We don´t know what tomorrow brings. The Smile

¿Hoy qué es? ¿lunes o martes?

—Lunes, —responde mi hija a toda velocidad.

Como habla ella.

—Vaya, —respondo yo, —pensé que era martes.

He pensado que podía ser un buen inicio para mi relato semanal. Algo íntimo, cercano, que llamara la atención por su sencillez y que la retuviera por su proximidad. Un “a mí me pasó ayer lo mismo”, siempre une mucho.

Lo más complicado es empezar, ir abriendo el camino. Salvando las distancias, esto debe de ser como aquello que decía Miguel Ángel, el artista italiano, sobre el trozo de mármol que escondía su escultura.

«No lo hice yo, él ya estaba allí. Simplemente fui quitando todo lo que no fuera David»

Las palabras también están ahí, los ritmos, los espacios, las pausas, solo hay que ir cincelando la hoja en blanco para descubrir lo que el frío papel color mármol esconde en cada línea.

Y cada línea tiene su protagonismo.

Las hay más largas, porque necesitan un contexto, una explicación, un escenario. Largas como una misa de domingo adolescente o como una noche universitaria cuando duraba varios días.

También las hay más cortas, concretas, directas.

Y también las hay más enrevesadas, rozando en ocasiones lo absurdo, que, de manera enigmática, acaban por dar forma al David que se esconde delante de mis ojos.

«Haré todo lo que pueda y un poco más de lo que pueda si es que eso es posible, y haré todo lo posible e incluso lo imposible si también lo imposible es posible» M. Rajoy.

Le llamaremos M.

Por abreviar.

Otra frase corta.

Para darle ritmo al texto.

No sé a qué se refería el señor M. cuando dijo esta frase, pero expresa exactamente lo que pasa por mi mente cada semana cuando me siento a darle golpes con el cincel al ordenador.

Quiero hacerlo. Quiero ser constante. Necesito ser constante para demostrármelo a mí mismo. Tengo que escribir.

¿Qué?

Ni idea.

Recuerdo mi primera bicicleta. No era mía.

Como no podía ser de otra manera en una familia con seis hermanos, la bici era heredada. Incluso me atrevería a decir que también fue usada por los primos.

Una bicicleta feliz, porque en ella, aprendieron muchos niños a montar.

Era una bicicleta robusta, de color azul oscuro. Ruedas anchas, un solo freno, el trasero, que no solía funcionar demasiado bien. Del manillar al sillín dos barras y debajo, una cadena medio marrón a la que se le ponía un poco de aceite de oliva y quedaba como nueva. Nada de timbre, marchas, ni demás complementos innecesarios.

El manillar, curvado, con los mangos apuntando hacia el ciclista, lo cual no facilitaba especialmente el equilibrio.

Fue durante unas vacaciones de verano. Zapatillas, bañador y camiseta para bajar a desayunar. Un Cola-cao con galletas. Galletas con mantequilla y azúcar.

Con el subidón energético, salgo a la calle con la bicicleta en las manos.

Tengo suerte. No hay ni un solo coche aparcado y eso facilita mucho las cosas. Hace dos días tuve que lanzarme de la bici para evitar golpear al coche de José María, nuestro vecino más cercano y ayer golpeé el retrovisor del vecino de dos casas más allá que, por fortuna, volvió a su posición inicial sin problema.

Hoy es el día.

Subo a la bici. Agarro fuerte el manillar y comienzo a dar pedales. Intento mantenerme estable pero la bici se empeña en inclinarse hacia un lado. Si estuviera aquí el coche de José María ya me habría estampado.

Tengo que encontrar el equilibrio. De alguna manera lo consigo y durante tres pedaladas, siento el control de aquellos cuatro hierros y sus dos ruedas.

Abro los ojos bien fuerte para frenar antes de tragarme el bordillo.

Lo he sentido, ya sé lo que es, solo tengo que repetirlo.

Vuelvo al punto de inicio. El corazón me late fuerte.

Vuelvo a dar pedales con todas mis fuerzas, necesito coger velocidad para equilibrarme, y de repente, ahí está de nuevo. ¡Esa sensación!

Estoy llevando yo la bici, por ahora solo voy recto, pero la llevo yo, no me voy para los lados…

¡Estoy montando!

Regreso corriendo con la bici en las manos al punto de salida. Quiero sentirlo otra vez, necesito saber si ha sido suerte o realmente he aprendido.

Allá voy de nuevo. Ya no me cuesta tanto salir, doy pedales, me equilibro, avanzo.

Miro hacia atrás. He recorrido toda la calle sin caerme. Dos veces.

Ya sé montar en bici.

¿Recuerdas aquella sensación?

Lo conseguí yo solo, intentándolo, una y otra vez. Nadie me sujetó el sillín, no quise ruedines, ni manos en la espalda, ni consejos.

La calle sin asfaltar, la bici y yo.

Después de aquel día, me caí miles de veces, me desollé rodillas, codos y manos, me ensucié las manos cambiando frenos, cadenas, arreglando pinchazos y quitando piezas de unas bicis para conseguir otra.

Fue entonces cuando realmente aprendí a montar en bici.

Hace tres años me subí de nuevo en la bici. Una bici que cambió sus ruedas por teclas, el freno que no solía funcionar por una silla, los hierros por historias, la cadena engrasada por ilusión y el manillar curvado por unas alas de polilla que siempre marcan la dirección correcta.

Y empecé a montar. Cada semana. Cada miércoles.

Creando, inventando, contando, y algunas veces hasta confesando.

Y todos ellas confesándomelo a mí mismo.

Aprendiendo, rectificando, mejorando, disfrutando, construyéndome.

La semana pasada estaba en la cima y, ya sabes, allí no te puedes quedar. Hay que bajar.

Recuperar. Descansar.

Así que hoy no traigo grandes historias, ni logros increíbles.

Hoy prefiero contarte cómo, mientras escribía estas líneas, me sonaba el móvil y mi hija pequeña me gritaba desde el coche que abriera todas las puertas porque necesitaba ir al baño urgentemente y que avisara a los chicos para llevar la compra a casa.

Y se despedía con un dulce:

¡Adiós Papá, me estoy cagando!

O que el domingo me fui con dos de mis hijos a subir al cerro del Telégrafo con los perros y me emocionaba de ver a mi hija disfrutar de la sensación de correr por la montaña y me sorprendía ver su zancada suelta y su sonrisa más íntima y verdadera acompasando a su corazón desbocado.

¿O era mía la sonrisa?

Y me emocionaba de ver al otro mirando desde las alturas, buscando sus lugares favoritos en la distancia, los que comparte con sus amigos, los que siempre estarán grabados a sus recuerdos y ver su sonrisa más íntima y verdadera imaginando su vida con ellos.

¿O era mía la sonrisa?

O que la más pequeña, después de dos intentos sin éxito, fue capaz de vencer un profundo miedo al dentista y dejarse quitar una muela que ahora guarda con orgullo en una cajita que la dentista la regaló y lo mucho que me sorprendía ver su sonrisa más íntima y verdadera brillando en sus ojos mientras en su boca sujetaba un algodón manchado de sangre y orgullo.

¿O era mía la sonrisa?

O ver al mayor, sufriendo por no haber sido convocado al partido del fin de semana, pero acompañando a su equipo por voluntad propia, por sentirse parte de él, por apoyar a sus compañeros, por disfrutar con ellos a pesar de no jugar, y celebrar la victoria con su sonrisa más íntima y verdadera dando un patadón a la tristeza.

¿O era mía la sonrisa?

Quizás haya que contar menos y sonreír un poco más.

Voy a tener que dejarte ir

Estoy atrapado en una rutina

Y no puedo encontrar mi salida

Y los lados se están acercando

No sabemos lo que traerá el mañana

It’s a terrible shame
It’s a terrible shame, I know
It’s a brutal game
Gonna have to let you go
I’m stuck in a rut
And I can’t find my way out

And the sides are closing in

We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings

It’s a terrible shame
And the grass is always green
Get it while you can
Or get sad and then get mean
I’m stuck in a rut
In a flatland drainage ditch

And I’m drowning in irrelevance

We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know what tomorrow brings
We don’t know

Es una pena terrible.
Es una pena terrible, lo sé.
Es un juego brutal.
Voy a tener que dejarte ir.
Estoy atrapado en una rutina.
Y no encuentro la manera de salir.
Y los lados se están cerrando.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos deparará el mañana.
No sabemos lo que nos deparará el mañana.
No sabemos lo que nos deparará el mañana.
No sabemos lo que nos deparará el mañana.
No sabemos lo que nos deparará el mañana.
Es una pena terrible.
Y la hierba siempre es verde.
Aprovecha mientras puedas.
O entrisécete y luego ponte malo.
Estoy atrapado en una rutina.
En una zanja de drenaje en terreno llano.
Y me estoy ahogando en la irrelevancia.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No sabemos lo que nos depara el mañana.
No lo sabemos.

2 comentarios en «We don´t know what tomorrow brings. The Smile»

  1. Como decía Tom Petty: Learning to fly!
    Y hasta aquí mi comentario, que yo también necesito descansar, jajajajaja…
    ¡Abrazos!

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