Lost. Coldplay

Un árbol caído, una mochila llena y un manto blanco.

Un árbol caído.

Es viernes por la mañana. Una maleta con ropa de esquí ocupa el poco espacio de nuestra habitación. A las 07:20 Unai sale hacia el Instituto. Último día antes de su viaje a esquiar. Me despido de él desconocedor de que no volveré a verle hasta cerca de las doce de la noche.

Despierto al mayor y después a las niñas. A las 9:15 estoy de vuelta en casa y me siento al ordenador. Las musas han decidido acompañarme hoy y las hojas que contienen la nueva visión de lo que debe ser mi proyecto, se rellenan rápidamente de ideas, razonamientos, metáforas y verdades, algunas dolorosas, de las que dejan cicatriz.

Las hojas van fluyendo una detrás de otra. Tengo claro hacia donde debo ir y trato de explicarme de la mejor manera que sé: la mía.

Un cielo azul llena la parte superior de la ventana desde la que mis musas y yo trabajamos. Me gusta mirarlo, hace días que no lo veía y ya me costaba recordar la intensidad de su azul. Menos mal que tengo los ojos de mis hijas que me lo recuerdan.

Entrecortando el cielo, las ramas de los árboles compiten entre ellas para captar el mayor número posible de rayos sobre sus hojas, unas perennes y otras caducas. Igual que las mías.

Una leve, muy leve brisa, las agita dulcemente y parece que son las hojas las que mueven el viento y no al revés.

Las musas y las hojas fluyen simultáneamente, cada una a su aire, escondiéndose las unas detrás de las otras mientras el viento las busca desesperadamente en un baile sentido, pero sin sentido.

Mis ojos lanzan miradas furtivas hacia arriba deseando que el viento mueva alguna de las hojas de los árboles que me permita ver la desnudez de las musas para plasmar su sonrisa en mis hojas en blanco.

Justo cuando noto que se acerca una racha de viento ladeado que va a destapar varias ideas es cuando puedo oírlo.

Un crujido, un levantamiento de tierra, un quejido continuado, el grito de una resistencia inútil, el dolor de unas raíces que no pueden aguantar el peso que llevan encima, y el gran pino centenario que vive frente a mi ventana, empieza a caer.

Lo veo, lo siento bajo mis pies, la tierra grita de dolor y se le parte el corazón a la vez que las raíces.

Cae, cae.

Solo la valla de la pista de tenis es capaz de sujetarlo para que el estruendo no sea mayor.

Ha caído un gigante frente a mi y te puedo asegurar que si un árbol cae en un bosque hace ruido, aunque nadie esté cerca para escucharlo.

Asustadas, las musas se desvanecieron entre las hojas para no volver más esa mañana.

Y a la vez que yo lo veía y lo escuchaba, la vecina del tercer piso que agradecía cada verano la sombra del árbol, experimentaba una revelación que le hizo ver la luz.

Una luz desconocida, viva y repentina inundó su salón mientras ella mantenía una conversación con un cliente alemán que miraba asombrado desde la cámara de su ordenador cómo su interlocutora dejaba todo para salir a la terraza a gritar:

¡Hágase en mí según tu palabra!

Ahora el conserje se encarga de hacer leña del árbol caído, mojado y vencido, mientras las gotas de agua siguen acumulándose en las hojas del resto de los árboles que quedan en pie, resistiendo y llorando por el compañero que yace frente a sus raíces.

Una mochila llena.

Llevamos ya unas semanas revolucionados en casa con el viaje de esquí del segundo. Su primer gran viaje. Con sus amigos, los mejores del mundo, esos por lo que daría la vida. Con trece o catorce años los descubres, algo os une, descubres las risas, el placer de ser aceptado, de ser querido.

De repente, no hay nada más importante en el mundo.

¿Te acuerdas? Claro que sí. Por supuesto que lo recuerdas. Es imposible olvidarlo. Te deja una marca que ocupara su sitio para siempre.

Él ha empezado a descubrirlo este año. Los viernes por la tarde quiere llegar más tarde a casa simplemente por el deleite de compartir la vida con esas nuevas personas que le entienden mejor que nadie, con quienes puede compartirlo todo y que, sobre todo, ha elegido él.

En realidad, es la vida la que les ha puesto delante a unos de otras, a sabiendas que más tarde llevará a cada uno de ellos por un camino diferente, pero a sabiendas también, que en estos momentos no necesitan nada más o, ¿quizás debería decir que no hay nada que necesiten más?

Con las hormonas revolucionadas, el corazón agitado y la cabeza asimilando toda la belleza de la amistad adolescente, al pobre no le ha quedado espacio para nada más.

Esta época es pura intensidad, exaltación, descubrimiento, apertura, aire libre, libertad, frías noches en corazones calientes, vello incipiente, aromas de amores, ligeras sensaciones de adulto, pesadas risas entre carreras huyendo de un telefonillo que no recibe respuesta.

Mi hijo está absolutamente centrado en vivir todas esas sensaciones y cuando él se centra en algo, el resto deja de existir.

Con dos años no paraba de cantar “América” de Sangre Azul

Aerica

Pezdido noches

Atapado poz ti

Todavía en infantil quiso saber todo de El Señor de los Anillos y veía una y otra vez las películas, se sabía los diálogos y conocía qué llevaba Gandalf en la mano en la escena en que Frodo despierta en Rivendel después de haber sido herido por uno de los espectros.

Después fue The Walking Dead. Todo lo sabía, todo lo investigaba, miraba en internet a ver quién era quien, actores, otras películas, la historia de los comics, diferencias entre estos y la serie, anécdotas, detalles, temporadas, capítulos, héroes y villanos.

Más tarde vino el fútbol. ¿Jugadores que han jugado en el Madrid y en el Sporting de Gijón? ¡Edwin Congo!

Lo quiere saber todo, de lo que le interesa. Y ahora le interesan sus amigos.

Resultado académico: Peor que la peor de mis predicciones.

No hace falta dar datos concretos.

El viernes después de hacer comido en casa de uno, haber pasado toda la tarde con otros y llamarnos a las once de la noche porque, sin saber cómo, acababa de perder el tren, llega a casa con la mochila del instituto extrañamente pesada.

Al abrirla empieza a sacarlos, todos, uno detrás de otro.

El profe me tiene manía

Esa no ha redondeado.

La otra no la aprobado nadie.

La no sé cuál, tenía lo mismo que no sé quién y a él le aprueban y mi me suspenden.

Exactamente las mismas excusas que ponía yo hace 40 años.

Confieso que la idea de dejarle sin viaje de esquí atravesó mi mente como un rayo.

Confieso que duró lo mismo que su atención en matemáticas.

Soy consciente de que muchos me diréis que hubiera sido una oportunidad perfecta para enseñarle que en la vida las cosas hay que ganárselas, que todo lo que haces o no haces en este caso, tiene una consecuencia, que hay que ser responsables y que en la vida muchas veces solamente aprendemos a palos.

Quizás habría aprendido todo eso, o quizás no. Quizás solo hubiera aprendido a odiar. A mí, a aprender y lo peor de todo, a sí mismo.

Soy consciente de que podía haberlo aprendido. También soy consciente de todas las cosas que no hubiera aprendido si le hubiera dejado sin viaje.

A tener amigos, a cuidarlos, a relacionarse, a compartir, a vivir, a sentir, a bailar, a reírse de sí mismo, a disfrutar, y a esquiar.

Un viaje así con 13 años es una enseñanza que ningún programa, ninguna materia, y ningún profesor pueden enseñar, y dejarle sin esas vivencias, hubieran dejado su adolescencia incompleta, hubiera sido como dejarle montar en los coches de choque y darle el único que no funcionaba.

No voy a tratar de convencerte de que nuestra opción es la acertada. Solo la comparto contigo por si alguna vez te encuentras en una situación parecida. No siempre hay que hacer lo que las estrictas normas de comportamiento social nos imponen.

O eso creo yo.

Lo que sé positivamente es que la única oportunidad en su vida que va a tener de hacer un viaje de esquí con trece años y con sus amigos, era esta. Esa oportunidad no la va a volver a tener, nunca, jamás.

(Martes 22:00. No hemos hablado con él, pero sabemos que está bien)

Un manto blanco.

El domingo a las 5:30 de la madrugada le despertaba para llevarle al autobús. Eché un ojo, todavía medio pegado a los párpados, por la ventana y me pareció que el tiempo iba a respetar la mañana.

Había que aprovechar el madrugón, así que decidí ponerme la ropa de correr para pasar unas horas después de dejarle en el bus.

Al salir de casa pude comprobar cómo mi vista me había engañado y una lluvia persistente empapaba mi chubasquero. A medida que íbamos subiendo por la carretera, las gotas de agua iban convirtiéndose en pequeños copos de nieve.

Mientras se instalaban cada uno en su asiento, las ganas por salir de allí en busca de aventuras crecían y los copos de nieve a su vez, también aumentaban su tamaño. Los techos de los coches compartían color y la mayoría de tejados habían cambiado sus clásicos marrones por blancos brillantes.

A la vez que me despedía agitando la mano, sin tener ni idea de si mi hijo me miraba o estaba ya viendo en el móvil de algún amigo los mejores goles de la revelación de la liga bielorrusa, yo deshojaba la margarita.

Salgo a correr.

No salgo.

Salgo a correr.

No salgo.

Al final, como siempre, hice lo menos prudente.

¿Qué más da? Si al final todo me sale siempre bien, del revés.

Me tapé bien la garganta con un pañuelo, la cabeza con otro y con las piernas descubiertas salí en medio de la tormenta de nieve.

Todos los caminos del cerro estaban perfectamente cubiertos por un manto blanco. Pese a ser de noche todavía, no hacía el frío que podrías esperar y la ausencia de viento balanceaba suavemente los copos en un movimiento hipnótico orquestado por la naturaleza.

La luz del frontal iba abriendo mi camino y los caminos tantas veces recorridos se perdían bajo la esponjosa costra blanca que se iba formando.

No sé si eran las pisadas sedosas sobre la nieve o eran las ganas de deleitarme con los paisajes que me encontraba tras cada giro, el caso es que no me costaba subir. La belleza con la que mis ojos se tropezaban a cada instante eran mi mejor combustible para avanzar.

Caminos nevados, noche oscura, silencio absoluto, y mi corazón latiendo al mismo ritmo que me marcaban los copos cayendo sobre mi nariz. Sabía que la margarita no me había engañado y el crujido de mis pies quebrando la nieve inmaculada en cada zancada me lo confirmaba.

Ni una sola huella que no fuera la mía, nadie, ni siquiera la luz del día quiso privarme de esa soledad buscada, de esa oscuridad tan clara que solo una pequeña luz a la altura de mis ojos conseguía romper. Era tanto el disfrute, que me dio la impresión que el día tardó un poco más de la cuenta en aparecer por encima del cerro disfrutando también del ritmo de mi corazón y de los pensamientos que iba dejando por el camino para que formaran parte del blanco paisaje.

Y seguía nevando.

Justo antes de hacer la primera cima, el poco viento que me había acompañado, decidió esconderse detrás de los riscos creando la sensación de que los copos caían hacia arriba al mismo tiempo que yo dejaba caer mis agradecimientos sinceros a cada piedra, a cada retama, a cada jara cargada de pequeños bocaditos de nieve, al camino, a los árboles, al cielo recién iluminado y a la margarita por haberme convencido a arriesgarme en esa aventura que llenaba mi alma de tranquilidad.

Al mismo tiempo que caía la nieve, lo hacían mis pensamientos, mis preocupaciones, algunos miedos, inseguridades, e incluso ilusiones y metas, hasta dejar otro manto blanco en mi cabeza que ya no pensaba, solo disfrutaba, contemplaba y daba las gracias.

Creo que nunca había disfrutado tanto. Esas sensaciones me elevaban unos milímetros por encima de la nieve y yo solo quería seguir corriendo, recorriendo, pisando la blanca nieve, sonriendo, nada más…

Durante dos horas y media fue lo que hice, perderme por los caminos que antes veía claros y ahora estaban escondidos bajo un suave manto blanco, para encontrar mis propias huellas de nuevo que me indicaban que estoy en el buen camino.

Solo necesito seguir mis pisadas para encontrarme. Saber que por ahí ya he pasado, que he sabido encontrar de nuevo el camino que se abre delante de mi y, que de alguna manera que escapa a mi entendimiento, las palabras nos han traído a los dos hasta aquí, a este bosque nevado, a ti y a mí, y he dejado una huella en ti para volver a encontrarme si me pierdo.

Y eso, amigo mío, es la vida.

Y solo porque esté perdiendo

No significa que esté perdido

No significa que me vaya a parar

No significa que esté del otro lado

Just because I’m losing

Doesn’t mean I’m lost

Doesn’t mean I will stop

Doesn’t mean I’m across

Just because I’m hurtin’

Doesn’t mean I’m hurt

Doesn’t mean I didn’t get what I deserved

No better and no worse

I just got lost

Every river that I tried to cross

Every door I ever tried was locked

Oh, and I’m just waiting ‘til the shine wears off

You might be a big fish

In a little pond

Doesn’t mean you’ve won

‘Cause along may come a bigger one

And you’ll be lost

Every river that you tried to cross

Every gun you ever held went off

Oh, and I’m just waiting ‘til the firing stops

Oh, and I’m just waiting ‘til the shine wears off

Oh, and I’m just waiting ‘til the shine wears off

Oh, and I’m just waiting ‘til the shine wears off

Sólo porque estoy perdiendo

No significa que esté perdido

No significa que me detendré

No significa que estoy del otro lado

Sólo porque me duela

No significa que estoy herido

No significa que no tenga lo que merezco

Ni mejor ni peor

Sólo me perdí

Cada río que intenté cruzar

Cada puerta que intenté estaba cerrada

Oh, y sólo estoy esperando hasta que el brillo se desvanezca

Podrías ser un pez gordo

En un pequeño estanque

No significa que hayas ganado

Porque puede venir uno más grande

Y estarás perdido

Cada río que intentaste cruzar

Cada arma que sostuviste se disparó

Oh, y sólo estoy esperando hasta que el fuego se detenga

Oh, y sólo estoy esperando hasta que el brillo desaparezca

Oh, y yo sólo estoy esperando hasta que el brillo se desvanezca

Oh, y yo sólo estoy esperando hasta que el brillo se desvanezca

6 comentarios en «Lost. Coldplay»

  1. Vaya nivel de consciencia..hoy me quedo con el disfrute de 2 horas contigo mismo. Quiero ser tu joven padawuan

  2. Desde que te seguimos has hecho una evolución brutal, ya puedes decir con pleno derecho que eres un ESCRITOR, y me da que en paralelo también has crecido como persona: no hay más que ver la lección de «mindfulness» (o llámalo equis) que nos has dado hoy.
    Gracias como siempre por regalarnos tus pensamientos y tus sentimientos, que nos ayudan a reconocer y apreciar los nuestros. ¡Un abrazo fuerte!

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