Volver. Andrés Calamaro

Eran las 11 de la mañana y lágrimas de impotencia y de frustración invadían mis ojos y resbalaban por mis mejillas mientras conducía por las calles de Madrid.

Jamás había llorado nunca por algo relacionado con mi trabajo, pero el cansancio, las millones de horas invertidas, la presión y sobre todo, el no tener claro si realmente quería estar allí, fueron demasiado peso y las compuertas de mi aparente tranquilidad saltaron por los aires.

Como siempre suele suceder, una pequeña chispa sin importancia fue el origen de aquellas amargas lágrimas.

En el restaurante del Museo del Traje yo era el primero en llegar y me encargaba de poner en marcha la cafetería. Revisar que estaba todo en orden, que teníamos de todo lo necesario, que el cocinero había llegado y había puesto la bollería en el horno, de abrir la caja y de que hubiera suelto para los cambios, de que la cafetera funcionara correctamente…

Nada del otro mundo, pero muchas cosas a la vez.

Una vez chequeado que todo estaba en orden y que el camarero de la mañana ya había llegado, me sentaba en la oficina a revisar y ordenar los papeles y a hacer la contabilidad analítica de los eventos del mes.

Cómo odiaba esa parte. ¿No era suficiente todo lo que tenía que hacer como para que encima me pidieran que hiciera esas malditas contabilidades?

Yo sabía que tenía más que ver con que era la primera vez que me tenía que enfrentar a esas obligaciones y, como todas las cosas, al principio me llevaban muchísimo tiempo, pero aun así las odiaba.

Además, la directora financiera no hacía más que atosigarme,

¿Cuándo me las mandas?

Te falta la del evento del pasado viernes

Esta que me has enviado está mal, tienes que volver a hacerla.

¿Y YO QUÉ COÑO SÉ CUÁNDO TE LAS VOY A ENVIAR?

Tendré que hacer los pedidos, mandar los datos a la gestoría para el alta de los extras, revisar las reservas, llamar a cada una de ellas para confirmar que vienen, bajar a la bodega para revisar el stock de vinos, colocar las mesas para el servicio de hoy, verificar que el sistema informático funciona correctamente, subir los nuevos platos y cambiar los precios, pasar a limpio los presupuestos para los clientes y no sé cuántas cosas más antes de poder ponerme a hacer las putas contabilidades analíticas de las narices.

Así cada día, ese veneno iba carcomiendo las compuertas de mi aparente tranquilidad.

Enterrado en papeles y concentrado en la pantalla del ordenador, unos gritos me sacaron de mi estado de concentración.

Provenían de la cafetería.

Desde la distancia no podía entender qué estaba pasando, así que me levanté a ver qué sucedía.

Una de las trabajadoras del Museo, una con cierta responsabilidad, estaba montando un gran escándalo, pidiendo las hojas de reclamación porque nos habíamos quedado sin leche para su café de la mañana.

Su puta madre, se me había olvidado revisar si había leche y claro, la ley de Murphy nunca falla. El único día que no había leche tenía que bajar esta indeseable a tomar café.

De la misma manera que aquella mañana no había leche, tampoco teníamos todavía las hojas de reclamación porque no había tenido tiempo a hacer esa gestión.

La que me cayó fue gorda.

El error era demasiado importante y era solo responsabilidad mía.

En ese mismo momento cogí el coche y me dirigí al organismo oficial donde tenía que recoger las hojas de reclamación.

Ya no solamente odiaba las contabilidades analíticas, odiaba a esa clienta, odiaba a mi jefe, odiaba el trabajo, odiaba mi vida y, sobre todo me odiaba a mi mismo por haber metido la pata tan hasta el fondo.

Las compuertas saltaron cuando estaba ya solo en el coche. Nadie me podía ver, nadie me podía escuchar, nadie me podía entender.

Por muy amigo mio que fuera mi jefe, ya no quería seguir, le podían dar bien por saco a todo, una maldita intransigente que se podía haber tomado el café solo, por una vez en su vida o que podía haber entendido que todos nos equivocamos, había hecho saltar por los aires mi confianza, mi ilusión y mis ganas.

De esto hace 20 años exactamente.

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Algo me decía que tenía que continuar. Al principio pensé que era mi propia conciencia o la responsabilidad de aceptar nuestros errores. No tenía ni idea.

Era mi propio destino que me decía: tranquilo, todo va a ir bien.

A los pocos días, ese mismo destino subido a las alas de una polilla y disfrazado con horquillas de colores prendidas de un pelo castaño tirando a naranja, entró súbitamente en aquel restaurante para cambiarlo todo.

Y vaya si lo cambió.

De eso hace 20 años exactamente.

Sentir que es un soplo la vida
Que 20 años no es nada
Que febril la mirada
Errante en la sombra te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo que lloro otra vez

Hace 20 años que me enamoré por primera y última vez y siempre se vuelve al primer amor.

De repente adoraba las contabilidades analíticas, abrir por las mañanas, preparar las mesas, limpiar los platos y hasta a la indeseable clienta.

Adoraba cada segundo que pasaba en ese restaurante con ella, cada segundo que pasábamos en el Central, en el muro de Arquitectura o en el coche escuchando Superagente 86 y las notas en papelitos echándome de menos que dejaba en la guantera para que yo las encontrara para pensar aún mas en ella y que todavía conservo.

20 años no es nada.

Esta semana es su cumple. Tenía 23 años cuando se cruzó en mi vida y la puso patas arriba, como yo quería, como yo deseaba, como yo había soñado tantas veces.

Volver

Han pasado 20 años y 20 millones de cosas, todas en un segundo.

Ahora, su pelo, igual de corto que entonces, ya no está decorado con horquillas de colores sino más bien parece que las nieves del tiempo empiezan a platear su sien.

Las horquillas de colores ahora decoran su corazón, grande y generoso como siempre, tan generoso que a veces se expone a peligros que no deberían ser para ella y se asoma a vacíos ajenos que la hacen perder el equilibrio.

Un corazón tan hermoso que todavía a día de hoy me sorprende que me deje mirarlo desde tan dentro y que arrope mis miedos con su calor.

Ese calor que al principio era ardiente ahora es un calor cálido, tanto que mi alma se helaría si no lo tuviera y en mis días más fríos sigue cerca, aunque yo no lo merezca.

Después de estos 20 años nuestro amor se ha multiplicado por cuatro y, aunque la atención del uno en el otro se ha visto mermada en la misma proporción y a veces cada uno rema, sin pensar y sin mirar, en una dirección diferente, al final, a pesar de dar vueltas sobre nosotros mismos como los derviches, somos capaces de encontrar nuestro centro de gravedad permanente y seguir avanzando buscando la paz en el crepúsculo.

Soy, sin duda alguna, un hombre afortunado, plagado de miedos, contradicciones e inseguridades, pero plenamente seguro de que la vida me ha dado mucho más de lo que alguna vez haya merecido.

Esto me hace imposible terminar deseando otros 20 años juntos porque ya he disfrutado 20 y sería demasiado atrevido por mi parte.

Así que guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón y, lo único que quiero es que esta noche y cada noche que quieras leer de nuevo o simplemente recordar estas palabras, te tumbes de nuevo a mi lado para recordar nuestro primer beso y vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro, y rio y vivo, otra vez.

Adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor

Aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor
La quieta calle donde el eco dijo:
«Tuya es su vida, tuyo es su querer»
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia hoy me ven volver

Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que 20 años no es nada
Que febril la mirada
Errante en la sombra te busca y te nombra
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo que lloro otra vez

Tengo miedo del encuentro
Con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida
Tengo miedo de las noches
Que pobladas de recuerdo encadenan mi soñar
Pero el viajero que huye
Tarde o temprano detiene su andar
Y aunque el olvido, que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión
Guardo escondida una esperanza humilde
Que es toda la fortuna de mi corazón

Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que 20 años no es nada
Que febril la mirada
Errante en la sombra te busca y te nombra
Vivir (vivir) con el alma aferrada
A un dulce recuerdo que lloro otra vez

12 comentarios en «Volver. Andrés Calamaro»

  1. Wuauuu loca me he quedado…..maravilloso lo que habéis construido….y aun más difícil sin enseñarnos a ello….habéis hecho un máster en amor extraordinario con vuestra propia experiencia!!mi más enhorabuena ..preciosas palabras 💜💜💜💜💜💜💗💗💗💗💗

    • Yo también guardaba escondida una esperanza humilde. La de que un día la canción fuese mía!! Enhorabuena Marcos, te has superado. Felicidades, Paula y también enhorabuena. A seguir construyendo!!!

  2. Nos has emocionado, amigo: me identifico plenamente con el hombre inmensamente afortunado que nos confiesas ser. Esto es el amor: ilusión, confianza, determinación, respeto, comprensión, plenitud y, por qué no decirlo, cierto grado de dependencia mutua. Algo parecido a darnos cuenta de que nos faltaba un sentido o un miembro, y que de un día para otro estamos completos y el mundo por fin encaja y tiene sentido. Quizá es que lo que el amor nos pone realmente son alas.

  3. Emocionada y admirada por como expresas esos sentimientos tan dificiles de visualizar
    Cada dia lo haces mejor, querido primo

  4. Que bonico eres primo…ese corazón no te cabe en el pecho…ole por las horquillas y por ese amor inextinguible ❤️

  5. Qué bonito Marcos. Vuelvo a emocionarme al leerte. Afortunado tú y afortunada Paula, y todos los que tengamos un amor así .. A por otros 20 años!

  6. Delicioso texto Marcos. Acabo de descubrirte por una amiga común y de veras que me ha encantado lo que escribes… y como lo escribes.
    Felicidades a Paula por ser la protagonista de algo tan bonito… y a ti por hacerlo realidad en tu relato

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