Cuando el sol de verano se situaba por encima de la cuesta larga y del campanario de la Iglesia de las monjas, era el momento en el que la calle volvía a la vida.
Los tres escalones de la casa de Encarnita se llenaban de niños sentados comiendo el postre de la cena, un melocotón o una pieza de melón o de sandía fresca.
La cena era el descanso entre los juegos acuáticos de la piscina más propios del día y los juegos terrestres más propios de la noche.
Esos escalones eran el punto de encuentro de todos los niños del barrio que íbamos llegando a medida que éramos liberados de las distintas tradiciones de los padres en materia de cenas.
En nuestro caso, nosotros mismos nos preparábamos la nuestra. Si había sobrado algo de la comida, dábamos buena cuenta de ese algo. Si no había sobrado o algún hermano hambriento se había adelantado, solos nos quedaba el recurso del bocata.
Otro día os contaré la pericia que acabamos desarrollando el primo Miguel y yo haciendo bocatas para cenar.
Hoy no es ese día.
Hoy quería hablar de otra cosa.
Uno de esos veranos mientras apurábamos la pieza de fruta y esperábamos a los más rezagados sentados en esos tres escalones, la figura de un joven corredor aparecía por la calle que daba a la carretera principal, bajaba para girar por la calle principal, justo delante de donde estábamos nosotros, y avanzaba por esa calle hasta que le perdíamos de vista.
Cada vez que hacía ese giro para encarar la larga recta que le llevaba hasta la cuesta larga, uno de nosotros gritaba en alto, sin malicia ninguna, una frase de los dibujos animados que ponían ese verano a la hora de la siesta.
El calor era tan intenso en esos veranos a la hora de la siesta que lo único que se podía hacer era sentarse en el frío suelo del salón intentando no morir derretido mientras veías las aventuras de Willy Fog apostador, caballero y gran señor.
“Corre Bully, corre”, era el grito que le dedicábamos cada día, uno sí y otro también, insisto, sin malicia ninguna, a aquel corredor aficionado.
A él parecía no gustarle demasiado porque siempre nos miraba con mala cara, hasta que un día cansado de tanto “Corre Bully, corre”, decidió detener su entrenamiento y enfrentar a aquel numeroso grupo de niños que solo querían animar y reírse un poco.
“Quiero hablar con vuestros padres”, nos dijo con mirada desafiante.
Como mis hermanos y yo éramos los más numerosos dentro del grupo y además nuestra casa era la más cercana a las escaleras de casa de Encarnita, fue mi madre la que salió a ver qué pasaba.
El joven corredor explicó muy educadamente que estaba preparando la maratón y que le molestaba mucho que cada día le dijéramos esa frase y que, bla, bla, bla….
Desde el mismo momento que dijo que estaba preparando una maratón la imagen que tenía de ese chico cambió por completo, y paso de ser el alter ego de un dibujo animado para convertirse en un auténtico héroe para mi.
Yo no volví a gritarle eso de “Corre bully, corre” no porque me hubieran convencido sus razones o la medio bronca de mi madre, sino porque le miraba con absoluta admiración.
Era la primera vez que conocía a una persona que fuese capaz de enfrentarse a tantísimos kilómetros.
Este domingo me enfrento yo a mi tercer maratón y aunque sé que nadie me va a gritar esa frase, en mi cabeza resonará cada vez que doble una esquina o cada vez que piense que las fuerzas me abandonan.
Hace dos años cuando acabé mi primera participación en el maratón de Madrid me juré a mi mismo que era la última vez.
Menos mal que no suelo hacer mucho caso a mis propios juramentos. O quizás es que solo hago caso a los que me interesan.
Sea como sea, en Navidades, hablando con mi primo Ignacio me convenció para volver a correr la carrera.
No le costó demasiado.
“Yo ya me he apuntado, podrías apuntarte y correr conmigo”
“Venga”
Menuda labia tiene, cuando se propone algo no para hasta que lo consigue.
En la edición de 2022, uno de esos niños que me acompañaban en las escaleras de la casa de Encarnita unos cuantos años antes, mi amigo Darío, me regaló el entrenamiento de la maratón con su entrenador personal. Esa misma planificación convenientemente guardada, es la que he seguido este año.
14 semanas de todo tipo de entrenamientos, tiradas largas, fartlecks, series, intervalos, cuestas, rodajes…
14 semanas, varias de ellas fuera de casa, Oporto, Valencia, Gerona, cumpliendo con cada entrenamiento y disfrutando también de cada entrenamiento.
Sí, tengo un objetivo de tiempo.
A todos los que nos ponemos un dorsal al pecho nos gusta tenerlo, nos motiva. Sé que va a llegar un momento en la carrera que mande al objetivo a freír espárragos y lo único que quiera sea acabar, cruzar la línea de meta, pero hasta que eso suceda, me gusta ir cumpliendo los tiempos como si fuera un profesional.
Vaya pedrada en la cabeza tienes majo, estarás pensando.
Espera que esto no es todo.
Sé también que el dolor de algunos, las caras de sufrimiento, sus paradas en los bordillos para estirar los gemelos y los tramos que anden, serán mi motivación.
No sé si es muy deportivo o muy ético, pero así son las cosas.
Cada vez que veo algún corredor penando, una vocecita interior me grita:
“Tu no, tu no, sigue corriendo. No pares, no pares”
The way it is.
Puede que sea un cabronazo sádico por sacar fuerzas del dolor de otros, aunque yo pienso que debe ser algo recíproco y si yo paro porque los calambres no me dejan avanzar, no me supone ningún drama pensar que alguno de los que siguen corriendo se está alimentando de mi dolor.
Somos extraños los corredores, aunque creo que más bien somos humanos, así que, por pura propiedad asociativa o conmutativa (nunca conseguí aprendérmelas), me temo que la conclusión es que los humanos somos extraños (y los que corremos más extraños todavía).
Cada uno tiene sus fuentes de donde nacen sus fuerzas y cada uno tiene sus recursos para seguir avanzando.
A veces es el dolor de los demás, o quizás lo que me motiva es el miedo a sufrir ese mismo dolor.
Otras veces será mi propio orgullo el que me aliente a continuar.
En alguna cuesta la motivación nacerá del pensamiento de mis hijos o quizás al pasar junto a algún recuerdo emocionante con Paula.
También vendrán de cada uno de los días que he salido a luchar contra el frío, el viento, la lluvia o incluso la nieve.
Otras veces, sinceramente no sé de dónde saldrán, pero sé que saldrán. No me preguntes por qué lo sé. Simplemente lo sé.
Así son las cosas.
Últimamente no os cuento nada sobre la canción y creo que es una buena costumbre que tengo que recuperar.
El domingo cuando pase por la calle O´Donell cerca de la Maternidad, al mirar hacia las aceras probablemente pueda ver a dos chiquillos con un balón en la mano compartiendo unos auriculares de walkman en los que están escuchando esta canción y comentando felices la buena nota que han sacado en su trabajo de lengua en el que tenían que hacer un guion de cine y contarlo con fotos colándose en una casa abandonada.
En esa cinta de Nacho, uno de esos dos chiquillos, encontré esta canción con temática social que nunca entendí y con un inicio que quedó grabado en mi memoria y que, indeleblemente evoca tiempos más felices y amistades que aún siguen vivas.
Una amistad maratoniana, ya ultramaratoniana que nos ha regalado la vida y que sigue discurriendo paralela por distintos recorridos que se cruzan de vez en cuando para darnos ánimos, estirar los músculos del alma y seguir nuestra carrera al grito de
“¡Corre Bully, corre!”
Así son las cosas…
PD. La semana que viene estaré cerrado por obras, es posible que incluso duren dos semanas. Si puedo aparecer, haré «chas» y apareceré a tu lado. Si no puedo, espero que sigas por aquí a mi vuelta.
Así son las cosas
Standing in line, marking time
Waiting for the welfare dime
‘Cause they can’t buy a job
The man in the silk suit hurries by
As he catches the poor old ladies’ eyes
Just for fun he says, «get a job»
That’s just the way it is
Some things’ll never change
That’s just the way it is
Ah, but don’t you believe them
Said, «Hey little boy, you can’t go where the others go
‘Cause you don’t look like they do»
Said, «Hey old man, how can you stand
To think that way?
Did you really think about it
Before you made the rules?»
He said, «Son
Well, that’s just the way it is
Some things’ll never change
That’s just the way it is
Ah, but don’t you believe them»
Mm, yeah
well, they passed a law in ’64
To give those who ain’t got a little more
But it only goes so far
Because the law don’t change another’s mind
When all it sees at the hiring time
Is the line on the color bar, no, no
That’s just the way it is
And some things’ll never change
But that’s just the way it is
That’s just the way it is, it is, it is, it is
Haciendo cola, marcando el tiempo
Esperando el dinero de la seguridad social
Porque no pueden comprar un trabajo
El hombre del traje de seda pasa deprisa
Mientras mira a las pobres ancianas a los ojos
Sólo por diversión dice, «consigue un trabajo»
Así son las cosas
Algunas cosas nunca cambiarán
Así son las cosas
Ah, pero no les creas
Dijeron: «Oye pequeño, no puedes ir donde van los demás
Porque no te pareces a ellos»
Dijo: «Oye viejo, ¿cómo puedes soportar
Pensar de esa manera?
¿Realmente lo pensaste
Antes de hacer las reglas?»
Él dijo: «Hijo
Así son las cosas
Algunas cosas nunca cambiarán
Así son las cosas
Ah, pero no les creas»
Sí.
Bueno, aprobaron una ley en el 64
Para dar a los que no tienen un poco más
Pero sólo llega hasta cierto punto
Porque la ley no hace cambiar de opinión a nadie
Cuando todo lo que ve a la hora de contratar
Es la línea en la barra de color, no, no
Así son las cosas
Y algunas cosas nunca cambiarán
Pero así son las cosas
Así son las cosas, así son, así son, así son…
Corre, Marcus, corre!
Jajajaj 👍
¡Vaya temazo el de hoy! Y lo de «mal de muchos, consuelo de tontos», pues será que todos/as lo somos, porque no habría nada más deprimente para cualquiera que la certeza de ser el único al que le pasa algo malo… Somos humanos/as, y punto.
¡Disfruta tu merecida pausa, nos leemos por aquí pronto!
Hola Marcos: ¡Como te admiro! A mí me da pereza ir al super que está a 150 metros de casa y tú haciéndote tantos kilómetros. Me parece imposible, pero sé que es verdad. La próxima vez que corras una carrera iré a verte para gritarte: —!Corre, Bully, corre»! A lo mejor entiendes porque aquel muchacho le enfadaban tanto esas palabras. Hasta la próxima…
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