¡Quiero una casa con chimenea! Esa era la última de mis exigencias nunca cumplidas.
Por fortuna, la nueva casa contaba con una pequeña chimenea con casete, que la llenaba de calma y calorcito y cuando mirabas hacia afuera, los largos troncos de los pinos se alzaban como columnas hacia el cielo, rematados con sus verdes ramas, cuyas siluetas jugaban con el cielo gris dibujando caprichosas formas…
“¿Papá?, ¿Te gusta la nave que me he creado? Mira, aquí tiene los misiles y esto es donde se conduce y aquí donde se dispara y… una mesa”.
Esa contundente frase me saca del estado hipnótico en el que entro cuando escribo justo en el momento en el que empezaba a soltarme y bailar con las musas. Unai me alcanza en mi vuelo por la imaginación, para decirme que él tiene una nave espacial que le va a llevar mucho más lejos y me adelanta en una décima de segundo, perdiéndole de vista por el infinito.
Centrémonos que me despisto rápido. A pesar de mis reticencias a vivir en un piso, aquel tenía mucho encanto, grandes zonas verdes, piscina, pista de fútbol, de tenis y muchos, muchos árboles, tantos que, al mirar por la ventana, te da la impresión de vivir en un bosque, al menos desde nuestro bajo.
La drástica reducción del alquiler nos permitió mejorar levemente nuestras finanzas, pero, aun así, necesitábamos ingresar más. La crisis del 2008 se hizo muy larga y en la agencia lo notamos mucho porque la reducción de proyectos fue importante. A pesar de que mis prioridades pasaban por estar lo más posible con la familia, no me quedó más remedio que arremangarme y ponerme a currar en lo que pudiera. En el año 2013, después de haber sido uña y carne durante toda nuestra niñez y adolescencia, volví a juntarme con el primo Mike. Él tenía, y tiene, una empresa que se dedica a montar las instalaciones de los animales (acuarios y terrarios) para una cadena de tiendas de animales muy conocida por toda España. Mi primer trabajo consistió en desmontar una tienda en la Vaguada, de 00:00 a 07:00 que es cuando no había público, algo sencillito para empezar. El segundo trabajo ya se complicó un poco más. Había que viajar a Granada a cambiar no sé cuántas cosas de una instalación. De allí, unos nos fuimos a Elche a entregar un acuario que iba en la furgoneta y los demás a Valencia a desmontar dos tiendas. Yo no sé la cantidad de horas que echamos allí, pero a pesar de la paliza, me lo pasé muy bien y disfruté mucho ese viaje por volver a pasar tiempo con mi primo.
A partir de ese momento empezó una época convulsa, pues iba a trabajar fuera de Madrid muchos días y tenía que coordinarme con Paula para cuidar a los niños. Lo malo era que la agenda del cliente no era demasiado precisa y cambiaban los planes con bastante facilidad lo que muchas veces nos obligaba a reorganizar todos los viajes sobre la marcha… “Si no podemos entrar a hacer la instalación en Valencia, nos vamos a Gandía y cambiamos la ósmosis y las bombas, y como eso no nos lleva mucho tiempo, después nos vamos a Alicante y empezamos con el montaje de la tienda.”
En fin, verdaderas palizas de horas y horas de trabajo y horas y horas de coche, aderezadas siempre con buena música, un montón de recuerdos, y alguna que otra bronca.
Gracias a esos ingresos extra las cosas iban mejorando y aunque nos costó algún enfado, más nacido del cansancio que de cualquier otra cosa, fuimos acomodándonos a aquella situación.
El 13 de abril llamé a mi amigo Juan para felicitarle por su cumpleaños. Me contó que estaba a punto de abrir un restaurante en Pamplona. Medio serio, medio en coña, le dije que si necesitaba un extra que contara conmigo.
Regresando de montar la tienda de Portimao con Miki, después de cinco días de intenso trabajo, solo me quedaban ganas de llegar a casa y rogar que los niños estuvieran dormidos para conseguir unos instantes de tranquilidad que nos permitieran ponernos al día de los acontecimientos de la última semana. Sentado en el sofá, a punto de dejarme devorar por el monstruo de la mediocridad que en esos momentos asomaba a la pantalla de la tele, pude ver de nuevo el mismo bolígrafo, que ya había visto en otras tres ocasiones anteriores, con dos rayas verticales en mitad de la pantalla. Esas dos rayas significaban muchas cosas, pero la primera consecuencia era que Paula cogía la baja, con lo que era mucho más sencillo para mí organizar los viajes porque no tenía que estar pendiente de con quien dejábamos a los niños. Era el momento de aprovechar para amasar todo lo que se pudiera para poder vivir tranquilos cuando naciera el nuevo bebé. Los viajes se intensificaron y prácticamente cada dos semanas hacíamos salidas por toda la geografía española.
Todo esto lo simultaneaba con los pocos trabajos de la agencia que seguía consiguiendo y que había que atender. Las finanzas empezaban a remontar un poquito, pero no lo suficiente, así que, ahora que tenía tiempo, era momento de buscar otras fuentes de ingreso.
Recordando la conversación mantenida con mi amigo Juan unos meses antes, volví a llamarle para ofrecerme para trabajar en San Fermín. El día 5 de julio de ese mismo año me plantaba en casa de la prima de Paula que vive en Pamplona (¡¡Pili y Andrés, muchas gracias!!) para empezar a trabajar todas las fiestas del santo patrono.
Siempre había tenido curiosidad por vivir unas fiestas de San Fermín y esta vez lo iba a hacer desde el otro lado. El restaurante estaba todos los mediodías lleno de cuadrillas, familias, amigos y conocidos. Las jornadas eran larguísimas. Montar por la mañana para el servicio de la comida, recoger todo, montar para las cenas, un no parar en todo el día. Nunca se me olvidará cómo me trataron esa semana los compañeros, los cocineros, los lavaplatos, pero en especial una persona que me ayudó y me cuidó desde el chupinazo hasta el pobre de mí: mi amiga Ainhoa.
El día del primer encierro, mi alarma sonó a las 05:30 de la mañana. Sin hacer mucho ruido para no despertar a mis anfitriones, salí de la casa y cogí el primer autobús que me llevaba al centro. Estaba en Pamplona y quería vivir el ambiente del encierro, ver la calle Estafeta, la curva, todos esos puntos que has visto tantas veces en televisión y que son tan diferentes al verlos en vivo. A las 07:03, entré en la calle Estafeta para respirar esos aromas de miedo y emoción. Sin tener todavía claro qué es lo que iba a hacer, mis pasos me dirigieron hacia Mercaderes para atravesar la plaza del ayuntamiento y llegar al final de la cuesta de Santo Domingo, en un recorrido contrario al que todos conocemos. Allí, las risas nerviosas de los corredores se mezclaban con el canto de alguno que todavía no había acabado la noche y con miradas furtivas estudiando todas las posibles escapatorias en caso de interponerse en el camino del toro.
En un momento dado, usando toda mi pericia acumulada en años de buscar pequeños huecos entre los brazos de la gente para ver a mis ídolos musicales en directo, conseguí aferrarme a una de las barreras de madera que instalan para cerrar el recorrido. Allí tenía un lugar privilegiado, podía ver bien a los toros cuando llegaran al final de la cuesta y con un poco de suerte les pillaba cansados y podía correr un poquito con ellos. El petardo resonó en el aire marcando la salida de los cabestros. Poco a poco, lo que comenzó como unos lejanos susurros, fue subiendo de intensidad hasta que los primeros corredores empezaron a pasar junto a mí. Con 15 o 16 años solía ir, sin decir mucho en casa, a los encierros de Majadahonda, allá aprendí que cuando pasan los primeros corredores, todavía queda un poco por ver llegar a los toros. Yo seguía aferrado a mi porción de valla que me daba toda la seguridad que necesitaba en esos momentos.
Las pulsaciones subían al mismo ritmo que el griterío. De repente, giré la cabeza, después de seguir la carrera de uno de esos primeros corredores hasta perderle de vista, para descubrir que los toros estaban pasando junto a mí. En ese momento, reuní todo el valor que tenía y decidí correr el encierro junto a los toros. Los músculos de mis piernas se tensaron con la adrenalina llegando a todas las partes de mi cuerpo a excepción de una: mi mano, que se negó a soltarse de la seguridad de la valla. Cuando pasó toda la procesión de corredores, cabestros, toros y más corredores, mi mano soltó aquel pedazo de protección.
Muy valiente no fui, la verdad, pero me encantó la sensación de estar ahí dentro y de vivir esos momentos de tanta intensidad y miedo. Ya lo había hecho, había salido indemne y el siguiente paso era almorzar para recolocar el estómago. Una ración de txistorra y un vasito de vino.
Entre encierros y horas trabajando también tuve la oportunidad de salir alguna noche para conocer el ambiente de las fiestas. Impresiona la cantidad de gente que se junta en la ciudad. Sin embargo, para mí, la verdadera fiesta se dio entre las cuatro paredes del restaurante por la conexión que tuve con toda la gente que trabajaba allí. Ese fue el primero de cinco años que estuve acudiendo a Pamplona por San Fermín. Sin embargo, aquella primera vez fue diferente al resto de ellas.
Con el depósito lleno y el alma plena, me enfrentaba a los primeros kilómetros de carretera de vuelta a Madrid, con una sonrisa en el rostro y con lágrimas corriendo por mis mejillas. La sensación de pertenencia, de haber encajado en un lugar, de ser parte de un equipo, la sensación tan grata cuando en un nuevo lugar te dejan volar solo porque ven que sabes lo que haces, la experiencia de ser cuidado como si fueras de la familia. No recuerdo cuántas horas llegué a hacer esa primera semana ni cuánto dinero gané, pero nunca olvidaré esa sensación que me sobrecogía en el coche y, esa felicidad momentánea, permanece en mi memoria como uno de esos momentos que todos tenemos guardados en nuestro estante de recuerdos especiales. Tan especiales fueron que, las primeras dos semanas de diciembre, volví para hacerme todas las comidas y cenas de empresa de Navidad.
So in love with you
Había sido un año complicado. Nueva casa, nuevos horarios, trabajos fuera del ámbito doméstico, dos niños y un embarazo. Cada viaje que hacía me daba cuenta de la necesidad que tenía de estar junto a mis hijos y junto a mi mujer. Sabía que estaba haciendo lo correcto, algunas veces incluso me sentía afortunado por pasarme tres o cuatro días sin poner lavadoras, cambiar pañales o dormir niños, pero en el fondo sabía que no era eso lo que yo quería conseguir.
Dejar a Paula embarazada y con niños a los que cuidar era algo que me quitaba el sueño, principalmente en los últimos meses de embarazo, así que, cuando empezaron las navidades de 2013, envié un mensaje a cada uno de mis empleadores en el que les comunicaba que, a partir de entonces, ya no viajaba más hasta que hubiera nacido la primera de nuestras hijas: África.
En esos momentos ya no importaban los viajes, las finanzas ni los dineros que tuviéramos o dejáramos de tener. Tras las navidades mi único objetivo era pasar todo el tiempo que pudiera con mi mujer y encargarme de que llegará de la manera más descansada y relajada a su tercer parto.
Ese año, en el que tuvimos que dar un par de pasos atrás, fue la puerta de entrada a un montón de nuevas experiencias, amistades y vivencias que sin duda han enriquecido nuestro bagaje. Paula y yo estábamos a punto de comenzar nuestro décimo año de relación y a ambos nos había parecido un breve instante. Los dos niños, que jugueteaban incansables entre nuestras piernas, y la tripa de Paula, que crecía cada semana, eran las pruebas palpables del amor que nos teníamos y que iba aumentando en intensidad, pero también en calma, en comprensión y en paciencia. Cada vez que la miraba leyendo un libro, jugando con los niños, cocinando o poniendo una estantería, una sensación de paz me invadía porque sabía que juntos podríamos afrontar todo lo que estaba por venir.
No podía elegir otro grupo, no podía ser otra voz ni otros ojos los que expresaran, a través de una canción, mis sentimientos en aquellos momentos de mi vida. Texas es otro de mis grupos, probablemente el que más veces haya visto en directo y seguramente de los que más haya disfrutado. En 1993 lanzaban su tercer disco, “Rick´s Road”, una joya absoluta que, a mi parecer, terminó siendo el mejor de la banda escocesa. En ese disco, la maravillosa, espectacular, hermosa, simpática, graciosa, trabajadora, sexy y talentosa Sharleen Spiteri interpretaba la canción ‘So in love with you” que expresaba lo que yo sentía por mi mujer de una manera bastante acertada. No era solo la letra, ni la melodía, era la mezcla de ambas y la verdad que pone la cantante al interpretar este tema lo que lo llevan a un nivel que me hace temblar cada vez que la escucho.
De esta manera terminaba el año 2013 y nos dirigíamos, sin nosotros darle demasiada importancia, hacia un nuevo estatus en la escala social: el del Familia Numerosa. En poco más de un mes entraríamos en el selecto club que, sin duda, mejoraría nuestra calidad de vida por las espectaculares ventajas y descuentos. Además, empezaríamos a disfrutar del privilegio de poder ser observados por la calle y escuchar los murmullos:
Esos tienen tres, ¡qué locos!
I’m so in love with you
I’m so in love with you
Whether it is right or it’s wrong
I’m too weak to be strong
I’m so in love with you
Well, you say you need something
To help you when you’re down
To take your fears away
Yeah, you say you’d do anything
To keep your feet off the ground
And help you on your way
Yeah, you’re all I need
Yeah, you are all that I need
I’m so in love with you, yeah
I’m so in love with you
Whether it is right or it’s wrong
I’m too weak to be strong
I’m so in love with you
When you see your reflection
You say it isn’t you
And then you turn the other way, yeah yeah
And I’m watching you suffer
Yourself and your pain
So please don’t fade away
Yeah, you’re all I need
Yeah, you are all that I need
I’m so in love with you
I’m so in love with you
I’m so in love now yeah
I’m so in love with you
I’m so in love with you, oh yeah
You gotta tell me
You know you gotta tell me
Whether it is right or it’s wrong
I gotta know
I gotta know
I’m so in love with you
You gotta tell me
I’m so in love with you, yeah
I’m so in love with you
Whether it is right or it’s wrong
I’m too weak to be strong
I’m so in love with you, oh yeah
Estoy tan enamorado de ti
Estoy tan enamorado de ti
Tanto si está bien como si está mal
Soy demasiado débil para ser fuerte
Estoy tan enamorado de ti
Bueno, dices que necesitas algo
Para ayudarte cuando estás deprimido
Para alejar tus miedos
Sí, dices que harías cualquier cosa
Para mantener tus pies fuera del suelo
Y ayudarte en tu camino
Sí, tú eres todo lo que necesito
Sí, tú eres todo lo que necesito
Estoy tan enamorado de ti, sí
Estoy tan enamorado de ti
Ya sea que esté bien o mal
Soy demasiado débil para ser fuerte
Estoy tan enamorado de ti
Cuando ves tu reflejo
Dices que no eres tú
Y luego te vuelves hacia el otro lado, sí, sí
Y te veo sufrir
Tu mismo y tu dolor
Así que por favor no te desvanezcas
Sí, tú eres todo lo que necesito
Sí, tú eres todo lo que necesito
Estoy tan enamorado de ti
Estoy tan enamorado de ti
Estoy tan enamorado ahora sí
Estoy tan enamorado de ti
Estoy tan enamorado de ti, oh sí
Tienes que decírmelo
Sabes que tienes que decírmelo
Si está bien o está mal
Tengo que saberlo
Tengo que saber
Estoy tan enamorado de ti
Tienes que decírmelo
Estoy tan enamorado de ti, sí
Estoy tan enamorado de ti
Ya sea que esté bien o mal
Soy demasiado débil para ser fuerte
Estoy tan enamorado de ti, oh sí
Como venimos con los boligrafos! Y lo que falta jajajajaja.
Como sienpre, viajando en el tiempo contigo, en mil aspectos! Gracias
En la última no hizo falta bolígrafo…ya lo veréis!
Al final hay empate entre Bruce y Texas, ¿no?
Yo creo que a Texas les he visto más veces, creo recordar que tocaron alguna vez en la plaza Mayor y era gratis
Marcos me ha gustado mucho este capítulo porque me ha recordado cosas que no sabía cuando habían ocurrido. Vamos que tenía un lío temporal. Como siempre genial. Un beso