Dicen que a quien sus mayores se parece honra merece y que hombre refranero hombre puñetero.
No tengo yo muy claro si lo que se merecen mis hijos es concretamente honra u otra cosa, pero que se parecen a sus mayores es un hecho irrefutable.
De repente me veo, como por arte de magia, enfrentando los mismos problemas que me tocaba enfrentar con trece años. Lo malo es que estoy bastante seguro de que aún no he conseguido superarlos.
Ahí estoy yo de nuevo, con mis pantalones cortos, con la mochila llena de papeles arrugados admirando la limpieza y la pulcritud de los cuadernos de mis compañeros de clase, pensando en salir al patio a practicar mi tiro de corta distancia y mis entradas a canasta, mientras el profesor con voz imponente, nos dice que guardemos todo y saquemos una hoja que empieza el examen.
¿El examen?
¿Pero hoy había examen? ¿Examen de qué?
¿Una hoja? ¿De dónde saco yo una hoja?
Todas las que tengo están completamente arrugadas.
Nacho, por favor, ¡préstame una hoja!
Al llegar a casa, cuando mi madre me preguntaba qué tal me había ido el día, el pequeño incidente del examen había pasado a mejor vida en mi memoria, y yo, sin ninguna maldad o ánimo de esconder el desafortunado acontecimiento, contestaba que todo había ido bien y salía a jugar al baloncesto en mi canasta de la calle.
Aquellos eran buenos tiempos.
La historia se repite. Más que los ajos.
Las leyes de Mendel no fallan, cambian el baloncesto por el fútbol, los grupos musicales por alineaciones del Barça que ganó el sextete o los balones de oro de los últimos veinte años y la tele por youtube shorts, pero la esencia sigue invariable.
Y no era una cuestión de vaguería ni de llamar la atención ni de rebeldía, simplemente mi mente dispersa se sentía atraída por unas cosas y por otras no. En ningún momento me negaba a hacer algo que nos hubieran mandado a propósito, simplemente desconocía que había que hacerlo.
No sé si eso era TDHA, THC, TSD (te saluda, recuerda que soy disléxico). Yo me entretenía escribiendo las letras de las canciones que me había aprendido o haciendo la lista de los discos de Scorpions organizada cronológicamente para después hacer otra por orden de preferencia musical.
Eso sí que era importante.
Insisto, no era una muestra de rebeldía, era mi cerebro pidiendo a gritos algo que le motivara.
Con el paso de los años fui aprendiendo a silenciar a mi cerebro y a ordenarle centrarse en las cosas más mundanas. Hacer los trabajos de la Universidad, esforzarme y encadenar mi atención a unos cuantos folios repletos de letras o centrarme en recordar llevar la presentación de la empresa al cliente que iba a ver.
Todas esas actividades, por mucho esfuerzo y dedicación que me autoinflingiera, nunca conseguían alargarse en el tiempo. Siempre había una canción, un sonido, una mosca o lo que fuera que me sacaba de aquel penoso trance que era invariablemente abandonado sin remedio.
Con la excusa de hacer una pequeña pausa, acababa viendo canales de videos musicales sin parar o poniéndome unos pantalones cortos para salir a correr para sacudirme el estrés de aquellos 40 minutos delante de aquellos folios llenos de letras.
Y no, no era vaguería, simplemente mi cerebro no podía soportarlo.
Y sigue sin poder si no le doy estímulos que le incentiven.
Y escribir lo es.
¿Por qué si no iba a estar a las once de la noche después de levantarme a las 06:40 y hacerme 550 km de Madrid a Mijas haciéndolo?
Y, aun así, de vez en cuando, ese amasijo de laberintos color grisáceo que tengo dentro de la cabeza me pide parar. Paro, miro el mail, el perfil de Linkedin, la cuenta del banco, el Marca y después de eso continuo…si hay suerte.
No siempre lo consigo, hay veces que del perfil de Linkedin saltó a una lista de Spotify, de ahí a la web de un grupo, de ahí a un concierto que dieron en no sé qué país en su gira de no sé qué disco y no consigo volver a la hoja en blanco.
No puedo evitarlo, así funciona mi cerebro.
Lo bueno es que, al escuchar una canción de ese mismo concierto, se activa un recuerdo, una emoción olvidada que desemboca en una carne de gallina que me da la pista sobre lo que quiero contar en cada ocasión.
Conexiones, neuronas que se apagan para encender otras, imágenes vividas que se esconden tras mis párpados y sensaciones que vuelvo a revivir casi de forma exacta. A veces dudo de si es la música la que lo consigue o si tengo un cerebro especial que se activa con la música para revivir esos momentos. ¿Acaso estaré viviendo con el doble de intensidad por esa capacidad?
Dime que a ti también te pasa. Dime que cuando escuchas una canción vuelves a revivir momentos imborrables. Y fíjate bien que digo que vuelves a revivirlos, no digo que los recuerdes, digo que los revives, coño, ¡que los revives!
Quizás después de todo, el hecho de que mi cerebro funcione así, es un regalo que me ha sido otorgado para paliar mi despiste natural, para compensar la cantidad de cosas que me pierdo por estar pensando en mis cosas y para confirmarme a mí mismo que las cosas que permanecen lo hacen porque realmente merecieron la pena.
Pues como te decía antes, vuelvo a experimentar todas esas sensaciones a través de mis hijos, especialmente del pequeño pastor de vacas que tiene exactamente las mismas dificultades que tenía yo y que estoy seguro de que tendrá exactamente los mismos pensamientos que tenía yo cuando me entregaban mi boletín de notas.
“Tengo que organizarme, me voy a hacer un horario y lo voy a cumplir, me voy a esforzar, quiero ser mejor”.
Y, sin embargo, la semana siguiente, seguía sin hojas en la carpeta y sorprendido ante un nuevo examen no esperado (y mucho menos preparado).
Ahora soy yo el que le tengo que ayudar, guiar y enseñar y me pregunto si sabré hacerlo o si se encontrará dentro de 30 años descubriendo lo que quiere ser de mayor y preguntándose dónde encaja él en toda esta locura sabiendo que en lo profundo, deep in my heart, sé que no tengo salida.
Y si no, habrá que recurrir al hombre lluvia que me dio dos remedios que aliviaran mi locura
El primero era un remedio sureño, el segundo ginebra pura
Como un loco, hice una mezcla que me estranguló el cerebro
Y ahora veo a la gente más fea y he perdido el sentido del tiempo
Y el trapero va dibujando círculos por la manzana
Yo le preguntaría, pero sé muy bien que no habla
Las señoras me tratan amables, me van a llenar de cintas
Y en lo profundo, deep in my heart, sé que no tengo salida
Oh, mama
Y esto puede ser el fin, y esto puede ser el fin
Atascado con el blues de Memphis sin poder salir
Mona intentó mantenerme lejos de los ferroviarios
No sabes, me dijo que se beben tu sangre como el vino a diario
Yo le dije que no lo sabía, pero después, tirando del hilo
Me acordé de aquel que una vez me dio un puñetazo en todo el cigarrillo
Oh, mama
Y esto puede ser el fin, y esto puede ser el fin
Atascado con el blues de Memphis sin poder salir
Ya se murió la abuelita, ya está enterrada entre las rocas
Pero la gente habla todavía de la pena que le toca
Yo ya lo estaba viendo que iba de mal en peor
Últimamente, la vi encendiendo candela por la calle mayor
Oh, mama
Y esto puede ser el fin, y esto puede ser el fin
Atascado con el blues de Memphis sin poder salir
El senador ha llegado enseñando la pistola
Mañana se casa mi hijo, todo el mundo está invitado a la boda
Con el bajío que yo tengo, todo lo malo a mí me pasa
Si voy, seguro me cogen de marrón debajo de un camión y sin entrada
Oh, mama
Y esto puede ser el fin, y esto puede ser el fin
Atascado con el blues de Memphis sin poder salir
Y el hombre lluvia me dio dos remedios que aliviaran mi locura
El primero era un remedio sureño, el segundo ginebra pura
Como un loco, hice una mezcla que me estranguló el cerebro
Y ahora veo a la gente más fea y he perdido el sentido del tiempo
Oh, mama
Y esto puede ser el fin, y esto puede ser el fin
Oh, mama
Y esto puede ser el fin, y esto puede ser el fin
Parece que hablas de mí
O de mí
Hay que dejar el camino social-alquitranado, porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas. ¿Te suena? Es la paradoja del ser humano de hoy, que para poder procurarse los pequeños placeres que nos brinda el progreso tiene que ser una pieza más del engranaje productivo durante cuarenta (o más) horas por semana… No te quepa duda, si eres capaz de ganar segundos o minutos de sentida evasión al implacable reloj de la rutina, eres afortunado, porque eres más libre, porque eres tú. ¡Disfrútalo!