Edge of Seventeen. Stevie Nicks

Acabo de dejar el móvil en modo silencio en otra habitación. He cerrado todas las pestañas del Google que me amenazan con el afilado cuchillo de la recompensa inmediata.

He cerrado el correo electrónico para evitarme la tentación de pulsar el “enviar y recibir” en busca de un mail que en realidad sé que no va a llegar. Los niños están todos cumpliendo con sus obligaciones y ahora mismo únicamente me acompaña una lista de reproducción con nuevas canciones que han llegado a mi vida como un torrente de agua fresca para devolverme el placer del descubrimiento.

En estas condiciones de plena concentración, comienzo el relato de hoy. No quiero distracciones, interrupciones, despistes o entretenimientos no solicitados que me roben el tiempo que quiero dedicarte hoy.

Y me gustaría que tu hicieras lo mismo mientras me lees. Resérvate diez minutos para ti y para mi, olvídate del mundo y pon toda tu atención en leer las siguientes líneas, sin distracciones, interrupciones, despistes o entretenimientos no solicitados.

Te lo regalo. Es tu tiempo, disfrútalo, que nadie te lo robe, que nadie te lo arrebate.

Porque esos diez minutos no van a volver. Nunca. Igual que tus diecisiete.

En realidad, quizás no se hayan ido nunca, porque forman parte de ti.

Ahora que estamos solos tu y yo, déjame que te cuente una pequeña historia.

Una historia que empieza con un repartidor llamando al timbre de casa para entregar un paquete.

Una distracción imprevista que me hace levantarme de la silla medio enfadado porque no encuentro de qué hablar esta semana y la enésima distracción hace que pierda toda esperanza de hacerlo.

Abro la puerta, le doy mis datos al repartidor y dejo el paquete encima de la mesa del despacho sin ser consciente de que el tema que ando desesperadamente buscando para esta semana, viene dentro de ese paquete.

Y es que nos enfocamos en grandes cruzadas diarias y dejamos de ver las pequeñas cosas que siempre esconden una historia y un aprendizaje con mucho más valor que cualquier cuenta bancaria (sobre todo la mía) que revisamos con ansias esperando el pago por algún servicio prestado.

Ver cómo vuelve tu hija pequeña corriendo hacia ti antes de entrar en el cole porque se le ha olvidado darte un abrazo, una canción o un paquete entregado en el momento preciso.

Y tú mientras pensando en clientes, facturas, impuestos, multas y personas tóxicas que nublan tu mirada y no te dejan ver la belleza de la vida.

Esa es mi pretensión con este relato semanal, que se convierta en un pequeño refugio de las cosas pequeñas en forma de abrazo, de canción o de paquete con una historia dentro, que esperas y disfrutas porque en realidad te lo regalas a ti mismo.

Sigamos con la historia del paquete.

Sé que no es para mí, no tengo ni Amazon ni Aliexpress ni nada que pueda comprar sin levantarme de la silla. Ya sé que soy raro, pero yo prefiero ir a una tienda, verlo, tocarlo y, si puedo permitirme pagarlo, llevármelo.

Así que básicamente casi nunca me compro nada.

El paquete era para mi hijo mayor. Se había comprado ropa on line.

Antes que siga con la historia, tengo que explicarte algo.

Mis hijos nunca han tenido especial interés en la ropa que llevaban. En realidad, siempre han llevado ropa que cumpliera dos requisitos:

Que fuera cómoda

Que fuera de deporte

El pantalón corto ha sido su “uniforme” durante muchos años. Un uniforme llevado a gala, con orgullo y con mucha comodidad.

Solo un dato para que os hagáis una idea.

Durante la filomena, cuando las calles estaban cubiertas de nieve y la gente sacaba sus esquís y sus botas de apreski para ir a comprar el pan, ellos salían a hacer muñecos de nieve en pantalón corto.

Con abrigo, bufanda y guantes, pero en pantalón corto.

Algunos padres, disfrazando su estupor de buenas intenciones, nos regalaban frases como:

Pero ese niño en pantalones cortos, ¿no tiene frío?

Ya verás la pulmonía que se va a pillar.

¡Solo de mirarlo me entran escalofríos!

¡Pues no lo mire señora!

No, nunca se han puesto malos, no les recuerdo una fiebre, una congestión, unos mocos o una gripe de varios días.

Vaya, ahora he sido yo quien ha caído en su propia distracción y me he desviado un poco del tema.

Volvamos al paquete de mi hijo.

Aaarggg, ¡qué frase más desafortunada! Casi todos los sentidos que quieras darle suenan poco acertados.

Trataré de arreglarlo.

Volvamos al paquete que ha recibido mi hijo. En la segunda revisión del texto sigue sin sonar demasiado bien, pero en fin…tú ya me entiendes.

Un par de camisetas, una sudadera con capucha y unos vaqueros.

No unos vaqueros cualquiera, sus primeros pantalones vaqueros. Elegidos por él mismo.

(Por un momento me he sentido tentado de abrir el programa de correo electrónico por si acaso, jodido yonki…Tú no caigas. Seguimos con el relato sin distracciones).

Al verle esta mañana que sus nuevos pantalones vaqueros y su nueva sudadera, he dejado de ver a mi niño. Ese niño con el que hemos convivido durante 15 años y medio, ya no estaba.

No conseguía verlo, se había ido. Ahora es un adolescente que, con su propio criterio, busca la aprobación de los demás, busca sentirse incluido, querido, aceptado. El niño que se ponía pantalones cortos con el termómetro bajo cero porque los pantalones largos le molestaban para correr, saltar, jugar y vivir, ahora lleva unos pantalones vaqueros largos que dejan asomar sus calzoncillos lo suficiente como para lanzar un mensaje a sus iguales de que él también quiere ser como ellos, pero no tanto como para dejar claro que sigue siendo diferente (para alivio de su padre que no soporta los pantalones por debajo del culo).

Las señales del cambio han ido llegando poco a poco y las hemos ido asimilando y aceptando de forma natural, sin darles mayor importancia, pero sin ignorarlas. El tiempo avanza y lo que soy incapaz de ver en mi mismo, lo veo de manera cristalina en mis hijos.

Seré sincero contigo ahora que no nos escucha nadie. No soy incapaz de verlo, más bien me resisto a ello, quizás por ello prefiera dar prioridad a la comodidad en mi forma de vestir y quizás por eso me gusta participar en carreras de 100 km, para sentir que la vida no se me escapa entre las manos, aunque en realidad sea así.

Edge of seventeen

Mi niño mayor, el que nos hizo padres por primera vez, ya no está, se ha desvanecido entre sus pantalones cortos y un paquete entregado por un extraño repartidor con bigote y acento del este.

Y hoy he querido compartir contigo esta historia que habla de las pequeñas cosas de la vida y plasmarla en este blog porque me gustaría recordar siempre el día que mi hijo  mayor se hizo mayor y cómo un pantalón vaquero marcó el final de una etapa y el principio de otra.

Y me gustará mirar a mi hijo a sus ojos brillantes y ser capaz de ver muy vivo al niño que algún día fue y que nos regaló su alegría y nos dio la vida. Abrazarle en su nuevo cuerpo sorprendiéndome de su tamaño y aprender de su nueva manera de ver la vida, mientras sigo dándole la mano para acompañarle hasta que me deje en su camino que se abre frente a sus ojos de niño.

Las lágrimas acuden a mis ojos mezclando el sabor de la nostalgia y el del orgullo. Un sabor agridulce que saboreo como el que descubre una nueva canción o el que acepta un nuevo sabor en su paladar sabiendo que todavía le quedan muchos nuevos sabores por descubrir, aunque algunas pequeñas señales en forma de arrugas en los ojos nos recuerden que la vida sigue pasando.

Al lado de nuestras huellas ahora aparecen ya otras que antes cargábamos en nuestros brazos y que algún día tomarán su propia dirección. Cuando llegue ese momento y le vea alejarse dispuesto a subir cualquier montaña con sus pantalones cortos, recordaré el día que un extraño me entregó un paquete que cambió mi vida y comenzó la suya.

No, no quiero que te quede un poso de tristeza con el relato de hoy. No es tristeza lo que siento, no quiero vivir en el pasado porque todavía me quedan tres que aún pueden llevar los pantalones cortos de la vida.

Es expectación, son ganas de volver a ver la vida a través de los ojos de alguien que ha dejado de ser un niño, es el intento de recordar cómo me sentía yo cuando quise abandonar mis pantalones cortos en un rincón del armario para tratar de conectar con lo que ahora bulle en la cabeza de mi hijo mayor.

Es una sensación de montaña rusa en la que mi vagón que va hacia abajo se cruza con el suyo, que está en pleno looping. Intento con todas mis fuerzas que nuestras miradas se crucen una décima de segundo para que sepa que estoy aquí y que sé lo que se siente cuando estás en esa vuelta cabeza abajo, sin saber qué bandazo inesperado te va a dar la vida.

Sé que en ese vagón está acompañado por amigos y que algunos de esos con los que comparte ahora su vida, saldrán disparados hacia raíles diferentes a los suyos y que otros permanecerán junto a su asiento incluso hasta que sus hijos abandonen también los pantalones cortos.

Y por supuesto también hay dentro de mi una sensación de vértigo, de saber que ya ha recorrido la mitad (soy bastante optimista en cuanto a mi longevidad) de esta atracción en la que ando metido sin tener ni la más remota idea de si me quedan todavía muchos loopings o si el vagón saldrá descarrilado en algún punto.

Lo que tengo claro es que sigo con los brazos arriba, gritando que quiero más, disfrutando y sintiendo que me da la vuelta el estómago con cada cambio de rasante, curva, subida y bajada de esta locura.

Y lo mejor de todo…en pantalones cortos.

Y las nubes nunca esperan que llueva

Pero el mar cambia de colores

Pero el mar no cambia

Así que con el lento y elegante fluir de la edad

Salí con un viejo deseo de complacer

Al borde de los diecisiete

Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
Ooh, ooh, ooh
Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
Ooh, baby, ooh, said ooh

And the days go by, like a strand in the wind
In the web that is my own, I begin again
Said to my friend, baby (everything stopped)
Nothin’ else mattered

He was no more than a baby then
Well he seemed broken-hearted
Something within him
But the moment that I first laid
Eyes on him, all alone
On the edge of seventeen

Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh
Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh

Well, I went today
Maybe I will go again tomorrow
Yeah yeah, well, the music there
Well, it was hauntingly familiar
Well, I see you doing what I try to do for me
With the words from a poet and a voice from a choir
And a melody, and nothing else mattered

Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh
Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh

The clouds never expect it when it rains
But the sea changes colours
But the sea does not change
So with the slow, graceful flow of age
I went forth with an age old desire to please
On the edge of seventeen

Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh
Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh

Well, then suddenly there was no one
Left standing in the hall, yeah, yeah
In a flood of tears
That no one really ever heard fall at all

Well, I went searchin’ for an answer
Up the stairs and down the hall
And not to find an answer
Just to hear the call
Of a nightbird singing, «Come away»
(Come away, come away)

Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
Ooh, baby, ooh, said ooh
Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
I said ooh, baby, ooh, said ooh

Well I hear you in the morning
And I hear you at nightfall
Sometimes to be near you
Is to be unable to feel you, my love
I’m a few years older than you
(I’m a few years older than you) my love

Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
Ooh, baby, ooh, said ooh
Just like the white winged dove
Sings a song, sounds like she’s singing
Ooh, baby, ooh, said ooh

Como la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando
Ooh, ooh, ooh
Al igual que la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando
Ooh, nena, ooh, dijo ooh
Y los días pasan, como una hebra en el viento
En la red que es mía, empiezo de nuevo
Le dije a mi amiga, nena (todo se detuvo)
Nada más importaba
No era más que un bebé entonces
Parecía tener el corazón roto
Algo dentro de él
Pero en el momento en que por primera vez
Ojos en él, solo
Al borde de los diecisiete
Al igual que la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando
Dije ooh, nena, ooh, dije ooh
Al igual que la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando
I said ooh, baby, ooh, said ooh
Bueno, fui hoy
Tal vez vaya de nuevo mañana
Yeah yeah, well, the music there
Bueno, era inquietantemente familiar
Well, I see you doing what I try to do for me
Con las palabras de un poeta y la voz de un coro
Y una melodía, y nada más importaba
Igual que la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando
Dije ooh, nena, ooh, dije ooh
Al igual que la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando
I said ooh, baby, ooh, said ooh
Las nubes nunca esperan cuando llueve
Pero el mar cambia de color
Pero el mar no cambia
Así que con el lento y grácil fluir de la edad
Salí con un viejo deseo de complacer
Al borde de los diecisiete
Como la paloma de alas blancas
Canta una canción, suena como si estuviera cantando

3 comentarios en «Edge of Seventeen. Stevie Nicks»

  1. Emocionante, igual que en un parque de atracciones Marcos, así hay que vivir, los 17, los 50 y toda la vida. Y si es en pantalones cortos o como sea. ☺️

  2. Marcos, me ha encantado tu reflexión de hoy. Ver crecer a tus hijos es lo más maravilloso que puede haber, y tú lo estás viviendo nada menos que con cuatro… Enhorabuena.

  3. Que regalazo de historia y de canción Marcos preciosa, y así seguirán caminando con piernas ágiles.

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