El domingo por la tarde, mientras los niños apuraban sus últimos momentos de Play Station y las niñas jugaban en el jardín de la urbanización cada una con su pandilla, yo terminaba de meter las cosas en la maleta.
Guantes, gafas, casco, pantalones, camiseta térmica… prácticamente el mismo equipo que utilizaba hace 15 años cuando todavía me escapaba una o dos veces cada invierno a esquiar.
A mediados del mes de noviembre, recibía mi primer regalo de cumpleaños en forma de propuesta de mi amigo Roberto. “Nos vamos a Baqueira a esquiar y te invito al alojamiento”. Un temblor de emoción recorrió mi espina dorsal y entumeció mi entendimiento al tiempo que mis dedos pulsaban descontrolados las teclas del móvil para responder a la propuesta: “Dejme qur lo hble coo Paulix”, fue lo único que pude escribir.
Ese día coincidía que Paula no trabajaba, así que le enseñe el mensaje directamente. “¡Pues claro!, ¡Cómo no te vas a ir!” Paula ya había estado estudiando la posibilidad de organizar un viaje a la nieve con toda la familia, pero después de echar no demasiadas cuentas, advirtió que ese sueño todavía no estaba a nuestro alcance y necesitábamos un milagro para poder hacerlo realidad. Sin embargo, el tamaño del milagro para que me fuera yo solo era bastante más reducido y después de revisar con sumo cuidado que Paula no trabajara esa semana, le di el visto bueno a la propuesta.
Para poder afrontar los gastos del viaje y a pesar de resultar tremendamente materialista, cuando los más allegados me preguntaban qué quería por mi cumpleaños, el vil metal era la respuesta única. Al final, entre los sobrecitos que iban cayendo en mi poder, y el montón de extras que hice en el mes de diciembre en el restaurante, conseguí reunir un presupuesto adecuado para poder realizarlo.
Aunque inicialmente estaba previsto para cinco personas, al final, por motivos laborales, dos de ellos se cayeron y al terminar las fiestas navideñas, después de dejar a los niños en el cole y después de la novena revisión de la maleta, partimos hacia nuestro destino, un destino que me había sido esquivo desde hacía 15 años y que siempre había sido protagonista de momentos de goce y felicidad compartidos con grandes personas. Esta vez el equipo de descenso estaba compuesto por Roberto, amigo de la infancia y coprotagonista de grandes días de esquí y alguna que otra gran noche de apresquí, Luis, amigo de Roberto y al que no conocía y por mí, la jodida hormiga atómica.
El viaje en coche nos sirvió a los tres para ir tomando contacto y para comenzar a entrever ciertos aspectos de nuestras personalidades en los que coincidíamos y que facilitarían sin duda el entendimiento y la convivencia de los siguientes días. Tras las pequeñas historias y anécdotas de cada uno de nosotros, podía vislumbrar que al final no éramos más que tres hombres recordando tiempos pasados y echando de menos a los nuestros desde el mismo momento que les dejábamos en manos de sus profes unas horas antes.
No me extenderé en todos los detalles del viaje para no aburriros con bajadas y subidas, pero sí en algunos momentos e ideas que lo han hecho especial.
El primero fue el momento de descender de la silla y sentir de nuevo la sensación de ajustarse bien las botas y afrontar la pendiente. Los años de sequía habían germinado en mí una duda y no sabía cómo me sentiría de nuevo encima de unas tablas atadas a los pies. El característico sonido de las botas al cerrase se convirtieron en música para mis oídos y la canción “Pure” de Lighting Seeds volvió, una vez más, a sacarme una sonrisa que, combinada con la felicidad absoluta por volver a verme arropado por esos blancos mantos, acabó en un aullido de felicidad.
En cuanto tuve las botas ajustadas y los bastones sujetos, me dejé caer. Con el primer giro y de manera inconsciente cogí la posición. A partir de ese momento lo único que puedo recordar es verme bajando como si hubiera retrocedido 15 años, gritando palabras sin sentido de puro placer. Esa sensación cuando apoyas tu peso en tus espinillas y tomas el control de los esquís que, con un pequeño cambio de peso, reaccionan para afrontar el siguiente giro, es, al menos para mí, única. Poder descender las laderas controlando en todo momento tu velocidad, donde quieres hacer los giros o donde quieres lanzarte como un tren descarrilado cuando la pista lo permite, debe de ser lo más parecido que hay a volar y a mí me encanta volar, rápido y lejos.
Una parada técnica para un bocata y una visita al baño fueron los únicos recesos del día. No podía parar y mi preparación en el mundo del Trail me permitió hacer algunas bajadas más que mis acompañantes que necesitaron algún descanso añadido.
El segundo momento tiene más que ver con lo personal. Con catorce o quince años conocí a mi amigo Roberto. Nuestros caminos se juntaron y separaron para volver a juntarse, siempre en alguna fiesta o en algún viaje de esquí. Durante todos estos años de acompañamiento mutuo, vas conociendo a la persona y viendo cómo reacciona a las caídas y a los golpes, y no precisamente los de la nieve. Quizás sea el prisma de los cincuenta que te obliga a mirarlo todo de manera diferente o quizás sea que hemos vuelto a tirar de nostalgia para recordar nuestras hazañas, locuras, viajes, amores, penas, dolores y angustias.
El caso es que lo que he podido percibir me ha alegrado el corazón tanto o más que mi vuelta a las pistas. Cuando ves a alguien a quien quieres, sufrir, caer, aguantar, fallar y tropezar de nuevo, pero a la vez le avistas levantarse, perseverar, buscar salidas y luchar, te das cuenta que un día, hace muchos años, fuiste premiado con su presencia en tu vida y agradeces al universo haberte dado esta posibilidad. Y como persona especial que es, ese mismo universo o algún otro paralelo, le otorgó ese puntito de suerte que todos necesitamos en algún momento y, sin pedirlo, los Reyes Magos le trajeron el mejor regalo que podía esperar en el momento que más lo necesitaba. Ese regalo le cambió la vida y ahora vive aferrado a ella con un brillo resplandeciente en los ojos y una sonrisa afilada y generosa.
He sido testigo de esa misma sonrisa durante cuatro intensos días y os puedo asegurar que llega a ser terapéutica y cuando te has tomado ya dos o tres vinos, te aseguran una velada de lo más divertida. Solo de recodarla me entran escarolfríos.
El tercer compañero ha resultado ser todo un descubrimiento. Es fácil entenderse con alguien cuando compartes pasiones. En este caso, el mundo del esquí acaparaba muchas conversaciones, pero al final, cuando rascas un poco, te das cuenta de que hay mucho más debajo. Divertido, trabajador, hablador y generoso podrían ser adjetivos que le definieran bien. Sin embargo, los momentos en los que sacaba el móvil para mirar alguna foto de sus hijos o nos contaba alguna aventura paterno filial, era cuando más identificado me sentía con él y con Roberto. Era en esos instantes en los que, a pesar de dejar fluir la testosterona masculina de tres viejos lobos comentando lo bien que les sienta a las mujeres los trajes de esquí, me daba cuenta que, en el fondo, no éramos tan diferentes y que a los tres, al final del día, lo que más ilusión nos hacía era la llamada a casa y ver la cara de los hijos mientras nos quitábamos nuestro disfraz de lobo y dejábamos a la vista nuestra piel de corderos.
Por último, una reflexión más práctica. El edificio donde estábamos alojados tenía una planta hexagonal con varias entradas a diferentes alturas. No hemos conseguido ni una sola vez entrar por una puerta y dirigirnos exactamente a donde queríamos ir. Cada una de las veces hemos tenido que desandar el camino entre un ataque de risa y una serie de exabruptos recordando a los familiares del arquitecto.
En uno de esos pasillos había una entrada interior a un Bar, el SUGARBUSH de Baqueira. El primer día, a pesar de estar completamente vacío, nos asomamos para ver qué era y nos tomamos algo. Ya no salimos de allí. La camarera fue amable, aguantó nuestros chistes e incluso rió alguno, nos contó cosas, nos trató de maravilla y se creó un ambiente especial que nos encantó. La reflexión no es más que el pensamiento de lo fácil que es hacer la vida agradable a los demás y lo que se gana con una sonrisa, un por favor y un gracias. Nuestra nueva amiga del valle, Silvia, nos dio el espacio que necesitábamos, nos atendió sin ser invasiva, compartió con nosotros momentos divertidos y nos hizo sentirnos como en casa. Eso, junto con el hecho de que ni tan siquiera teníamos que salir a la calle para volver al apartamento, hicieron que ese lugar se convirtiera en una parte importante de este viaje y que siempre recordaremos con cariño.
En fin, un nuevo viaje del que vuelvo con las piernas cargadas y con el alma recargada. El gusanillo del esquí, que se había convertido en “The very hungry caterpillar” después de tantos años de alimentarse de las ganas, se ha convertido en una bella mariposa de invierno que espero que me visite muchas más veces.
Sirvan estas humildes palabras para agradecer a todos los que han hecho posible este viaje. En primer lugar, Paula por animarme, apoyarme y cubrirme las espaldas. A todos los que han aportado su sobrecito; la barra de nivel de alegría subía con cada uno de ellos. Y a Rober y Luilli por hacer un sueño realidad y por las agujetas abdominales.
Crazy Train
Si hay una canción que puede reflejar lo que siento cuando esquío tiene que ser la del gran Ozzy Osbourne, “Crazy Train”. La canción por si sola ya te lleva como un tren a punto de descarrilar y cuando crees que te vas a salir, el solo del malogrado e increíble guitarrista Randy Rhoads, te fija bien al suelo y te vuelve a meter en los raíles para conducirte a toda velocidad hacia el final de la canción. Así bajo yo por las pistas, “Like a crazy train”.
Hace 40 años un cantante loco lanzaba un mensaje al mundo: “Tal vez no sea demasiado tarde para aprender a amar y olvidar cómo odiar”. Desgraciadamente, como suele pasar con los grandes locos, pocos de los que mandan le escuchó en sus días. Los que sí que escuchamos su mensaje seguimos intentándolo cada día en nuestra pequeña parcela del mundo convencidos que es el único camino.
No sé si me pasará alguna cosa digna de mención en mi “todo menos aburrida vida” durante esta próxima semana. Si es así, os lo contaré, si no es así, habrá que esperar que caiga un buen paquete de ideas en las montañas y los valles de mi cabeza y pueda deslizarme y flotar por ellos suavemente mientras mis botas desaparecen entre la nieve virgen.
Crazy, but that’s how it goes
Millions of people living as foes
Maybe it’s not too late
To learn how to love
And forget how to hate
Mental wounds not healing
Life’s a bitter shame
I’m going off the rails on a crazy train
I’m going off the rails on a crazy train
Let’s go
I’ve listened to preachers
I’ve listened to fools
I’ve watched all the dropouts
Who make their own rules
One person conditioned to rule and control
The media sells it and you live the role
Mental wounds still screaming
Driving me insane
I’m going off the rails on a crazy train
I’m going off the rails on a crazy train
I know that things are going wrong for me
You gotta listen to my words, yeah
Heirs of a cold war
That’s what we’ve become
Inheriting troubles I’m mentally numb
Crazy, I just cannot bear
I’m living with something’ that just isn’t fair
Mental wounds not healing
Who and what’s to blame
I’m going off the rails on a crazy train
I’m going off the rails on a crazy train
Una locura, pero así son las cosas
Millones de personas viviendo como enemigos
Tal vez no sea demasiado tarde
Para aprender a amar
Y olvidar cómo odiar
Heridas mentales que no sanan
La vida es una amarga vergüenza
Me estoy descarrilando en un tren loco
Voy fuera de los carriles en un tren loco
Let’s go
He escuchado a predicadores
He escuchado a los tontos
He visto a todos los desertores
Que hacen sus propias reglas
Una persona condicionada a gobernar y controlar
Los medios lo venden y tú vives el papel
Las heridas mentales siguen gritando
Me están volviendo loco
Me estoy descarrilando en un tren de locos
Me estoy descarrilando en un tren loco
Sé que las cosas van mal para mí
Tienes que escuchar mis palabras, sí
Herederos de una guerra fría
Eso es en lo que nos hemos convertido
Heredando problemas Estoy mentalmente entumecido
Crazy, I just cannot bear
Estoy viviendo con algo que no es justo
Heridas mentales que no cicatrizan
Quién y qué tiene la culpa
Me estoy descarrilando en un tren loco
Me estoy descarrilando en un tren loco
¿Habréis hecho croquetas digo yo no?
Vaya sorpresa más buena
Alguna ha caído…
¡Cuánto me alegro! Me encanta ver lo requetebién que os lo habéis pasado en la nieve. Me gusta ver cómo explicas todas tus aventuras y los sentimientos que te provocan. Muchas gracias por compartir, besos.