People help the people. Birdy

Supongo que uno nunca supera del todo sus debilidades. En algún momento éstas te van a saltar encima para recordarte que, por mucho que te empeñes, forman parte de ti.

Algo así me ha sucedido esta semana. Después de varias semanas en las que me había adelantado a los acontecimientos y había sido capaz de escribir el capítulo semanal (o debería decir mi capítulo semanal, o casi mejor dicho, tu capítulo semanal) con cierta antelación para llegar a la noche del martes totalmente relajado, esta vez me ha vuelto a atropellar la vida.

¿Procrastinación?. No la verdad que no.

¿Falta de ideas? Tampoco.

¿Exceso de tareas? Sin duda, aunque no ha sido la razón principal.

Muchos los habréis olvidado, pero eso no significa que no existan, sobre todo si eres de mi generación.

El lunes estuvieron por casa, debí de darme cuenta cuando el segundo de mis hijos repasaba la tabla periódica…

Hidrógeno, litio, sodio, potasio, rubidio, mierda

—¿Mierda?

—¿Cuál iba después del rubidio?

—Ceeeee…

—¡Esio, cesio!

Creo que fue cuando consiguió llegar al estroncio sin equivocarse ni una sola vez, cuando aprovecharon la oportunidad para colarse a hacer de las suyas.

Debió de ser justo ese momento porque por un instante pude escuchar una voz lejana pero familiar. Al principio era un murmullo, pero según se mezclaba con los elementos recitados de la tabla periódica, el mensaje me llegaba cada vez más claro.

¡Ay! ¡Que bendición la de la destrucción! ¡Cuanto más averío, más me río!
¡Viva el frío! ¡Viva el vacío!
Electrólitos y fusibles, soy tan mala que es increíble….

Miré debajo de la mesa, y nada.

Por la ventana. Nada.

Entre los cojines del sofá. Nada.

Pero la voz la había escuchado cristalinamente.

¿De dónde vendría?

¿Del mueble de las sartenes y los cazos? Nada.

Tuve que cerrar los ojos durante un breve instante para darme cuenta. Allí estaban, muy dentro, muy lejos pero muy presentes.

Estos malditos electroduendes comandados por la feísima Bruja Avería, lo habían vuelto a hacer.

Al intentar encender el ordenador para empezar a escribir la historia de la semana, no dio señales de vida. Una pequeña luz se iluminaba y un gemido lastimero salía de sus entrañas como intentando ponerse en marcha, para volver al más absoluto de los silencios mientras se escuchaba claramente la risa tenebrosa de la maldita bruja.

Varias veces lo intenté y cada una de esas veces resonó la misma risa maléfica. MI ansiedad crecía con cada intento y las consecuencias de aquel desastre empezaban a pasar por delante de mis ojos cada vez a más velocidad. Y cada vez más consecuencias. Y más velocidad. Y más ansiedad.

Unai había vuelto a superar el calcio sin equivocarse cuando tuve que admitir que los malditos electroduendes habían ganado esta batalla y que mi ordenador era un auténtico estroncio.

Mi corazón latía ya a ritmos de competición y las secuelas iban apareciendo ante mis ojos como dicen que aparece toda tu vida momentos antes de morir.

Había que actuar rápido. Cogí al pobre en brazos (No, a Unai no, al ordenador), y salí disparado hacía el único que podía ayudarme, la tienda de hechiceros yunos.

Como siempre, al entrar en su cueva con cuidado de no quemarme con su muro de fuego, escuché su potente voz en 4.0

—¡Servidor está en las nubes!

—Maldito cachondo, no estoy para protocolos absurdos, — contesté yo.

—¿Han sido ellos?, me preguntó con voz entrecortada que denotaba cierta preocupación.

—No hay duda, ¿quién, sino, sería capaz?

Anodos, cátodos y filamentos… Soy mala y no me arrepiento.
¡Viva lo grasiento! ¡Abajo los remordimientos!

—Me temo lo peor. Déjamelo. Haré todo lo posible por él.

Salí de allí con el alma compungida y con el ánimo por los suelos.

Al ir a comprar el pan, ni siquiera la imagen de los croissants de mantequilla, los donuts de chocolate y las enormes palmeras de chocolate también, consiguieron sacarme de mi ensimismamiento y como alma en pena salí de la panadería sin derramar ni una sola gota de saliva.

Algo se había roto dentro de mi.

Al cabo de cuatro interminables horas se iluminó la pantalla del móvil. Por un instante vacilé en contestar.

—Era la RAM, hemos tenido que extirpársela y trasplantarle una nueva. Puedes estar tranquilo, está estable y deseando que vengas a por él.

—Son 60 €.

Dos bolas que se habían instalado en mi garganta volvieron en ese momento a su posición natural y las apocalípticas visiones que me habían estado atormentando durante todo ese tiempo, de desvanecieron como mis posts en redes ignorados por el altivo algoritmo.

Los hechiceros yunos sabían exactamente qué debían hacer para ayudarme. Una venta fácil para ellos porque sabían cómo hacerlo.

Y esa ha sido la razón de que sean las 22:36 de la noche, me esté perdiendo el partido del Madrid y el Atleti y me quede todavía un rato para irme a dormir con los deberes hechos.

Estroncio.

Yo sí que soy un estroncio.

En fin.

People help the people

Tanta tensión había que rebajarla y, te puedes imaginar qué he hecho después de comprobar que todo volvía a funcionar correctamente y que no había perdido nada de información.

Efectivamente, y en el kilómetro cinco del recorrido que suelo hacer cuando sé que queda poca luz, un pensamiento, que te voy a contar ahora, ha venido a mi cabeza.

No pretendo darle una explicación lógica. Prefiero achacarlo al estrés postraumático.

Por alguna razón he atrasado las agujas del reloj y me he vuelto a situar en 1992.

Mes de septiembre. He terminado la carrera de Turismo, pero todavía me queda sacar el título oficial. Sin embargo, empiezo a buscar trabajo. No tengo ninguna intención de conseguir un buen sueldo para poder independizarme y dejar la casa de mis padres.

Eso no se me pasa por la cabeza.

Conseguir un sueldo, bueno o malo, para poder tener algo de pasta fresca y coger algo de experiencia son las dos únicas, y realmente débiles, excusas para lanzarme a la búsqueda del poco ansiado trabajo.

Una tarde, al llegar a casa, mi padre me dice que han llamado preguntando por mi para un puesto de trabajo.

Pues no es tan difícil esto de buscar trabajo.

—Llámales, a ver qué te dicen. Ceo que es de comercial —, añade mi padre.

—Vale, ahora les llamo.

Según subo las escaleras, empiezo a notar unos nervios que me atenazan. Al llegar a la habitación de mis padres que es donde está el otro teléfono de la casa, un góndola color beige o blanco roto que descansa sobre la mesilla de noche de mi madre, las piernas casi no me pueden sujetar.

Tengo la boca seca.

Me siento en la cama para intentar controlar el tembleque que me ha entrado.

Logro tranquilizarme un poco y respirando profundamente introduzco el dedo en cada una de las ranuras circulares que señalan cada número y empiezo a girarlas en el orden que me indica el número que me ha dado mi padre.

Espero, espero, espero, tercera señal. Si a la siguiente no contestan, cuelgo, pienso yo.

Mala suerte.

—Buenas tardes, me contesta una voz femenina al otro lado.

—Ho-ho-hola, bu-bu-buenas tardes.

¿Qué coño te pasa?, vuelvo a pensar yo mientras me seco los goterones de sudor que resbalan por mi occipital para terminar en el teléfono.

—Si, buenas, hola, ¿qué tal?, —me responde una amigable voz al otro lado del aparato.

—Mire, eehh, estooo.

—Ehh, sí, me llamo Marcos, y esto, eeehhh.

—A ver, es queeeee…

—Ho-ho-buenas tardes.

Joder, no soy capaz de salir de ese círculo vicioso.

Los goterones son cada vez más grandes y la boca cada vez más seca. El cerebro está fundiéndose a negro por momentos.

Me estoy haciendo la picha un lío y estoy mudando la lengua por un estropajo.

En un acto instintivo, en una especie de último rayo de lucidez, consigo colgar el teléfono.

Es la única salida que me queda.

Caigo redondo sobre la cama de mi madre y solamente el olor de sus sábanas consigue sacarme de ese trance.

Entiendo que te estés partiendo el culo ahora mismo, pero el trauma fue gordo. Desde entonces, todo lo que tuviera que ver con vender quedó escondido detrás de una puerta con una señal roja de “peligro” luciendo continuamente, y una estridente alarma que había cambiado el típico nino nino nino, por un ruidoso ho ho ho ho laaaaaaaa que siempre me recordaba aquel momento.

Hasta hace poco, cuando me di cuenta que vender no es más que ayudar al otro. Así de fácil.

El terror que siempre había experimentado no era a enfrentarme con el otro, a que me dijera que no, no era miedo a lenguarme la traba, era más bien el reconocimiento de una incapacidad, no de vender, persuadir o convencer, sino de una incapacidad para ayudar.

No tenía nada que pudiera ayudar a los demás. Bueno, sí que lo tenía, pero no lo había descubierto. Estaba escondido detrás de esa puerta con señal roja de peligro dentro de un cajón de un armario cerrado con llave.

Y encontré esa llave.

Y abrí el armario y el cajón.

Y lo encontré. Cada miércoles, cada canción, cada historia.

En cada tecla, en cada espacio. En cada nota.

Al final, se trata solo de querer ayudar a los demás, saber cómo hacerlo y encontrar a las personas que necesiten tu ayuda.

Al final lo único importante es que

La gente ayuda a la gente

Y si extrañas tu hogar, dame tu mano y la sostendré.

La gente ayuda a la gente

Y nada te hundirá

God knows what is hiding in those weak and drunken hearts
Guess he kissed the girls and made them cry
Those hard-faced queens of misadventure
God knows what is hiding in those weak and sunken eyes
Fiery throngs of muted angels
Giving love but getting nothing back, oh

People help the people
And if you’re homesick, give me your hand and I’ll hold it
People help the people
Nothing will drag you down
Oh, and if I had a brain, oh, and if I had a brain
I’d be cold as a stone and rich as the fool
That turned all those good hearts away

God knows what is hiding in this world of little consequence
Behind the tears, inside the lies
A thousand slowly dying sunsets
God knows what is hiding in those weak and drunken hearts
Guess the loneliness came knocking
No one needs to be alone or sinking

People help the people
And if you’re homesick, give me your hand and I’ll hold it
People help the people
Nothing will drag you down
Oh, and if I had a brain, oh, and if I had a brain
I’d be cold as a stone and rich as the fool
That turned, all those good hearts away

Nah, nah, nah, nah, nah, ooh
Nah, nah, nah, nah, nah, ooh

People help the people
And if you’re homesick, give me your hand and I’ll hold it
People help the people
Nothing will drag you down
Oh, and if I had a brain, oh, and if I had a brain
I’d be cold as a stone and rich as the fool
That turned all those good hearts away

Dios sabe lo que se esconde en esos corazones débiles y borrachos

Supongo que besó a las chicas y las hizo llorar

Esas reinas de cara dura de la desventura

Dios sabe lo que se esconde en esos ojos débiles y hundidos

Multitudes ardientes de ángeles apagados

Dando amor pero sin recibir nada a cambio, oh

La gente ayuda a la gente

Y si tienes nostalgia, dame tu mano y yo la sostendré.

La gente ayuda a la gente

Nada te arrastrará

Oh, y si tuviera cerebro, oh, y si tuviera cerebro

Sería frío como una piedra y rico como el tonto

Que apartó todos esos buenos corazones

Dios sabe lo que se esconde en este mundo de pocas consecuencias

Detrás de las lágrimas, dentro de las mentiras

Mil atardeceres que mueren lentamente

Dios sabe lo que se esconde en esos corazones débiles y borrachos

Supongo que la soledad llamó a la puerta

Nadie necesita estar solo o hundiéndose

La gente ayuda a la gente

Y si echas de menos tu casa, dame la mano y te la cogeré

La gente ayuda a la gente

Nada te arrastrará hacia abajo

Oh, y si tuviera cerebro, oh, y si tuviera cerebro

Sería frío como una piedra y rico como el tonto

Que apartó todos esos buenos corazones

Nah, nah, nah, nah, nah, ooh

Nah, nah, nah, nah, nah, ooh

La gente ayuda a la gente

Y si extrañas tu casa, dame tu mano y yo la sostendré.

La gente ayuda a la gente

Nada te arrastrará

Oh, y si tuviera cerebro, oh, y si tuviera cerebro

Sería frío como una piedra y rico como el tonto

Que apartó todos esos buenos corazones

1 comentario en «People help the people. Birdy»

  1. Y además es una preciosa manera de ayudar a la gente…eres nuestro brujo averío…
    Date cuenta de que solo es una parte en la que crees que ayudas. De mil maneras más, lo haces.

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