que hacer y en El Plantío…era libre…

  1. Grande primo! Timidez, amores platónicos, rojo como un tomate, no
    estabas solo!! 😂😂😂

  2. Marcos! Cada capítulo supera al anterior, enhorabuena! Oye, no te has planteado crear una lista de Spotify con las canciones?
    Abrazo!

  3. Wuauuuu me ha emocionado recordando esa época….que libertad y felicidad y gracias por plasmar tan bien lo que ahora mi hijo adolescente debe estar viviendo…..buenísima musica!!!🤪🤪🤪
    Un Abrazo fuerte de Alicia(amiga de tu vecina Sara Nieto)

    • Gracias Alicia!! Me emociona a mi que pueda ayudar a comprender mejor a nuestros hijos en una etapa tan importante!
      Un beso

  4. Como dice otro rockero, el tito Brian, eighteen ‘till I die! Si es que Dios nos cría, y nosotr@s nos juntamos…
    Me ha gustado mucho la letra de esta canción, especialmente la maravillosa reflexión, que tod@s nos hemos hecho alguna vez (y pobre del que no), de que hay unas pocas personas, nuestr@s amig@s de verdad, con los que podemos haber perdido el contacto, pero que cuando l@s vemos, hablamos o chateamos con ell@s, o incluso tan sólo l@s recordamos, es como si no hubiera pasado el tiempo.
    ¡Larga vida a la amistad, larga vida al rock!
    Thank you, my friend! (y a Vic por juntarnos…)

  5. Buf! A mí también se me han puesto los pelos de punta con estas historias. Recordar El Plantío es volver a mí niñez y a los buenos momentos que he pasado allí. Siempre había algo que hacer y en El Plantío…era libre…

  6. Buenísimo Mark. Qué buen rato leyendo y qué bien descritas algunas de las sensaciones de la adolescencia que todos hemos sentido alguna vez. Estoy ansioso por ver cuándo llegas a Fleetwood Mac!! jajaja

  7. ¡¡Qué traicionero es el gen Zavala!! Yo también lo sufrí.
    Al igual que lo del autobús, esa manía de poner los timbres en el techo…

  8. Lo del autobús es el gen Richi, jajaja. Ese también lo sufrí yo, al gen Zavala le tenía «acojonado», no le dejaba salir, pero ahí estaba… ¡Qué tiempos!

  9. Madre mía! Lo del timbre del autobús también me pasaba a mí Solo había un sitio estratégico para llegar a tocar el timbre que, no sé por qué motivo, estaba en el techo! Que poco se pensaba en los bajitos …

  10. Sonrisa de oreja a oreja. Sí que fuimos felices, sí.
    Qué pena que nos veamos taaaan poco.
    Ojalá un basket, pizza, trivial y Haagen Dazs de tarta de queso

    • A esas opciones no puedo decir a ninguna que no!!! Nos vemos poco y encima cuando nos vemos, vamos corriendo!!! jejejeje

  11. Completamente de acuerdo, Mark, fuimos muy FELICES y, como bien apuntas, aquellos años y aquella amistad contribuyeron en gran medida a ser lo que somos hoy.
    A mí me hubiera gustado haber jugado más a sardinas en lata por aquello del roce y el cariño, pero todo lo demás compensó con creces. Esa PIBA con las duplas Mike-David, PochóngolasBarckley-Dari, Mark-Vic y Kike-un servidor mientras Tere y Blanqui anotaban estadísticas, o las noches de pizza-trivial-strawberrycheesecake-piscina o las incursiones nocturnas a algún club cercano no tienen igual. En lo q a mi respecta gracias infinitas a todos por haber estado ahí y en especial a ti, Mark por crear este especio tan maravillosamente nostálgico.

    • Jajajaja, no recordaba bien los equipos, lo que si que recuerdo es que la liga duró uno o dos partidos máximo porque no llegamos a ponernos de acuerdo con un resultado final. Y las gracias hay que dárselas a la vida!!

      • Yo creo que la liga duró (como de costumbre) lo que aguantó el tobillo de Kike….jajajajaja

  12. Marcos no te dejé ningún comentario y quiero que aunque tarde, tengas mi agradecimiento porque me encanta leerte. Saber tu historia y tus gustos musicales para mi es estupendo. Un beso

  13. Yo tb fui muy feliz con la pandilla de los más pequeños. Nos gustaba tener a la pandilla de mayores por la zona.

Los comentarios están cerrados.