Puede que sea un espécimen extraño de la raza humana o puede que simplemente no seamos tan diferentes en realidad, y cada uno, a su manera persiga sus sueños, con más o menos ímpetu.
Tengo un sueño, decía aquel hombre negro subido a un pedestal mientras millones de personas le escuchaban.
Yo tengo el sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados.
¿Y qué tengo yo que ver con Martin Luther King?
A simple vista bastante poco, pero compartimos parte del mismo sueño.
El domingo me enfrenté a él.
Al sueño.
Y perdí. Quería domar las montañas, aplanar las subidas y enderezar los senderos. Y no fui capaz.
Lo siento maestro Yoda, lo intenté, pero no lo conseguí.
Vamos poco a poco. Déjame que te cuente. Puedes aprovechar un rato en la piscina para leerme tumbado bajo una sombrilla de brezo que te proteja de las ardientes brasas que caen del cielo mientras finges que vigilas a tus hijos que hace tiempo que saben nadar casi mejor que tú.
Es una buena posibilidad.
Otra puede ser, salir a la terraza más tarde de las diez de la noche, con una copa de vino, blanco o tinto, lo que prefieras, o incluso con una cervecita, y dedicarte a ti mismo unos breves instantes de relajación para bajar tu temperatura corporal, y ¿quién sabe?, quizás también tu temperatura mental.
En cualquier caso, espero que sea un momento refrescante y que lo que te voy a contar no te deje frío. Una simple sonrisita en algún momento sería suficiente para mi para justificar las horas que me ha costado escribir el texto de hoy.
Y no son pocas porque, para poder contártelo, para poder si quiera planteármelo, he tenido que trabajar muchas horas bajo todas las condiciones posibles, sol, viento, lluvia, frío, nieve, oscuridad….Aunque no han sido suficientes.
La temperatura a las 08:00 de la mañana del pasado domingo en Cercedilla era aparentemente fresca. El lomo de un gran dragón convertido en piedra era el camino que empezaba a llevarnos hacia nuestros sueños.
Parecía dormido, no daba signos de vida, hasta que empecé a sentir su calor que se incrementaba con cada rayo de ardiente sol que se posaba sobre sus escamas con forma de rocas y raíces.
El fuego no salía de su boca, salía de su alma y calentaba la de todos los corredores que ya a esas horas comenzábamos a derrochar litros de sudor por los senderos.
Yo bebía y bebía, y el dragón enterrado, compinchado con la gran bola de fuego que empezaba a desperezarse en el cielo, me animaban con verdadero ardor. Mientras, una hilera de desequilibrados perseguidores de sueños, continuaba su ascensión, deseando llegar al primer pico aún a sabiendas que tendríamos que dejar las sombras del bosque para enfrentarnos directamente al ahogo, al sofoco, que nos esperaba en la cumbre.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete Picos atravesamos para adentrarnos de nuevo en el gran bosque que nos brindaba su frescor y una bajada bastante asequible hasta el Puerto de Navacerrada.
Yo, que no entiendo correr sin música, no fui capaz de ponerme los cascos ni un solo segundo. Eso significaba ponerme el pañuelo en la cabeza para evitar que los auriculares salieran volando de las orejas y aunque sabía que la música iba a tranquilizar mi ya agitado corazón, también era consciente de que ese pañuelo en la cabeza iba a subir irremediablemente la temperatura corporal y no quería sorpresas desagradables.
Y seguía bebiendo.
Después de abastecerme bien de agua para poder llegar al siguiente avituallamiento sin problemas de sequedad, afronté la subida a la Bola del Mundo. Aunque la altura suavizaba ligeramente la temperatura, el sol cada vez estaba más encima de nuestras cabezas.
Era momento para sufrir.
Y para meditar.
Para hacer una primera revisión del estado general del cuerpo.
Vas bien, Marquitos, vas bien. Está siendo dura la subida, aguanta, tu ya sabes que empiezas a funcionar mejor cuando ya llevas unas cuantas horas a las espaldas. Vamos a llegar arriba y a disfrutar de la larga bajada.
Llegó la bajada. La disfruté. A mi ritmo, sin agobios, sin forzar, disfrutando del ambiente, de mi acompañada soledad, de los míseros neveros que todavía luchaban por subsistir escondidos bajo rocas que les proporcionaban sombras eternas, de los grandes arbustos que pintaban con sus flores los lindes del camino de un amarillo inolvidable, de las piedras en el camino una y otra vez recorrido, del aire, del sol, de alguna nube que se atrevía brevemente a interponerse entre el sol y la montaña, de la vida, de estar haciendo lo que más me gusta, de vivir.
Al llegar a Cotos, nuevo control de paso y avituallamiento.
Me siento, me bebo una Coca-cola que no está precisamente fresquita. No importa, lo importante es reponer un poco de azúcares y meter un poco de cafeína al cuerpo que eleve los niveles de fuerza. También me tomo un sobre de sales para reponer electrolitos o como coño se llame eso. Sé que son importantes para evitar calambres. Un trozo de plátano completa mi aporte nutricional. Pienso en tomarme una barrita energética de chocolate, pero el solo hecho de pensarlo me hace rechazarla.
No pasa nada, cuando llegue a la cumbre de Peñalara, la más alta de todo Madrid, me la tomo para afrontar la bajada y la última subida del día. Lo tengo todo bajo control.
Me pongo de nuevo en marcha. Me queda la subida más larga del día y sigo sin ponerme la música. Por un momento pienso que podría ser buena idea, tengo la total seguridad que me va a hacer la subida mucho más liviana, pero sigo sin atreverme. No quiero subir la temperatura de mi cuerpo más, así que decido continuar sin ella.
Las primeras rampas me dan el primer aviso.
Nah! Ya lo conozco, en cuanto llegue al camino y me interne en el bosque las sensaciones van a ser mejores, estoy seguro.
El sudor que se acumula en mi espalda y el peso de la camiseta empapada en ese mismo sudor cargado de entrenamientos, deseos, sueños y ambiciones, pequeñas, pero ambiciones al fin y al cabo, son pruebas incuestionables de que mi cuerpo está trabajando por encima de sus posibilidades, como los ciudadanos después de una crisis económica.
Las fuerzas empiezan a resbalar desde la espina dorsal en forma de goterones que se cuelan entre mis nalgas para continuar su camino descendente hacia las piernas y acabar desparramadas, agotadas, en el camino.
Las gotas agotadas, ¡qué paradoja!
Conozco la sensación. La he vivido ya en esta misma carrera. Solo tengo que seguir poniendo un pie delante de otro hasta llegar arriba del todo.
Uno y otro.
Uno y otro.
Y continúo ascendiendo.
Tengo la sensación de que las cuestas son más empinadas este año. Las piedras se alían entre ellas para hacerme resbalar en cada paso y cada uno que doy retrocedo cuatro.
Sé que, tras esas primeras rampas, el camino se suaviza levemente. Tengo que superarlas.
Un paso tras otro.
Y otro.
Es entonces cuando lo escucho por primera vez.
“No estás preparado, no puedes pasar”

Al levantar la mirada veo como esas palabras agitan las copas de los árboles más cercanos y se derriten en el aire como consecuencia del calor asfixiante.
Decido ralentizar el ritmo. Poco a poco. No me queda otra. Sé que es la única manera, ya me ha sucedido y sé que puedo conseguirlo. Bebo agua que al entrar en contacto con la Coca-cola caliente me genera gases que salen en forma de eructos exhaustos y sonoros.
Uno detrás de otro.
Y de otro.
Parece que me alivia sacar los gases, pero no consigo recuperarme. Tengo falta de fuerzas y lo peor de todo, empiezo a sentir la falta de fe.
Más pasos hacia arriba. Menos fuerzas. Más sudor que cae por mi rostro, ya desencajado a estas alturas. Muchos de los perseguidores de sueños que tenía por detrás empiezan a adelantarme dándome ánimos para seguir. Los escucho, pero no surten efecto.
Me concentro, tengo que superar este sufrimiento. Sé que si llego arriba habrá dado un paso de gigante con mis piernas de hobbit.
Empiezan las zetas y en cada cambio de dirección me pregunto si será capaz de llegar al siguiente. Mi respiración es cada vez más agitada pese al ritmo casi inexistente que llevo.
Otro paso, Marcos, otro paso.
Vuelvo a escuchar esas palabras. Es la montaña la que me habla. Esas palabras no salen de mi cabeza, es la montaña, cada una de sus piedras, todas las raíces, los pocos árboles que ya quedan debido a la altitud y las flores amarillas que siguen decorando los bordes del camino.
Todos me gritan.
Al llegar al siguiente cambio de sentido me detengo. Ya no quedan árboles que me regalen una sombra reconfortante, no hay un solo lugar para sentarme, beber agua, intentar comer algo y continuar.
Necesito un pequeño oasis para refrescar mis sueños, para que mi cabeza coja el mando y ponga toda mi fuerza interior a trabajar.
No hay rastro del oasis. De mi fuerza interior que en otras ocasiones me ha sacado de la cueva, tampoco hay rastro.
Miro adelante, un paraje agresivo, salvaje, se abre ante mis ojos. No lo voy a conseguir.
—Eh, tú, —le grito a la montaña en silencio.
—Dime que me amas
—Incluso si es una mentira
—Y no tenemos ninguna oportunidad
—La vida es tan triste…
—Dime que me amas.
Miro atrás. El camino de la vergüenza me devuelve la mirada.
Miro hacia dentro. Ahí están de nuevo esas palabras. No estás preparado. No estás preparado.
Dejo que pase un pequeño grupo de compañeros que siguen hacia arriba. No quiero que nadie me vea dándome la vuelta. Quiero estar solo cuando eso suceda. Necesito estar solo.
Me quedo en las faldas de mi amada, quisiera seguir subiendo para descubrir sus secretos, pero no me lo permite. Allí derramo lágrimas secas, todo dentro de mí está vacío.
Y solo me doy la vuelta deshaciendo el camino lastimosamente andado. Ya no miro el camino, solo me miro por dentro. Solo busco respuestas, solo busco conocerme a mí mismo, aprender de mi derrota…para que no vuelva a suceder.
No era el día para triunfar, era el día para aprender, y ese fue el gran triunfo del día.
Porque nuestras vidas no se parecen a una película perfecta.
Y canturreando un la, la, la, la, la, continué bajando hacia mi destino, hacia mi amante solitaria, libre al fin, libre al fin.
PD. A mi hermano Manuel que siendo unos niños nos enseñó esta canción (¿sabes que compartes cumpleaños con Lio?, felicidades, por cierto) además de enseñarme que correr, no es que sea de cobardes, es que realmente es solo para los valientes locos perseguidores de sueños, como nosotros.
PD. A Paula, por acompañarme siempre
PD. ¿Y tú? ¿Tienes un sueño? Ya me contarás.
Eh toi
Dis-moi que tu m’aimes
Même si c’est un mensonge
Et qu’on n’a pas une chance
La vie est si triste
Dis-moi que tu m’aimes
Tous les jours sont les mêmes
J’ai besoin de romance
Un peu de beauté plastique
Pour effacer nos cernes
De plaisir chimique
Pour nos cerveaux trop ternes
Que nos vies aient l’air d’un film parfait
Eh toi
dis-moi que tu m’aimes
Même si c’est un mensonge
Puisque je sais que tu mens
La vie est si triste
Dis-moi que tu m’aimes
Oublions tout
nous-mêmes
Ce que nous sommes vraiment
Amoureux solitaires
Dans une ville morte
Amoureux imaginaires
Mais après tout qu’importe!
Que nos vies aient l’air d’un film parfait…
La la la la la…
Eh tú
Dime que me quieres
Aunque sea mentira
Y no tengamos oportunidad
La vida es tan triste
Dime que me amas
Todos los días son iguales
Necesito romance
Alguna belleza plástica
Para borrar nuestras ojeras
Algún placer químico
Para nuestros cerebros aburridos
Para hacer que nuestras vidas parezcan una película perfecta
Eh tú
dime que me amas
Aunque sea mentira
Como sé que estás mintiendo
La vida es tan triste
Dime que me quieres
Olvídalo todo
nosotros mismos
Lo que realmente somos
Amantes solitarios
En una ciudad muerta
Amantes imaginarios
¿Pero qué importa?
Que nuestras vidas parezcan una película perfecta…
La la la la la…

Qué duro Marcos!! He sufrido contigo viéndote correr por esos caminos con tanto calor. Más importante que llegar al final es saber dejarlo a tiempo y no morir
en el intento.
Animo
Grande Marcos.
Más una história de las que nos transportam para ella.
Seguro que has aprendido y volverás más fuerte.
Un de los sueños lo assististe tu y contribuiste para ello en el Marzo pasado…
Seguiré luchando por más y espero que tu y todos los que lean tambien!
Abrazo
Darse la vuelta no es una derrota. Derrota es no intentarlo cuando es lo que deseas. Derrota es darse por vencido sin luchar por seguir adelante. Derrota es no volver a intentarlo a la próxima ocasión. Pero si se intenta, se lucha, y se vuelve a intentar, darse la vuelta no es una derrota.
Acabo de leer esta frase. Para ti:
Saber cuándo retirarse es de sabios, poder hacerlo implica coraje, hacerlo con la cabeza en alto significa dignidad.
Seguro que has sacado mucho más aprendizaje que si la hubieses terminado.