El sábado por la noche, cuando estaba a punto de ponerme el pijama para meterme en la cama y disfrutar de una hora más de sueño y una menos de luz, una llamada interrumpió mis planes y mi calma.
—Papá, ven a buscarme, por favor. Está lloviendo y me duele mucho la cabeza.
—No, no y mil veces no. Te pillas el tren.
Ya en el coche, con una sudadera puesta encima de la parte de arriba del pijama para disimular, consigo, con un par de canciones de la radio, rebajar el fuego interno.
Es entonces cuando empieza a sonar. Una canción que me para el corazón, una canción que activa inmediatamente recuerdos dolorosos y necesarios.
Los dejo volar al ritmo de la canción y cuando me quiero dar cuenta he retrocedido veintiún años.
El escenario es el mismo, un Toyota Corolla color verde, que una vez fue testigo silencioso de una ruptura, ahora recoge uno de los frutos de ese amor que una vez se quebró, pero nunca se perdió.
Fue entonces, escuchando esa canción en el coche yendo a buscar al segundo de mis hijos, cuando recordé porqué empecé a escribir. Quería conectar esas canciones que pueblan mis recuerdos con las personas que habían sido protagonistas y explicar cómo, con las primeras notas de una canción, las semillas enterradas de los recuerdos empiezan a germinar por muchas estaciones que hayan podido pasar.
Lo que quería que fuera una fiesta, una celebración, una mesa donde sentarse a beber, reír y recordar, ha acabado convirtiéndose en un diván en el que me tumbo cada semana a contarte el estado de mis mares.
Entre marejada y fuerte marejada.
Lo vi claro mientras la canción insistía en que aguantara. Había que levantarse del diván y volver a los orígenes donde una canción contaba una historia.
Aguanta, aguanta, me recordaba el coro de la canción. Sigue adelante.
La canción me la había traído el destino y esta vez sí que quise escucharle.
Te traigo hoy la historia de esa canción, la mía, una más de los cientos de miles de historias que habrá provocado y de las miles de vidas que habrá cambiado.
Solo la mía. La que me hizo sufrir.
Everybody Hurts

Era una mañana fría en Madrid. De esas en las que la respiración se convertía en vapor que se enredaba con los rayos del sol colándose entre los árboles de las aceras para acabar en la cara de un anciano sentado en un banco de piedra con los ojos cerrados mirando directamente al sol y acordándose de ella.
Cada persona que me cruzaba por la calle contaba su historia. Historias compartidas en semáforos, pedazos de vidas entrelazadas en un par de segundos, momentos que se rozan y que podrían cambiar una vida.
Hacía poco que la mía lo había hecho. Una noche se apagó la luz y no volvió a salir durante cuatro meses eternos y oscuros. El amor se me había escapado entre los dedos y no había sido capaz de retenerlo.
A plena luz del día, yo, muerto en vida, atravesaba la Gran Vía de Madrid en busca de un pequeño destello de luz que me iluminara mi hondo pesar.
Tras identificarme en el control de Seguridad y con mi identificador colgado del cuello, subí las siete plantas en un moderno ascensor y rápidamente encontré el despacho de mi cuñado. Le saludé, le di las gracias y me metí en el bolsillo interno del abrigo el sobre que me acababa de dar.
Esperé a estar solo de nuevo en ascensor para sacar el sobre y abrirlo.
Allí estaban.
Relucientes.
Dos invitaciones para el concierto de REM.
Eran más que eso. Eran esperanza, una oportunidad, eran aire para mis pulmones que querían gritar de dolor, pero la pena les aplastaba. Estaba seguro que no iba a poder resistirse a ver a uno de sus grupos favoritos y anhelaba que la magia de la noche hiciera el resto.
Con la cabeza baja, dejando que los rayos de sol calentaran mi alma congelada y con mi tesoro guardado en el bolsillo junto al corazón decidí volver paseando. La ciudad estaba despierta, viva, bulliciosa, soleada y yo caminaba bajo la lluvia de mis propias lágrimas, apagado, invisible.
Así pasé el resto del invierno, agazapado, escondido, expectante.
Aunque habían pasado varios meses desde la última vez que nos vimos, mi as en la manga todavía mantenía una leve llama de esperanza. Sin embargo, la cera de la vela se volvió cada vez más líquida mitigando la fuerza de la misma hasta que el segundo “no” a mi propuesta de ir juntos a ver a REM, aplastó la luz y apagó mis esperanzas.
Otra vez a caminar por el lado oscuro de la vida.
Hasta que llega el día del concierto.
La cubierta de Vistalegre está invadida por fans del grupo. Mi amigo Victor y yo hemos aparcado el coche razonablemente cerca y según nos acercamos vamos sintiendo las vibraciones de la gente. Las entradas nos dirigen a un pequeño palco desde donde tenemos una visión perfecta del escenario.
No hay nadie más en el palco.
Dos momentos del concierto destacan por encima del resto.
El primero sucede con los primeros acordes de Losing my Religion. Sé que es una canción importante para mi amigo. Se le remueven cosas, tantas, que acaba por soltarlas en forma de lágrimas. Emociones, ¿quién puede controlarlas?
Nos abrazamos. Cantamos juntos. Lloramos juntos. Cada uno por lo suyo. Los dos por estar junto al otro.
Inolvidable.
La vida es más grande, más grande que tú, y tú no eres yo.
Oh, no, he dicho demasiado.
Y entonces se abrió la rendija. Minúscula, imperceptible. Solo una melodía podía colarse por ella.
Las primeras notas de la guitarra me disparan directamente al pecho. Cierro los ojos que se me llenan de recuerdos cantando esta canción con ella. Viajes mirándonos a los ojos inundados de estrellas.
Ahora soy yo el que llora, el que sufre, el que recuerda.
Michael no ha empezado a cantar cuando siento un cosquilleo en la pierna, a la altura del bolsillo. ¿Quién me escribirá ahora?
Es ella.
—Everybody hurts…sometimes.
Ese es el mensaje.
—¿Estás aquí?, —respondo yo.
Empiezo a mirar al público, a escanearlo, persona a persona. Tengo que encontrarla. Me veo saltando del palco, corriendo hacia ella apartando a cualquiera que se interponga y fundiéndonos en un abrazo mientras la banda nos dice que todo el mundo llora y que todo el mundo sufre a veces.
—No, un amigo que está en el concierto me ha enviado un mensaje.
Mi sueño se desvanece delante de mis ojos al mismo tiempo que empiezo a ver un raquítico rayo de luz que entra por la rendija. Ese rayo de luz viene directamente de la canción.
—Está pensando en mi, —pienso.
—Hold on
—Aguanta. Espera.
Y un con rápido movimiento de los ojos, fue lo que hice.
La rendija por la que se colaron aquellas notas fue creciendo y la luz fue poco a poco llenándolo todo de nuevo.
Cambiando las sombras por colores.
La tristeza azul por horizontes dorados.
Las lágrimas en flores.
La falta de aire en amaneceres.
Amaneceres de un sol que nunca ha dejado de calentarme.
Aunque la intención del grupo con esta canción era escribir un mensaje de esperanza para la gente que sufre, existe cierta ambigüedad en las letras porque pueden expresar dos ideas opuestas:
Todo el mundo sufre.
Todo el mundo hiere.
Dos caras, una misma moneda lanzada al aire.
La mía salió cara.
Todos sufrimos y todos herimos…a veces.
When your day is long
And the night, the night is yours alone
When you’re sure you’ve had enough
Of this life, well hang on
Don’t let yourself go
‘Cause everybody cries
Everybody hurts sometimes
Sometimes everything is wrong
Now it’s time to sing along
When your day is night alone (hold on, hold on)
If you feel like letting go (hold on)
If you think you’ve had too much
Of this life, well hang on
‘Cause everybody hurts
Take comfort in your friends
Everybody hurts
Don’t throw your hand, oh no
Don’t throw your hand
If you feel like you’re alone
No, no, no, you are not alone
If you’re on your own in this life
The days and nights are long
When you think you’ve had too much
Of this life to hang on
Well, everybody hurts sometimes
Everybody cries
Everybody hurts, sometimes
And everybody hurts sometimes
So hold on, hold on
Hold on, hold on, hold on
Hold on, hold on, hold on
Everybody hurts
Cuando tu día es largo
Y la noche, la noche es solo tuya
Cuando estás seguro de que ya has tenido suficiente
De esta vida, aguanta
No te rindas
Porque todo el mundo llora
Todo el mundo sufre a veces
A veces todo va mal
Ahora es el momento de cantar juntos
Cuando tu día es solo noche (aguanta, aguanta)
Si sientes que quieres rendirte (aguanta)
Si crees que ya has tenido suficiente
De esta vida, aguanta
Porque todo el mundo sufre
Busca consuelo en tus amigos
Todo el mundo sufre
No tires la toalla, oh no
No tires la toalla
Si sientes que estás solo
No, no, no, no estás solo
Si estás solo en esta vida
Los días y las noches son largos
Cuando crees que ya has tenido suficiente
De esta vida para seguir adelante
Bueno, todo el mundo sufre a veces
Todo el mundo llora
Todo el mundo sufre, a veces
Y todo el mundo sufre a veces
Así que aguanta, aguanta
Aguanta, aguanta, aguanta
Aguanta, aguanta, aguanta
Todo el mundo sufre

El que dijo aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos» merecía sufrir solo.
Afortunadamente, «everybody hurts, and everybody cries sometimes», y más nos vale tener el hombro de un/a amigo/a donde hacerlo, y por supuesto, ponerle el nuestro cuando él/ella lo necesite.
¡Abrazos, familia!