De pequeño estudiaba francés. Me gustaba mucho. Me encantaba cómo sonaba y era capaz sin dificultad de generar ese sonido gutural, grrrrr, tan necesario para hablar ese idioma.
Me encanta cómo suena.
Para mi era como el español, pero poniendo la boca como para dar un beso mientras haces gárgaras con la garganta.
El inglés, sin embargo, no tenía ningún sentido. Cambiaban el orden normal de las palabras, solo usaban la mitad de los signos ortográficos, muchos tiempos verbales eran iguales….
¿Cómo podía ser eso? Si son iguales, ¿cómo sabes en qué tiempo te mueves? Para hablar del futuro valía con poner una sola palabra, et ¡voilá!, ya tienes el futuro.
No era capaz de entenderlo.
Me encanta como suena el francés.
Es dulce, te embriaga, te seduce, te enamora. Pobres alemanes…
A pesar de que, como ya os he contado, mis calificaciones solían dejar mucho que desear, en francés siempre sacaba buenas notas. Me gustaba mucho estudiar francés.
Tuve la oportunidad de practicarlo a la vuelta de unas vacaciones familiares en 8º de EGB. En el coche con mi padre, volvíamos mis dos hermanos mayores y yo.
Los chicos con los chicos y las chicas con las chicas, se solía decir entonces. Y yo me lo creía.
Mi padre, cansado de tanto conducir desde Bayona (Vigo), decidió que lo mejor era parar, coger un par de habitaciones en un hotel, descansar y seguir viaje al día siguiente.
El hotel contaba con una gran piscina con trampolines de varias alturas que disfrutamos como niños pequeños, que es lo que éramos.
Después de cenar, nos fuimos cada uno a nuestra habitación. Yo, como no podía ser de otra manera, compartía habitación con mi hermano Luis.
Todavía no sé cómo se le ocurrió a mi padre dejarnos a nosotros dos en una habitación.
Yo, agotado de tantos saltos en la piscina, solamente quería meterme en la cama a dormir, pero el Pichi tenía otros planes. Él estaba en la terraza y no parecía que tuviera mucha intención de entrar a dormir. Al cabo de un rato entró y me dijo:
“Estaba hablando con dos francesas que están en la habitación de al lado. Me han dicho que vayamos a su habitación a hablar allí”.
Yo, con más miedo que vergüenza y después de recibir toda la batería de argumentos persuasivos de mi hermano y alguna que otra amenaza, accedí a acompañarle.
Asomamos nuestras narices por detrás de nuestra puerta para verificar que no estábamos siendo vigilados y en total silencio salimos de la habitación como una pluma que va cayendo lentamente al suelo hasta posarse en el mismo.
Rápidamente encontramos el número de habitación de nuestras nuevas amigas francesas y Pichi tocó la puerta con decisión. Él entró primero y cuando hubo introducido todo su cuerpo en esa habitación que olía a gloria, mi cerebro envió una orden clara y directa a mis piernas: Corred hacia el otro lado.
Mientras corría a toda velocidad por un pasillo con moqueta color burdeos escuché claramente como se cerraba esa puerta tras de mi. Mis piernas seguían con obediencia militar la orden dictada por mi cerebro hasta que alcanzaron la puerta de nuestra habitación.
Por fin estaba a salvo.
En ese momento me percaté de mi gran error.
Un error fatal que no había tenido en cuenta.
La llave de la habitación la tenía Pichi que estaba en la habitación que olía a gloria.
No podía volver y llamar. Mi vergüenza y mi orgullo me lo impedían.
No podría entrar. Una cerradura me lo impedía.
No podía avisar a mi padre. La lealtad a mi hermano me lo impedía.
Solo podía hacer una cosa. Deambular por aquel pasillo mirando todos y cada uno de los extraños cuadros que colgaban de sus paredes.
Escenas de caza, bodegones con faisanes con el cuello partido, campos de trigo, viejos caseríos junto a molinos de agua, montañas nevadas, todo el conjunto de clichés de los años 80 que os podáis imaginar.
Mi preocupación ya no era entrar en la habitación. Mi verdadera preocupación era que alguien pasara por aquel pasillo desangelado y me preguntara qué estaba haciendo yo allí solo. Me dio tiempo a pensar en varios centenares de excusas plausibles, o al menos para mí lo eran en aquellos momentos.
Afortunadamente nadie apareció.
Al cabo de una media hora, que a mi me pareció una eternidad, mi hermano Luis volvió, me dio una gran colleja para terminar diciéndome:
“¿Estás gilipollas o qué?” para con una gran sonrisa añadir,
“Solo hemos estado hablando y hemos quedado mañana a las 11:00 en la piscina”
Desafortunadamente mi padre no se levantó de muy buen humor esa mañana y aunque había cogido pista de tenis para jugar un rato y disfrutar después de la gran piscina, cambió de opinión, y ante nuestro enfado y decepción, después de dar buena cuenta del buffet del desayuno, tuvimos que hacer las maletas y partimos a primera hora hacia el hogar.
No pudimos, más bien, mi hermano no pudo ni despedirse de sus nuevas amigas francesas a quiénes me imaginaba esperando nerviosas toda la mañana a que llegará su nuevo amigo español.
Ahhh, L´amour!!!
Cuando llegué a BUP tuve que elegir, y mi padre eligió por mí.
“No es importante saber inglés”, me decía siempre repitiendo una frase que le había dicho a su vez su padre,
“Lo importante es no saber inglés”.
Y no le faltaba razón. Una vez más la razón se impuso al corazón.
Je Veux
No sabía si iba a ser capaz de escribir esta semana, si iba a saber de qué hablar.
“No, nada de nada, no me arrepiento de nada”, gritaba Edith en mis cascos en la oscuridad de la noche.
Esta vez ha sido el algoritmo el que me ha traído la inspiración, el que me ha llevado a un sitio que no esperaba, el que, mientras debía estar visionando un aburrido curso, me cogió de la mano y me llevó por sus callejones hasta el barrio de Montmartre cerca de las escalinatas que suben el Sacre Coeur.
Un barrio bohemio lleno de artistas, de color, de aromas, de vida, de alegría.
Y, ¿quién soy yo para desafiar al poderoso algoritmo?
¿Qué querrá decirme?, pensé con curiosidad.
Mientras paseaba por sus callejuelas escuché una voz que cantaba una alegre canción que me recordó quien soy yo. Una sencilla melodía, una voz poderosa y un mensaje claro.
Cuando comencé a estudiar Turismo, el francés era obligatorio también. Yo partía con mucha ventaja con respecto al resto de alumnos que no habían estudiado francés nunca y por primera vez en mi vida era el mejor de clase en algo que no fuera educación física.
Uno de esos veranos fuimos de vacaciones a Denia, donde David, que tardó mucho tiempo en decir melocotón de forma correcta,
ME-LO-CO-TÓN
Repite conmigo
ME-ME,
LO, LO,
COTÓN, BOTÓN
NOOOOOO, otra vez…
tenía un pequeño apartamento, donde, con un poco de orden y pocos escrúpulos, nos metíamos todos los amigos del grupo.
A mi me reservaban la habitación más fresca de la casa que tenía un solo inconveniente: había que esperar a que todos terminaran de lavarse los dientes y de mear para poder hacer uso de mi suite.
Con 18 años, una buena toalla y un cojín del sofá eran suficientes para montarte una cama que te asegurara reponer fuerzas para el día siguiente.
Una de las vecinas era francesa y el primer día que la escuché hablar, la película de nuestra vida juntos pasó por delante de mis ojos.
Verano, nuestros ojos se encuentran, paseos por la playa cogidos de la mano, lágrimas derramadas persiguiendo un coche que se pierde y una cabeza que se gira para mirar hacia atrás, cartas escritas en francés con olor a París y de nuevo el verano que vuelve con nuevos paseos por las arenas de la playa con los pies descalzos salpicados por las olas.
Nada de eso sucedió. Lo más parecido fueron unas lágrimas en el autobús de vuelta cuando pensaba que, una vez más, había dejado pasado al amor de mi vida sin ser capaz de haber hecho absolutamente nada.
Je Veux
El francés volvió a mis pensamientos muchos años después. Ya había conocido al amor de mi vida y juntos disfrutábamos de nuestra recién ganada independencia tras unos comienzos titubeantes bajo el caliente plumón de nuestros padres.
Los dos amábamos a Amelie Poulain.
No había mejor plan que tumbarse con nuestras piernas y nuestras almas entrelazadas debajo de una manta y sentir el aire frío de París en nuestros rostros o saborear el aroma del café de la cafetería de Suzanne o reconocer las pequeñas cosas de la película que podíamos contemplar directamente en nuestro pequeño universo.
Yo creo que lo que realmente más nos gustaba era reconocernos en la protagonista y en sus ideas:
“Amélie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente; que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe”.
A nosotros también nos gustaba disfrutar de los pequeños placeres de la vida, mirar las caras de la gente e imaginar sus historias con finales felices aún sabiendo que eran tiempos difíciles para los soñadores.
También pensábamos que era mejor dedicarle nuestra vida a los demás que a un Gnomo de jardín o a una cuenta corriente y que hay personas que ni siquiera pueden ser hortalizas porque hasta las alcachofas tienen corazón.
Hacía tiempo que no pensaba en Amelie.
Voy a tener que hacerlo más a menudo.
Quiero volver a ser ese niño que se emocionaba estudiando francés o ese enamorado que sentía que una manta y el calor de su mujer era todo lo que necesitaba.
No quiero guardar lo que me queda de mi infancia en una cajita oxidada o esconderla mientas me pierdo la infancia de mis hijos. Quiero disfrutar de sus abrazos, de sus besos e incluso de sus gritos porque un día el silencio me gritará aún más fuerte que ya no están.
Quiero saber que dentro de unos años cuando hayan volado del nido, todavía tendré esa vieja manta calentita y podré volver a entrelazar los pedazos de mi alma con los del amor de mi vida, y que, juntos volvamos disfrutar del fabuloso destino de Amelie Poulain y del nuestro propio.
Y, aunque hoy no crea en los milagros como la propia Amelie, quiero pensar que cuando esté llegando el final y calentemos nuestros fríos y cansados huesos bajo esa misma manta, podamos echar la vista atrás y contemplar el milagro de la vida, el milagro de habernos encontrado, el milagro de haber andado todo el camino juntos y pensar que debería haber creído en los milagros cuando no lo hice y más lo necesité.
Quizás es simplemente que prefiero vivir en mis sueños y seguir siendo un chico introvertido. Estoy en mi derecho ya que malograr la vida es para todo ser humano un derecho inalienable.
Como sé o quiero pensar que todavía queda mucho para que mis huesos se enfríen y entumezcan, por el momento simplemente voy a intentar levantarme cada día al lado del amor de mi vida pensando que quiero el amor, la felicidad y el buen humor, que no es el dinero lo que me hará feliz, que lo que quiero es morir con el corazón en la mano y descubrir juntos mi libertad.
Donnez-moi une suite au Ritz, je n’en veux pas
Des bijoux de chez Chanel je n’en veux pas
Donnez-moi une limousine, j’en ferais quoi?
Offrez-moi du personnel, j’en ferais quoi?
Un manoir à Neuchâtel? Ce n’est pas pour moi
Offrez-moi la Tour Eiffel, j’en ferais quoi?
Je veux de l’amour, de la joie, de la bonne humeur
Ce n’est pas votre argent qui f’ra mon bonheur
Moi, j’veux crever la main sur le cœur
Allons ensemble découvrir ma liberté
Oubliez, donc, tous vos clichés
Bienvenue dans ma réalité
J’en ai marre de vos bonnes manières, c’est trop pour moi
Moi, je mange avec les mains, et je suis comme ça
Je parle fort et je suis franche, excusez-moi
Finie l’hypocrisie, moi, je me casse de là
J’en ai marre des langues de bois
Regardez-moi, toute manière, je vous en veux pas
Et je suis comme ça
Je suis comme ça
Je veux de l’amour, de la joie, de la bonne humeur
Ce n’est pas votre argent qui f’ra mon bonheur
Moi, j’veux crever la main sur le cœur
Allons ensemble découvrir ma liberté
Oubliez, donc, tous vos clichés
Bienvenue dans ma réalité
Je veux de l’amour, de la joie, de la bonne humeur
Ce n’est pas votre argent qui f’ra mon bonheur
Moi, j’veux crever la main sur le cœur
Allons ensemble découvrir ma liberté
Oubliez, donc, tous vos clichés
Bienvenue dans ma réalité
Je veux de l’amour, de la joie, de la bonne humeur
Ce n’est pas votre argent qui f’ra mon bonheur
Moi, j’veux crever la main sur le cœur
Allons ensemble découvrir ma liberté
Oubliez, donc, tous vos clichés
Bienvenue dans ma réalité
No quiero una suite en el Ritz
No quiero joyas de Chanel
Dame una limusina, ¿qué haría con ella?
Dame un equipo, ¿qué haría con él?
¿Una mansión en Neuchâtel? Eso no es para mí.
Dame la Torre Eiffel, ¿qué haría con ella?
Quiero amor, alegría y buen humor
No es tu dinero lo que me hará feliz.
Quiero morir con la mano en el corazón.
Descubramos juntos mi libertad
Olvida todos tus clichés
Bienvenido a mi realidad
Ya he tenido suficiente de tus buenos modales, es demasiado para mí.
Como con las manos y soy así.
Hablo alto y franco, discúlpame
Basta de hipocresía, me largo de aquí
Estoy harto de todo este doble discurso.
Mírame, de todas formas no estoy enfadado contigo
Y así es como soy
Así soy yo
Quiero amor, alegría y buen humor
No es tu dinero lo que me hará feliz.
Quiero morir con la mano en el corazón
Descubramos juntos mi libertad
Olvida todos tus clichés
Bienvenido a mi realidad
Quiero amor, alegría y buen humor
No es tu dinero lo que me hará feliz
Quiero morir con la mano en el corazón
Descubramos juntos mi libertad
Olvida todos tus clichés
Bienvenido a mi realidad
Quiero amor, alegría y buen humor
No es tu dinero lo que me hará feliz
Quiero morir con la mano en el corazón
Descubramos juntos mi libertad
Así que olvida todos tus clichés
Bienvenido a mi realidad
Precioso! Como siempre sacudiendo los recuerdos de los que disfrutamos leyéndote. Mil gracias!
¡Y con dinero! que va a llegar en cuanto seas consciente de que ERES MERECEDOR
Gracias por cada miércoles.
Vamos! Descubramos juntos tu libertad!
Superb, mon ami! Resulta que la semana pasada me perdí, y créeme que eché mucho de menos, tu entrega de la semana, y ahora que leo aquella y ésta del tirón, veo que las dudas e incertidumbres del anterior miércoles se han esfumado y convertido, por arte de la mágica y muy sabia Edith y de los recuerdos e ilusiones por ella evocados, en convicción y optimismo, en ganas de sentir y sentirnos. Qué feliz y hermosa forma de cerrar virtuosamente el círculo.
Agarrémonos fuerte a lo que tenemos, que es mucho, y dejemos que los cantos de sirena de lo que nunca sucedió y, de hecho, nunca tuvo que ver con nosotros, se marchen con viento fresco, igual que vinieron.
Paz, amor, gratitud. ¿Se puede pedir más? ¡Grande, amigo!