Las luces continúan apagadas, eso es buena señal. Los silbidos y gritos del público indican que quieren más.
Un pequeño “Oeoeooooooeoeeeeee” comienza en una esquina de la sala y poco a poco va ganando adeptos que se suman al griterío para formar un coro reivindicativo. “Oootraaaaaaa, ooootraaaa”, se convierte en la siguiente proclama que va acompañada de puños en alto acompasados con el ritmo que marcan los miles de pies que golpean al unísono el suelo de las gradas.
Los de primera fila, los que más tiempo llevan, empiezan a notar cierto nerviosismo detrás del escenario. Un técnico pasa corriendo con una Les Paul en la mano y se pierde tras una cortina negra. Otro técnico hace una rápida aparición en el escenario, ajusta uno de los pedales de la guitarra solista y sale corriendo hacia el lado opuesto. Ese nerviosismo afecta a las primeras filas y el rumor comienza a avanzar como una gran ola por toda la sala. El nivel de intensidad es tal, que el griterío se ha convertido en un clamor, miles de gargantas unidas bajo un mismo coro.
Espera
Espera…
…cuando el nivel de ruido es máximo, el grupo salta de nuevo al escenario.
Los bises son obligados en cualquier concierto de rock que se precie. Son los momentos de liturgia, de comunicación, momentos en los que cada uno de los asistentes tiene el convencimiento de que, si lo pide con suficiente fe y ánimo, el grupo notará esa energía especial y volverá para ofrecer sus mejores temas, los que diferencian los conciertos normales de los que se convierten en experiencias grandiosas. Si además de convertirse en grandiosas, las compartes con alguien especial, entonces pasan a ser instantes inolvidables que unen esas dos almas en un momento único con suaves hilos de seda bailando sobre un pentagrama.
Pues como dice la canción: “Here I go again”. ¿Ya os la sabéis? Es de las primeras así que os debería de haber dado tiempo de sobra a aprenderla.
Por primera vez me enfrento a lo que tantos artistas tienen pavor, la hoja en blanco. Hasta ahora ha sido todo más sencillo, únicamente tenía que evocar y dar forma a esos recuerdos de manera más o menos ordenada (el Delorean ha estado bastante operativo este último año viajando de acá para allá). Con las memorias y, con algunas palabras también más o menos bien ordenadas, rellenaba páginas y revivía historias. Pues no es tan difícil esto de escribir, “¡voy a seguir!”, me digo animado.
Y ahora, ¿qué coño os cuento yo?
Llevo bastantes meses pensando en cómo continuar esta aventura con la esperanza de encontrar alguna idea genial que pudiera alargar este encuentro semanal. A pesar de todos mis esfuerzos, por el momento, no he encontrado nada. Sin embargo, he descubierto algo. Me gusta escribir y los momentos que dedico a ello son ahora comparables a tomarme una tarrina de Strawberry Cheescake o a coronar la Maliciosa. De repente, a los 50 años me encuentro a mí mismo sentado al ordenador devorando los minutos y volando lejos. A la pregunta de alguno de vosotros, “¿continuarás?”, la respuesta es clara: quizás.
Hay ideas que rondan mi cabeza, historias a medio inventar, comienzos estancados y muchas dudas. Por el momento me conformo con seguir viendo el camino que se ha abierto delante mío y que, con mucha prudencia y sin alejarme mucho, he empezado a recorrer. Si esas historias quedarán para mí propio disfrute o si seré capaz de reunir el valor para mostrarlas, por el momento, es algo que desconozco.
En enero del año pasado, mientras sonaba John Lennon, yo me acercaba al acantilado, me quitaba toda la ropa y miraba hacia abajo. Acababa de saltar a mi propio mar y disfrutaba de la sensación de recorrer todos los rincones de mis recuerdos. De sentir que el sol calentaba mi cara mientras flotaba bocarriba en los primeros días de mi vida, de dejarme abrazar por las primeras olas, aún débiles, que me enseñaban a fundirme con ellas y dejarme llevar hasta la orilla, de notar como su intensidad aumentaba y que, en ocasiones, el sol que antes siempre brillaba, ahora se escondía tras las nubes. Ver cómo el mar me entregaba pequeños tesoros que debería proteger y guiar para que algún día otros encontrasen sus propios tesoros.
Salgo como nuevo de ese baño. Las aguas frescas activan mi circulación y noto mi cuerpo relajado. Aspiro una gran bocanada de aire que llena mis pulmones y camino, de nuevo, hacia el acantilado. Miro hacia abajo y el mar ha cambiado. Apenas puedo distinguirlo y parece que una manada de caballos salvajes galopa sobre las olas para desaparecer agitadamente entre las arenas de la playa. Me da miedo saltar, el agua no es tan cristalina como antes y en algunas zonas las rocas proyectaban una sombra que me intimida. Me ajusto bien a la espalda mi burbuja rosa con la que aprendí a nadar y tratando de no llamar mucho la atención, cojo carrerilla y salto.
Si el salto es medio decente y consigo volver a la orilla, os lo enseñaré. Si me pego un planchazo, las olas me dan cien vueltas, trago medio mar y al llegar a la orilla una última ola me da el revolcón final, entonces agacharé la cabeza y, disimulando la cojera, me alejaré tranquilamente de esa playa.
La nostalgia y la añoranza son sin duda, buenas herramientas para conectar con otras personas. Este viaje mío ha servido para reconectar con muchas, pero lo que más me ha sorprendido ha sido que, varios de los que cada miércoles esperabais la canción de la semana, habéis podido, gracias a mis recuerdos, activar los vuestros y recorrer cada uno vuestro propio camino. Yo marcaba el ritmo y cada uno de vosotros os dabais vuestro correspondiente chapuzón en el mar de los recuerdos. Haber conseguido eso, para mí, es más importante que cualquier otra cosa.
Creo que el gran mérito de todo este trabajo es precisamente ese. Cuando comencé solo quería traer un poco más cerca a las personas que han estado ahí, pero nunca pensé en las consecuencias, en lo que haría sentir a quienes habéis gastado vuestro tiempo en conocerme un poco más. Tampoco conocía mi capacidad para emocionar, que muchos me habéis confesado, y sé de buena tinta que muchos miércoles estas emociones han acabado por convertirse en lágrimas rápidamente disimuladas. Ha sido tan conmovedor que todas las horas invertidas delante del ordenador o pensando en el siguiente capítulo han valido la pena.
Al final, gracias a la inestimable ayuda de Pichi, he recopilado todos los capítulos y los he maquetado en un libro. No tengo intención más que de imprimir veinte unidades para guardar yo cuatro, que algún día regalaré a mis hijos, y el resto ya veré lo que hago con ellas (menos una que está sellada con una alianza de oro blanco y tiene dueños). Si alguno quiere el libro que levante la mano. No tengo ni idea de precios porque dependerá del número de ejemplares final, así que, si veo que hay interés, os informaré convenientemente. El que lo quiera que pinche aquí y deje los datos

También tenemos la lista en Spotify gracias en esta ocasión a la colaboración de Iboff que, pacientemente, ha creado la lista durante todo el año. Hace un mes me llamó un poco acelerado para decirme que tenía un regalo para mí. El regalo era la lista con todas las canciones. La verdad es que me impresionó verlo todo junto y, por supuesto, ahí la tengo, puesta en mi biblioteca, para cuando consiga quitarme la adicción a Robe. Os dejo el enlace:
En cuanto a la canción, es hora de dejar de mirar al pasado y empezar a prestar un poquito más de atención al presente y al futuro. Para mí, el futuro tiene nombre y apellidos y al menos el primero coincide con el mío. Mi hermano Manuel siempre ha sido un guitarrista autodidacta. Encima de ser el más inteligente, he tenido que aguantar verle días y noches tocando la guitarra, haciendo cosas que por mucho que yo practicara no conseguía ni que sonara parecido. Enseguida me cansaba y me iba a echar unas canastas, de ahí que haya sido siempre tan malo tocando la guitarra y tan bueno metiendo triples imposibles.
Esa afición de mi hermano empezó a compartirla con su hijo mayor que, enseguida, comenzó a dar muestras de su talento. Ahora que tengo hijos puedo comprender la satisfacción que experimentaba mi hermano mientras veía los progresos de su hijo. También puedo valorar lo que puede disfrutar encerrado horas y horas en una habitación con su primogénito compartiendo una misma pasión. No es solo tocar la guitarra, también es escuchar grupos juntos, comentar las canciones, expresar lo que les hace sentir, en definitiva, crear unos lazos que unen directamente los tímpanos con el corazón.
Llevan ya tiempo los dos con un proyecto común y hoy os presento una de esas canciones. Una canción especial que vino en un momento complicado para la familia con la enfermedad de mi padre, pero que aportó un rayito de esperanza a los ánimos de todos nosotros. Apuntad bien ese nombre porque tiene ante él un gran cielo azul.
Ahora sí, hemos llegado al final. Los músicos han desaparecido detrás del escenario, los últimos silbidos de los más optimistas siguen sonando hasta que se van fundiendo con las luces de la sala, que ahora ya alumbran todos los rincones. Esa misma luz ilumina los rostros de los asistentes, muchos emocionados, otros muchos sorprendidos, algunos deseando que llegue el siguiente concierto, otros, curiosos, comienzan la historia a destiempo y algunos pocos, que habían acudido por la curiosidad innata del género humano al ver gente reunida, siguen ahora su camino sacudiéndose las gotitas con formas de notas musicales de su gabardina de indiferencia.
Por el momento necesito un tiempo para asentar el revoltijo de emociones y además no tengo muchas ganas de volver a imponerme una obligación semanal. Quizás en alguna salida a la montaña descubra un sendero que me lleve a una fuente. Quizás la fuente esté congelada y tenga que volver con el deshielo, quizás la fuente esté completamente seca o quizás expulse un gran chorro de agua fresca. Si es este último el caso, podéis estar seguros de que compartiré esa agua con todos. Si la fuente está seca o sabe a mierda, entonces nos veremos en los conciertos.
Me despido sin un adiós sincero, quizá no todo es el fin. Volver a empezar se pasa demasiado rápido. Volver a empezar se acaba demasiado rápido. ¿Realidad o ficción?, medio camino por andar.
Fin de la función, volver a empezar. Volver a empezar, volver a nacer.
Cuando sea el final, ya no podemos despertar.
Volver a empezar cuando todo tiene que acabar.
Ayer me desperté de madrugada
Lejos quedaba ya Madrid
De fondo sonaba Natalia
Para qué sufrir
Preguntaban mis amigos
Si me animaría a cantar
Y hoy he olvidado el estribillo
Todo va a cambiar
Volver a empezar
Suena demasiado bien
Volver a empezar
Volver a nacer
El agua que refleja el cielo
Comienza a tener tonos de gris
Esculpo mi verano en hielo
Y lo veo derretir
Las maletas ya se hicieron
He emparejado el calcetín
Me despido sin un adiós sincero
Quizá no todo es el fin
Volver a empezar se pasa demasiado rápido
Volver a empezar se acaba demasiado rápido
Realidad o ficción, medio camino por andar
Fin de la función, volver a empezar
Volver a empezar, volver a nacer
Cuando sea el final
Ya no podemos despertar
Volver a empezar cuando todo tiene que acabar
Que linda manera de decir «hasta luego!»
Ojalá algo te lleve a ese momento en el que decidas seguir escribiendo, ya veremos de qué, pero que suceda.
Gracias por un Miércoles más!
Aún sigo buscando en mis recuerdos, construyendo mi historia, mirando atrás y recogiendo sensaciones, pensamientos, emociones…y canciones.
¡El próximo concierto vuelvo a las primeras filas sin duda!
Por supuesto quiero un libro, ya se lo dije a Pichi.
No escondí mis lagrimas en los escritos las viví.
Admiración y Agradecimiento máximo. Compartiré mis escritos contigo…
Fuiste nuestro «Delorean» miércoles a miércoles.
Show must go on….
Gracias por dejarnos conocerte un poco más.