Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi amigo Víctor se remonta a aquellos veranos en los que pasábamos un mes de vacaciones en El Plantío cuando la casa todavía era de mi abuela y el olor de su bizcocho inundaba las noches en el porche de la casa.
No soy capaz de recordar el motivo, pero sé que un día cogí una rama de ailanto (he tenido que buscar el nombre en Google, no soy tan listo), le quité todas sus hojas dejando únicamente la rama central y, la utilicé como elemento persuasivo contra él.
Con mi arma en la mano perseguí a mi amigo que no contaría con más de 6 ó 7 años y le golpeé varias veces en las piernas, con cierta saña, he de reconocerlo.
Recuerdo perfectamente la “bronca” de su madre. Fue una bronca calmada, sin enfados y cargada de empatía que permanecerá siempre en mi memoria. Yo pensaba que lo que me merecía era un buen tortazo que igual habría olvidado a estas alturas.
Saltamos unos años hacia adelante, ya sabéis que me encanta esa sensación, para meternos de lleno en la habitación que Paula y yo compartíamos en nuestra primera casa juntos.
Es de noche, no consigo dormir, un dolor de tripa me tiene incómodo. Paso varias veces al baño, pero el dolor va en aumento. No tengo ni idea de qué me pasa e intento adoptar una posición fetal buscando el alivio que no llega.
Los dolores se acrecentan y empiezo a preocuparme más. Tengo pinchazos en la barriga que me hacen ver las estrellas y me cortan la respiración.
Esto no es normal, nunca había experimentado un dolor así, y yo, que me parto de risa en el fisio cuando me hace daño, no puedo con este dolor y se me saltan las lágrimas.
Despierto a Paula que no sabe qué hacer, todavía no tiene carnet y a mí me es imposible coger el coche.
Podía haber hecho mil cosas, podría haber llamado a una ambulancia, podría haber llamado un taxi, podría haber llamado a mi madre, pero no. Lo único que se me ocurre, porque sé que no va a fallar, es llamar a mi amigo Víctor que vive en Villalba para que a las tres y media de la madrugada venga a buscarme y me lleve al hospital.
En no más de 40 minutos que se me hacen una eternidad, estoy subiéndome entre retortijones al coche de Víctor que nos lleva a Paula y a mí al Puerta de Hierro antiguo y me dejan en urgencias.
Al final, al parecer eran solamente gases.
“Deja de contarnos cosas raras y cuéntanos de una vez qué tal te fue en la carrera”, estaréis pensando.
Bien, allá vamos. Todavía no he tenido tiempo de ordenar bien mis pensamientos, así que no se qué va a salir, pero sí espero que me ayude a mí mismo a encontrar de nuevo el camino.
Semana previa a la carrera.
Una semana en la que ya no entrenas prácticamente nada, se trata de llegar lo más descansado posible al día de la carrera.
El lunes por la noche, unos pasos inquietos sacuden la tranquilidad del dormitorio. África ha vomitado varias veces, pero Paula se encarga de todo. Yo descanso como un bendito.
La semana transcurre sin grandes acontecimientos, visita obligada a Luis Fisio (www.anicca.es), un par de pequeñas salidas de una horita necesaria para calmar los nervios y, las compras de última hora.
Así nos plantamos en la noche del jueves. Tras cenar unas alitas de pollo al horno y terminar todas las rutinas nocturnas me meto en la cama. Al día siguiente toca madrugar. He quedado con mi primo para echarle una mano y el despertador sonará a las 6:00.
Intento dormir, pero no encuentro la postura. Después de colocarme de mil maneras diferentes miro el reloj y son las 02:00. No hay manera.
Me levanto un rato, reviso unas cosas del trabajo, aprovecho para pasar por el baño y me vuelvo a la cama.
Nada. Sigue sin haber manera.
No pasa nada, pienso.
Aunque duermas tres o cuatro horas solo, después tengo tiempo de sobra de echarme una buena siesta que seguro que me sienta genial.
Es entonces cuando empieza a desatarse la tormenta.
Son las 3:15.
Esta vez es Unai el que viene a la habitación a decirnos que ha vomitado. Paula, que aún durmiendo sabe que yo necesito dormir esa noche, se levanta a comprobar el desaguisado (nunca mejor dicho).
Entre todo el revuelo causado para quitar las sábanas, colchón, almohada y demás, uno de los perros aprovecha y hace un pis en la misma habitación donde Paula pelea contra los elementos.
Los gritos se escuchan por toda la urbanización, aunque a esas horas esperamos que se difuminen con las pesadillas de cada uno.
Mierda de habitación que tenéis, coño!
Qué asco! He pisado el pis del puto perro!!!
Ibón, que duerme como un lirón, abre un ojo, ve a su madre gritando y no comprende nada.
En cuanto Paula tiene controlada la situación y Unai está más o menos acomodado, es el turno de Jara.
Después va Ibón.
Yo, con el primer aviso de Unai, también noto que algo va mal. Consigo alcanzar una papelera y hundo mi cabeza en ella para empezar a volcar toda la mierda que tengo dentro.
Comienza en ese momento una sucesión de fases circulares, vómito, tiritona, frío de la muerte, calambres en los gemelos, descanso y vuelta a empezar.
A las 5:29 consigo poner un mensaje a mi primo y le digo que si sabe contar, que no cuente conmigo.
A las 08:00 por fin consigo dormir.
No sé dónde está Paula ni qué ha pasado con los niños. Necesito dormir.
La crisis parece que ha pasado. Duermo hasta las 12:30. Al levantarme veo a Paula y a todos los niños y me entero de que no han ido a clase y que todos han estado igual.
Me encuentro mejor pero la paliza ha sido importante. Decido darme una ducha e irme a por el dorsal a Navacerrada.
Intento comer un poco de arroz, pero no me entra.
Me voy a dormir. Pongo el despertador cuatro horas después.
Antes de ello, Isa, la mujer de Luis, me trae unos prebióticos que me dice que son mano de santo. Me tomo uno y me encomiendo a todos los santos.
Consigo dormir dos horas y media y remoloneo quince minutos más. Suficiente.
Me encuentro razonablemente bien, aunque intento comer algo más de arroz y no paso de tres o cuatro tenedores. Llevo comida en la mochila, así que si veo que me entra hambre puedo comer algo y seguir. Eso será buena señal.
Todos mis pensamientos son positivos. Por primera vez en todo el día, pienso que puedo hacerlo. Preparo todo el material y llamo a mi amigo Fernando, con el que voy a ir a la carrera, para ver por donde anda.
Fernando es conductor de autobuses y termina su turno a las 20:00. Hemos quedado a las 21:30 para ir tranquilamente a recoger su dorsal y a prepararnos.
Estoy a 80 km de Madrid con un bus averiado esperando a que llegue la grúa. No sé a qué hora voy a llegar.
Nada me saca de mi estado de concentración y de calma. Actitud positiva. Respira.
Bueno, tranquilo. Seguro que llega rápido y te da tiempo.
Son las 22:20 de la noche. La recogida de dorsales es hasta las 22:30 y hablo con la organización para ver si le pueden guardar el dorsal porque no llega a recogerlo, pero es posible que llegue a la salida.
No te podemos dar la camiseta, me dicen.
Yo no quiero la camiseta, me da igual la camiseta, quiero que alguien tenga su dorsal preparado por si le da tiempo a llegar, coño!
A esas horas mi estado de concentración y calma ha saltado por los aires. He tenido que improvisar la subida a Navacerrada. Al final decido irme con el coche y si acabo la carrera ya veremos qué hacemos con él.
En realidad, mi parte más prudente, que también la tengo, aunque un poco escondida, iba preparando el plan B. Si me retiraba, había autobuses de la organización que me llevaban hasta Navacerrada de vuelta. Si tenía allí el coche, no tenía que molestar a nadie para que me fuera a buscar.
A las 23: 15 más o menos, llegaba Fernando a su casa sin posibilidad ya de llegar a la carrera y yo salía hacia la línea de salida.
En la cola para la revisión del material me encontré con Isra, otro amigo que iba a correr también y nos quedamos juntos.
Allí dentro, rodeado de corredores que seguramente estuvieran pensando lo mismo que yo, conseguí volver a concentrarme en mi.
Ya lo has conseguido, estar aquí ya es un premio, pensé en el momento que daban la salida.
Los primeros cuatro o cinco kilómetros son por una pista con cierta pendiente, no es dura, pero es constante y nunca me suele gustar mucho.
Decido coger un ritmo cómodo porque siempre tardo un rato en calentar bien y no quiero empezar sufriendo. La subida hasta la Barranca se me hace sorprendentemente fácil y casi sin esfuerzo estoy en la fuente de la campanilla.
Allí la cosa se empieza a poner seria. Empieza la verdadera subida a La Maliciosa.
Con calma, pienso. Vas muy bien. Bebe un poco de isotónico y para arriba.
Puuaajjj, que asco me da el isotónico ese de la madre que lo parió.
Mala señal.
A mitad de subida me adelanta Isra dándome ánimos. Vamos Marquitos, vamos.
Ya me había dado cuenta de que no iba a poder.
Intento regular en la subida y tomármelo con calma. En el collado, antes de afrontar la última parte de la subida más sencilla, recuerdo cómo pocos días antes ascendía por allí corriendo sin parar hasta la bola del mundo sin asomo de fatiga.
Tengo ya la cima cerca, así que sigo, a ver si en la bajada consigo recuperarme un poco.
La hago prácticamente andando. Los primeros tramos son muy técnicos y por la noche hay que poner especial atención, así que mi falta de fuerzas se puede disimular un poco con precaución y hago una bajada más o menos decente.
A partir de ahí se suceden una serie de senderos que desembocan en Canto Cochino, primer avituallamiento de la carrera. Kilómetro 18.
Es fue la parte que más me gustó el año pasado e intento disfrutarla. Intento correr de vez en cuando, pero cada vez que paso más de tres minutos seguidos tengo que parar y ponerme a andar porque las pulsaciones me suben muchísimo.
Pienso en comer algo para meter energías al cuerpo y soy incapaz. Solo puedo “obligarme” a beber agua.
¿Dónde vas alma de cántaro?, me sorprende una voz grave.
No sé de dónde viene esa voz, pero me suena. ¿Será el bosque? ¿Será el viento o quizás yo mismo?
Prefiero ignorarla y seguir…andando, eso sí.
You shall not pass!!!!, esta vez lo he escuchado perfectamente, aunque solamente haya sonado en mi cabeza.
Cállate, coño, déjame en paz, yo quiero seguir. A lo mejor me recupero y te dejo con un palmo de narices, Balrog de los cojones, pienso yo.
En ese momento, mi frontal empieza a parpadear. 4 veces. Eso es señal de que se está acabando la batería. Vaya puta mierda de frontal que me he comprado que a las dos horas está ya sin batería. En el cuarto parpadeo, en plena oscuridad, tropiezo con una piedra y me tambaleo hacia delante con la suerte de poder agarrarme a unas ramas a tiempo para no caerme de bruces.
Hace frío o por lo menos yo lo siento a pesar de ir en movimiento.
Si el frío rompe la noche de escarcha
El hielo hará crecer la herida
Más sabia, más sabia
No recordaba que esta bajada fuera tan larga. Se me está haciendo eterna.
¿porqué tú aquí, amigo?, la misma voz de antes, con distinto acento, mismo mensaje.
Estoy donde quiero estar aunque sé que no debería estar. No quiero retirarme, quiero atravesar La Pedriza, subir Morcuera de noche, bajar hasta Rascafría y continuar todo el camino. Eso es lo que quiero hacer, de verdad, quiero hacerlo.
Bajo al mínimo la luz del frontal y esa pequeña luz se convierte en mi propia luz interior, íntima, verdadera. Estoy yo solo andando por la oscuridad con esa pequeña luz que todavía me queda dentro. Es el momento más recogido de la carrera. Estoy completamente solo conmigo mismo, nadie me mira, nadie me observa ni le importo a nadie justo en este momento.
Si te encuentras frente al silencio
Pronto te darás cuenta
De todo, de Todo
Estamos mi luz y yo, ambos pequeñitos, ambos a punto de apagarnos.
La ilusión que me ha movido hasta ahora se ha desvanecido, en esa luz solo hay espacio para mi tristeza y para mí. Acabo de tomar la decisión. Me retiro.
Y quizá hayas andado el camino ya
Cuando mires atrás
En ese preciso instante reconozco la voz que me ha estado hablando. Es la de mi amigo Víctor que minutos antes de comenzar la carrera me decía: Si me necesitas, llámame y voy donde me digas.
Víctor, ven a buscarme, por favor, le digo nada más entregar mi dorsal en el punto de control.
Son las 2:48 de la madrugada y espero en el autobús de la organización para salvaguardarme del frio que hace a esas horas en La Pedriza. No consigo distinguir si es frío ambiental o si la que se ha quedado helada es mi alma por la tristeza.
Estaba dispuesto a reconocer una derrota contra la montaña pero irme así, sin haber tenido la oportunidad de pelearme contra ella, me dolió…me dolió mucho.
A las 03:15 miro de nuevo hacia afuera del bus y allí está, una vez más, la persona que siempre está cuando la necesito.
A las 04:15 entraba en casa.
Mientras me duchaba escuché a Paula, la única de la familia que no había caído todavía, agarrarse al mismo cubo que había usado yo el día anterior y repetir la misma operación. Parece que sabía que tenía que aguantar hasta que yo volviera para dejar hacer al virus.
Que nos hablen después a nosotros de trabajo en equipo.
El sábado amanecí después de unas cinco horas reparadoras con ganas incluso de comerme un donuts de chocolate que Paula había comprado el día anterior para cuando volviera triunfante de la carrera. ¡Cómo me conoce!
Me tocaba tomar las riendas del desvencijado carruaje en que se había convertido la casa para permitir descansar a Paula. Tras preparar los correspondientes desayunos y dejar a todos medio apañados entre sacar a los perros, ir a por pan, sacar la basura e ir a buscar a la amiga de la pequeña para jugar, volví a la habitación donde Paula descansaba.
Miraba el reloj, cada instante.
Las 12:00. Debería estar llegando a la Granja.
Muchas veces he escuchado hablar sobre los miembros fantasmas de la gente amputada. Dicen que puedes sentirlo, que te pica y que incluso te puede doler, pero no está ahí.
Las 13:00. Debería estar subiendo Peñalara.
Algo así me pasaba a mí. Los recuerdos del año pasado, las ganas que le había puesto y, porqué no decirlo, la envidia sana de saber que mi amigo Isra iba avanzando, hacían que solo con pensarlo casi pudiera visualizarme en esa bajada o en aquel avituallamiento.
Cerraba los ojos y casi lo sentía, me veía subiendo por el puerto del Reventón cantando la música que me sonara en esos momentos y avanzando con paso firme hacia delante.
Al abrir los ojos, las montañas se habían transformado en los barrotes de metal que protegen nuestra ventana. Por un segundo yo seguía allí, en la montaña que se había convertido en un vacío frío que picaba e incluso dolía, pero no estaba ahí.
Si estás atrapado en las sombras
Aguarda, aguarda
Del lodo crecen las flores
Más altas, más altas
Dejé a Paula descansando, me fui al baño y lloré.
Lloré un rato, un rato largo. Hacía mucho que no lo hacía.
Yo debería estar allí…
Yo debería estar allí…
Yo debería estar allí…
Y quizá hayas andado el camino ya
Cuando mires atrás
Si baten contra los muros, las aguas
De la grieta nace la duda
Más sabia
Si el frío rompe la noche de escarcha
El hielo hará crecer la herida
Más sabia, más sabia
Si te encuentras frente al silencio
Pronto te darás cuenta
De todo, de Todo
Y quizá hayas andado el camino ya
Cuando mires atrás
Si estás atrapado en las sombras
Aguarda, aguarda
Del lodo crecen las flores
Más altas, más altas
Si baten contra los muros, las aguas
De la grieta nace la duda
Más sabia
Si estás encallado en la arena
Mientras los cañones avanzan
Pronto te darás cuenta
Y quizá hayas andado el camino ya
Cuando mires atrás
Si estás atrapado en las sombras
Aguarda, aguarda
Del lodo crecen las flores
Más altas, más altas
Si estás atrapado en las sombras
Avanza, avanza
Pronto te darás cuenta
De todo, de nada
Ay Marcos, qué bien escribes y describes y ambientas los sentimientos….y entre esas voces no estaba tu madre de fondo: pero donde vas hijo? O como dicen en mi pueblo: pero chicooooo andeeee vaaaaas!(con acento aragonés) con gastroenteritis unos no llegamos ni al baño y tú te haces 18km! Eres la ostia!
Pues seguramente alguna de esas voces sería la de mi madre!!! Gracias por los ánimos!!!
Maravillosa historia a pesar de los pesares. Un fuerte abrazo!!!
Gracias Jose!!!
Si es que lo sabía que iba a llorar!
Me ha encantado leer: y lloré…lloré un rato largo..
¡Mucho ánimo, Marquetes! Aunque no reconozca nada de los detalles de tu experiencia (no sé si he corrido 18 kms acumulados en toda mi vida), esa sensación de frustración la hemos tenido todos/as alguna vez, y sólo nos cabe levantarnos para seguir hacia la siguiente meta, cualquiera que sea. En esos momentos amargos podemos sentirnos afortunados de saber que tenemos un Vitín (¡grande!) que siempre va a estar ahí para recogernos, incondicionalmente.
Tu mejor relato hasta la fecha, y no es poco decir…
¡Un abrazo fuerte; hasta la victoria, siempre! 💪🏻
Si algo me queda claro después de conocerte… es que nos vas a desistir hasta que lo consigas… y lo vas a conseguir. Mucho ánimo querido!!