Como todos los meses de octubre comenzábamos de nuevo la temporada de fútbol y yo seguía acumulando partidos y goles, pues continuaba en mis tres equipos, dos de fútbol-7, Majadahonda y Las Rozas y el Sallema de Fútbol-11.
Los partidos eran mi terapia deportiva para escaparme un poco de casa, pero los lunes pagaba todos los excesos del fin de semana y el simple hecho de bajar las escaleras para ir a comprar pan suponía todo un reto y cada escalón que bajaba se convertía en un esfuerzo y en un ejercicio mental para intentar olvidar los dolores que recorrían mis piernas. Eso, si no había sufrido ninguna entrada criminal, que eran pocas veces. Lo normal es que además de los doloridos músculos, tuviera también algún golpe, torcedura, esguince o raspadura que hiciera aún más difíciles los movimientos más cotidianos. En fin…cuando juegas con la pelota pegada al pie y tu velocidad de reacción ya no es la misma que hace unos años, pasan esas cosas.
Aunque fuera cojeando, tenía que seguir cumpliendo con mis obligaciones familiares y mientras Paula se ocupaba más del recién llegado, yo afianzaba mi relación con Ibón en una época más llevadera que la anterior. Ya no me pedía más brazos, pero me pedía que le subiera, bajara, levantara, lanzara, columpiara, y un largo etcétera que terminaba de machacarme…eso que me ahorraba en gimnasios.
Poco a poco nos íbamos haciendo a la vida de pueblo y entablando algunas amistades, principalmente Paula que tenía más tiempo y sobre todo porque siempre ha sido mucho más sociable que yo.
En nuestro décimo mes en la casa empezamos a sospechar que no estaba tan bien como nos había parecido al principio. Aunque Ibón dominaba el arte de subir y bajar la empinada escalera, los problemas ahora eran otros. La instalación eléctrica dejaba bastante que desear, la antena para la televisión no funcionaba, las ventanas dejaban entrar bastante frío y pequeñas cosas que fuimos descubriendo a medida que fue pasando el tiempo dentro. Una mañana soleada del mes de noviembre, Paula estaba en el rellano de la escalera disfrutando de los rayos del sol de invierno con Unai en brazos y con Ibón jugando por el suelo por allí. En un momento dado, una de las pesadas lámparas de pared, de esas de hierro fundido, se descolgó sin motivo aparente cayendo a escasos centímetros de la cabeza de Ibón que se dio un susto tremendo del cual solo pudo ser calmado con una teta, al tiempo que su hermano pequeño aprovechaba para lo mismo, el típico aperitivo español antes de comer.
Aquel incidente fue la gota que colmó el vaso y decidimos buscar otra casa. Después de mucho buscar en Internet y de visitar algunas con agencia, un día nos enseñaron un chalet adosado, con cuatro habitaciones, una buhardilla enorme, garaje acondicionado, en fin, un lujo, aparentemente.
Aunque antes de ver la casa ya habíamos avisado de cuál era nuestro tope máximo y el alquiler que ofrecían sobrepasaba por bastante ese tope nuestro, al final los dueños accedieron, sin nosotros insistir demasiado, y nos lo dejaron a un precio que no supimos rechazar. Gran error por nuestra parte.
Allí duramos de nuevo a penas un año. El alquiler nos costaba mucho pagarlo, lo que nos hacía imposible mantenerla. La calefacción era de gasoil y cada vez que echaba me gastaba un dineral que se consumía rápidamente. Tuvimos épocas en invierno que me iba al campo a coger leña para poder echarla a la chimenea y mantener al menos el salón y la cocina medianamente calientes. Las facturas de agua eran también desorbitadas porque los anteriores dueños tenían el riego automático para que aquello pareciera un vergel hasta el día que no pudimos más y lo desconectamos por completo. En medio del jardín tenían un enorme estanque que tuvimos que vaciar porque veíamos que alguno de los niños acababa ahí dentro, así que era mejor arriesgarse a un chichón o una torcedura que a un ahogamiento.
Aquel fue el primer año que Ibón fue a la guardería, ya con tres años. Un nuevo mundo para mí en el que acabé pasando los siguientes ocho largos años.
La experiencia con los niños era cada vez mejor, la independencia del mayor hacia que el pequeño con apenas un año de vida le siguiera por toda la casa y le miraba asombrado por las cosas que podía hacer su hermano mayor. Poco a poco me fui percatando de que era más fácil cuidar a dos que están a lo suyo, aunque de vez en cuando hubiera que poner orden, que a uno solo. Esa atención absoluta que me demandaba el mayor y que no me permitía hacer ninguna otra cosa, ahora ya no era tanto y los dos empezaban a construir una relación que espero sea tan fuerte al menos como la mía con mis hermanos. Hay días que lo dudo por el grado de ira que muestran, pero es entonces cuando vienen a mi memoria los recuerdos de mis hermanos peleándose en el pasillo de mi casa de Madrid y pienso: Todo está bien
Los ciclos se repiten y lo que ha funcionado, volverá a hacerlo. Una vez más, si ellos son capaces de percibir de una manera real y verdadera la relación que tenemos entre mis hermanos, ese ejemplo les quedará para siempre y entiendo y espero que acaben buscando algo parecido, con su propio estilo, pero con el amor como gran motor de todo.
Desgraciadamente, la baja por lactancia que habíamos disfrutado con Ibón, fue suprimida de los derechos de las trabajadoras de la empresa y Paula se vio forzada a pedir una excedencia en el trabajo por cinco meses hasta el año de edad del segundo, momento en el que comenzó también la guardería.
De nuevo, toda esa paz y armonía tuvo su trágico final el día que Paula volvió a decirme: “Recuerda que hoy empiezo a trabajar, a las 14:00 me voy”. Mis prácticas las había pasado de sobra, y el primer año de la asignatura “Paternidad responsable” la había sacado bastante bien, con mucho esfuerzo, pero bien.
Sin embargo, el reto que se me planteaba ahora era mucho más difícil, con dos criaturas. El primer reto, el de pasar la tarde, no tuve muchos problemas y entre que jugaban un poco entre ellos, paseo a sacar a Truja y hacer la cena, la tarde se me pasó rápido. El gran reto se me planteaba a la hora de dormir. Por motivos de organización, Paula y Unai dormían en una habitación e Ibón y yo, dormíamos en la otra.
Ibón ya se dormía solo, pero tenía que acompañarle hasta que se dormía y a Unai no me quedaba más remedio que dormirle con la técnica ninja aprendida con el primero y perfeccionada con este segundo. Hacer las dos cosas a la vez y en distintas habitaciones me exigía echar mano del don de la ubicuidad que todavía no controlaba bien.
Pocas soluciones me quedaban porque dormirles juntos, ya lo habíamos intentado en alguna ocasión y era materialmente imposible porque se ponían a jugar y en lugar de dormirse de despertaban más.
La situación a la que llevaba toda la tarde y muchas tardes antes, dándole vueltas a la cabeza, se antojaba complicada y con difícil resolución exitosa y aquellos pensamientos me quitaban el sueño, nunca mejor dicho.
Así que la primera noche, decidí intentar lo más sencillo. “Ibón”, le dije, “toma este cuento y míralo mientras yo duermo a Unai y cuando esté dormido vengo a dormir contigo”. “Vale”, respondió él tranquilamente.
Afortunadamente, Unai era mucho más fácil de dormir y en poco más de cinco minutos lo tenía noqueado babeando sobre la almohada. Al ir a la habitación de Ibón me di cuenta de que él también había besado la lona y dormía plácidamente. No tuve más que apagar la luz y bajar a disfrutar de un rato de tele y soledad que tanto necesitamos de vez en cuando los padres, y las madres, por supuesto.
La preocupación que llevaba semanas rondándome la cabeza se había esfumado a la primera de cambios y mientras bajaba la escalera, un pensamiento llenaba mi cabeza: Nos preocupamos demasiado por cosas que no han sucedido y que no sabemos cómo van a resultar. Al final la vida te sorprende, así que, deberíamos relajarnos un poco más y dejar el futuro un poco a un lado para centrarnos más en el ahora.
De esa manera transcurrían los días y el otoño dejó paso a un frío invierno. Llevar a los niños al cole, hacer alguna excursión semanal para buscar leña, hacer coladas, cambiar pañales, comidas, dormir niños, eran las actividades cotidianas y de vez en cuando entre todas esas actividades sacaba un poco de tiempo para ir a la oficina.
El tremendo frío de ese año, los escasos proyectos que entraban en la agencia y los varios meses de excedencia de Paula dejaron completamente congeladas nuestras finanzas. Nos sentamos cara a cara y nos vimos obligados a replantearnos nuestra situación.
Nos sobraba casa por todas partes, no había manera de mantenerla y los ingresos previstos para los siguientes meses tampoco eran muy halagüeños. Un día, cansado ya de buscar tanta leña, y de pasar frío decidimos que, aunque no había llegado al año en aquella casa, teníamos que dejarla porque no íbamos a ser capaces de afrontar los próximos meses de alquiler. Hablamos con los dueños, les explicamos que nuestra situación había cambiado y que preferíamos dejar la casa antes de que no pudiéramos pagar el alquiler y que, por tanto, la mejor solución para todos, arrendador y arrendatarios, era dejar la casa lo antes posible.
Un par de años antes, cuando decidimos mudarnos a Alpedrete, mi ilusión era la de vivir en una casa con un poco de terreno, poder tener sitio para Truja, un jardín para invitar a los amigos a una barbacoa, poder tener un pequeño huerto, en fin, poder hacer una vida al aire libre. La coyuntura económica mundial, el poco trabajo que conseguía, los meses de Paula sin cobrar y el elevado alquiler de la casa, hicieron que me tuviera que tragar de nuevo mis palabras y comenzamos a buscar un piso que se adaptara mejor a nuestras necesidades y a nuestras posibilidades.
Échale, échale
Un día paseando por el centro del pueblo, entramos en una urbanización que desde fuera tenía buena pinta. Después de deambular un rato por dentro de la misma, vimos al conserje y le preguntamos: “¿No sabrás si hay alguna casa en alquiler?”. En ese mismo momento, sacó un fajo de llaves, y nos enseñó un bajo de cuatro habitaciones, una de las cuales había sido suprimida para dársela al salón, que se amoldaba perfectamente a nuestros requerimientos. Allí mismo llamamos al dueño que nos comentó que estaban a la espera de que una persona interesada que ya lo había visto antes que nosotros le confirmara si se lo quedaba o no.
A la semana siguiente volvimos a llamar al dueño que nos dijo que el piso era nuestro si lo queríamos. Pocos días después, organizamos un mercadillo en el garaje del chalet adosado con todas las cosas que no íbamos a poder llevar a la nueva casa, muebles, somieres, colchones, ropa, zapatos, juguetes, libros, todo lo que se llevaran de allí era trabajo que nos quitábamos de mudanza.
Habíamos conseguido reducir tanto nuestros gastos fijos como nuestro espacio a la mitad, contábamos con una habitación para cada niño y si la familia se quedaba así, la casa era perfecta.
En el mes de diciembre de 2012 nos mudamos a la nueva casa pensando que sería una casa de paso para cuando las cosas económicamente fueran un poco mejor. Spoiler: Seguimos esperando que las cosas vayan un poco mejor.
En realidad, lo que parecía un retroceso iba a suponer todo un avance en nuestras vidas, no importaba el espacio que tuviéramos, no importaba el dinero que ganáramos, no importaba nada más que estar juntos, ver crecer a nuestros hijos y disfrutar de la experiencia de ser padres porque como dice la canción de hoy: Quitarme de tu lao, es sacar un pez del agua, arrancarle a la noche una estrella o contar las arenas de la playa.
Los Mártires del Compás han formado parte de mi vida y del desarrollo de mi gusto musical. Los conocí en la época de La Leyenda y desde entonces siempre me han acompañado. Fueron nexo de unión con mi gran amigo Pablo el sevillano, en los primeros días en que nos conocimos y he compartido grandes tardes de Continental con mi amigo Quique al ritmo que ellos marcaban. Son el grupo que, junto a Pata Negra, me abrieron al mundo del flamenco. Después vendrían Estrella Morente, Vicente Amigo, Paco de Lucía, José Mercé, Enrique Morente, el Pele, Tomatito, etc… y el gran Camarón de la Isla.
Además de tener todos sus discos, he podido disfrutarles en directo en varias ocasiones en recitales que siempre tenían mucha música y grandes dosis de humor, aunque lo más gracioso de todo fue cuando mi hermana Blanca sufrió una bajada de tensión en mitad del público y mi amigo Quique tuvo que echársela al hombro y sacarla de mitad de la pista mientras iba golpeando con la cabeza (la de Blanca) a todo curioso que se acercaba demasiado para fisgonear. Al final una Coca-cola bien fresquita la hizo recuperarse y volvieron al lugar inicial a seguir disfrutando del concierto.
Y para terminar este capítulo, una reflexión que me viene de una de las canciones de los invitados de hoy y que cuadra perfectamente con el pensamiento que he querido plasmar con esta historia: Aprovechemos más el presente, disfrutémoslo y no dejemos de vivir hoy por un supuesto mejor futuro. O como dicen los Mártires con mucho más arte que yo: Comprender, tenemos que comprender que hoy, mañana será yesterday.
Échale échale a tu corazón el aire
en tu mirar esa luz, que a mi me llega y me llama.
Quitarme de tu lao
es sacar y un pez del agua
arrancarle a la noche una estrella
o contar las arenas de la playa.
Aquella noche los dos
fuimos uno solo y un solo corazón
y en el universo de nuestro secreto
ay solitos estamos solitos tu y yo.
Échale échale a tu corazón el aire
echaléeee y a tu corazón el aire.
Quitarme de tu lao
es sacar y un pez del agua
arrancarle a la noche una estrella
o contar las arenas de la playa.
Y aquella noche los dos
fuimos uno solo y un solo corazón
y en el universo de nuestro secreto
ay solitos estamos solitos tu y yo.
Échale échale a tu corazón el aire
échaleeee y a tu corazón el aire.
Porque yo soy como un pececillo
que cae en tus redes
que quiere librarse librarse y no puede
le falta el aire
le falta el aire y se muere.
Gran reflexion! Y gran aprendizaje!❤️
Y lo que me quedaba todavía!!!
A veces el camino es pedregoso pero luego hay llanitos muy disfrutones. (Equiparando al running…).
Mira que avisé a Vic: Vic, me voy a caer…y en un par de minutos me veo cual avión de papel atravesando un mar de gente mirándome…y yo saludando como una estrella de Hollywood…desde otra perspectiva igual es un poco diferente…jejejeje. Igualmente me sentí muy cuidada.
Love u
Dicen por ahí que el ayer es historia, el futuro incierto y el hoy es un regalo, por eso se llama presente. Y lo mejor que se le puede dar a nuestros hijos es eso, tiempo. Te quiero muchísimo marquiños. Gracias por cada miércoles de reflexión y aprendizaje.
¡Qué bonito, Marcos! Lo mejor es que siempre vais superando todos los obstáculos, y seguís tas felices….
Enhorabuena.
Muy bonitas también las aventuras de esta semana. Me encanta la foto de portada con los dos niños e Ibón dormido en los hombros. Un beso
Gracias Paloma!!! Unai también iba dormido!!!!