By your side. The Black Crowes

Mi cuerpo se sacudía sin control. Las horas previas a la madrugada, las más frías de la noche, cayeron encima de mi al llegar al avituallamiento de la Morcuera.

Lo primero que hice fue conseguir una silla para sentarme unos minutos y sobre todo para vaciar las zapatillas de piedritas que iban rozando con la planta del pie y, además de ser molestas, me podían producir una ampolla más grande. Las piedras del camino, las llaman…pues me llevé yo todas.

Mientras intentaba controlar el temblor de manos por el frío para conseguir tomarme un refresco sin desparramármelo por encima, decidí sacar el cortavientos y resguardarme dentro. El frío de la noche y el sudor acumulado en mi camiseta, no hacían recomendable quedarse demasiado tiempo quieto en aquel punto.

La tiritona pasó con las primeras zancadas y el cuerpo volvió a recuperar su temperatura normal. Me esperaban dieciséis kilómetros por delante de bajada hasta Rascafría.

Llegar a este punto había sido relativamente fácil, aunque mi primer pensamiento, antes incluso de salir del pueblo de Navacerrada donde se daba la salida, fue:

“Quiero llegar ya”.

Tuve que desplazar ese pensamiento de mi cabeza. En realidad, me estaba diciendo a mi mismo que no quería estar allí. Mala señal para empezar. Lo que no sabía es que ese pensamiento iba a tirar de mi durante toda la carrera.

Quise desterrarlo porque quería perderme en otros, ir saltando de uno a otro, de roca en roca, dejar a mi mente navegar libre con mi bandera pirata ondeando al viento de las cumbres, olvidarme de los kilómetros, entregárselos a las piernas y a los pulmones, para dejar libre el pensamiento y el corazón.

Pero el corredor soñador, esta vez, no disputó la carrera. Su puesto fue ocupado por una fría máquina de control de datos, tiempos y sensaciones.

No era capaz de descubrir la belleza del bosque nocturno, los sonidos del silencio, la música de las respiraciones, y las melodías de las pisadas.

El reloj comenzó a tomar el mando. Cuando llegaba a un punto rápidamente hacía un cálculo mental sobre la hora de llegada del siguiente punto. Y así, fui consiguiendo avanzar, vencer a la noche, saludar a la mañana que me recibió con unos cálidos rayos de sol que competían con el frescor del rocío serrano que subía de las plantas y las hierbas todavía desperezándose.

“Quiero llegar ya”

Otra vez ese pensamiento.

Tranquilo.

Antes hay que vencer monstruos que me desafían desde las alturas, que no son montañas aquello que veis, amigo Sancho, sino bestias que quieren impedirnos el paso para reunirnos con nuestra amada.

La luz, la ropa nueva, las calorías ingeridas y la música sonando en mis cascos, se convierten en mis armas para luchar contra los gigantes, una vez que paso el ecuador de la carrera.

Empiezo una nueva subida, no recuerdo cuantas llevo ya. Las piernas responden y después de un tramo un poco más inclinado, entramos en una pista larga, infinita, pero tendida. Ese es mi terreno.

Los cilindros empiezan a carburar y ponen la maquinaria en funcionamiento. Subo andando, no doy ni una sola zancada corriendo en toda la subida, sin embargo, mi ritmo es arrollador y voy superando rivales que me miran pasar con envidia.

Sé que es envidia, porque es la misma mirada que pongo yo cuando me pasan. Se reconoce fácilmente, dura un segundo, el que el otro tarda en apartar su mirada y volver a mirar al suelo para dar el siguiente paso.

Cojo a uno y miro hacia delante a ver dónde está el siguiente. Una vez localizado me lanzó a por él o a por ella. Van cayendo y mi confianza va igualmente ganando altura.

Llego al siguiente punto de avituallamiento. Un poco de salchichón, jamón, queso, pan, sandía y plátano. Hay barritas energéticas, geles, golosinas nutricionales y demás alimentos nutricionales procesados. Las miro con cariño, pero no son mi tipo. Me despido de ellas para mostrarles mi respeto con un ligero movimiento de cabeza coordinado con un rápido gesto de la mano que agarra dos o tres rodajas de nutritivo salchichón.

Antes de ponerme de nuevo pies a la obra, se me acerca un corredor que había adelantado:

—¡Cómo subes!

—¡Eres un puto tractor! He intentado seguirte el ritmo y ha sido imposible.

—Te lo digo con admiración.

Y ya sabes qué pasa cuando te maseajean el ego, que te lo crees.

Llevo más de la mitad de la carrera. No me duele nada. Voy hasta arriba de ánimo y empieza la bajada a La Granja.

Voy solo. Me gusta correr solo. Entro en un estado de concentración que no podría alcanzar si fuera acompañado. Me encuentro conmigo mismo. Con mis aciertos, mis errores, mis miedos, mis fortalezas y mis debilidades.

Sin embargo, sé que no estoy solo y que jamás podría conseguirlo sin las personas que siempre me acompañan. Cada canción me acerca un recuerdo, un momento que me permite olvidarme de la cuesta que tengo delante y que nunca se acaba.

Y me viene, entre el susurro del agua del río, el viento que se cuela entre las ramas de los árboles en una maravillosa melodía, y los rayos de sol, una sonrisa de agradecimiento.

Para mi mujer, para mis hijos, para mi familia, para las personas que llevan recorriendo este camino desde hace años junto a mí y, las que sé que, de vez en cuando, revisan su móvil para saber si he llegado al siguiente punto de control y darme unos ánimos que puedo sentir con cada bocanada de aire que respiro.

Pero la sonrisa empieza a torcerse, primero de un lado y al poco tiempo del otro. Aunque he comido algo en el último punto, por primera vez en la carrera noto que me empiezan a fallar las fuerzas.

Llevo más de la mitad de la subida, no tiene sentido darse la vuelta, así que le pego un buen puntapié a esa idea y la veo cómo desaparece cuesta abajo para acabar bajo un helecho milenario mientras yo sigo dando los pasos que necesito para alcanzar la cima, todavía lejana.

El estómago empieza a mandar mensajes de auxilio a la unidad central. Intento comer algo a ver si lo que tengo es hambre, pero no soy capaz de andar, respirar y comer a la vez.

Me obligo a tragar una chuche que me he llevado de uno de los avituallamientos y que, en un principio no consigo sacar del bolsillo de la mochila. El calor ha ablandado la chuche y el azúcar ha servido como pegamento natural. Después de varios tirones consigo sacarla y voy comiéndomela a pesar de encontrar pequeños granos de arena que también se han fundido a la misma.

Voy bebiendo diminutos sorbos de agua que no quieren entrar tampoco, pero me fuerzo a hacerlo para evitar una deshidratación que, como ya me ha pasado en alguna otra ocasión, puede acabar en una amarga retirada.

Pero no. Estoy decidido.

Me duele la tripa, tengo ganas de vomitar, no puedo comer ni beber y voy por el kilómetro 80. El ritmo desciende, solo puedo poner un pie detrás del otro y continuar.

Otra arcada. La debilidad empieza a ocuparlo todo hasta que llega al cerebro. Empiezan las primeras dudas. Me queda la parte más dura del puerto y la flojera empieza incluso a afectar a mi equilibrio.

Intento elevarme por encima de las piedras, pero las fuerzas son tan justas que en ocasiones me tengo que apoyar en alguna, sujetarme de alguna rama de arbusto bajo, o aterrizar sobre piedras que no eran las que yo había elegido, sino las que elije la montaña para dejarme claro, una vez más, que la que manda es ella.

Empiezo a escuchar un canto familiar que sale del corazón de la montaña. Conozco su mensaje, sé lo que quiere decirme, sé lo que quiere imponerme.

No puedes pasar, no puedes pasar. La última vez, esos cantos de sirena consiguieron su objetivo y me di media vuelta con el rabo entre las piernas como un perro apaleado.

Y con cada nota que emite la montaña, un paso, una nueva pisada, silencia su mensaje.

No voy a dejar que me venzas de nuevo. Voy a seguir subiendo, voy a llegar, lo sé.

Mi respiración es cada vez más agitada, no miro hacia arriba, solo miro a mis pies, el camino, la siguiente roca donde apoyarme, un saliente para agarrarme, un motivo para seguir, los brazos de mi amor que me abrazan desde la distancia para darme la fuerza necesaria para dar el siguiente paso.

Otro, otro. Ya no hay sensaciones, no hay reloj, el tiempo desaparece entre los latidos de mi corazón que es lo que ahora me mantiene en pie. Sufro, peno, me pregunto qué estoy haciendo allí, y el siguiente paso me da la respuesta.

Estás aquí porque quieres.

Estás aquí porque puedes.

Estás aquí porque esto eres tú.

Definitivamente las fuerzas me han abandonado. Estoy en lo más bajo, pero nunca de rodillas, veo el bosque entre los árboles.

Hasta que consigo llegar a la cima y desde allí, por primera vez en la carrera, sé que lo voy a conseguir. Decido hacer toda la bajada muy tranquilo para intentar recuperar la respiración y volver a poner el cuerpo en modo correr.

La montaña me ha dejado pasar esta vez y recorro su otra vertiente sabiendo que únicamente me queda una subida.

Y una bajada.

Mientras intento recuperar fuerzas con una Coca-cola medio tibia que me cuesta tragar, una mano en la espalda me recuerda que no estoy solo. Una de esas personas que la vida te regala siendo solamente un niño, se sienta junto a mi en una silla de madera y sin decirme nada me da los ánimos que necesito para seguir luchando por lo que quiero.

Como tantas otras veces.

Junto a nosotros, un conocido de otras carreras, me dice que no sigue. Le entiendo, sé por lo que está pasando y yo no tengo fuerzas para animarle. Las acabo de gastar todas animándome a mi mismo. Su derrota me da energías, yo también he estado sentado en esa silla de dolor y decepción, sé lo que se siente y no quiero sentirlo, otra vez.

Sin previo aviso me levanto, doy un abrazo y las gracias a mi amigo que con su sola presencia ha disipado todas mis dudas y cojo el camino que me lleva a mi destino.

Llego a las antenas de Bola del Mundo. Sacó el teléfono por primera vez en toda la carrera y mando un mensaje que desata todas mis emociones. Allí arriba, solo, dolorido y orgulloso, le digo a mi amor que ya lo tengo, que voy a conseguirlo, que solo pienso en fundirme en sus brazos y que ha merecido la pena.

Lloro, solo, dejo que las emociones tomen el control, ya no hay relojes, ni sensaciones, no existe el dolor ni la fatiga, estoy en el cielo, a tu lado.

Por fin consigo llegar abajo. He burlado raíces que me querían hacer caer, piedras que se balancean a mi paso, senderos imposibles y árboles caídos en medio del camino para hacerme dudar. Por fin llego a terreno favorable. Una pista desciende suavemente desde La Barranca hasta la meta en Navacerrada.

¡Tres kilómetros y medio!, —me grita la persona de la organización, —ya lo tienes hecho.

Vuelvo a hacer números. Son unos veinte minutos. Tres canciones largas. Al entrar en el pueblo me quito la música y corro con el único deseo de encontrarme a mis hijos que ya habrán salido a buscarme.

El mayor tenía partido, pero veo a los otros tres corriendo hacia mi. Me abrazan y yo les abrazo.

Quiero llegar ya. Por fin puedo decirlo. Quiero llegar ya, y cruzo la meta cogido de la mano de mis hijos y de sus sonrisas.

La felicidad es máxima. Lo he conseguido. 105 kilómetros, 18 horas y 19 minutos. Me siento vivo, acompañado, feliz. Mientras mis emociones bailan y bridan con Aquarius, una de ellas se aleja del grupo, prefiere estar sola y se sienta en una esquina con la cabeza metida entre las rodillas gimiendo: “¿Y ahora qué?”

Después de ducharme es cuando recibo el reconocimiento y el premio que realmente merezco. Mi hija pequeña ha preparado una de las habitaciones para darme un masaje (y sin cobrarte nada, ¡eh, papá!). Música relajante, pistola de masaje y una vela encendida.

Ella, que siempre ha estado a mi lado, incluso antes de que naciera, cuida de mi, me acaricia, todo lo que le importa en esos momentos es que yo esté bien. Y lo estoy. No le puedo pedir más a la vida que me lo ha entregado todo.

Las pequeñas manos de mi hija recorren mis piernas, mi espalda, mis brazos, mientras yo, cabeza abajo, recorro mentalmente cada uno de los momentos de la carrera reviviendo cada sensación. Las pequeñas manos de mi hija traspasan mi piel, se abren paso a través de los músculos, de mis entrañas, y de mis órganos vitales para aterrizar en el corazón que vuelve a bombear como si estuviera subiendo de nuevo una montaña, pero esta vez de pura emoción.

Han pasado ya unos días. Los festejos internos hace tiempo que acabaron. Los servicios de limpieza han terminado de limpiar las calles, pero esa emoción, la que necesitaba estar sola, no quiere levantarse y se va haciendo más grande paulatinamente.

¿Y ahora qué?

Una sensación de vacío ocupa ahora las calles de mi interior, dónde hace poco reinaba el júbilo, se descorchaba el mejor Champagne y el confeti decoraba cada rincón de mi alma, ahora solo queda silencio, incertidumbre y una pregunta:

¿Volveré a ser capaz?

Y la respuesta, como no podía ser de otra manera, me viene en forma de canción:

Solo, si estás a mi lado.

Cuando estás perdido, yo soy encontrado

Cuando resbalas, yo me mantengo firme.

Cuando caigo, por favor, haz una reverencia.

Y cuando estés arriba, solo recuerda que yo estoy abajo.

When your lost
I am found
When you slip
I hold my ground
When I fall
Please take a bow
And when you’re up
Just remember I am down
People looking for
Fortune and fame
They don’t know
That it’s all the same
It’s like any other game
You know there’s a loser
But it’s alright
When you feel your heart is breaking
When all your friends are faking
When its giving and no taking
I will be by your side
I’ve been over the hill and back
Survived every kind of attack
It’s been a few years at that
As a matter of fact
Good luck is just good luck
You don’t go hungry if you got pot luck
I’ve been down
But never on my knees
I see the forest for the trees

Cuando estás perdido,
yo te encuentro.
Cuando resbalas,
yo me mantengo firme.
Cuando caigo,
por favor, haz una reverencia.
Y cuando estés arriba,
solo recuerda que yo estoy abajo.
La gente que busca
fortuna y fama,
no sabe
que todo es lo mismo.
Es como cualquier otro juego,
sabes que hay un perdedor,
pero está bien.
Cuando sientes que tu corazón se rompe,
Cuando todos tus amigos te mienten
Cuando solo das y no recibes
Estaré a tu lado
He pasado por lo peor y he vuelto
He sobrevivido a todo tipo de ataques
Han pasado unos años desde entonces
De hecho
La buena suerte es solo buena suerte
No pasas hambre si tienes suerte
He estado deprimido
Pero nunca de rodillas
Veo el bosque a través de los árboles

6 comentarios en «By your side. The Black Crowes»

  1. Enhorabuena Marcos!! Por la carrera conseguida y por cómo lo transmites en tu relato🥰

  2. Enhorabuena. Eres un crack!!.
    Me has hecho sufrir contigo y acompañarte en ese esfuerzo. Disfruta de tu éxito, te lo mereces

  3. Brutal, Marquetes, si hubiera un género literario montañero, tú serías el puto Quevedo (el escritor del Siglo de Oro, no el gañán ese que hace como que canta…)
    Eterno y profundo dilema ese que planteas del querer y el poder. Leo tu maravilloso relato y siento en mis propias carnes tu fatiga, tu dolor y la fluctuación de tus fuerzas a lo largo de esos 105 kilometrazos corriendo que casi no puedo ni concebir. Pienso que yo no podría hacerlo ni de coña, pero inmediatamente estoy casi seguro de que podría hacerlo si realmente quisiera, si encontrara en mi interior la motivación, pero como dice alguien que no es precisamente mi modelo de comportamiento, pero que en esto creo que tiene razón: «es imposible motivar a alguien; la motivación nace de uno mismo». Y por último, concluyo que afirmar «yo podría hacerlo» es un brindis al aire, porque sólo demuestra que puede quien lo hace. Tú quieres y lo haces una y otra vez, luego puedes.
    Pero lo verdaderamente importante para mí de esta historia es cuál es el motor de nuestras vidas, de todo lo que soñamos y por lo que luchamos, lo cumplamos o no: nuestro AMOR con mayúsculas, el que tenemos hacia nuestra familia, la que no elegimos y la que sí, que es indistinguible del que ellos/as nos tienen, porque es todo una misma cosa. Sin ese amor, nada tendría sentido y la magia no sería posible.
    Una enorme enhorabuena, amigo, por haber superado tu prueba (una más), pero sobre todo por haber sumado una tonelada de felicidad al único saldo que importará cuando nos apeemos de este mundo. Y GRACIAS como siempre por compartirlo con nosotros/as.

  4. Hasta las lágrimas se me han saltado!!! Por tu esfuerzo, superación, tus dudas, tu capacidad de recuperación y tu gran amor. Enhorabuena!!

  5. Enhorabuena Marcos!!! Tremendo!! Muy emocionante!! Como me gusta correr y me gustaría ser capaz de hacerlo la admiración es aún mas grande! Sigue disfrutándolo…que dure!

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