Una breve introducción antes de empezar con la historia de hoy.
Hay que remontarse un montón de años atrás, tantos que yo mismo no tengo recuerdos de esa época, pero sé positivamente que en ella viví acontecimientos que me acompañarían el resto de mi vida, hasta ahora.
De hecho, podría remontarme hasta antes incluso de nacer o incluso hasta antes de que mis padres se conocieran.
Intentaré hacerlo breve que se le ven ya las orejas al final de verano y estoy seguro que quieres aprovechar estos últimos días de piscina, a no ser que seas de los que lee mis historias por la noche.
Como te decía, hace muchos años, mis abuelos, los padres de mi madre, decidieron comprar una casa de veraneo en El Plantío. Aquello eran las afueras de Madrid, el lejano (nor)oeste, con carreteras de acceso adoquinadas y calles de arena que daban al campo en donde los saltamontes, marinos y toreros, que así los clasificaba mi madre siendo una niña por el color de sus alas, vivían plácidamente junto a las lagartijas que disfrutaban de los rayos del sol sobre las piedras sin que nadie las molestara, porque la presencia humana era reducida.
Paradise City
Esa casa siempre perteneció a la familia y desde que yo tengo recuerdos y probablemente antes, siempre acudíamos allí una temporada en verano para escapar de la peor de las pesadillas: pasar un verano en un piso de Madrid con seis hijos pequeños.
No quiero ni pensarlo. Se me seca la boca y casi empiezo a convulsionar de ponerme en la piel de mi madre.
La casa de mis abuelos era igual que otras tres casas que había en la misma manzana. Imagino que algún constructor avispado de la época compró ese terreno y decidió hacer cuatro casas iguales.
Probablemente cometa algún tipo de error biográfico, pero realmente no va a ser relevante para lo que quiero contar hoy.
La casa de al lado de la de mis abuelos siempre estuvo ocupada por una pareja, ella de Lérida, él de Granada y sus dos hijos. Al pequeño, más pequeño que yo, le conozco de toda la vida.
Y cuando digo que le conozco de toda la vida, no es una frase hecha o una forma de hablar. Literalmente, bro (¿has visto cómo domino el lenguaje actual?).
SI hiciera una retrospección guiada de esas que te llevan hasta tus primeros recuerdos, estoy seguro de que podría ver a Emilia (la de Lérida) embarazada de su hijo Víctor, así que le conozco incluso antes de que él naciera.
Sin contar a miembros de mi familia, él es la persona con la que más tiempo he compartido en mi vida, pero no es de eso de lo que quiero hablaros.
Saltamos unos años hacia delante cuando quedábamos en las calles del Plantío a jugar al fútbol.
¡¡¡Clink, clonk, clink!!!
El sonido de los cristales rotos del farol de la casa donde colocábamos uno de los postes de la portería suponía el final del partido del día.

El señor de mantenimiento de la casa, Paco, un señor con una barriga igual de grande que su amabilidad, ya no sabía cómo decirnos que no jugáramos allí y aunque le prometíamos que íbamos a tener cuidado, no puedo recordar la cantidad de cristales que tuvo que cambiar.
Había que cambiar de lugar y ya nos habían echado de varias localizaciones por el ruido de los pelotazos contra la pared, por colar la pelota continuamente en casa ajena o simplemente porque el terreno de la localización era demasiado irregular incluso para nuestro escaso nivel.
La casa de Víctor tenía un terreno en la parte de abajo que jamás era utilizado. Estaba invadido por plantas, cardos, piedras, árboles, una escalera de ladrillos para acceder a la parte superior y una pequeña casita que tenían a modo de trastero donde guardaban secretos y tesoros fascinantes.
En mi interior siempre deseé romper por accidente alguno de los cuadros o espejos que había en esa casita con la esperanza de encontrar un mapa de un tesoro escondido y salir con nuestras bicis en busca de nuestros sueños, pero esa es otra historia de la que quizás se podría hacer una película.
A simple vista, aquel terreno podría ser cualquier cosa menos un campo de fútbol a no ser que tuvieras la mirada de la adolescencia con la que mirábamos en aquellos días.
Nosotros veíamos un hermoso campo de entrenamiento del que nadie nos podía echar, ni regañar, ni perder pelotas, ni torcernos los tobillos con bordillos. No podía ser mejor.
Nos pusimos manos a la obra, había que quitar todas las malas hierbas, plantas, arbustillos, piedras y ladrillos para dejarlo todo limpio y, después de recopilar rastrillos, azadas y alguna pala, pasamos cerca de una semana limpiando y alisando aquel terreno, tras la cual, los más optimistas empezábamos a plantearnos si deberíamos plantar césped para terminar de darle la calidad que necesitábamos para desarrollar nuestro fútbol.
En realidad, el terreno estaba lleno de hoyos, trampas en forma de protuberancias de las raíces de los árboles y pequeñas plantas persistentes que se empeñaban en salir una y otra vez para poder ver los partidos desde el mejor sitio.
La segunda parte del plan consistía en hacer una portería y las innumerables obras de casas en construcción que había en esa zona durante aquella época, suponían un proveedor casi inagotable de materiales.
Lo que para unos eran materiales de desecho, tablas de palets, maderos que ya habían cumplido su función y sacos de cemento a medio terminar, para nosotros eran postes y largueros, aunque cada uno tuviera un grosor y un tamaño diferente. No solo el grosor y el tamaño, también la forma, unos circulares, otros rectangulares y unos con un tamaño en la parte superior y otro en la parte inferior y viceversa, en función de cómo los colocáramos.
Después de mucho trabajo en equipo, de cargar con los maderos, de mucho martillazo, de meterle refuerzos en las esquinas que terminaron parando algún que otro gol por la escuadra, de cavar dos grandes agujeros en el suelo y de rellenarlos con un mortero improvisado con el cemento incautado, piedras de la vía del tren y arena de obra, conseguimos instalar nuestra portería.
Ya teníamos nuestro propio campo de fútbol. No había fueras, el área de penalti era una línea imaginaria trazada desde la puerta de la caseta hasta el lado izquierdo de la escalera y la portería estaba estratégicamente situada delante de cuatro grandes chopos que impedían que el balón se escapara fuera de la casa en la mayor parte de los tiros a puerta.
No en todos, y terminamos adquiriendo una gran destreza en saltar la valla de la casa que daba directamente al puente de las cacas y a los pinos piñoneros donde recolectábamos piñones que nos servían de merienda para acabar con las manos negras y la tripa llenita, llenita de sueños.
Paradise City
Esa fue mi infancia y adolescencia. Era un paraíso. Sin hierba verde y sin chicas guapas, pero un paraíso.
Pero volvamos al campo de entrenamiento.
Ya lo teníamos todo, campo, portería y unas ganas tremendas de estrenarlo.
Solamente nos faltaba el balón.
Todos habían acabado confiscados en alguna casa en la que no nos atrevíamos a pedirlos o reventados contra algún maldito bordillo.
Cogimos nuestras bicis y nos fuimos al PRYCA de Majadahonda. Así se llamaba antes de que Carrefour le cambiara el nombre y continuó llamándose así, al menos para nosotros, bastante después de que lo hiciera.
Allí compramos el balón que nos hacía falta, el más barato, el presupuesto no daba para más.
Era una tarde soleada de mayo, éramos los chavales más felices…iba a decir sobre la faz de la tierra, pero quizás sería exagerar un poco, pero estábamos muy felices. Todo el trabajo previo había merecido la pena.
Las carreras para que no nos vieran llevarnos los sacos de cemento a medio terminar, las ampollas en las manos de clavar doscientos clavos para que el larguero no se cayera, los músculos doloridos de cavar y de rastrillar, la zona lumbar sobrecargada de agacharnos a quitar plantas rebeldes, todo había merecido la pena.
Nuestras caras de desilusión fueron un poema cuando al segundo tiro a puerta el balón, simplemente con la fuerza del disparo, reventó generando una explosión inesperada y desalentadora.
¡Pues vaya puta mierda de balón!
¡Dos tiros!
¡Joder macho, no sé para que le das tan fuerte!
¡Ahora va a ser culpa mía, no te jode!
No, no fue la última vez que jugamos. Compramos otro balón, y otro, y otro, y otro y pasamos muchos meses jugando en aquel campo hasta que incluso las plantas más fuertes se negaron a volver a salir de tantas veces que las habíamos pisoteado.
Los goles regate de aquel campo tuvieron también, como no podía ser de otra manera, una banda sonora que acompañó y acompasó patadas, empujones, agarrones, placajes y golpes varios.

Appetite for destruction de Guns and Roses
Allí me hice futbolista.
Seamos más exactos, allí me hicieron futbolista.
El juego era el siguiente. Víctor se ponía de portero y había dos equipos. El primo Mike y mi hermano Pichi, por un lado, y yo por el otro.
El objetivo del primer equipo no era marcar gol. Realmente tampoco era evitar que yo metiera gol. Su único objetivo era intentar darme el mayor número de patadas posible y si así conseguían que yo no metiera gol, pues mejor, pero insisto, su objetivo era infligirme dolor.
Vaya par de brutos.
Pero aprendí.
Aprendí a saltar, a esquivar, a acelerar en el momento preciso y a frenar en seco para dejar pasar una pierna que iba directa a mi espinilla.
Aprendí a fintar, a engañar, a mover el cuerpo para un lado para salir por el otro, a utilizar los recursos que había, muros, árboles o escaleras, a mi favor.
Aprendí a caerme.
A aguantar los golpes.
A fingir que no me habían hecho daño y a continuar jugando, aunque me doliera.
Aprendí a levantarme.
A seguir.
A luchar.
Aprendí a enfrentarme a ellos.
A perder el miedo.
A conocerme y entender que podía hacerlo.
A creer en mí.
Aprendí que no siempre podía ganar pero que siempre debía intentarlo.
Aprendí a disfrutar de cada tarde.
A entender que podía mejorar cada día si seguía intentándolo.
Aprendí a reír y aprendí a vivir.
En mi ciudad paraíso.
Y mientras escribo esto, me doy cuenta que la vida no ha cambiado tanto desde aquellos años.
Y quiero ir, y quiero saber
Así que, por favor, llévame a casa.
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home (I want you, please, take me home)
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home (I want you, please, take me home)
Just an urchin living under the street
I’m a hard case that’s tough to beat
I’m your charity case so buy me somethin’ to eat
I’ll pay you at another time
Take it to the end of the line
Rags and riches, or so they say, you gotta
Keep pushing for the fortune and fame
You know it’s, it’s all a gamble when it’s just a game
You treat it like a capital crime
Everybody’s doing their time
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Oh, won’t you please take me home? Yeah-yeah
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home
Strapped in the chair of the city’s gas chamber
Why I’m here, I can’t quite remember
The surgeon general says it’s hazardous to breathe
I’d have another cigarette but I can’t see
Tell me, who you’re gonna believe?
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home, yeah-yeah
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
I want you, please, take me home
Yeah
So far away
So far away
So far away
So far away
Captain America’s been torn apart now
He’s a court jester with a broken heart
He said, «Turn me around and take me back to the start»
I must be losin’ my mind, «Are you blind?»
«I’ve seen it all a million times»
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home, yeah-yeah
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
I want you, please, take me home
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home, yeah-yeah
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Oh, won’t you please take me home?
Home
I wanna go, I wanna know
I want you, please, take me home
I wanna see how good it can be
I want you, please, take me home
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
Take me home (I want you, please, take me home)
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
I want you, please, take me home
Take me down, ooh yeah, spin me ‘round
Oh, won’t you please take me home?
I wanna see how good it can be
I want you, please, take me home
I wanna see how good it can be
Oh, oh, take me home
Take me down to the Paradise City
Where the grass is green and the girls are pretty
I want you, please, take me home (I want you, I want you take me home)
I wanna go (I wanna), I wanna know (I wanna)
I want you, please, take me home
Baby, yeah
Yo siempre quería que dejasen pasar a casa de Víctor. Era una casa bastante inaccesible para mí (quizás tampoco lo pedí nunca) pero era misterioso y repleto de curiosidades, ¡además de que tenia piscina!
Grandes recuerdos…
Rectifico. Yo siempre quería que me dejasen pasar a casa de Víctor. Era un lugar bastante inaccesible para mí (quizás tampoco lo pedí nunca) pero era misterioso y repleto de curiosidades además de que tenía piscina.
Grandes recuerdos….
(Sorry me daba toc ver algunas cosas mal escritas…)
Jajaja, creo que ahí se despertó mi espíritu «constructivo», después de la portería seguí con un terrario-mesa hecho con las puertas correderas de un vecino y luego con la instalación de aire de los acuarios hecha con un compresor de nevera, desde entonces no he parado, lo que si dejado con el tiempo es de dar patas…
Creamos un monstruo!!!!, jejejeje
Joder, se me han escapado un par de lágrimas al leerlo. Y a mí madre la de Barcelona se le escaparán más de dos si lee lo de mi madre la de Lérida jajajaja.
¡Qué día el de aquel año! Si todo el mundo hubiera tenido nuestra infancia estoy seguro de que este planeta sería un lugar mejor.
Mis disculpas para tu madre, ya dije que algún error biográfico iba a cometer!!!
¡Joder, el entrenamiento de Goku con el Duende Tortuga, una mieeerda al lado del tuyo! Así regateabas y fintabas años después, canalla, que no había forma de derribarte (menos mal que disfruté de tu juego desde la defensa de nuestro equipo, y no lo sufrí como rival…)
La moraleja de hoy está clara: no hay grandes logros sin grandes esfuerzos, o también: no hay rosa sin espinas. Y, si me apuras, la más importante: agárrate a la brocha, que me llevo la escalera.
¡Un peldaño más, y seguimos!
Un abrazo para todos y todas.