¡¡¡¡Puuuuffff!!!! No sé por dónde empezar. Habrá que hacerlo por orden.
Disculpad si notáis un estilo un poco atropellado, se nota que es el año más reciente, todavía no he empezado a guardar en cajas los recuerdos y los tengo todos como si fuera la habitación de mis hijos.
Día 2 de enero, Jara cumple cinco años. ¡¡¡Cinco años!!! Sigue sin su diente que esperamos que le salga algún día. De repente ya no es un bebé. La vida pasa. ¡Cumple de Ana, sos una grande!
Día 14 de enero, publico la introducción de este… voy a llamarlo “concierto”. ¿Qué otro nombre le podría dar? Quizás “carrera” tampoco estaría mal, pero bueno, ya sabéis que no concibo uno sin la otra y la otra sin el uno, así que este debate es intrascendente.
El concierto comenzó de manera tranquila y tímida. Había que familiarizarse con el nuevo escenario y con el público que, aunque fuera poco numeroso, eran seguidores incondicionales.
Lo que pensaba que me llevaría cada semana un ratito frente al ordenador empezaba a ocupar más tiempo del esperado y mientras ponía las patatas a freír para hacer tortilla y doblaba la ropa que colocaba encima de la mesa del salón convenientemente ordenada por habitantes de la casa, las ideas y los recuerdos brotaban en mi cabeza. Con lo que conseguía retener después de recoger la cocina, mandar a los niños a lavarse los dientes varias veces y, a tomar por culo alguna que otra también, y conseguir que se metieran en la cama, me ponía música en los cascos y comenzaba a teclear esperando que un estribillo, un solo o unos coros desempolvaran los recuerdos que todas esas canciones tenían para mí. Solo tenía que recordar e intentar plasmar lo que sentía cuando esa canción fue protagonista de mi vida. No sabía si sería capaz, pero trataría de hacerlo lo mejor posible y sobre todo iba a disfrutar con cada viaje. ¿Tanto? Eso no lo sabía todavía.
El concierto se llenaba poco a poco según subían en intensidad las canciones y las emociones.
Lo bueno y lo malo
Otro momento para la búsqueda de recuerdos y de palabras adecuadas para esos recuerdos, eran los entrenamientos. El primer regalo de mi cumpleaños llegó con bastantes meses de antelación. Me había apuntado al maratón de Madrid y le había pedido ayuda de nuevo a mi amigo Darío que declinó amablemente mi petición. Había contactado con el entrenador de su club para que llevara la preparación de mi primer reto del año. A principios de febrero comencé mi primera preparación dirigida por un profesional. Agustín me enviaba cada semana los entrenos diarios adaptados a mis horarios que yo intentaba cumplir de manera escrupulosa.
Las tiradas largas del fin de semana las seguía haciendo con mi amigo Fernando que, en esos momentos, estaba completamente volcado en la organización de una carrera en su pueblo, La Parra, Badajoz. Era la primera persona que me hablaba de una modalidad de carreras llamada Backyard Ultra que consiste en dar vueltas a un circuito de 6,7 km en menos de una hora. Gana el último que quede corriendo y complete la última vuelta solo y antes de los 60 minutos establecidos.
En marzo, Paula y yo nos afanábamos por preparar las maletas de los niños. Habíamos organizado todo para dejarlos colocados en casas de familiares y amigos. Nuestro primer fin de semana solos en casi trece años. Nos lo habíamos ganado y sabíamos que estos momentos son importantes para las parejas. Paula tomó dirección a La Coruña a pasar el fin de semana con sus amigas e ir a ver en directo a Alice Wonder y yo cogía el coche y me iba a La Parra a correr mi primera Backyard Ultra. La primera vez que dejábamos a los niños por ahí y cada uno se iba por su lado, ¡así somos nosotros!
Paula se lo pasó de maravilla y hasta conoció a la artista, algo que le hizo especial ilusión, y yo conseguí dar 10 vueltas o lo que es lo mismo 10 horas corriendo y 67 km.
Las semanas después de la carrera seguí con mis entrenamientos para la maratón de Madrid y continué saliendo a entrenar con Fernando. Un día, mientras subíamos el cortafuegos del hospital hasta el cerro, me comentó que quería organizar otra carrera de este tipo en Madrid y que le gustaría hacer una web para informar de sus carreras. De esa manera, nació el segundo nuevo proyecto de este año. Un proyecto que desde el principio me apasionó porque combinaba mi parte profesional con mi parte deportiva. Después de darle muchas vueltas a la cabeza decidimos, por fin, el nombre: www.vueltasalacabeza.es y con la inestimable ayuda de la prima Ana y de Sol, su compañera, creamos la web y arrancamos. No tenemos por el momento ninguna ambición más que la de disfrutar con lo que hacemos y dar a conocer una modalidad que permite, a los que se atreven a afrontarla, conocer sus propios límites, pero acercando a personas que al final pasan muchas horas juntas, horas en las que se comparten historias, vivencias, deseos y conocimientos. En estos momentos (mes de diciembre) estamos preparando ya la segunda edición de la Backyard Ultra La Parra 2023. El futuro se abre frente a nosotros, ¿Dónde llegaremos? Lo ignoro, pero en el camino, aprendo y disfruto.
La pista de la sala se llenaba y el concierto seguía su curso con una primera parte más cañera con la que los seguidores más antiguos disfrutaron de los grandes éxitos que marcaron su infancia. La comunión entre el público y el grupo iba en aumento con cada nueva canción. El grupo, liderado por el cantante, se encontraba cada vez más cómodo encima del escenario y una energía especial comenzaba a percibirse. Los más fans, en la primera fila, sujetaban a la banda con sus gritos y sus ánimos y la banda, sintiendo esa energía, crecía y crecía. La relación, que empezó siendo un poco distante, cambia y ahora es más íntima, más personal, y con cada canción van dejando una pequeña parte de sí mismos y descubriendo nuevos talentos ocultos.
Aunque las cosas en la oficina iban un poco mejor, a mediados de marzo, empezamos a notar en casa eso de lo que tanto hablaban en los pocos telediarios que veíamos mientras buscábamos una serie para disfrutar, la inflación había llegado a nuestras vidas. Llenar el depósito del coche, que Paula usa para ir a trabajar, costaba el doble, las compras de lo básico subían, el pan subía, todo subía y no llegábamos. A través del padre de un amiguito de la clase de la pequeña entré a hacer extras en un restaurante cercano a casa. Pensé que mis días de camarero acabaron cuando colgué el mandil en Pamplona, pero las circunstancias apretaban. Había que coordinar los horarios de Paula con los días que me tocaba trabajar, pero íbamos apañándonos con la inestimable ayuda de Pichi. Al principio tenía cierta sensación de fracaso, otra vez de nuevo en el mismo punto que hace 25 años y los primeros días, aún con mascarilla, daba los servicios con un sabor agridulce. Un día, hablando con Paula, me dio su visión: “Yo no puedo verlo como un fracaso sino más bien como un recurso que tenemos y que otra mucha otra gente no tiene. A mí me parece una suerte que seas buen camarero”. A día de hoy sigo acudiendo los días que me llaman y que puedo compatibilizar con Paula y se ha convertido en una fuente extra de ingresos que nos ayuda a salir adelante cada mes.
El día de la maratón de Madrid aparco el coche a las 07:30 en la zona de nuestra primera casa como matrimonio en Madrid. Desde allí, voy andando hasta el ropero donde dejo mi mochila con mis cosas. Me acerco a la línea de salida donde, por fin, conozco físicamente a mi entrenador Agustín. Después de calentar me coloco en mi cajón y espero pacientemente que empiece la carrera. No estoy nervioso, pero sí tengo muchas ganas de que empiece. Los primeros kilómetros son de subida y ya sé que este recorrido es muy duro, así que empiezo tranquilo. La carrera va recorriendo zonas familiares para mí.
La parada del 27 que mis hermanos y yo cogíamos para volver a casa, donde me quedaba dormido encima las señoras con abrigos calentitos, marca la salida.
Paso por el Santiago Bernabéu situado junto a la casa de mi abuela donde todas las navidades pasábamos la noche de fin de año con todos mis primos mayores.
La plaza de Castilla, donde pasé mi niñez hasta que nos mudamos.
Tras unos kilómetros llegamos al barrio de Salamanca donde estaba situado mi colegio y cuyas calles me rememoran días de baloncesto y primeros amores.
La calle San Bernardo me trae olores familiares, pollo indio, teriyaki, croquetas de calamares, olores de esfuerzo, de pasión, de lucha, de fracaso y de amistad.
La recta de la glorieta de San Bernardo hasta Princesa siento energías renovadas, energías de juventud, de alegría, de empuje y de amistad.
Sigo avanzando y al pasar por el Museo del Traje, dejando atrás más de la mitad de la carrera, el corazón empieza a latir fuerte. Paso por la puerta del museo, por delante del Central y por delante de Arquitectura y entonces encuentro el verdadero sentido de esta carrera, la respuesta a todas mis preguntas y la razón por la que pongo un pie tras otro y tras otro. En esos momentos todo es fácil, no siento cansancio, no siento dolor alguno, solo sé que he encontrado mi ritmo y que ahí me quiero quedar.
Al llegar a la Casa de Campo empiezo a notar algunas molestias, tengo pequeños tirones en los dedos de los pies, algo extraño que consigo controlar si pongo todos mis sentidos en la pisada. El recorrido es duro, el desgaste de los músculos se deja notar y me veo obligado a bajar un poco el ritmo, pero el seguir, zancada tras zancada, es innegociable.
Al salir de la Casa de Campo empiezan los primeros tirones, gemelos y cuádriceps están al límite, yo sigo.
Me queda poco para llegar al Reina Sofía y en una especie de alucinación me veo a mí mismo con un poco más de pelo paseando a Truja con Ibón en la mochila de porteo. Paro un segundo para ver cómo desaparezco por la esquina y aprovecho para estirar los gemelos en un bordillo. “No pares, no pares”, es lo único que pienso.
Consigo llegar a meta en 03:22 mejorando mi marca, pero lejos de los 3:15 que tenía como objetivo. El viaje ha sido intenso.
Lo bueno y lo malo
En la faceta profesional el año comenzó bien y conseguimos un par de proyectos que nos tuvieron ocupados los seis primeros meses, lo que nos daba cierto respiro momentáneo. El aire que nos dio la tranquilidad financiera íbamos a necesitarlo para lo que se nos venía encima. Los brillantes y soleados cielos que fueron protagonistas de la primera parte del año empezaban a llenarse de nubarrones negros que aparecieron inesperadamente. Mi padre, sin saber muy bien porqué, estaba teniendo algunos problemas estomacales y tras varias pruebas encontraron un tumor en el recto. A principios de verano entraba en quirófano. La operación salió bien y después de una semana de convalecencia, que a mi padre le pareció un año, volvió a casa. La primera parte estaba superada y todos esperábamos las siguientes instrucciones de los médicos mientras conteníamos la respiración.
El año académico llegaba a su fin. El primer curso de instituto nos dejaba el primer suspenso del mayor. Ese camino ya lo había recorrido yo. Hace muchos años sentía exactamente lo mismo que siente hoy Ibón. No me preocupa, solo tiene que seguir caminando. El año ha sido difícil para él, un cambio muy grande, nuevo lugar, nuevos amigos, otra vez de los pequeños. Ha buscado su lugar, unas veces a gritos, otras a empujones, otras con una sonrisa, otras con una canción y, todas, con esa empatía natural que tiene y ese sentido de la justicia tan acusado que ha heredado de su madre y que le hace saltar cuando presencia algo que no está bien. Ha crecido en todos los sentidos y Paula y yo observamos orgullosos la persona en la que poco a poco se va convirtiendo nuestro hijo.
Imagine Dragons está a punto de saltar al escenario, Pichi y yo nos vamos con Ibón, Unai y África a primera fila para que sientan la magia de la música. Paula decide quedarse más atrás, no le gustan las aglomeraciones. Jara se ha quedado a dormir en casa de una amiga. Los niños no ven prácticamente nada, pero saltan y cantan todas las canciones que tantas veces hemos escuchado en casa. Veo en sus ojos un brillo especial de emoción que también (y tan bien) conozco. África consigue ver un poco más porque se pasa medio concierto entre mis brazos o en los hombros de Pichi. Disfruto de la emoción y la alegría de cada uno de ellos de una manera calmada, saboreando cada instante, cada canción y cada estribillo que cantamos abrazados. ¡¡Cómo los quiero!!, qué momentos tan especiales. Para ver a The Killers nos volvemos a reunir con Paula. Los niños, Pichi y yo saltamos y cantamos todas las canciones que nos sabemos. África no puede más y decide abandonarse en el regazo de Paula que está sentada en el césped. Cuando conseguimos dejarla cómodamente instalada, Paula y los niños se van a por algo de cenar. Un minuto después de irse, vuelven los dos, corriendo como locos, porque el grupo está tocando una de mis canciones preferidas y quieren disfrutarla junto a mí. Se me cae la baba y alguna que otra lágrima también.
Los niños duermen plácidamente ya en sus camas, el agotamiento ha podido con ellos, pero una media sonrisa en sus caras nos dice que ha sido un gran día. ¿Cómo no voy a adorar la música?
La primera edición de la Backyard Ultra Los Molinos, Ruta de la Piedra está a punto de dar la salida. Es la segunda carrera que mi amigo Fernando organiza, con la diferencia que para esta ya tenemos nuestra web y redes sociales operativas. El proyecto ha empezado a andar. Como buenos aficionados sabemos que el único secreto para conseguir nuestros objetivos es la constancia y que no vamos a conseguir resultados desde el principio. Tenemos muchos kilómetros por delante para mejorar nuestro estado de forma y, aunque siempre presente, el largo plazo se difumina para centrarnos en el entrenamiento de cada día. La técnica CACO, caminar-correr, dirige nuestros comienzos y la ilusión por poder dedicar nuestro tiempo en algo que realmente nos encanta se convierte en nuestra ración diaria de carbohidratos.
El sonido del silbato marca la salida de la primera vuelta. Son las diez de la noche. He convencido a Pichi para que se venga y salimos juntos. El ritmo es muy lento, no se trata de llegar rápido, se trata de llegar lejos. En la anterior edición había conseguido hacer diez vueltas y mi objetivo en esta era simplemente hacer una vuelta más. El nuevo día me regala uno de los amaneceres más bonitos que he visto nunca. Pichi duró cuatro vueltas y decidió abandonar, unos 27 km, nunca había corrido tanto.
Después del regalo del cielo pintado con tonos naranjas con la Maliciosa al fondo, llego de nuevo a la meta, que también es la salida, para encontrarme con el segundo regalo del día. De nuevo mi amigo Javi viene a echarme una mano, a acompañarme y a ayudarme. El abrazo es largo, profundo y sentido. Si consigo rebasar la siguiente vuelta habré superado mi récord. Me cuesta un montón ponerme en marcha con cada salida después de haber descansado unos minutos y los músculos se quejan cuando abandono la comodidad de la silla. Vamos a por la vuelta 12, 13, 14. Pichi, Paula y los niños llegan para animarme y eso me da fuerzas extra. Si hago 15 vueltas habré recorrido cien kilómetros, algo inalcanzable unos años antes cuando empezaba a descubrir caminos. En la salida de la vuelta 15 escucho a uno de los participantes decir que esta es su última vuelta, “Me apunto a tu equipo”, le digo. Hacemos toda la vuelta muy tranquilamente controlando no llegar más tarde de los 60 minutos que tenemos para completar los últimos 6,7 kilómetros y compartiendo experiencias y vivencias. Los últimos 200 metros los hago con los niños que me obligan a correr a pesar de tener tiempo suficiente para acabar. 15 vueltas, 15 horas, 100 kilómetros, 104 según mi reloj, los tibiales en fuego y una gran ampolla en el gordo del pie. He sido capaz.
El segundo concierto del año nos lleva a Barcelona. Pichi, Ibón, Unai y yo salimos pronto. El viaje es largo y queremos intentar llegar a la hora de comer para descansar un poco antes del concierto. Iron Maiden nos esperan y hay que guardar fuerzas. Nos alojamos en casa de mi sobrina Morena, en un piso muy cercano a la Sagrada Familia. Comemos algo antes de que Morena llegue de trabajar y me da tiempo a tomar un café con mi amigo Ferrán que se ha acercado para darnos un abrazo. Antes de entrar al concierto nos reunimos con Manuel, nuestro hermano mayor, que está trabajando ese fin de semana en Barcelona. El concierto nos deja un poco fríos, el sonido no es bueno y se han dejado alguna que otra canción que nos hubiera encantado escuchar, pero, con diez y trece años, mis hijos ya han visto a los Maiden y eso no se les olvidará nunca.
De vuelta tenemos que llevar a los niños, que por primera vez acuden a un campamento de verano, a Cantabria. Como sospechaba, los primeros momentos son difíciles para ellos, “esto no es como yo pensaba”, “son todos más pequeños”, “no nos van a poner juntos”, “esto es una mierda”. Los dos están que trinan, me temo que todo lo que les diga va a rebotar en el muro que están levantando así que decido dar un abrazo a cada uno y salir pitando que ya tengo ganas de llegar a casa.
La tormenta y los malos vientos parecía que habían amainado, sin embargo, a finales de julio comenzaron a juntarse unas nubes grises y negras que oscurecieron el verano y todo pasó a un segundo plano. El tumor era malo y había dejado algunas células malignas en el cuerpo de mi padre. Había que empezar con un tratamiento de radioterapia diario durante cinco semanas y esperar a ver qué pasaba. Las dudas nos asaltaban, preguntas, miedos. Necesitábamos toda la información posible para hacernos una idea de los beneficios y de los riesgos y para que mi padre pudiera valorar la situación y tomar una decisión.
El día que recogimos a los niños del campamento nos costó reconocer a nuestros hijos. “¿Está usted seguro que esos dos con una sonrisa de oreja a oreja son nuestros hijos, los mismos que dejamos hace una semana? No eran los mismos. La experiencia les había enriquecido, conocer gente de otros sitios con los que al final compartes más de lo que crees y convivir 24 horas con ellos les hizo experimentar la magia de la amistad, aunque fuera efímera. La emoción del momento de despedirse nos dejó claro que habían disfrutado cada segundo de esa semana que supuso la primera gran experiencia vital de nuestros hijos.
A finales del mes de agosto, el chat de la familia echaba humo. Había que organizar los turnos para acompañar a mis padres al hospital cada día durante cinco semanas. El cuadrante se completó rápidamente y mis padres estuvieron acompañados cada uno de los días del tratamiento.
De esa manera nos plantábamos en el mes de octubre en el que dos citas protagonizaban todas las conversaciones familiares. Mi carrera y el concierto de The Black Crowes.
El día de la carrera puedo dormir una siesta gracias a la inestimable colaboración de Paula que deja la casa libre de niños para que pueda descansar. Antes de salir viene mi amigo Luis, el fisio, para vendarme los tobillos, hay que ser precavido. Paula tiene que recoger a las niñas y solamente puede acercarme a las 19:30. La carrera empieza a las 23:30, me esperan cuatro horas muertas. Recojo el dorsal, reviso por última vez el material, dejo la mochila de vida (que la organización llevará a Rascafría) y me dispongo a esperar.
Por fin abren el control de material y empezamos a entrar en el cajón de salida. 8,7,6,5,4,3, todos coreamos la cuenta atrás al unísono, mientras los “beep” de los relojes marcan que la carrera ha empezado. Comenzamos con la subida a la Maliciosa. Al principio no estoy cómodo, sé que me lleva un rato calentar y que la agitada respiración no es tanto por la dureza de la subida como por los nervios. A mitad de subida las piernas empiezan a funcionar y en la última parte dejo los pocos nervios que me quedan. Todo va bien, no me ha costado tanto llegar arriba y afronto la bajada con mucha precaución. Es una bajada muy técnica con muchas piedras y raíces. Cuando termino la parte más difícil y ya se puede correr un poco, comienzo a tener ligeras molestias en ambas piernas. Es un terreno más sencillo y por fin puedo soltar un poco las piernas y subir el ritmo, no quiero pasarme, pero la sensación de correr de noche por La Pedriza con los ruidos de la naturaleza y tu propia respiración como únicos acompañantes hacen que aproveche ese terreno y consigo pegarme a un pequeño grupo de corredores. Los últimos tramos antes de llegar a Canto Cochino el grupo se despega un poco de mí. Las molestias aumentan y me veo obligado a bajar de nuevo el ritmo. Tengo la subida a la Hoya de San Blas y después a la Morcuera. Este tramo se me hace infinito, nunca se acaba. La última parte la conozco porque el recorrido coincide con el del TP60 que corrí el año pasado. Cuando llego arriba pienso que lo peor ha pasado, me quedan quince kilómetros de bajada hasta Rascafría, terreno favorable. En cuanto empiezo la bajada me doy cuenta de que el dolor se intensifica y me impide correr con normalidad. La sensación es horrible, pero sé que tengo que llegar a Rascafría donde mi amigo Javi me espera para subirme los ánimos. A pesar de todo, llego con diez minutos de antelación con mi mejor previsión. Allí me paro 25 minutos y me doy unos masajes con la pistola en las zonas afectadas. El dolor de la pierna izquierda desaparece por completo, el de la derecha continua. Eso abre una pequeña grieta en el muro de desánimo que he levantado y pienso en llegar hasta La Granja donde decidiré si continuo o no. Un sándwich, una Coca-cola bien fría y tres donetes me aseguran la carga de energía para la siguiente parte de la carrera. Los chistes, chascarrillos y sucesos varios que Javi me cuenta con tanta gracia también me garantizan suficientes arrestos para los siguientes kilómetros.
Ha amanecido, he comido, he recuperado una pierna, me he cambiado de camiseta y de calcetines, me he quitado el cortavientos y he sacado las gafas de sol. Es el kilómetro 56 de carrera y es el momento perfecto para ponerme un poco de música que me acompañe en la subida al puerto del Reventón. En cuanto lo conecto suena el “Run to the Hills” de Iron Maiden, no se puede empezar mejor. El volumen está demasiado alto y trato de bajarlo un poco. Al apretar el botón, la música se para y el reproductor se bloquea para no volver a encenderse. No tengo música y me duele una pierna. En las subidas prácticamente no noto el dolor y hago toda la ascensión a buen ritmo. En las últimas curvas veo un corredor que viene en contradirección, al acercarnos veo a Jose, mi amigo de la urbanización con quien hace unos años empecé a correr por la montaña. Ha venido a acompañarme un tramo lo que me hace especial ilusión. La bajada hasta La Granja se me pasa volando, no por el ritmo ya que no consigo correr, sino por la compañía.
En La Granja me despido de Jose y veo que Javi y Celia están esperándome como clavos. Ahora los acompaña Pichi. Todo ese cariño me hace olvidarme un poco del dolor. Estoy en el kilómetro 80, tengo que seguir. Me doy de nuevo con la pistola con la esperanza de que esta vez el dolor remita. No lo consigo y afronto la mayor subida de la carrera, La Granja-Peñalara. La subida es preciosa y de nuevo la hago a buen ritmo, subiendo, la pierna responde bien. Al llegar arriba y comenzar la bajada a Cotos me sobreviene la gran crisis, no voy a poder. Tengo que llegar de cualquier modo a Cotos así que decido aplazar la decisión, ahora solo me centro en bajar. Al final de la bajada veo a mi hermana Blanca con su familia y a mi hermano Manuel con su hijo del mismo nombre. “¿Vas a seguir, ¿no?” Me queda la subida a la Bola y la bajada a Navacerrada. He entrenado muchas tardes de verano por estos caminos y los conozco bien. Confío y consigo hacer bien la subida parando en el último avituallamiento. Justo cuando estoy saliendo veo a un corredor bajando de espaldas porque no puede con el dolor de cuádriceps. Reconozco que no es muy ético pero la desgracia ajena me motiva en esos momentos: “Los hay que van peor que tú”, pienso. La bajada es eterna y la parte final por una pista ancha y cuesta abajo se convierte en la parte más dura. Quiero llegar ya.
Por fin entro en el pueblo. Veo a mis hijos, todos ellos, junto con mis sobrinos, corren conmigo los últimos metros. Esa imagen ha sido mi motor durante las últimas 20 horas y 50 minutos y lo he conseguido. Aunque haya llegado casi diez horas más tarde que el ganador, me llevo el primer premio, un gran abrazo de la pequeña Jara que unos minutos antes preguntaba angustiada a su madre si su padre se había muerto en la montaña.
El concierto de The Black Crowes es el siguiente concierto en familia antes de la última audición del año. No defraudan, aunque a los niños se les hace un poco pesado. Es un martes, han madrugado y están cansados.
Robe cierra su gira en Madrid y después de haber estado persiguiéndole todo el año sin éxito, por fin consigo entradas. África es una gran seguidora del cantante y se gana el derecho de venir, al equipo oficial de conciertos se le suma un nuevo miembro. Tres horas y cuarto después de entrar y con los sentimientos descontrolados después del espectáculo que acabamos de vivir, salimos todos de allí con la garganta al rojo vivo y el alma ensanchada. Maravilloso, sublime, increíble, no soy objetivo, es imposible serlo cuando entras en el universo Robe y te dejas arrastrar por el torbellino de ideas y metáforas que dejan entrever la esencia del músico. Verle junto a mis hijos será una de las cosas más bonitas que me han pasado. Dejarles ver mi emoción e incluso mis lágrimas y compartir los estribillos de cada canción serán también nudos en la red que ahora tejen mis hijos con mi ayuda y que les dará la seguridad de sentirse acompañados el resto de sus vidas.
Las nubes negras que habían oscurecido todo el verano seguían dominando el cielo mientras esperábamos noticias. No tardaron mucho en llegar. El tratamiento había funcionado y con el aire que todos habíamos guardado en nuestros pulmones conseguimos ahuyentar las nubes con formas de pájaros de mal agüero. Mi padre, en una nueva demostración de disposición, paciencia y buen talante había superado una nueva dificultad. Todos los miércoles, mientras esperaban sentados a que la enfermera anunciase su nombre para entrar a la sala donde recibía el tratamiento, mi madre le leía emocionada el capítulo de cada semana a mi padre que escuchaba con atención mis historias. Al acabar sonreía y murmuraba al oído a mi madre: Gracias, una semana más.
Las luces se apagan con las figuras de mis padres en sombra encima del escenario. La energía del público sube y toma el control. Al final la pequeña sala se ha llenado mucho más de lo inicialmente previsto y todos saben que queda una canción más. Los más fanáticos hacen apuestas y varios títulos salen a la palestra. Yo, cojo aliento y dejo que los pulmones se llenen de aire, me aclaro la garganta, reúno toda la energía que me queda para darlo todo en el último tema, el que dejará a todo el público exultante. Ese es mi deseo, pero tendrás que esperar siete días más.
Paso la vida pensando en lo bueno en lo malo
Mi mente está triste me siento algo extraño
Tan solo queda una canción
Bonito nombre para un disco
Y quedará siempre la emoción
Amigos, de haberos visto
Paso la vida pensando en lo bueno en lo malo
Mi mente está triste me siento algo extraño
Mi cuerpo se agota, mi alma lo nota
De ver en el mundo mentiras de otras bocas
La loca envidia que trae la mentira
Palabra tan falsa que por mi mente pasa
Hoy pasa
El tiempo se pasa y los años me cansan
De ver la mentira que trae enterrada
Mi tiempo está en vilo, no sé qué me pasa
Mentiras, palabras, todo es una farsa
Tengo un momento de ansias mundanas
Quisiera decir lo que siento en mi alma
Que la vida pasa, hoy pasa
Y en mí, y en mí, y en mí
Llevo un mundo nuevo latiendo con mi alma
Las aventuras que he podido vivir y en mí, y en mí
Que ya y que ya y no aguanto más odiar así y en mí
Paso la vida pensando en lo bueno en lo malo
Mi mente está triste me siento algo extraño
Mi cuerpo se agota, mi alma lo nota
De ver en el mundo mentiras de otras bocas
La loca envidia que trae la mentira
Palabra tan falsa que por mi mente pasa
Hoy pasa
El tiempo se pasa y los años me cansan
De ver la mentira que trae enterrada
Mi tiempo está en vilo, no sé qué me pasa
Mentiras, palabras, todo es una farsa
Tengo un momento de ansias mundanas
Quisiera decir lo que siento en mi alma
Que la vida pasa, hoy pasa
Y en mí, y en mí, y en mí
Llevo un mundo nuevo latiendo con mi alma
Las aventuras que he podido vivir y en mí, y en mí
Que ya y que ya y no aguanto más odiar así y en mí
Paso la vida pensando que la vida pasa, hoy pasa
Paso la vida pensando que la vida pasa, hoy pasa
Paso la vida pensando que la vida pasa, hoy pasa
Y yo
¿O quizás no?
Añado a tu historia cada una de tus palabras y tus mails de entrenamiento que me llevaron a correr mis 20km (claro, una porquería a tu lado). Vaya empuje nos diste a Manuel y a mi!
Te quiero!
No, no… Nooo!
No quiero que esto se acabe …
Me ha encantado viajar contigo a través de todos estos años… Me ha encantado saber que yo, como tu en la mia, he ocupado un lugar tan importante. No dejo de quitarme el sombrero ante ti, mi gran y sabio Spachur.
Solo puedo decirte gracias! Gracias! Y gracias!
Te adoro Spach, que lindo cruzarnos en esta vida!
Vete pensando que y como, pero no dejes que nuestros Miercoles vuelvan a ser vulgares!
Deseando la llegada del fin…. aunque siempre puede caer un bis. Por lo menos el público se lo merece. Afina y dale caña al último. Gracias por estos ratos