Este fin de semana se celebraron las fiestas patronales del pueblo y, en una noche del jueves para olvidar, perdí toda mi dignidad.
Durante todo un año he estado creando la imagen que quería proyectar, una imagen de una persona humilde, trabajadora y que solo destacaba en dos cosas: el deporte y la música.
Musicalmente siempre quise ir por un camino diferente al resto, y cualquier canción de radio fórmula era inmediatamente rechazada por mis exigentes (y exquisitos, todo hay que decirlo) gustos musicales.
Podríamos decir que el “NO ES NO”, ya lo usaba yo hace muchos años para filtrar mi colección de música y no dejaba que ningún grupo de los 40 principales y con un ejército de niñas histéricas detrás de ellos, se acercara a un radio inferior a cinco metros de mi habitación.
En una ocasión, una de mis hermanas, en un descuido, dejó un disco de los Hombres G, La cagaste Burt Lancaster, creo recordar que era, junto al tocadiscos entre todos nuestros vinilos de rock. Al verlo, no me quedó más remedio que actuar. Me puse unos guantes para evitar cualquier tipo de contagio y con una navajita multiusos de esas suizas de color rojo, comencé un exhaustivo proceso de rayado del disco.
Esa imagen de rockero sin melena la he mantenido toda mi vida y me siento particularmente orgulloso de ese lado mío, por haber sido capaz de diferenciarme siempre por mis gustos musicales y haberme mantenido fiel aunque haya ido incorporando nuevos estilos a mis gustos.
Siempre he llevado con especial dignidad la bandera del rock.
Pero el jueves hice jirones esa bandera y perdí mi dignidad.
Os lo contaré, prefiero quitarme esta pesada carga cuanto antes y que una vez que haya confesado, decidas tú si quieres seguir leyéndome o no soy digno de tu tiempo, lo cual comprendería completamente.
Bien, vayamos a los hechos.
Dignity
Una de las actividades que más nos gustan en la familia se realiza el primer día de fiestas, la noche del jueves. Es un concierto de una de esas bandas tributo a algún grande de la música. El año pasado fueron Queen y allí estuvimos toda la familia dándolo todo, en especial yo con los niños en primera fila.
Desgraciadamente, el grupo tributo de este año no tenía la calidad del anterior, ya solo el nombre te daba una pista clara: Voy a pasármelo G.
Todavía me cuesta hablar de ello.
Sigamos.
Lo reconozco, Sufre Mamón suena bastantes veces en casa y sobre todo a las niñas les gusta mucho, así que después de cenar un pincho de tortilla de patatas casera con un poco de salmorejo, también casero, me fui con Unai y con África a ver el concierto.
Evidentemente, me puse una sudadera con capucha para evitar ser reconocido.
La plaza del ayuntamiento estaba llena de gente, principalmente mujeres de mediana edad, no me atrevo a dar un rango de edad, pero digamos que no era su primer concierto precisamente.
Como los niños ya se lo saben, empezaron a serpentear entre la gente hasta que la valla de la primera fila no les dejó avanzar más. Mi ansiedad crecía a cada momento al mismo ritmo que mis pulsaciones mientras miraba en todas direcciones intentando esconderme de miradas inquisidoras detrás de mi capucha.
Me sentí como San Pedro cuando tres personas distintas me preguntaron:
¿Pero a ti no te gustaba el rock?
No, es que las fiestas…
No, es que las niñas…
No, es que no soy yo, te estas confundiendo…
Pues sí, yo, el más grande defensor del rock, el adalid del heavy, el que se batía en duelo con cualquiera que mancillara el nombre de alguna de mis bandas, estaba en primera fila en un concierto con canciones de Hombres G.
Lo peor de todo no fue eso. Entenderé que después de esto, no solo dejes de leer hoy, sino que probablemente dejes de leerme para siempre. Lo peor de todo fue que…
ME SABÍA CASI TODAS
Maldito cerebro musical de mierda que tengo que se le queda grabada cualquier melodía y letra de canción con escucharla un par de veces. Sí, me las sabía casi todas. Tampoco voy a exagerar, me sabía el estribillo de muchas y casi toda la letra de pocas.
¿Se puede caer más bajo?
Yes, we can
Animado por los coros del público y con las energías que da estar en un concierto con tus hijos y ver cómo lo disfrutan con sus amigos, aunque no conozcan prácticamente ninguna canción, me deshice de mi capucha y me dejé llevar.
Sufre Mamón no había sido interpretada todavía y África, cansada, me decía que quería irse a casa. Aquí viene lo peor.
LE DIJE QUE NO.
Había que esperar a que llegara la parte final en la que cantarían esa canción. Espero que no haya entre los lectores ningún trabajador social (aparte de Paula que declarará ante cualquier juez que me pasé la noche del jueves con ella y con los niños en casa viendo Matilda) que pueda cuestionar la custodia de mis hijos por maltrato musical.
Y llegó el momento. Primero fue “Venecia” con la que empezamos a darlo todo con los bailes y los saltos y después fue “Sufre Mamón”, en la que terminamos con nuestras reservas de energías.
Aporto pruebas fehacientes, Señor Juez
¿Cómo se declara el acusado?
Culpable de todos los cargos
He perdido la dignidad.
Moraleja: Nunca digas de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre.
A pesar de todo, mi naturaleza festivo-lúdico-musical siguió funcionando y, como la música no era el principal aliciente de la noche, mi mente podía vagar relajadamente sin miedo a ser molestada.
Y eso precisamente hice, vagar con la mirada, buscar en los demás, sensaciones, emociones, sonrisas, miradas, brillos en los ojos. Es algo que me encanta hacer. Observar a la gente cómo disfruta, cómo canta y cómo actúa.
Me fijo en alguien, la observo (digo “la”, porque el jueves eran mayoría y como tengo serios problemas con el leísmo y el laísmo y mi suegro siempre me lo comenta, pues lo pongo un poco como me da la gana, pero vamos que se entiende que sobre todo miraba a mujeres, primero por me gustan más que los hombres y segundo porque eran muchas más) y comienzo a elucubrar sobre su historia.

Mientras sonaba “Si no te tengo a ti”, yo imaginaba la historia de esa mujer que cantaba abrazada a su amiga y las podía ver a sus 16 años con su pelo cardado, polo Lacoste y jersey Amarras al cuello cantando esa misma canción en la discoteca de moda de la época. Me zambullía en sus recuerdos inventados e imaginaba y casi podía tocar sus sentimientos juveniles al enterarse que el chico que le gustaba se estaba liando con otra.
Cada canción cambiaba de protagonista e iba inventando la historia de cada una de las personas “seleccionadas”, y así canción tras canción hasta que un estribillo pegadizo me sacaba de mi estado casi hipnótico para bailar y cantar con los niños que seguían fuertemente agarrados a la primera fila.
Todas esas historias entrelazadas en mi cabeza tenían el mismo hilo conductor que he tenido yo en mi vida, la música. No era la música que a mi me había movido, la que me había emocionado en algún momento, no era el tipo de música que me hace vibrar a mí, pero sí la que hacía vibrar a mucha gente. Estoy seguro que toda esa gente sufría, o mejor dicho, disfrutaba de esa regresión a la adolescencia que yo imaginaba en cada uno de ellos.
Ese es el poder de la música, te mueve por dentro, te conecta con recuerdos imborrables y con sensaciones olvidadas.
Al final del concierto, la vuelta a la realidad fue rápida. Normalmente, cuando un concierto me gusta mucho, el subidón me puede durar un par de días en los que intento recordar cada momento del concierto. Ha habido algunos que han sido más de dos días y algunos pocos todavía acuden a mi cabeza aleatoriamente sin ningún motivo aparente (como cuando, en un concierto de los Rolling Stones, nos descolgamos el Pichi y yo del primer anillo de gradas de Anoeta desde una altura de unos tres metros, mientras el de seguridad nos decía que no saltáramos, para poder reunirnos en la pista con nuestros amigos con los que habíamos ido al concierto).
En este caso, la vuelta a la realidad fue inmediata. Como siempre me pasa, y de esto pueden dar fe algunos padres y madres de la zona, fui al concierto con dos niños, los míos, y volví con seis, dos míos y otros cuatro de otros. El flautista de Hamelín, me llaman…no entiendo porqué si yo siempre he sido más de trompetas.
El resto del fin de semana ha sido un completo ejercicio de coordinación paternal y conciliación. Entrenamientos, comidas, colada, trabajo, fiesta de la espuma, feria, perritos, Jara malita, visita a los abuelos, partidos de fútbol, compras y un poco más de feria, han sido las actividades principales. ¿Cómo hemos llegado a todo? No tengo ni la más puta idea.
El momento feria ha sido también un momento de regresión absoluto. Esta vez con un ojo en cada niño (también llevaba algunos que no eran míos), observaba a los chavales y recordaba cuando me iba yo con mis amigos a las fiestas de Majadahonda a montarnos a las atracciones y a ver si con un poco de suerte ligábamos algo.
Al menos yo, volvía siempre a casa habiéndome enamorado cuatro o cinco veces en los coches de choque, con alguna ficha de sobra y sin una sola conversación con alguna representante del género femenino.
La música ambiente, la ropa de los chavales y los peinados con dibujitos en el cogote, eran diferentes. Todo lo demás, era exactamente igual. Impresiona verse y reconocerse a uno mismo en un grupo de chavales de hoy en día y a la vez reconforta…todo sigue igual. Aunque ahora el móvil haya modificado los canales, la comunicación, sobre todo la no verbal sigue siendo igual.
Fue entonces cuando me vino un pensamiento emocionante y aterrador a la vez. Dentro de nada serán mis hijos los que se vestirán y se comportarán así y me daré cuenta que habrá pasado media vida. ¿Será que me hago mayor? Lo dudo, yo más bien creo que fue el reguetton y las hormonas adolescentes que revoloteaban por el aire viciado de la feria revolucionadas de tantas vueltas en las atracciones, las que me llevaron a ese pensamiento.
También me veía reflejado en un grupo de chavales que apuraban la noche, o más bien la mañana en el parking de la dehesa de Villalba. Mientras yo madrugaba para dar cinco vueltas corriendo a la dehesa, ellos ajenos a la gente sana y responsable que hace deporte los domingos por la mañana como yo, disfrutaban de la música y de las últimas reservas de birra que les quedaban.
Sí, también he acabado alguna vez en un parking al día siguiente con mis mejores amigos y cada vez que pasaba por donde ellos estaban recordaba alguna de esas historias con una sonrisa en el rostro. ¡Disfrutad, cabrones, disfrutad!
Dignity
La canción de hoy es también una de esas canciones de la que siempre renegué pero que en el fondo sabía que tenía algo especial. Me pilló en mi época más intransigente a finales de los años 80, de un grupo demasiado flojillo como para encajar en mis estándares y que además sonaba a todas horas en la radio, así que reunía todas las condiciones para ser rechazada.
Y fue rechazada, pero le dio igual. No quiso irse. Se quedó, no le importaba mi opinión ni mis gustos. La canción decidió quedarse y siempre se lo he agradecido porque me mueve cosas dentro de una manera muy intensa.
Un día descubrí que Paula tenía las mismas sensaciones que yo al escuchar esa canción y entonces comprendí porque quiso quedarse.
Y la abracé y la hice mía.
Y estoy pensando en el hogar
Y estoy pensando en la fe
Y estoy pensando en el trabajo
Y estoy pensando en lo maravilloso que sería
Poder estar aquí algún día
En un barco llamado dignidad
Un barco llamado dignidad
Ese barco
There’s a man i meet
walks up our street
He’s a worker for the council
Has been twenty years
And he takes no lip off nobody
And litter off the gutter
Puts it in a bag
And never seems to mutter
And he packs his lunch in a «sunblest» bag
The children call him «bogie»
He never lets on
But i know ‘cause he once told me
He let me know a secret
about the money in his kitty
He’s gonna buy a dinghy
Gonna call her dignity
– And i’ll sail her up the west coast
Through villages and towns
I’ll be on my holidays
They’ll be doing their rounds
They’ll ask me how i got her i’ll say «i saved my money»
They’ll say isn’t she pretty that ship called dignity?
And i’m telling this story
In a faraway scene
Sipping down raki
And reading maynard keynes
And i’m thinking about home
and all that means
And a place in the winter
for dignity
And i’ll sail her up the west coast
Through villages and towns
I’ll be on my holidays
They’ll be doing their rounds
They’ll ask me how i got her i’ll say «i saved my money»
They’ll say isn’t she pretty that ship called dignity
Sail it up, sail it up
sail it up, sail it up
sail it up, sail it up
Yeah, I’ll sail it up again
sail it up again
sail it up again
sail it up again
Sail it up, sail it up
sail it up, sail it up
sail it up, sail it up
I’ll sail it up again
sail it up again
sail it up again
sail it up again
And i’m thinking about home
And i’m thinking about faith
And i’m thinking about work
And i’m thinking how good it would be
To be here some day
On a ship called dignity
A ship called dignity
That ship
Hay un hombre con el que me encuentro
que camina por nuestra calle
es un trabajador del ayuntamiento
lo ha sido por veinte años
Y que nunca cruza una palabra con nadie
Y recoge la basura de la cuneta
La pone en una bolsa
Y nunca parece quejarse
Y guarda su almuerzo en una bolsa de «pan de molde»
Los niños le llaman «andrajoso»
Él nunca se deja conocer
Pero lo sé porque una vez me lo contó
Me dijo un secreto sobre el dinero que va ahorrando
se va a comprar una lancha
y va a llamarla dignidad
– Y navegaré hacia la costa oeste
Atravesando pueblos y ciudades
estaré de vacaciones
La gente estará dándose una vuelta
me preguntarán cómo la conseguí y les diré «ahorrando mi dinero»
Dirán ¿verdad que es bonito ese barco llamado dignidad?
Y estoy contando esta historia
en un escenario lejano
Bebiendo Raki
Y leyendo a Maynard Keynes
Y estoy pensando en el hogar
y todo lo que eso significa
Y en un lugar para el invierno
para mi «dignidad»
Y navegaré hacia la costa oeste
Atravesando pueblos y ciudades
estaré de vacaciones
La gente estará dándose una vuelta
me preguntarán cómo la conseguí y les diré «ahorrando mi dinero»
Dirán ¿verdad que es bonito ese barco llamado dignidad?
Navegaré, Navegaré
Navegaré, Navegaré
Navegaré, Navegaré
Sí, navegaré de nuevo
navegaré de nuevo
navegaré de nuevo
navegaré de nuevo
Navegaré, Navegaré
Navegaré, Navegaré
Navegaré, Navegaré
navegaré de nuevo
navegaré de nuevo
navegaré de nuevo
navegaré de nuevo
Y estoy pensando en el hogar
Y estoy pensando en la fe
Y estoy pensando en el trabajo
Y estoy pensando en lo maravilloso que sería
Poder estar aquí algún día
En un barco llamado dignidad
Un barco llamado dignidad
Ese barco
Qué fuerte! Me rayas el disco de pequeña y años después no me avisas de que vas a un concierto de los hombres G. Ésto se merece que deje de leerte, por lo menos hasta el miércoles que viene.
La venganza será…
Terrible
Marcos, ¡qué bien escribes! Creo que he leído todos los capítulos de tu blog, y todos me han encantado, Pero éste para mí es el mejor… hasta ahora.
Jajajajaja Marcos….y te sabías todas las canciones de hombres G, se veía venir. Pero con dignidad!
Lo del flautista «trompetero» d Hamelin tb, rato es el día que te vas a casa con sólo tus hijos.
No pares nunca de escribir porfiiiiss
¡Marquetes! Pues me congratula decirte que creo que eso que llamas pérdida de la dignidad no es tal, sino simplemente madurez, en el mejor sentido de la palabra. Y significa que el falso orgullo que de chavales/as nos impide traicionar nuestros aún balbuceantes y tambaleantes principios, aunque seguramente sea un paso necesario en nuestro desarrollo personal, nos hace también perdernos muchas experiencias y emociones que merece la pena vivir. A cierta edad en torno a la nuestra, en cambio, ya no podemos permitirnos ese lujo, lo primero, porque necesitamos sacar el máximo jugo a nuestro tiempo sin necesidad (ni opción) de estirar la noche hasta el amanecer, y lo segundo, porque nuestra mirada ya es diferente: ya no es todo blanco o negro, vemos los miles de tonos y colores con los que hemos ido enriqueciendo nuestra paleta a base de triunfos y fracasos, alegrías y penas, esfuerzos y recompensas. Y lo más importante de todo: a cierta edad aprendemos que no somos el centro del universo, y que se puede multiplicar el disfrute si vivimos también a través de los demás (y los/as hijos/as favorecen más que nada ni nadie este aprendizaje). Imposible explicarlo mejor de lo que tú lo has hecho al describirnos cómo gozaste de ese G-concierto a través de los/las que te rodeaban, fueran «propios» o ajenos. ¡Grande!
Y en el terreno musical, al oído de todos/as está que te habrías perdido un temazo mayúsculo si tu subconsciente no hubiera insistido en darle una oportunidad…
¡Ah, y no dejes de escribir ni de compartirlo con nosotros! No hay mejor ejercicio de dignidad que poner en negro sobre blanco los sentimientos y pensamientos que de otro modo nos resultarían inconfesables.
¡Seguimos aquí contigo! ¡¡GRACIAS, AMIGO!!
Joder Alfon!!! Te voy a dar el relevo para que empieces a escribir tu!!! Me encantan tus comentarios!!!! Un abrazo
Me ofrezco a hacerte de «negro» en algún capítulo, pero no sería lo mismo. Tú tienes mucho más arte que yo, y una experiencia vital con un lustro más que la mía, y eso se notaría, jajajaja…
¡Otro abrazo!
Mientras no sea de negro de Whatsapp!!!
Brillante Spach!
Vi al grupo escocés en concierto en el antiguo pabellón del Real Madrid en el paseo de la Castellana. Unos días después nos encontramos a un perro (una especie de caniche si no recuerdo mal) al que recogimos y llamamos ‘Deacon’
Amrcos, es posible que no sepas que en el primer disco de Hombres G hay una canción llamada No Lloraré. Pues bien, es una versión de una relativamente oscura canción de Alice Cooper.
https://www.youtube.com/watch?v=mvXO1WPJOjI
https://www.youtube.com/watch?v=yE7FT_jjj-g
Probablemente seas la única persona del mundo que sepa eso
Es muy posible. David Summers y yo 😂😂😂
Me ha encantado tu historia de esta semana. Le doy la razón a Alfonso, es un síntoma de madurez ampliar nuestros gustos y aceptar sin reparos los de los demás. No te preocupes todo está perfecto. Hasta pronto.