King George. No recuerdo bien cuándo nos mudamos al piso de Las Rozas, pero sí sé que fue durante la baja de Paula.
Al alejarme de Madrid tuve que dejar el equipo de futbol sala del colegio. Me causó una gran pena porque lo disfrutaba mucho y porque allí recibí, por parte del hijo de uno de los compañeros de equipo, el más grande piropo futbolístico que me han hecho en mi vida.
Si volvéis al capítulo uno, recordareis que os comenté que en el campamento Scout me llamaban el Pelusa, por mi parecido en el juego con el gran Maradona, y que me volverían a comparar con un grandísimo jugador. Pues bien, Gonzalo, que así se llamaba el hijo de mi amigo, decía que me parecía mucho y no solo por el pelo, que empezaba ya a faltar de manera alarmante, sino por el juego, al gran Andrés Iniesta. Ese halago, sobre todo por venir de parte de un niño, que suelen ser bastante sinceros, me hinchó como un pavo real y lo conservo en mi memoria con muchísimo orgullo.
Una vez instalados en Las Rozas, las semanas iban pasando y el niño creciendo. El día de la reincorporación de Paula a su trabajo se acercaba inexorablemente. Por mucho tiempo que pareciera, los nueve meses de baja de lactancia tenían los días contados y mi mente trataba de evitar el pensamiento que me rondaba cada vez con más asiduidad. ¿Qué voy a hacer yo cuando Paula vuelva a trabajar? La respuesta siempre era la misma: ya iremos viendo.
Paula agotó su baja por lactancia, pero consiguió colocar sus vacaciones del año 2009 de tal manera que aún pudo ampliar un mes más la estancia en casa, pero como todos sabéis por experiencia propia, las vacaciones pasan rápido.
Un día, a mediados del mes de mayo, nada más despertarnos, Paula me dijo: “Recuerda que hoy empiezo a trabajar. A las 14:00 tengo que salir para llegar a tiempo”.
Ese mismo día comenzó mi verdadera paternidad.
Durante los primeros meses de vida de Ibón yo hacía mucho en casa, cocinaba, lavaba, limpiaba, iba a la compra, recogía la ropa, fregaba, jugaba con el niño, salíamos al parque y hasta en algunas ocasiones intentaba dormirlo en la hora de la siesta, pero nunca me quedé solo con él y mucho menos tantas horas.
Ese día, salí del trabajo a las 13:30 y a las 13:45 entraba por la puerta de casa para ver a Paula con el niño en brazos, con su uniforme puesto, lista para salir corriendo a su trabajo.
“Toma”, me dijo. Cogí al niño, di un beso a Paula y un segundo después vi como salía por la puerta. Era mi turno. Daba igual si estaba preparado o no, ya no había vuelta atrás. Allí estaba, con Ibón y Truja que me miraba con ojos inquietos preguntándose cuándo coño íbamos a salir a la calle. Pues nada, correa, bolsitas para la caca, niño a la mochila de porteo y a la calle, ya vería a la vuelta qué hacía de comida y, sobre todo, cómo la hacía.
He de reconocer que todos esos meses se me hicieron muy duros. Uno no sabe lo que son las cosas hasta que no se enfrenta a solas a ellas. Paula no estaba y era yo el que tenía que ocuparme de todo. Lo más abrumador era tener que estar, desde las 14:00 hasta las 23:30, con una personita que demandaba y necesitaba mi atención absoluta todo el tiempo, sin posibilidad de tomarme un respiro. Por muy largos que quisiera hacer los paseos con Truja, por mucho que le sentara a jugar con sus juguetes, por mucha Patrulla Canina que le pusiera, el niño siempre me pedía brazos por lo que era materialmente imposible hacer cualquier otra cosa y mermaba mi paciencia minuto a minuto. Las horas no pasaban y no veía el momento de que llegara la hora de dormir.
Era entonces cuando recordaba mis enfados cuando, unos meses antes, llegaba a casa y la comida no estaba hecha y empezaba a comprender de verdad por lo que había tenido que pasar Paula y cómo un niño tan pequeño te absorbe tu paciencia, tu energía y tu tiempo. En ese tiempo fue cuando terminaron de caerse todos los esquemas mentales que había ido construyendo a lo largo de mi vida. Toda esta parte no nos la habían explicado en las clases de preparación al parto y nadie me lo había contado previamente. Me encontraba ante una situación que escapaba a mi conocimiento.
De nuevo, la única salida que encontré fue la de la improvisación y la intuición. Una de las actividades que solíamos hacer Ibón, Truja y yo era la de ir a pasear al Pinar de las Rozas. Mi amigo Quique y María, vivían muy cerquita y, muchos días, quedábamos para sacar a los perros y tener a alguien de confianza que pudiera echar un ojo al niño.
Como buen teckel, la Truja era muy aficionada a perseguir conejos por el Pinar y un día detectó un rastro y empezó a seguirlo sin escuchar mis llamadas. Normalmente, al cabo de un rato, solía volver moviendo el rabo y con cara de felicidad tras haber olfateado unos cuantos conejos. Sin embargo, ese día no había manera de que volviera.
La noche empezaba a caer y yo, con el niño en brazos y la preocupación reforzando mis peores pensamientos, ya no sabía muy bien qué hacer. De vez en cuando escuchaba un ladrido histérico moviéndose a toda velocidad entre los pinos y volvía a llamar a la Truja con todas mis fuerzas. La temperatura descendía y yo me debatía entre la opción de irme para cuidar de la salud de mi hijo, que apenas contaba todavía con un año y, por tanto, dejar allí al perro, y la de seguir buscando ya casi a oscuras a la puñetera perra.
Como si Truja pudiera olfatear mis pensamientos, en el momento en que ya casi la daba por perdida, después de una larguísima hora de búsqueda, apareció entre unos matorrales.
Desde ese día, cada vez que íbamos al Pinar, la llevaba bien atada, pero eso hacía que los paseos fueran más aburridos y por tanto reducía la duración de los mismos, lo que me dejaba, de nuevo, toda la tarde por delante para estar con el niño. Los recursos para entretener a Ibón se me acababan y la desesperación aporreaba las puertas de mi cerebro.
Aquello no era lo que yo había pensado que sería la paternidad. No quería dividir el día con Paula y que ella estuviera por la mañana y yo por la tarde. Si habíamos tenido un hijo era para criarlo juntos y aquella separación de horarios me revolvía y no me gustaba en absoluto. Desgraciadamente no había otra posibilidad. La situación era que yo trabajaba hasta las 14:00, llegaba a casa, le daba una palmada a Paula como en el pressing Catch para darle el relevo y hasta las 23:30 no volvía a verla.
Si la tarde se hacía larga, el dormirle se convertía en una auténtica tortura china. La única estrategia que me funcionaba era la de hacerlo en brazos. En esos momentos yo me convertía en una especie de Thermomix con brazos. Al principio le cogía y el niño empezaba a mirar para todos los lados. Poco a poco iba subiendo la velocidad del balanceo, velocidad 1, velocidad 2, velocidad 3. En ese punto, Ibón ya apoyaba la cabeza en mi hombro y seguía el proceso. Si mantenía el vaivén o lo bajaba el niño se desperezaba y volvía de nuevo a mirar alrededor así que, irremediablemente, tenía que aumentarlo…4, 5, 6. Esa era la velocidad de crucero en la que empezaba a quedarse dormido. Si lo había hecho bien o el niño estaba lo suficientemente cansado, caía rendido y podíamos pasar a la siguiente fase.
Sin embargo, si no se había dormido en esa fase, la única posibilidad que me quedaba era la de volver a aumentar la velocidad, 7, 8, 9 y 10. Mis brazos me quemaban y los músculos de la espalda comenzaban a quejarse. Gotas de sudor empezaban a concentrarse en mi frente y en mis axilas, sobre todo, en los meses de verano. Tras un buen rato con el turbo puesto, con todos los músculos del tronco superior agarrotados y con la paciencia bajo mínimos, conseguía que se quedara dormido y, ahora sí, empezaba la segunda fase del proceso: el paso de los brazos a la cama.
La primera técnica que utilizaba era la del ninja, que consistía en ir bajando la velocidad de arrullo hasta un movimiento prácticamente imperceptible para el ojo humano. Entonces, me aproximaba a la cama y con movimientos sigilosos, acercaba a Ibón hacia su almohada. Los movimientos tenían que ser muy lentos y necesitaba la máxima concentración en mis doloridos músculos para no hacer un movimiento en falso que le despertara. Muchas veces ese esfuerzo era en vano y tenía que comenzar de nuevo con el proceso desde el comienzo. ¡¡Mierda, mierda, mierda!!
La segunda técnica era la de aceptar que ya no iba a volver a volver al salón a ver la tele y a tener un rato tranquilo y, una vez que se había dormido, me sentaba en la cama con la espalda apoyada sobre varias almohadas y dejaba que el niño siguiera apoyado en mí hasta que, de nuevo con movimientos de ninja, conseguía dejarle tumbado en la cama. La mayoría de los días acababa tan cansado del proceso que allí me quedaba hasta que llegaba Paula de trabajar y me despertaba.
Los meses de junio y julio del año 2010 traerían dos acontecimientos que cambiaron la historia. El primero fue la victoria de España en el mundial de fútbol de Sudáfrica, ¡¡¡Iniesta de mi vida!!! Y el segundo fue que Pichi decidió finalizar su etapa en los Pirineos y volvió a Madrid, más concretamente a nuestro piso de las Rozas, donde teníamos una habitación de sobra en aquellos momentos.
La soledad del padre abandonado, dejó de serlo tanto. Al menos tenía a alguien con quien hablar y a quien dejar al niño para poder hacer la cena con las dos manos. Para mí fue un gran alivio. Seguía sin ser lo que yo quería, criar a nuestro hijo juntos, pero al menos tenía un elemento de apoyo que me ayudó mucho.
El verano pasó rápido igual que el otoño. Mientras Ibón crecía, yo aprendía todo lo que significa e implica ser padre. Las cosas, a pesar de seguir sin ser lo que nosotros queríamos, mejoraban y, padre e hijo, cada vez nos entendíamos mejor. Pichi ya no estaba con nosotros y el piso de Las Rozas empezaba a perder el encanto que tenía al principio. Al final la vida allí era, a menor escala, una copia de la vida en Madrid. Mucho ruido, mucho tiempo para aparcar, mucho asfalto en el suelo, mucho ladrillo por las ventanas y la sensación de no tener un sitio para ir con el niño.
A principios del año 2011, una tarde que Paula no trabajaba, decidimos coger el coche y dar una vuelta por la sierra. Al volver, después de pasar Collado Mediano, al llegar a la siguiente rotonda, vimos el cartel que señaliza: Alpedrete.
“He pasado por aquí un millón de veces en mi vida, pero nunca he ido a Alpedrete, ¿vamos a verlo?” Entramos y aparcamos el coche en una de las primeras calles, junto a un gran parque y un colegio. Pasamos un rato en el parque jugando con Ibón y cuando volvíamos en el coche los dos dijimos: “Pues me ha gustado Alpedrete”. Esa misma tarde empezamos a curiosear por las páginas de alquileres.
Al poco tiempo de esa visita recibimos el empujón definitivo para dar el paso y empezar a buscar en serio una casa en Alpedrete. Para ser exactos y fieles a la verdad, en realidad, el empujón definitivo lo había dado yo unas semanas antes.
Un día al llegar del trabajo volví a ver, encima de la mesa, el bolígrafo con una pantallita con dos líneas rojas que había visto un año y medio antes. Esta vez no tuve dudas, ya me había aprendido el truquito. Volvíamos a estar embarazados y tal y como nos pasó con Ibón, los dos sentimos que ya no queríamos estar más en un sitio como Las Rozas, y que, como dice la canción, necesitábamos respirar, descubrir el aire fresco y decir cada mañana que éramos libres como el viento.
Encontramos una casa antigua de pueblo de dos pisos. La dueña los había separado y había hecho dos pisos independientes con su correspondiente jardín cada uno. El que se alquilaba era el superior y nos encantó. A primera vista reunía todos los requisitos que necesitábamos, un amplio jardín, cuatro habitaciones, salón, comedor, baño, cocina y unas ventanas desde las que se podían ver las casas de los vecinos, pero en las que el color verde de las hojas de los árboles y el azul del cielo eran los protagonistas.
A pesar de ser un poco más costosa que la casa de mi hermano, decidimos dar el paso y a primeros de abril, con Paula con una tripa que empezaba a asomar y de nuevo con la ayuda de Edu, Pichi, Quique, Víctor e imagino que algún amigo y familiar más, nos mudamos allí.
El pueblo nos recibió con una gran nevada que hacía todo un poco más difícil, pero la ilusión de vivir, por fin, en el lugar que habíamos elegido y en una casa que nos encantaba, hicieron que tomáramos la nieve como un buen presagio. Ya estábamos en Alpedrete.
King George
Esta vez no tengo una canción cuya letra pueda acompañar a lo que os he contado sobre ese año o que me recuerde concretamente a esos días. Fue un año difícil pero que acabó de la mejor manera. Paula de baja para pasar su embarazo tranquila, relajada y feliz y yo habiendo realizado un curso intensivo de paternidad en la mejor universidad del mundo, la vida. Estábamos en un lugar nuevo que reunía los requisitos que buscábamos, una casa con jardín que nos permitía dedicarnos a la agricultura de manera amateur y con Ibón a punto de cumplir su segundo año de vida enseñándonos a buscar las herramientas adecuadas para cuidar y saber llevar a los que estaban por llegar.
Un año de aprendizaje que, una vez más, nos hizo crecer como pareja y que, particularmente a mí, me sirvió para terminar de abrir los ojos a una realidad que era muy diferente a todo lo que yo había preconcebido.
A pesar de no ser capaz de establecer una conexión especial con una canción, no puedo dejaros sin ella. Esta vez la elegida es del 2001, pero el grupo tiene más años. Como casi todos sus seguidores, lo conocí con su segundo disco, “Devil Came to me” y, he de reconocer, que fue toda una sorpresa. Como me gustaba tanto me compré el primer disco, “Sister”, para mí, una obra maestra, una mezcla de punk-rock-garage con una fuerza y una rabia que he podido escuchar en pocos discos. Canciones cortas, intensas y directas, uno de esos tesoros que guardo en mi selección de imprescindibles.
El tema en cuestión es del tercero y reúne las mismas características que su primera grabación, pero con un sonido más limpio y cuidado. “King George” es una canción que siempre me alegra y me llena de energía. Sus pausas, sus aceleraciones, sus riffs de guitarra, los estribillos, la convierten en una de las más perfectas (para mí) porque, en poco más tres minutos, condensa todo lo que siempre me ha gustado y me ha emocionado de la música rock. Una vez más subid el volumen, soltaos el pelo, a los que les quede, y agitad la cabeza, que así también se van todos los problemas y las malas vibraciones.
Y antes de despedirme, una pequeña confidencia, que ya vamos cogiendo confianza. Mientras escribía este capítulo he pensado mucho en mi amigo Ibón, el de Bilbao, porque ha tenido que pasar por algo parecido a lo que pasé yo, pero mucho más intenso. Este capítulo es para ti, eres un héroe, una gran persona y sobre todo un gran padre.
Get down
I’ll sleep it off
You don’t have to believe no more
Only got four hours
To learn your manners
Never felt so close to you before
Don’t you
Don’t get it wrong
I’ll have someone to get it done
Only got four hours
To learn your manners
Never felt so close to you before
Long shot
In the name of God
Need a McCartney song
All I want you to know
Is that I won’t be here for long
And my heart
Oh! my heart is getting sore
Bájate
Voy a dormir la mona
No tienes que creer más
Sólo tienes cuatro horas
Para aprender tus modales
Nunca me sentí tan cerca de ti
No lo hagas.
No te equivoques
Tendré a alguien que lo haga
Sólo tengo cuatro horas
Para aprender tus modales
Nunca me sentí tan cerca de ti
Un tiro largo
En el nombre de Dios
Necesito una canción de McCartney
Todo lo que quiero que sepas
Es que no estaré aquí por mucho tiempo
Y mi corazón
Oh! mi corazón se está poniendo dolorido
Una semana más enganchadiiiisiiimaaa! Cómo lo disfruto .. Gracias siempre Spach! Que lindo viajar con vos
Que duros esos momentos que nadie nos cuenta!!!!
Solo sabes el sacrificio cuando los vives en tus propias carnes…..que guays en Alpedrete, fijo que más calidad de vida……
Gracias por compartir y enhorabuena a tu amigo Ibon!!!!un abrazo!
Si que lo fueron!!!Lo de Alpedrete fue un gran acierto, aquí seguimos disfrutando de una vida más tranquila. Le daré la enhorabuena de tu parte a mi amigo, aunque seguro que le lee. Gracias de nuevo por leerme!!
Un beso
Madre mía, batidoras, termomix, extractores de cocina, tardes interminables, mil canciones y juegos…¡que agotador y que aprendizaje de vida a la vez!
Gracias por compartir ❤️❤️❤️❤️
Si, sobre todo el primero que no sabes cómo manejarlo…yo me sentía muy solo en esa época…y ahora me tengo que ir a correr para sentirme un ratito solo, jejejejeje, igual nos hemos pasado!!!, jajajaja
Vaya con los empujoncitos!
Creo que da igual si nos lo cuentan o no. Sabemos lo que es tener hermanos y eso queremos para nuestros hijos. Por lo menos yo lo siento así.
Es que en diciembre hacía mucho frío!!! Sin duda el mejor regalo que les hemos podido hacer han sido los hermanos!!!
Este capitulo ha sido muy durillo. Lo mejor de la vida es que los malos momentos se nos olvidan. Pero cuando los recuerdas… como tú ahora, afloran con la misma fuerza. Efectivamente, cuando te enfrentas a tu primer bebé notas que todo te sobrepasa.
Gracias por compartir tus experiencias, nos hemos puesto en tu lugar y te hemos comprendido. Un beso
Gracias Paloma!!! Fue duro pero me sirvió muchísimo para los siguientes, sin ese cursillo acelerado que me dio Ibón seguro que no sería el mismo padre!!!
Un beso
¡Eso es ser padre/madre! Algo para lo que nadie está realmente preparado, pero que nos hace sacar el instinto de protección que no creíamos llevar dentro. Significa sacrificar buena parte de nuestra libertad y de nuestra comodidad por la seguridad y la felicidad de ese maravilloso nuevo ser, que cambia nuestras vidas para siempre… El amor más verdadero e incondicional; una dulce condena, como dice la canción. 😍
Y qué decir del tema de hoy… Dirás que no te evoca esa época en concreto, pero yo creo que le viene al pelo: coincido totalmente contigo en el buen rollo que genera (junto con cierta sensación de nostalgia), y en que es de una belleza melódica y tiene una energía que te remueve hasta los tuétanos. ¡Muy grande!
¡Gracias, amigo!
Así es Alfonso!!! Y la canción es de esas que te obligan a subir el volumen con los primeros acordes, pura energía!!!