Sargento de hierro. Morgan

No sé si quiero escribir más.

No sé si los dos últimos años, casi tres, los he ido desperdigando por el sendero.

Intentaré explicarme.

Cuando corro y tengo que afrontar una gran subida, tengo una técnica que me ayuda a superar esos momentos duros.

Miro al suelo y sigo adelante.

Un paso y otro y otro. Siempre funciona.

Hay veces que no puedo más y levanto la vista para comprobar todo lo que me queda por subir. Me paro, tomo aire y pienso que en algún momento va a acabar esa subida y que, aunque estuviera subiendo el Everest, siempre llegará un momento en que esa subida se acabe.

Miro al suelo y sigo adelante.

Me olvido de todo, solo existe esa cuesta y sigo adelante.

No miro más allá de mis pies. Funciona. Sigo adelante.

Voy a llegar, voy a llegar.

Lo que no sabía es que al parecer también utilizo esa misma técnica en mi vida.

Solo soy capaz de avanzar si me miro a los pies y me olvido de todo lo demás. De todo.

Escribir duele. No siempre, pero muchas veces duele. Sobre todo, si intentas ser honesto.

Duele porque te ayuda a conocerte y no siempre te gusta lo que descubres.

Duele porque te obliga a mirarte muy adentro.

Duele porque te pone en un camino que necesitas recorrer y tienes que hacerlo solo.

Duele porque te aleja de todo lo que eras antes.

Duele porque te exige una dedicación, una constancia y un esfuerzo que te consumen.

Duele porque te roba tiempo que antes dedicabas a otras cosas.

Duele porque te expones, te entregas y te muestras, con todas las consecuencias.

Duele porque, en realidad, no sabes si ese camino te lleva a algún sitio. Por mucho que creas que sí, nunca lo sabes con seguridad.

Esa duda me atormenta a cada paso que doy. ¿Será el camino correcto? ¿Me habré equivocado? ¿Otra vez?

Esa duda me atormenta cada vez que caigo, cada vez que tropiezo.

¿Cuántas veces tengo que tropezar para aceptar que quizás este no sea mi camino?

De repente hoy me he parado en el camino, he mirado hacia delante y no he visto nada. Me he girado para ver el camino recorrido y no he visto nada. He mirado hacia los lados y no he visto nada. Nada. Nadie.

Estoy solo y este no era el plan. Llevo tanto tiempo mirando al suelo que no me he dado cuenta de que he dejado a todos atrás y sé que no van a venir hacia mí. Han cogido otro camino, probablemente el acertado, mientras yo me empeñaba en mirar mis propios pies y seguir subiendo hacia una cima que quizás solo esté en mi cabeza.

O quizás sea demasiado elevada para mi y no tenga la técnica ni la fuerza ni el coraje para afrontarla.

No me dio tiempo a decir lo mucho que te quiero.

Ni siquiera te veo y además estoy solo.

¿Dónde vas?

De vez en cuando escucho voces que me animan, pero no son las que yo quiero, no son las que yo necesito. Estoy perdido en un bosque oscuro de palabras. No entra la luz, y al volver a mirar hacia el suelo, el camino ya no está.

Mis propios ojos me miran desde la oscuridad y me preguntan que a dónde voy. Las palabras convertidas en sudor resbalan por mi piel dejando un surco de fracaso en todo mi cuerpo dolorido.

Las oportunidades se me escapan entre los dedos y por mucho que apriete los puños no consigo retenerlas, una y otra vez.

¿Cuánto tiempo podré seguir subiendo esa pesada roca antes de que me quede sin fuerzas y pase por encima mío?

Grito, levanto la cabeza y grito fuerte, grito con toda la fuerza de mis pulmones deseando que alguien escuche mi lamento, pero solo recibo algunos aplausos silenciosos y fríos en forma de iconos que me dan un consuelo que dura un segundo y desaparece.

Estoy cansado, así que me siento sobre una roca, meto mi cabeza entre las rodillas y cierro bien fuerte los ojos intentando recordar dónde equivoqué el camino.

Dónde se torció.

¿Cuándo me quedé solo?

Voy a pensar en ti

Y no olvidar tu nombre

Creo que me perdí

No sé por qué ni dónde

Tengo nubes en los ojos

En los recuerdos, humo

Tengo los pies rotos

Y en la garganta un nudo

Tengo que desandar el camino hasta encontrar de nuevo la mano que siempre me ha guiado y los hombros que han soportado mi peso. Quizás al hacerlo consiga recordar las razones.

Quizás este punto sea el más alto que soy capaz de alcanzar y ha llegado el momento de aceptarlo. Rebusco en la mochila que pensaba que tenía llena de talento y solamente puedo ver unas migajas que casi no me dan ni para escribir estas líneas.

Por todo esto, escribir duele.

Cuando era pequeño y me hacía una herida, rápidamente buscaba a mi madre para que me curase. Cuando lo hacía, inevitablemente la herida escocía. Entonces mi madre me reconfortaba diciéndome que eso era bueno.

“Si escuece es porque está curando”

Sóplame la herida, por favor. Sóplame que me escuece, me escuece mucho.

Sóplame y trame nuevos vientos, aunque estos alejen mis sueños de grandeza, porque el único sueño que siempre permanece dentro inamovible es estar contigo y caminar junto a ti.

Y te lo digo aquí, delante de unos pocos, para que estas palabras nunca se las lleve el viento.

Cúrame viento

Ven a mi

Y llévame lejos

Voy a pensar en ti
No olvidar tu nombre
Creo que me perdí
No sé por qué ni dónde

Tengo nubes en los ojos
En los recuerdos, humo
Tengo los pies rotos
Y en la garganta un nudo

Cúrame viento
Ven a mí
Y llévame lejos
Cúrame tiempo
Pasa para mí
Sálvalos a ellos, sálvalos a ellos

No me despedí
Y lo siento
No me dio tiempo a decir
Lo mucho que te quiero

Cúrame viento
Ven a mí
Y llévame lejos
Sácame de aquí
Cúrame tiempo
Pasa para mí
Sálvalos a ellos, sálvalos a ellos

Cúrame viento
Ven a mí
Y llévame lejos
Sácame de aquí
Cúrame tiempo
Pasa para mí
Sálvalos a ellos, sálvalos a ellos

8 comentarios en «Sargento de hierro. Morgan»

  1. Claro que duele. Igual somos nosotros los que nos equivocamos. Tu vas concentrado en el camino mientras los demás ni siquiera sabemos dónde ir. Tu camino es el bueno, no lo dudes. Gracias compañero!!

  2. Ni estás solo ni equivocado. Hay veces que nos empeñamos en buscar apoyo en lo que nos rodea y el apoyo está en algo más sublime y cercano, tan cercano que nos cuesta percibirlo.
    Escribe sin obligación. Es liberador.

  3. Mira que leo, todos los días, todo el fin de semana, y tus textos semanales son los únicos que reflejan la sinceridad y humanidad que hoy por hoy son tan necesarios.
    Sin trampa ni cartón. Historias de verdad. De un gran tipo capaz de subir montañas, una tras otra, paso a paso, sin sentirse observado y admirado por el resto.
    Sigue Marcos, no dudes. Sigue.

  4. Amigo:
    No es la primera vez que te digo (que te decimos) el muchísimo mérito que tiene lo que llevas haciendo puntualmente y compartiendo valiente y generosamente con nosotros durante tanto tiempo ya. Sé que escribir a estas alturas es para ti ya una necesidad y una forma de vida como lo es correr, aunque imponerte una rutina estricta supone un gran sacrificio y renuncias. Ahora tienes que priorizar lo que te conduzca al objetivo de poder vivir del copywriting.
    Te pediría egoístamente que siguieras adelante, pero el monumental regalo en entregas semanales que nos has hecho es demasiado hermoso como para sentirme en el derecho de pedirte nada más.
    Eres bueno y sabio: sigue tu cabeza y tu corazón, y acertarás, y yo, cómo no, lo respetaré, sobra decir que no sin pesar y una buena dosis de resignación. Pero, eso sí, decidas lo que decidas, queremos saber de vez en cuando de tus progresos, porque estamos convencidos/as de que, más pronto que tarde, nos contarás con orgullo que ya no sólo escribes para vivir, sino que también vives de escribir. Y lo celebraremos juntos/as, ¡vaya si lo haremos!
    Y no olvides que, aunque no nos veas u oigas, estamos agazapados tras los arbustos de tu camino. Un abrazo muy, muy fuerte, y GRACIAS POR TODO, por lo pasado y por lo que seguro vendrá de una forma u otra.

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