Las gotas de lluvia resbalaban por la ventanilla a través de la cual veía cada día los avances de las obras que ya llevaban cerca de un año.
Los atascos que se formaban eran inmensos y si nos retrasábamos tres minutos de la hora de salida, el maremágnum de coches nos atrapaba y volvíamos a llegar tarde una vez más.
Coches que se querían cambiar de carril, sonidos de claxon sin fin que se entremezclaban con los ruidos de las máquinas, dedos corazón que asomaban por el pequeño resquicio de las ventanillas a medio abrir por donde se colaban las pequeñas gotas e insultos ahogados por los ruidos tras esas mismas ventanillas, eran el pan nuestro de cada día.
En esa jungla de asfalto, hierro y odio madrugador, el coche de mi padre era un remanso de paz que solo se veía perturbado los días que llevábamos las notas firmadas al cole. Esos días la paz continuaba, pero la tensión se podía cortar con cuchillo.
Menos mal que solo eran cinco días al año.
“Eres más vago que la chaqueta de un guardia”
La fórmula secreta de mi padre para evadirnos de la locura transitoria de las obras del túnel de Ciudad Universitaria, tenía nombre y apellidos:
Ludwig Van Beethoven.
Su sexta sinfonía. La Pastoral.
En esta sinfonía, el músico alemán expresa su amor por la naturaleza y por la vida en el campo.
Probablemente por eso me gustaba tanto, porque se alineaba perfectamente con algo que ya crecía dentro de mi y era mi necesidad de estar rodeado de montañas, ríos, senderos, bosques, praderas y cielo abierto.
Y es que, mientras nos adentrábamos en esa jungla gris que era la ciudad de Madrid, yo miraba a través de la ventanilla buscando un trocito de cielo por encima de los antiguos edificios color ladrillo y los más modernos de metal ennegrecido.
En esos momentos sonaba el primer movimiento de la sinfonía, allegro ma non troppo, y las notas me llevaban volando por encima de esos mismos edificios y atravesaba montañas, ríos, ibones pirenaicos, praderas y valles porque era allí donde yo quería estar.
¡¡¡¡PIIIIIIIIIIII, CABRÓNNNNN, siempre tiene que haber un listo!!!!, era la voz de mi padre que coincidía con la parte de la tormenta de la sinfonía.
El vuelo había acabado de nuevo sobre la ventanilla del asiento de atrás con las gotas echando carreras por ver cual era la más rápida en llegar a la parte superior y desaparecer en el asfalto mojado.
Años más tarde miro a través de mi ventana y veo los calzoncillos y las bragas negras que son mi única bandera, secándose al sol y, detrás árboles, muchos árboles, algunos de los cuales van cambiando ya sus colores y, aunque el verde sigue siendo el protagonista, el amarillo empieza a tomar posiciones mientras el viento mece las ramas como queriendo seguir las notas de la sinfonía del genio sordo.
También veo ladrillos que se elevan por encima de algunos árboles y otros, como los pinos negros, contemplan los viejos tejados de tejas marrones con la altivez que les da la edad y la experiencia.
Pequeños retales de cielo azul se cuelan entre los verdes, amarillos y marrones para descubrir que ese cielo que cada mañana sobrevolaba con mi imaginación desde el Opel Kadett color burdeos de mi padre es el mismo que contemplo ahora y, que tengo las montañas lo suficientemente cerca como para ponerme unas zapatillas y salir a recorrerlas.
Y una vez allí, echo a volar mi imaginación que se empeña a seguir a mis pies por los senderos de la vida mientras mis pies ordenan a mi imaginación que vuele alto para mostrarme el camino a recorrer.
Y en ese camino, de vez en cuando, encuentro un arroyo que suena con la misma melodía que el primer movimiento de la sinfonía y me detengo para observar que quizás, el agua de ese arroyo es la misma que recorría el cristal del coche tantos años atrás.
Pequeñas gotas de agua y amor que dan sentido a nuestras vidas, pequeñas gotas de agua que nos refrescan cuando lo necesitamos, pequeñas gotas de agua que se confunden con nuestras lágrimas cuando lloramos bajo la lluvia, pequeñas gotas que vamos guardando para ofrecérselas a los que las necesiten más que nosotros, pequeñas gotas de agua que permanecen dentro nuestro y que van cincelando nuestras almas y las de los que vendrán detrás nuestro.
Hoy no hay historias, ni enseñanzas, ni moralejas, hoy me he dejado llevar por los recuerdos y esto es lo que ha salido. Probablemente debería repasarlo para ver si tiene algún sentido, pero creo que carecería de sentido.
Lo que tengo claro es que si lo he escrito es porque lo he sentido.
El texto de hoy es corto porque la sinfonía es larga y las emociones que pueden provocar a cada uno van a ser siempre más intensas de lo que yo consiga con mis pensamientos desordenados.
No puedo competir contra un genio.
Hoy te regalo casi una hora de disfrute, de belleza y de emoción. Creo que no puede haber mejor regalo y si quieres agradecérselo a alguien….
agradéceselo a mi padre.
Gracias Don Luis por la música y los valores inculcado a tus hijos, por hacer de tu casa la nuestra y por estar siempre a nuestro lado