El sargento había dejado muy claras las instrucciones. No una, ni dos, sino hasta tres veces las repitió para que todos lo tuviéramos claro y no hubiera errores.
“No suele suceder”, explicaba con su voz áspera casi agrietada del tabaco negro, “pero si salta un casquillo incandescente y se os mete dentro de la chaqueta, lo primero que hay que hacer, por mucho que queme, es dejar el arma en el suelo, levantarse con las manos en alto y esperar que el oficial de turno se acerque y os ayude a sacarlo.”
POR MUCHO QUE QUEME, ¿ENTENDIDO?
Aquella explicación no hacía más que incrementar mis nervios y lo que era peor, hacer que me olvidara del resto de explicaciones. Yo solo pensaba en que no me cayera un casquillo ardiendo porque no iba a ser capaz de mantener la calma como nos habían ordenado.
De todo el proceso yo únicamente me había quedado con que solamente podíamos empezar a disparar cuando escucháramos la orden de:
Eso lo tenía claro…
Hasta que no lo escuches, tu no mueves un dedo, y menos el de disparar, pensaba yo mientras me acercaba a mi posición de disparo.
Mi concentración era máxima. Me daba exactamente igual acertar en la diana o no acertar, yo solamente quería disparar las diez balas, dejar mi arma en el suelo y no tener que volver a disparar nunca más en mi vida.
De repente, el sonido de varias armas disparando llegó hasta mis oídos. Sin duda procedían de mi derecha y de mi izquierda. Tuve unos segundos de desconcierto en los que el Cetme temblaba en mis manos.
Los disparos continuaban a derecha e izquierda, así que, sin tener claro si había escuchado la orden de “FUEGO”, tomé la decisión y comencé a hacerlo.
Pam, pim, pom, pum, así hasta diez.
Al acabar dejé mi arma en su sitio tal y como nos habían dicho que hiciéramos. Se había acabado el suplicio y había salido victorioso. No había sucedido nada.
De repente, un par de golpecitos en la espalda me sobresaltaron. El olor a Ducados del sargento le delataba y pude ver su bigote amarilleado por la nicotina moverse mientras me preguntaba:
“¿Usted ha escuchado la orden de FUEGO?”
En ese mismo instante comencé a construir mi defensa. No era culpa mía, era imposible escuchar nada con el ruido de mis compañeros disparando antes de tiempo, me pareció ver un lindo gatito…
Cuando regresamos al cuartel y nos llamaron a mi y a mis otros dos compañeros al despacho del comandante (o lo que fuera, no lo recuerdo), tenía en mi mente todo el discurso.
Era completamente inocente, tenía la excusa perfecta, yo no había empezado y por tanto no tenía ninguna responsabilidad.
Tenía la seguridad del teniente Daniel Kaffee (Tom Cruise) en “Algunos hombres buenos”
-“¿Ordenó usted el código Rojo? …
-¿Quiere usted respuestas? ¿Quiere usted respuestas?
-¡¡¡¡QUIERO LA VERDAD!!!”
Una pregunta le bastó al maldito comandante para desmontar toda mi defensa.
¿Usted ha escuchado la orden de fuego en algún momento?
Es que…
¿Usted ha escuchado la orden del fuego en algún momento?
Tenía mi defensa preparada, pero sabía que cualquier excusa que pusiera iba a ser eso precisamente, una excusa para tratar de evitar las consecuencias. No fui capaz de decir nada porque en el fondo sabía que había metido la pata, y esa era la verdad.
No, respondí con el poco aplomo que me quedaba, no la he escuchado.
Arrestado todo el fin de semana, sentenció.
Esa privación de mi libertad me dejó claro que cuando haces las cosas mal, irremediablemente vas a tener consecuencias.
No excuses
Podría decir que después de aquel desagradable episodio de mi vida, aprendí a asumir las consecuencias de mis actos sin buscar excusas enfrentándome a la verdad sin miedos.
Os estaría mintiendo.
Mucho me temo que esa búsqueda de excusas capaces de justificar nuestros errores es algo inherente a todos los seres humanos. No hay más, eso es así.
Hace ya unos meses os contaba que soy de esas personas que no saben discutir. Las ideas, los pensamientos, las réplicas se me amontonan en el cerebro y nunca salen por la boca con el mismo sentido que tenían dentro.
Yo necesito pensar, madurar lo ocurrido, sopesar mi comportamiento, naahhh, pamplinas, yo lo que necesito es tiempo para buscar las excusas que yo mismo me pueda creer para justificar cuando me comporto como un gilipollas, que es más frecuentemente de lo que debería.
Es exactamente lo mismo que cuando digo a los niños que tienen que sacar a los perros:
Yo llevo dos días sacándoles por la mañana.
Ayer les saqué yo por la noche.
Unai lleva tres días sin sacarles, así que yo paso.
No encuentro las zapatillas.
He quedado con nosequién para jugar al fortnite.
Me pica un huevo.
Excusas. Excusas, excusas.
Se me llevan los diablos cuando me ponen ese tipo de excusas sin darme cuenta que todos, sin excepción, lo hacemos a todas horas.
Excusas para esconder o disfrazar nuestros actos, para no reconocer que nos equivocamos, que metemos la pata más de lo que quisiéramos y que, si decir “lo siento” es complicado, decir “me he equivocado” es igual de difícil.
Tenemos tanto miedo a afrontar los sentimientos que provocan esas dos frases que preferimos distorsionar la realidad, inventar justificantes, atenuantes, excusas que suavicen nuestro sentimiento de culpa.
Creo que es lícito, creo que es normal, nos equivocamos tantas veces a lo largo de la vida que si no fuera por esas excusas no podríamos aguantarnos a nosotros mismos.
Pero tiene que haber un límite, un punto por muy escondido que esté, en el que reconozcamos nuestros errores y nos digamos a nosotros mismos, “¿cómo has podido ser tan gilipollas/ cobarde/presuntuoso…?
Porque es imposible tener siempre la razón y si no reconocemos nosotros mismos en nuestro interior (no hace falta que se lo confesemos a nadie o que lo soltemos tumbados en un diván) que no hemos estado a la altura, será imposible que aprendamos nada y que nos convirtamos en mejores personas.
Construyes tus propias verdades en tu cabeza y vas adaptando todos los acontecimientos a esa historia que crece solo en tu interior. A esa historia le puedes colgar todo tipo de complementos, luces y sombras, para que se vea cada vez mejor, más brillante, más llamativa, más creíble para ti mismo, pero en realidad está cada vez más alejada de la realidad.
Tanto que cuando la historia se desmorona, te la sigues creyendo y entonces te preguntas cómo te ha podido suceder esto a ti.
No me lo merezco, no me lo merezco.
¿Qué eso de merecer o no merecer algo? La vida no se trata de merecer. No puedes esperar a que las cosas pasen porque crees que las mereces.
Hace muchos, muchos años, una de las primeras veces que fui al Parque de atracciones de Madrid con mis amigos, existía una gran sala en la que había maquinas para jugar, futbolines, billar, etc…Mis amigos estaban viciados con una máquina de coches y se pasaban la tarde casi fusionados con aquella máquina.
Yo, como no solía llevar mucho dinero, prefería mirar como lo hacían o pasear para ver a otras personas jugar a otras máquinas.
Había una máquina en concreto que me llamaba muchísimo la atención. Era una de esas en la que vas echando monedas que se van acumulando barridas por una especie de escoba mecánica. Cuantas más monedas echabas, más se acumulaban al borde hasta que, con una sola moneda lograbas que cayera toda la torre que se había ido formando.
La vida es como esa máquina.
Lo que pasa es que a veces cuando se cae esa torre no es precisamente un premio.
Si pasas el tiempo echando monedas “buenas” es seguro que en algún momento recogerás tu premio. Si cada día metes monedas que crean, que te hacen crecer, que aportan, entonces tu premio irá en esa línea.
Si lo que vamos insertando en esa máquina son monedas envenenadas, monedas tóxicas, comentarios, dobles sentidos y medias verdades, suposiciones y miedos, entonces lo que vas construyendo no es más que una torre de desconfianza, y cuantas más monedas eches mayor será esa barrera que no te deja ver la realidad.
Ese montón de mierda sigue creciendo porque sigues echando esas malditas monedas, y un día, sin darte cuenta, sin esperarlo, escuchas abrirse la primera grieta justo antes de que se te caiga encima sepultándote dentro.
Si eso sucede, y siempre sucede, ¿de qué te sirve seguir buscando excusas entre los escombros? ¿No será mejor buscar las verdaderas causas del colapso? ¿No será mejor que el bombero ingeniero te diga que la verdadera causa es que los cimientos estaban podridos o que quizás los pilares estaban carcomidos?
Si no lo haces así, y utilizando de nuevo las excusas, quieres volver a construir una nueva torre, corres el riesgo de que se te vuelva a caer encima y entonces el peso de esas mismas excusas te deje sin aire que respirar.
Somos humanos y eso básicamente significa que vamos a cometer errores, probablemente cada día lo hagamos, tenemos ese derecho y ese deber, así que aprendamos, no nos planteemos si merecemos sus consecuencias o no.
No nos merecemos encontrarnos un kamikace en la autopista, nos nos merecemos salir a correr a la sierra de Guadarrama y encontrarnos con un oso polar que nos ataca, y no nos merecemos que un loco con la cara quemada y con afiladas cuchillas en lugar de dedos entre en nuestros sueños y acabe con nosotros.
El resto de cosas que nos pasan son responsabilidad nuestra por muchas excusas que queramos buscar, así que aprendamos a aceptarlo, aprendamos a aprender de esos errores, aprendamos a reconocerlos y seremos más felices hoy, aunque mañana volvamos a equivocarnos.
Tú, amigo mío
Siempre te defenderé
Y si cambiamos…bueno,
Te quiero de todos modos.
It’s alright
There comes a time
Got no patience to search
For peace of mind
Layin’ low
Want to take it slow
No more hiding or
Disguising truths I’ve sold
Everyday it’s something
Hits me all so cold
Find me sittin’ by myself
No excuses, then I know
It’s okay
Had a bad day
Hands are bruised from
Breaking rocks all day
Drained and blue
I bleed for you
You think it’s funny, well
You’re drowning in it too
Everyday it’s something
Hits me all so cold
Find me sittin’ by myself
No excuses, then I know
Yeah it’s fine
We’ll walk down the line
Leave our rain, a cold
Trade for warm sunshine
You, my friend
I will defend
And if we change, well
I love you anyway
Everyday it’s something
Hits me all so cold
Find me sittin’ by myself
No excuses, then I know
Está bien.
Llega un momento
No tengo paciencia para buscar
Para la paz de la mente
Layin ‘low
Quiero tomarlo con calma
No mas ocultar o
Disfrazando verdades que he vendido
Todos los días es algo
Me golpea todo tan frío
Me encuentro sentado solo
No hay excusas, entonces sé
No pasa nada
Tuve un mal día
Las manos están magulladas de
Rompiendo rocas todo el día
Drenado y azul
Sangro por ti
Piensas que es divertido, bueno
Te estás ahogando en ella también
Todos los días es algo
Me golpea todo tan frío
Me encuentro sentado solo
No hay excusas, entonces sé
Yeah it’s fine
Vamos a caminar por la línea
Deja nuestra lluvia, un resfriado
Cambio de sol caliente
Tú, amigo mío
Defenderé
Y si cambiamos, bueno
Te quiero de todos modos
Todos los días es algo
Me golpea todo tan frío
Me encuentro sentado solo
No hay excusas, entonces sé
Puede que sea empezar a practicar lo contrario y observar…observar que la vulnerabilidad es factor común y que despojarte de excusas libera el alma.
Qué difícil el arte de aplicar la crítica constructiva siempre y en todo, con uno mismo y con los demás, sin pasarnos ni quedarnos cortos. Distinguir la fina línea que separa el motivo de la excusa.
Y sí, es humano poner(nos)las, lo importante es darnos cuenta de que lo son para no hacernos trampas al solitario. Al fin y al cabo, las excusas no son más que la evidencia de circunstancias de nuestra vida que no nos sentimos capaces o no tenemos el valor de intentar cambiar…
¡Gran reflexión acompañada de temazo!
Thanks, our friend! ¡Buen miércoles a todos y todas!