El objeto más preciado que he tenido nunca, mi posesión más valiosa, lo que más he querido en este mundo, me fue arrebatada a la delicada edad de nueve años.
Sí, ya sé que esta historia la he contado, pero nunca había reflexionado realmente sobre ella.
Ahora, unos cuantos años después me hago consciente de lo que realmente supuso aquella pérdida a aquella tierna edad.
En la vida siempre tiene que haber un equilibrio. Mi hermano siempre lo dice, “el equilibrio, el equilibrio es lo más importante”. Y así es, para todo.
PARA TODO
Incluso para dar un abrazo.
Que no sea tan fuerte como para que el abrazado necesite separarse, ni tan flojo como para que no sienta el roce de tu piel.
Ni tan largo como para que se agobie, ni tan corto como para quedarse con las ganas de más.
Ni tan intenso que parezca que la vida del otro se sustenta solo con tus brazos, ni tan tenue que sea como un suspiro (aunque sea acompasado).
Algunos lo sabéis y muchos no. Él no quiere decirlo porque es un tipo discreto (¿cualidad o defecto? Yo creo que en el equilibrio está la virtud), pero yo os lo voy a desvelar.
A tomar por culo la discreción y el equilibrio, si nos damos de bruces contra el suelo, ya nos levantaremos.
Ahí va…
Mi hermano es campeón del mundo con el titulo vitalicio de dar abrazos. Sé que más de uno y más de dos, podrán refrendar mi afirmación y estoy seguro que lo harán.
CAMPEÓN DEL MUNDO VITALICIO. Me rio yo de los éxitos deportivos de Leo, Cris, Karim, Pau, Rafa, Marc y otros muchos.
VI-TA-LI-CIO
Para siempre
Forever
Forever and ever, and ever
Ahí queda eso.
Sus abrazos siempre tienen la fuerza correcta, la duración exacta, la intensidad que requiere cada uno. Nunca son iguales porque entonces no serían verdaderos, porque dependen del momento que esté atravesando cada uno. Él es capaz de encontrar el equilibrio que necesita cada abrazo y cada abrazado.
Su arte nace de la intuición, del talento y sobre todo de años de experiencia porque lleva toda la vida practicando.
Así que te quede claro, un abrazo de Pichi es sanador y todos tenemos algo que sanar.
Siempre.
Volvamos a mi tierna infancia y mi primer contacto con el equilibrio del universo.
Lo que sin duda fue lo mejor que me pudo pasar cuando mis padres decidieron comprar la casa del Plantío e irnos a vivir lejos de la ciudad tuvo que verse compensado de alguna manera para mantener el equilibrio.
Al mismo tiempo que llegábamos a la nueva casa perdía mi colección de clicks (playmobil), un tambor de detergente Colón de cinco kilos llenito, llenito, llenito de sueños (solo para los que les gusten los Mártires del Compás).
La cosa se había equilibrado y yo, inconscientemente, aprendí a no tejer más vínculos emocionales con cosas materiales. He tenido que esperar más de cuarenta años para darme cuenta de eso.
Está claro que muy listo tampoco soy.
Bueno, sí que lo soy, solo que tardo un poco en darme cuenta de las cosas. Vendimia tardía, ya te lo dije.
En el momento que di por finalizada mi búsqueda del tambor de detergente y acepté que nunca más los volvería a ver, desarrolle en mí esa virtud o ese defecto, ¿quién lo sabe? Otra vez el maldito equilibrio.
Pasaron unos pocos veranos después de eso hasta que pusimos una canasta en la terraza de mi casa que daba a la calle. Tenía la canasta, pero no tenía pelota, así que tenía tres opciones:
- Buscar en la bolsa de tenis de mi padre alguna pelota especialmente gastada, marcada con restos de arcilla marrón y despeluchada, que me pudiera servir para quitarme el mono un rato.
- Jugar con alguna piedra más o menos redonda con la que solo podía practicar el tiro porque no me atrevía a “ir al rebote”.
- Pedir una pelota a mi amigo Victor que vivía al otro lado de la valla de la terraza.
Él tampoco tenía pelota de baloncesto, pero tenía una preciosa bola de fútbol que nos podía servir perfectamente. La pelota solamente tenía un defecto. Si no me equivoco, estaba firmada por algún jugador del Barça del que era, y es, un gran aficionado.
Nunca me la dejó y yo nunca pude entender por qué. “Es solo una pelota y las pelotas sirven para jugar, no para ser observadas”, pensaba yo desanimado mientras tiraba la piedra desde cada vez más lejos.
Pequeño inciso: Allí se inventó el término de «pedrada» en el baloncesto, con una pequeña diferencia, yo las metía todas hasta que mis padres me lo prohibieron por el escándalo que organizaba la piedra al golpear contra la chapa metálica de la puerta del garaje y por los bollos correspondientes.
Cerramos inciso.
Linoleum
Muchos otros veranos pasaron y con ellos muchos partidos de baloncesto en esa canasta hasta que me compré mi primer coche. No mi primer coche a secas, que me lo compró mi padre porque lo necesitaba para uno de esos trabajos raros que he tenido durante mi vida, sino el primer coche que me compraba yo solo, aconsejado también por mi amigo Víctor, el que no me dejaba la pelota.
Año 2002 y todavía tengo ese coche. La pintura está descascarillada, el volante se deshace entre mis manos en verano. Yo me deshago de calor también en verano porque el aire acondicionado hace años que pasó a mejor vida. La radio funciona cuando quiere y curiosamente solo Rock FM. Una de las ventanillas de atrás ya no se puede bajar porque costaba más el arreglo que lo que vale el coche. La puerta del maletero ha perdido la fuerza y ya no se aguanta sola arriba. Desafortunadamente la pastillita azul no hace efecto en la puerta. Los botones de la calefacción y demás controles funcionan, pero hay que insistir…varias veces.
A pesar de todo ello, el coche me lleva y me trae y año tras año pasa la ITV con algún ajuste por uso excesivo, limpias, faros, ruedas, frenos, cosas normales. En breve llegará al medio millón de kilómetros recorridos.
La historia de ese coche está íntimamente (nunca mejor dicho) ligada a la historia de Paula y mía y sí, le tengo mucho cariño a ese coche, si pudiera hablar, ay, si pudiera hablar, os contaría lo mismo que lo que yo os he contado a través de mis canciones, pero seguro que mucho mejor.
Todavía hay veces que pienso que será el primer coche de mis hijos, aunque ellos querrán uno nuevecito para presumir con las chicas. Igual el poder del storytelling del viejo coche, que por el momento desconocen, les ayude a recoger a la chica de sus sueños en la puerta de la casa de sus padres para llevarla al viaje de sus vidas.
Aún así, sé que un día me dirá que no quiere recorrer más carreteras y que su vieja alma de Samurai ya ha cumplido con su misión. Y no lloraré, simplemente me sentaré una última vez en el asiento del conductor y le daré las gracias.
Muchos estaréis pensando que estoy siendo bastante incoherente. Primero digo que no me importan las cosas materiales y ahora estoy humanizando a una de esas cosas materiales.
Pues bien, tenéis razón, soy bastante incoherente, pero por una simple razón, simplemente trato de mantener un equilibrio.
Eso podría ser un gran final, pero no lo es, por que, aunque sea verdad, no es toda la verdad.
La verdad es otra, aunque tampoco sé cuál es.
Linoleum
No sé si ese desprendimiento de lo material no es más que un mecanismo que me impuse ante mi incapacidad de entender este mundo en el que el que más tiene es el que más vale.
No sé si es una manera de aliviar el dolor que me produce el hecho de que sé que no voy a ser capaz de dar a mis hijos todas las cosas materiales que me proporcionaría encadenarme a este sistema que no entiendo y que ansía robarme mi tiempo con los míos.
No sé si es una manera de esconder mi miedo a tener que aceptar que, a pesar de servir para muchas cosas, en realidad no valgo para nada, que este mundo competitivo y agresivo me supera, que me da pavor no saber lo suficiente o decepcionar a quien cuente conmigo.
No sé si ese viejo lobo que vive dentro mío que siempre ha pensado que nunca se iba a equivocar, se da cuenta de que en realidad además de viejo siempre ha sido cobarde. Los colmillos fijos y amenazantes de este lobo, en realidad solo eran los de un pequeño chucho que jamás han asustado a nadie, más bien al contrario, siempre han hecho reír a los que le miraban.
Ahora miro a mi alrededor y veo montones de imponentes jóvenes ejemplares con sus colmillos digitales afilados dispuestos a despedazarme si oso – cambiaré de verbo porque nos vamos a liar con tanto animal – si intento hacerme con una pieza para alimentarme a mi, y a mis cachorros con mis viejas técnicas de caza.
En fin, todo es cuestión de equilibrio y ahora mismo la balanza está claramente decantada de un lado y yo voy resbalando en dirección descendente.
Pero quiero creer.
Quiero creer que de una manera u otra la vida compensará de nuevo la balanza del modo que menos lo espere y que podré volver a afirmar que las posesiones nunca han significado nada para mi, que tengo el bolsillo lleno de pelusas y agujeros, que estoy en la calle con un violín bajo la barbilla contando chorradas con una sonrisa y, lo que más me importa en realidad, que siempre tendré un pequeño espacio en tu cabeza.
Possessions never meant anything to me
I’m not crazy
Well that’s not true, I’ve got a bed
And a guitar, and a dog named Bob who pisses on my floor
That’s right, I’ve got a floor
So what? So what? So what?
I’ve got pockets full of Kleenex and lint and holes
Where everything important to me
Just seems to fall right down my leg
And onto the floor
My closest friend linoleum
Linoleum
Supports my head
Gives me something to believe
That’s me on the beachside, combin’ the sand
Metal meter in my hand
Sportin’ a pocket full of change
That’s me in the street with a violin under my chin
Playin’ with a grin
Singin’ gibberish
That’s me on the back of the bus
That’s me in the cell
That’s me inside your head
Las posesiones nunca significaron nada para mí
No estoy loco.
Bueno, eso no es cierto, tengo una cama
Y una guitarra, y un perro llamado Bob que mea en mi piso
Así es, tengo un piso.
¿Y qué? ¿Y qué? ¿Y qué?
Tengo los bolsillos llenos de Kleenex y pelusa y agujeros
Donde todo lo importante para mí
Parece que se me cae por la pierna
Y en el suelo
Mi mejor amigo el linóleo
Linóleo
Apoya mi cabeza
Me da algo que creer
Ese soy yo en la playa, peinando la arena
Con el detector de metales en mi mano
Con el bolsillo lleno de monedas
Ese soy yo en la calle con un violín bajo la barbilla
Tocando con una sonrisa
Cantando incoherencias
Ese soy yo en la parte trasera del autobús
Ese soy yo en la celda
Ese soy yo dentro de tu cabeza
Me ha gustado mucho tu texto de hoy, los abrazos de Pichi son una maravilla jeje, doy fe. Y aunque el mundo de ahora parece que está hecho para tiburones sin corazón ( otro animal), la gente con valores como los que tú tienes vale muuuucho más ❤️❤️, lo que pasa que no están preparados para asimilarlo.
Valores, yo solo quería balones! No es lo mismo pero se le parece!
De 8 segundos…
Ricos, ricos…
No se estropean…
No caducan….
Perduran…
Dan vida…
Lo que no he contado es que te ganó a ti en la final. Te mando 8 segundos de abrazo!
Hola Marcos: Había leído lo del tambor lleno de clics en los escritos de antes de los 50. Las dos veces me han hecho recordar el tambor de jabón que tenían Eduardo y Paula también lleno de muñequitos y de pelusas porque yo los guardaba barriéndolos del suelo. ¡Qué desconsiderada!
Reconozco que es un arte lo de abrazar y no me había dado cuenta hasta ahora. Me fijaré en el arte de Pichi sin que se de cuenta.
Es un temazo el «desapego». Voy a meditar también en esto…
Me haces trabajar mucho y te lo agradezco.
Esta semana también me ha gustado mucho tu relato.
Besos,
Palomac
Y si se da cuenta tampoco pasa nada! Meditar siempre está bien que hay mucho ruido alrededor!
He pasado un rato genial leyendo éste relato. Lleno de recuerdos, inocencia y descubrimientos. Adoro las incoherencias deliberadas, lo absurdo y a veces incluso el desequilibrio (así me va a mí). Son armas letales que desafían toda lógica y que por tanto son capaces de transmitir emociones. El caso es que tu relato me ha dejado una sonrrisita el rostro. Genial la foto de la canasta! Un abrazo!!
Gracias Jose, es cierto, un poco desequilibrado hay que estar, si no, sería todo muy aburrido. Esa sonrisita es mi recompensa!!!
Jajaja. Cierto, nunca te lo dejé. Era un balón de mi padre, firmado por los jugadores, de cuando él trabajaba en una agencia de publicidad en Barcelona y llevaban la publicidad del campo y la revista del club. Primeros años 70 debía de ser aquello. Uno de esos balones de cuero marrón, cosido a mano con enorme costura. No, nunca te lo dejé, pero nos lo acabamos cargando en la parcela de abajo, donde poníamos la «portería».
En cuanto a humanizar el coche….¡ay, el coche!. Los coches tienen alma. Nadie me cree, pero la tienen. Los hay anodinos, los hay rabiosos y con carácter, otros son divertidos, otros toscos…y ese sapito BXR es duro, muy duro, y fiel. Lleva 21 años contigo, viviendo parte importante de tu vida. ¡21 años de viajes y vivencias, ya fueras solo, con amigos, con Paula, con tus hijos…! Aguantando todo lo que le echáis encima, haciéndolo posible. Y por ello esa alma suya va vinculada a la tuya y ha adquirido una parte humana, una parte de ti, una parte de tu familia, y no tendrías derecho a quitársela. Así que no lo has humanizado, solo le has concedido lo que ya es suyo por derecho.
Después de leer esto, el día que no quiera moverse más, me sentaré en el asiento del conductor, le daré las gracias y lloraré para despedir a un amigo. El coche tiene 21 años y nuestra amistad algo más del doble.
Esta semana voy tarde, jajajaja…
De incoherencia nada, majo. Las cosas materiales pueden ser valiosas si realmente nos son útiles, y aún más si nos hacen disfrutar de verdad, sentir y conectar con los nuestros.
Lo que NO es utilidad (al menos para mí) es tener algo para restregárselo al vecino o al «cuñao», por estar permanentemente a la última, o para que los guardianes del estatus nos concedan una etiqueta de «exitosos/as» que maldita la falta que nos hace si sólo puede traernos una insatisfacción continua en vez de la felicidad y la plenitud que necesitamos y perseguimos a diario.
Así que, viva tu coche de más de veinte años y su legado de amor, descanse en paz el balón de Vic, inmortalizado ya por tus teclas, en el cielo de las glorias culés, y vivan por siempre todos los álbumes de fotos que, para honroso descargo de la especie humana, serían lo primero que muchos/as querríamos salvar a toda costa si un incendio amenazara todas nuestras pertenencias.
¡Grande, Marquetes; muchas gracias!