Durante estos casi once meses que llevamos conociéndonos, una de las cosas que más me han o habéis, para hacerlo más cercano al lector, comentado, es vuestra sorpresa por mi gran memoria.
Nunca he pensado que poseyera ese don, sí recuerdo tener una gran facilidad para memorizar rostros y recordar también en qué lugar los vi, aunque he de decir que esa capacidad se vio realmente mermada cuando empecé a salir por las noches. En lo relativo a la memoria… ¿de qué estábamos hablando?… Pues eso, que nunca he pensado que la tuviera. Creo que todo el mundo puede echar la vista atrás como yo lo he hecho y que se sorprendería de lo mucho que es capaz de recordar. Toda una terapia, os lo aseguro.
Para probar que la teoría de la buena memoria está completamente alejada de la realidad, esta semana os voy a empezar a contar un par de cosas que me han tenido que recordar y que fueron momentos especiales en mi vida.
La primera de ellas ocurrió en 2013 antes, incluso, de que la pequeña África llegara. Desde muy jovencitos, mi grupo de amigos y yo, tuvimos algún equipo de fútbol. En los últimos años nos desfogábamos y nos poníamos al día en esos partidos. Era el único momento de la semana que nos volvíamos a reunir. Poco a poco salieron unos y entraron otros, pero el núcleo duro permaneció durante mucho tiempo unido. Ese equipo fue donde más disfruté, donde más feliz fui y eso se notaba en mi manera de jugar.
Darío, nuestro portero, empezó a priorizar sus carreras y al final de la temporada nos dijo que el año siguiente no se apuntaría. Cada vez costaba más conseguir gente suficiente para los partidos y el hecho de quedarnos sin portero fue la puntilla que terminó por apagar las pocas esperanzas que teníamos de continuar. Allí comenzaría mi lenta retirada de los terrenos de juego.
Por mi cabeza pasan anécdotas, risas, algunos enfados, regates, jugadas, goles, faltas, lluvia, nieve, viento, calor, patadas, muchas patadas, controles imposibles, rozaduras, agujetas, lesiones, y mil cosas más. Recuerdos imborrables de fútbol y amistad que me llenan de felicidad cada vez que acuden a mi mente.
La desaparición de ese equipo fue como pasar una pantalla en un videojuego. Había que avanzar al siguiente nivel y para ello, empezar a desprenderse de las cosas que me habían hecho tan feliz y estar abierto a nuevos retos.
Todavía tardé en dejar del todo el fútbol. Creo recordar que seguí un año más en el equipo de Las Rozas hasta que desapareció y en mis dos últimos años en este deporte, 2016 y 2017, terminé de arrastrarme por los campos en una Liga en Alcobendas con el Sallema. Un día me llevé a los niños a un partido porque querían verme jugar. Era el comienzo de la temporada, había entrenado algo durante el verano así que llegaba no demasiado mal al inicio. No habrían transcurrido ni quince minutos de partido cuando un compañero me echa un balón en largo y yo, rompiendo en velocidad, entro desde atrás evitando el fuera de juego. El pase va un poco largo, pero creo que llego así que intento aumentar al máximo la velocidad. En décimas de segundo me doy cuenta de que estoy seguro de que llego yo antes que el portero, que ha emprendido la carrera en el sentido contrario al mío. Justo en ese instante toco el balón, al tiempo que sorteo al portero y pienso: lo tengo. Cuando voy a posar el pie en el suelo para impulsarme hacia adelante, siento algo que me arrolla, resolviéndose la situación en una violenta caída de morros y un gran golpe en la cabeza. Después de un par de vueltas en el suelo, que consiguen frenarme del todo, me quedo allí tirado y mi mente hace un rápido escáner de todo mi cuerpo. La uña del dedo gordo del pie me duele mucho, voy a tener uña negra para el próximo año. Tobillo derecho, me duele, pero puedo moverlo. Caderas bien. Mano izquierda, me duele, he caído encima de mi muñeca y la tengo medio entumecida. Cabeza, me duele, sé quién soy, donde estoy y cómo se llaman mis hijos, pero no tengo ni idea de qué ha pasado. Después del escáner, consigo levantarme para ver la tarjeta roja al portero y comprobar que estaba de una pieza. A pesar de todo, perdimos el partido 5 ó 6 a cero.
Ese incidente me metió el miedo en el cuerpo. Llegando ya al final de temporada, empecé a sentir un dolor en la planta del pie que me impedía apoyar correctamente y, por tanto, correr. Esa lesión era la primera vez que la tenía y desgraciadamente no sería la última. Terminé la temporada como pude y decidí que aquella sería la última, mis días de fútbol habían acabado. Era mucho el esfuerzo que requería en tiempo, gasolina, euros, y por supuesto, físico y pocas las ilusiones, las ganas y la diversión que me proporcionaban. Dejé el fútbol cuando dejó de divertirme. En cierta manera me iba un poco desencantado, medio lesionado, desilusionado. Ahí me quedó una espinita que tardaría en sacarme.
El otro episodio que permanece en mi cabeza y que no había comentado, tuvo que ver con Unai. Una tarde de otoño recibimos la visita de unos amigos. No recuerdo si las trajeron ellos o andaban por casa, el caso es que una bolsa de chuches había caído en posesión del mayor que repartía a su antojo el tesoro entre su hermano y él. Unai se metió una demasiado grande en la boca y se le atascó impidiéndole respirar. Enseguida nos dimos cuenta de que algo iba mal, cogimos al niño y empezamos a practicar toda clase de maniobras poco efectivas con el pobre que, por segundos, cambiaba de color. Viendo que no había forma de sacársela, cogí al niño y salí a la calle. El centro de salud está cerca de casa e iba a llegar antes corriendo que en coche. Raúl, mi amigo, me acompañaba. La primera cuesta con el niño en brazos y el miedo instalado en cada célula de mi cuerpo hacen que me quede rápidamente sin aire. Tengo que tranquilizarme, respirar hondo y seguir corriendo. Mando a Raúl que se adelante y avise en el centro de salud que vamos para allá. En cada parada, le tapo la nariz y le insuflo aire en la boca con la esperanza que algo llegue a sus pulmones. Tiene los labios morados. Sigo corriendo con el niño en brazos. De nuevo me quedo sin aire y los músculos de las piernas sin energía. Tengo que parar. En el mismo instante en el que me detengo, escucho una tos y miro a Unai, que vomita la chuche que le robaba su aire. Enseguida recobra el color, a mí me cuesta un poco más.
Los últimos metros los recorro andando, sin dejar de observar al niño que parece que respira normalmente. Al llegar, el médico está esperándonos. Le hace un examen para verificar que está todo bien. Mientras, Raúl se encarga de llamar a Paula para confirmarle que todo ha pasado. Al volver a casa con el niño en brazos, la adrenalina desaparece y un temblor generalizado sacude mi cuerpo. Me tengo que sentar. ¡Su puta madre, qué susto tengo en el cuerpo! ¡Qué fragilidad! Un segundo estás riéndote con unos amigos y al siguiente te ves corriendo con tu hijo en brazos pensando que se te va…
Durante aquellos años seguía pluriempleado y viajando por toda España. Nos íbamos organizando y aunque pasaba muchos días fuera, cuando estaba en casa procuraba pasar el mayor tiempo posible con los niños. Las cuentas no mejoraban excesivamente pero tampoco empeoraban y si no había ningún imprevisto nos íbamos apañando.
Cuando dejé el fútbol tuve cierta sensación de vacío, ¿y ahora qué hago? Tenía claro que quería seguir haciendo deporte. Mientras lo pensaba, de vez en cuando salía a correr. En mi infancia, con mis hermanos, solíamos hacerlo bastante a menudo. Iba por rachas, había temporadas que corríamos todos los días y otras que nos dedicábamos a otros deportes, pero salir a correr, tener unos circuitos o cronometrarnos a ver cuánto tardábamos, eran cosas que hacíamos desde pequeños. Poco a poco empecé a hacerlo más en serio y un buen día me vi en una conocida tienda de deportes comprándome unas zapatillas para hacerlo más en serio.
En un principio empecé a hacerlo por mi cuenta. Iba conociendo caminos, sufriendo las subidas y aumentando muy poco a poco las distancias y los tiempos. Fue un comienzo muy tranquilo, no quería saber nada de carreras, geles, zapatillas de Trail o de asfalto, simplemente disfrutaba cada vez que salía y descubría un nuevo camino. Lo primero que hacía al llegar a casa era mirar en Google por donde había pasado para ver nuevos trayectos. De esa manera comencé a correr asiduamente, dos o tres veces por semana.
Uno de los elementos imprescindibles cuando salgo a correr solo es mi música. Para mí, la música y correr van profundamente unidos. Durante los ratos que estoy corriendo puedo disfrutar de mis dos pasiones, la música y el deporte. Escuchar música que me hace vibrar mientras subo al Cerro del telégrafo, dejarme llevar en la bajada con una canción que hace que mi corazón se acelere o recordar a un amigo mientras escucho una de las cincuenta canciones a través de las que me estoy mostrando al mundo, son sensaciones únicas de libertad.
Un día, tras correr 8 kilómetros y medio, decidí que ya había encontrado el deporte que quería hacer. Llamé a mi amigo Darío, el portero del equipo de fútbol, y le pedí que me ayudara a prepararme. Quería hacer una carrera de 10 kilómetros y quería aprender a entrenar. Él mismo diseñó mi primer plan de entrenamiento que durante doce semanas cumplí a rajatabla. Aquella disciplina, aquellas ganas de ir cumpliendo los retos y ver poco a poco las mejoras, me engancharon. Como ya sabéis, una de las cosas que me hubiera encantado hacer es dedicarme profesionalmente a algún deporte y el hecho de empezar a programar entrenamientos, carreras de la temporada y establecer objetivos, era lo más cercano que me podía permitir estar de ese profesionalismo. Vaya por delante que soy el primero en reconocer que soy uno más de los millones de aficionados de este mundillo, jamás he subido a un podio ni se me pasa por la cabeza conseguirlo y soy consciente de mis limitaciones. También poco a poco voy conociendo mis fortalezas y nunca he abandonado una carrera. Ya os iré contando, pero correr ha pasado a ser uno de los motores de mi vida.
La canción de esta semana está completamente enraizada en mi mente con la sensación de correr. Sé que va a sorprender a muchos y probablemente, que esté en esta lista, tiene más que ver con los recuerdos que me provoca que con la calidad musical de la misma, pero a mí me apasiona. Para contaros la historia de esta canción tenemos que retroceder de nuevo unos años.
El verano del 2000 vivía en Londres junto a mi amigo Javier “El Chalamon”. Todas las mañanas nos levantábamos para ir al gimnasio del hotel donde trabajábamos. La rutina diaria era clara: machacarnos, comer, siesta, trabajar, dormir y así cada día. Nunca me han gustado los gimnasios ni levantar pesas, así que lo único que hacía era correr en la cinta. Durante dos meses estuvimos acudiendo allí y cada uno de los días de esos dos meses, mientras corría en la cinta, la pantalla que tenía enfrente proyectaba el video de esta canción. En él interpretan una persecución a la carrera, el ritmo se acelera, los protagonistas siguen corriendo y yo voy subiendo también el ritmo a medida que avanza la canción. Al final acababa siempre esprintando al ritmo de la música, jadeando, pero con una sonrisa en la cara por haber conseguido llegar hasta el final. Eran mis primeros farlek.
“Sandstorm” me recuerda inevitablemente a una de las épocas más divertidas de mi vida y se ha convertido en una fija en todas mis listas de correr. Cuando suena siempre se produce una inyección de energía que viene directamente del recuerdo de esos días, aumento el ritmo y pienso que estoy todavía en ese gimnasio, acelerando todo lo que puedo la máquina, los desorbitados ojos de mi amigo muestran todo su asombro mientras exclama: “Hammond, ¡¡¡eres una máquina!!!!”. La sesión acaba con una carcajada de ambos, yo tirado por el suelo por el esfuerzo y por la risa y unos cuantos ojos que nos miran y piensan: “Crazy Spaniards”
He pasado un poco de largo por estos dos años porque no hubo ningún hito especialmente reseñable. Ya éramos familia numerosa, casi todos los meses llegábamos a fin de mes, los niños crecían y empezaban a ser un poco menos dependientes. Todos los días los llevaba al cole, les recogía, pasaba las tardes con ellos y me los llevaba a sus entrenamientos de rugby, que yo aprovechaba para hacer los míos propios. Fue una época de estabilidad, principalmente emocional, en la que nos íbamos acoplando a la nueva situación de la familia. Afortunadamente, de manera bastante ajustada, las tres sillas del coche entraban y el Corolla que me aconsejó comprar mi amigo Víctor en el año 2002, todavía hacía su función y nos llevaba y nos traía donde hiciera falta. Este año ha cumplido 20 años y ahí sigue sin dar ni un solo problema.
A mediados de marzo volví de un viaje con mi primo a Barcelona. La semana había sido dura desmontando tres tiendas a la vez y montando otras dos. El trabajo no se había acabado, pero todos queríamos volver a casa el fin de semana, así que tocaría volver para terminarlo la siguiente.
Después de tantos días fuera de casa y tras acostar a los tres niños, me metí en la cama donde me esperaba el recibimiento más cariñoso. No entraré en intimidades, pero es necesario que me adentre un poco en esa habitación para contaros una de las cosas más increíbles que me han pasado en la vida y que recuerdo con una claridad pasmosa. El caso es que, coincidiendo exactamente con el clímax del momento, aparecieron en mi mente dos imágenes clarísimas. Cuando digo “aparecieron” quiero decir que las vi nítidamente, sin ningún género de dudas, no fue un fogonazo o una imagen borrosa que me pareció intuir en el calor del momento. No. Fueron dos imágenes cristalinas que duraron una décima de segundo pero que no podré olvidar. La primera imagen era la típica del National Geografhic cuando Neo, el espermatozoide elegido, mete su cabeza en el útero y consigue llegar victorioso a la meta. La segunda imagen, que vi inmediatamente después en mi cabeza, era la de una niña pequeña de ojos azules sonriendo.
Cuando me recosté en mi lado de la cama, tratando de recuperar la respiración por el ejercicio y por la revelación, le dije a Paula: “Te acabas de quedar embarazada, es una niña”.
Ayayay el susto de Unai… Puff, como olvidarlo…
Y tú polvo premonitorio! Recuerdo muchísimo ese tiempo porque empezábamos a planear nuestra llegada a España…
Otra gran semana Spach!
Cuando madre me contó lo que había pasado con Unai, mis hijos estuvieron sin comer chuches una buena temporada
Ya me suena eso del farlek…
Lo de UNai también lo recuerdo como algo impactante y eso que no lo viví en primera persona!!!
Puuufffff, prefiero no acordarme
En ese acto se abrió claramente el tercer ojo!!!!!
Expectante con ese cuarto parto…estoy enganchada jajjajaja 😘😘😘😘
Pues no sé lo que se abrió, la verdad, pero las imágenes las tengo cristalinas. Para el cuarto ya queda poquito…
Grande Marcos….esa cara tuya en la foto???????