La boda, Voglio vederti danzare. Lo primero que tuvimos que hacer fue fijar la fecha de celebración. Queríamos que fuera en verano, en un momento en la que no fastidiáramos las vacaciones de los invitados y que nos permitiera hacerlo al aire libre.
Como ambos somos un poco despistados en lo que a fechas se refiere, había que buscar una que fuera fácil de recordar y rápidamente dimos con la ideal: 08-07-06. Así de fácil, 8,7,6, esa seguro que no la olvidábamos.
La segunda opción era buscar el lugar apropiado. Siempre había pensado en casarme en el mismo lugar donde lo hicieron mis padres. Era una manera de homenajearles, de continuar con un legado que habían empezado muchos años antes y de darles las gracias por haberme ayudado a llegar hasta allí. La pequeña Iglesia del Carmen de El Plantío fue el lugar elegido.
En cuanto a la fiesta, los dos teníamos claro que no queríamos una boda al uso, no queríamos protocolos, estrecheces, limitaciones ni nada que se le pareciera. Después de haber hecho un montón de enlaces durante nuestros años de camareros, teníamos claro que no queríamos cenas de varias horas sentados en torno a una mesa, ni etiquetas, formalidades, reglas y solemnidades.
Queríamos estar con nuestra gente, hacerles disfrutar y disfrutar con ellos, compartir, hablar, sentarnos con unos y con otros, bailar, reír, abrazar y gozar. No pensábamos perder ni un segundo en pensar en la distribución de mesas, a quién ponemos con quién, si no nos cabe, si tenemos que poner una más y mucho menos nos veíamos haciendo el tradicional paseíllo preguntando y contando lo mismo a todos, solo pensar en ello, nos levantaba dolor de cabeza. También había que tener en cuenta que nuestro ajustadísimo presupuesto hacía inviable contratar un restaurante o una empresa de catering.
Teníamos que buscar un sitio en el que nos alquilaran únicamente el espacio sin catering ni ningún servicio adicional. Después de ver y preguntar en varios sitios que nos daban esa opción tuvimos una pequeña depresión porque nos cobraban, solo por la superficie, el presupuesto íntegro del que disponíamos. Había que seguir buscando opciones o plantearnos hacer una boda íntima sólo con los familiares más directos.
La solución la aportó Paula. Alejandra, una de sus amigas del rugby tenía una finca en El Espinar (Segovia) y nos la dejaban para hacer la boda. El mayor problema que nos planteaba es que estaba un poco lejos, pero después de visitar la finca, los dos nos dimos cuenta que era la mejor opción, no solamente por no tener otra o porque nos la dejaban sin coste alguno, sino porque el sitio era maravilloso y nos daba un montón de posibilidades.
La experiencia previa en caterings nos ayudó muchísimo porque contábamos con buenos contactos para alquilar mobiliario, sillas y mesas, un par de baños químicos y el material que nos hiciera falta platos, vasos, cubertería, etc. Además, nos habíamos quedado con muchos utensilios del restaurante que podíamos utilizar en la boda.
La idea era realizar un cóctel, que necesitaba mucho menos servicio de camareros, y que nos permitía conseguir el objetivo principal que era disfrutar y compartir cada segundo con las personas que más nos querían en el mundo, familiares y amigos.
Para el menú no nos quedó más remedio que solicitar la ayuda de los más allegados que aportaron entrantes que requerían poca elaboración gazpachos, cremas frías, algunas tartaletas que, junto con una selección de embutidos y quesos especiales, formaron la primera parte del catering.
Para la segunda parte contamos con la inestimable colaboración de varios familiares de Paula, encabezados por la prima Ana.
Igual que yo he tenido en mi vida a mi primo Mike y a mi primo Ignacio, de los que ya os he hablado, Paula ha tenido la inmensa suerte de compartir toda su vida junto a su inseparable prima Ana. Cuando llevé a Paula a conocer a Pichi por primera vez, le advertí, de manera divertida, que, si no pasaba la prueba de Pichi, no podíamos seguir juntos. Pues bien, yo también tuve que pasar esa misma prueba con Ana. El resultado fue el mismo en los dos sentidos y, tanto Pichi para Paula como Ana para mí, se convirtieron en dos personas fundamentales en nuestras vidas, lo que les dio el privilegio de convertirse en los padrinos de nuestro primer hijo unos años más tarde.
Ana vivía en Guadalajara y allí gestionaba un restaurante argentino propiedad de sus padres, por lo que se convirtió en la encargada de comprar toda la carne para el plato principal de la noche. Entrañas, asados de tira, vacíos, bife de chorizo, eran los platos fuertes del evento y su proveedor habitual del restaurante, apretado económicamente de manera conveniente, nos sirvió las carnes.
Para cocinarlas compramos un par de barbacoas de gas ya que, en la finca, al estar prácticamente situada en el parque nacional del Guadarrama, no era posible encender fuego. A los mandos de las mismas, habíamos elegido a dos parrilleros con experiencia, Edu, el hermano de Paula, que además de hacer mudanzas tenía gran experiencia en temas parrilleros, y al primo Álvaro, hermano de la prima Ana que también había trabajado en la parrilla del restaurante de los padres.
De los postres se encargaron mi hermana Camino y mi hermana Arancha con unas tartas de fabricación casera que resultaron deliciosas.
Quedaban algunos pequeños detalles que, poco a poco, solucionábamos. Los anillos fueron regalo de mi tía Maribel (ya os dije que necesitaría otro libro para hablar de su importancia) y fueron realizados por las artesanas manos de mi tío Javier, que además es mi padrino. Todo encajaba a la perfección. Mis testigos quise que fueran todos los grandes amigos que había ido encontrando en mi vida Víctor, Quique, el Chuso e Ibón. El traje lo compré con mi padre y la corbata fue un regalo de mi amigo Mario (el de Londres), así llevaba un poquito de cada una de las personas importantes de mi vida.
Ya estaba todo pensado y organizado y, lo que era más importante, ajustado al presupuesto del que disponíamos.
La lista de invitados era bastante amplia y entre uno y otro al final llegaba prácticamente a 200. De entre todos ellos, tres ausencias importantes por mi parte. Mi primo Pablo Richi que ya nombré en los primeros capítulos y del que ya os hablaré también más adelante, mi amigo de la adolescencia, Roberto que también tendrá su momento de gloria ganado a pulso a base de carcajadas, carreras en los Alpes franceses al grito de “Gendarmerie”, confesiones y horas escuchando a los Maiden durante muchos, muchos años y Juan, que no pudo venir desde Donosti.
La boda se celebraba un sábado y los dos días anteriores nos los pasamos en la finca inmersos en todos los preparativos. Un equipo de elegidos nos acompañó durante esos dos días, ayudándonos con todo lo que necesitábamos.
Víctor y el primo Ignacio, como buenos ingenieros, se encargaron del montaje de las barbacoas. María y Quique nos ayudaron en la confección de los regalos que íbamos a hacer a los invitados, o al menos a los que lo quisieran. Ibón, mi amigo de Bilbao, también nos ayudó en la confección de esos regalos. Pía, amiga de la infancia “argentina” de la prima Ana nos ayudó con la decoración de la finca al igual que Edu, Rose (mujer de Edu) y Morena (hija de Rose). La Churri, amiga de Paula del rugby nos acompañó y ayudó con la decoración y preparación de los distintos “ambientes”. En fin, amigos de verdad que no dudaron en dedicarnos su tiempo y colaboraron a que todo saliera lo mejor posible.
Entre todos organizamos, decoramos y montamos mesas, sillas, barras, carpas, etc. para el día señalado y empezamos a disfrutar de él muchas horas antes de que llegara, compartiendo y saboreando todos esos momentos de felicidad máxima tanto para Paula como para mí.
La noche del viernes, después de dejar todo preparado, Paula y yo nos despedimos. La siguiente vez que nos viéramos ya sería en la Iglesia.
El sábado por la mañana, me acerqué de nuevo a la finca a cerrar los últimos detalles. Tenía que hablar con Nico, nuestro diseñador de la agencia, que junto a unos amigos se iban a encargar de dar el servicio. Los baños nos llegaban el mismo sábado, igual que la carne y quedaba dar los últimos retoques a la decoración para dejarlo todo listo.
A mediodía fui a casa de mis padres a comer, me eché una siesta en la que sorprendentemente pude conciliar el sueño y a las 17:00 me desperté para prepararme.
Por su parte Paula tenía que ir a la peluquería, maquillaje (poco por favor, era mi único deseo en ese sentido) y también últimos retoques del vestido (prestado por una prima de Paula). Para ello, mi amigo Ibón hizo de chofer durante toda la mañana y se encargó de recogerla en su casa y llevarla a todos los lugares que necesitara.
Como vehículo nupcial, la misma amiga que nos dejó la finca, tenía una furgoneta Wolkswagen de las clásicas, azul y blanca, que también nos dejó.
A pesar del calor de la tarde fui andando, acompañado de mi madre, desde mi casa hasta la Iglesia, realizando el mismo recorrido que durante todos los domingos de mi niñez y adolescencia hacía para ir a misa. Una vez dentro, después de recibir las felicitaciones de todas las personas que estaban allí reunidas y de pie junto al altar, me dispuse a esperar.
La novia se retrasó unos minutos que a mí me parecieron eternos, no tanto por miedo a que se hubiera fugado a última hora, sino más bien por las ganas que tenía de que todo aquello sucediese. A eso de las 18:10, la furgoneta aparcaba en la puerta de la Iglesia y Paula saltaba del interior de la misma, mostrando su precioso vestido de novia y sus zapatillas de deporte blancas.
La boda transcurrió sin sobresaltos, salvo para el pobre cura, impresionado por el amplio escote de la prima Ana que le puso la cara colorada, no sabemos bien si por efecto del mismo o por el calor que hacía aquel día.
Tras la ceremonia, nos subimos a la furgoneta, ya convertidos en marido y mujer, y subimos en romería todos hacía El Espinar. Habíamos previsto un pequeño lugar escondido dentro de la finca en el que poder esperar tranquilamente a los invitados y salir cuando estuviesen todos reunidos. Aunque cuando llegamos alguno se nos había adelantado, seguimos con el plan trazado y aguardamos a que todos los asistentes se hubiesen congregado. Entonces aparecimos y dimos comienzo a la gran fiesta.
La mayoría de los invitados ya habían cambiado sus elegantes atuendos por ropajes más informales y cómodos y conversaban entre ellos, independientemente de si procedían del novio o de la novia. El ambiente que se generó durante la celebración fue totalmente especial. La gente comió, bebió, nadie se quejó de si faltaba comida o si no estaba cómodo. La alegría generalizada se convirtió en la maestra de ceremonias que inundó por completo todos los rincones de esa finca.
El grupo de camareros, formado por Nico y sus amigos, vestidos de informal, repartía el catering y una vez que se acabó la comida se unieron a la fiesta. La gente bailaba, reía, hablaba, se conocían unos a otros, compartían historias relacionadas con Paula, conmigo o con los dos, pero sobre todo se alegraban de estar allí, en un pequeño pueblo de Segovia, compartiendo nuestra felicidad más absoluta mientras intentábamos hacer partícipes a cada uno de los invitados de nuestros sentimientos.
Celebrábamos nuestro amor, pero queríamos hacerlo de una manera conjunta con todas las personas que nos habían acompañado durante nuestras vidas con el único objetivo de hacer a todas y cada una de ellas un poco más felices, al menos durante ese día. Y lo conseguimos.
La nota exótica la puso Sara, una amiga de Paula que había conocido en su año de Erasmus en Lisboa y que nos sorprendió a todos con una danza del vientre a la que se unió Paula entre los vítores y aplausos de los invitados. Yo hice un par de amagos de incorporarme al baile pero he de reconocer que nunca ha sido uno de mis talentos.
VOGLIO VEDERTI DANZARE
Normalmente dedico una canción por año, pero en esta ocasión he querido dedicar una canción para un solo día porque el 08/07/06 se convirtió en uno de los más felices de nuestras vidas. La de esta semana fue la que abrió el baile de nuestra boda y el final es un breve vals vienés. Paula y yo habíamos planeado que, en ese momento, sin decir nada a nadie, comenzaríamos el baile y rápidamente muchas otras parejas tomaron nuestro ejemplo y comenzaron a bailar el vals que continuó con el “Vals de Amelié”, una de nuestras películas favoritas.
Franco Battiato fue el músico que puso la banda sonora a los meses que vivimos junto con Dani en la casa de Santa Cruz de Marcenado. Los tres nos volvimos completamente adictos a su música y tuvimos la enorme suerte de poder verle en directo en dos ocasiones. La primera en un concierto en el auditorio del Palacio de Congresos de Madrid y que fue el que más me ha sorprendido en mi vida (con permiso del primero de Massive Attack).
El comienzo fue muy tranquilo con el maestro italiano al piano interpretando algunas de sus canciones más relajadas. Sin embargo, en la cuarta interpretación, hicieron su aparición una serie de músicos jóvenes con guitarras y bajo eléctrico que, en un principio, desentonaban un poco con la imagen del cantante. Cuando empezaron a rasgar las cuerdas, el sonido distorsionado que emergió de aquellas guitarras me dio la vuelta como un calcetín y me dejaron todo el tiempo con la boca desencajada por la sorpresa. Fue un concierto de pop con un sonido heavy que muchos melenudos quisieran para ellos. Completamente alucinante, tanto que, a pesar de que el concierto era sentado, Paula y Dani, no pudieron contenerse y, en las últimas canciones, fueron a bailar a primera fila junto con el resto de asistentes al mismo.
Unos años más tarde, pude volver a verlo en el Patio del Conde Duque junto a Paula, su amiga Sandrix y mi hermano Manuel que experimentó una sensación parecida a la que había tenido yo la primera vez y que en algún momento del concierto llegó a tal grado de emoción que las lágrimas hicieron acto de presencia, algo realmente difícil de ver en mi hermano.
La canción “Voglio verderti danzare” se hizo famosa en España en los años 80, en gran parte, por la imitación que hicieron Martes y Trece, y aunque a mucha gente de nuestra generación le produzca una sonrisa, la canción es preciosa y una muestra del enorme talento de Franco Battiato. Es una de esas canciones que está unida a nuestra vida de una manera tan fuerte que lo normal es que, si suena en casa, Paula y yo acabemos bailando el vals después de 16 años de nuestra boda, ante la atenta mirada de nuestros hijos que nos miran con cara de…” Ya están estos dos locos otra vez”.
La fiesta continuó hasta el amanecer, momento en el que muchos de los invitados se resguardaron en varios lugares que habíamos habilitado para conseguir dormir algo aquella intensa noche. Paula y yo teníamos el permiso para utilizar la habitación de la casa y allí pasamos nuestra primera noche de casados, intentando detener los continuos giros de la habitación echando el ancla, o lo que es lo mismo, sacando un pie de la cama y apoyándolo en el suelo. Por fin conseguimos dormir algo para reunir las suficientes fuerzas para afrontar el siguiente reto que se nos planteaba: recoger toda la finca.
Gracias a los pocos invitados que quedaban por allí, María y Quique, Pablo el Sevillano, mi amigo Ibón, mi hermana Blanky, Pichi y seguro que alguno más que no recuerdo, junto con un equipo de limpieza que habíamos contratado para el día siguiente, conseguimos recoger todo por la mañana y dejar la finca como nos la habíamos encontrado a nuestra entrada, dando por cerrada una boda que, para nosotros, había empezado cuatro días antes.
Si he querido detenerme tanto en este capítulo ha sido para mostrar con un ejemplo práctico lo que comenté en alguno de los primeros de este viaje que estamos haciendo juntos: la importancia de la colaboración en la que siempre he creído por encima de la competencia. Durante esos días, demostramos como, con la ayuda de la gente que nos quería y nos apoyaba, pudimos sacar un gran proyecto adelante, que no importaba tanto el dinero ni los recursos, que podían más la ilusión, las ganas, el talento y las ideas.
Nosotros conseguimos organizar una boda para muchos invitados, pidiendo ayuda, pero también compartiendo y haciendo partícipes a mucha gente, cada uno aportando su granito de arena (o su piedra de hachís para los regalos de los asistentes que fueron repartidos con disimulo durante toda la noche para los que quisieran). Celebramos una fiesta por y para todos, que sabemos que quedará en la memoria de muchos de los asistentes como una de las bodas más felices, diferentes y divertidas de sus vidas.
Recibimos muchos regalos y siempre hemos sentido que nosotros también regalábamos algo bonito y especial, en forma de recuerdo imborrable de aquella noche diferente que perdura en la mente de muchos de los que allí estuvieron y que lo convierte en el mejor presente que pudimos dar y recibir al mismo tiempo.
Voglio vederti danzare
Voglio vederti danzare
come le zingare del deserto
con candelabri in testa
o come le balinesi nei giorni di festa.
Voglio vederti danzare
come i Dervisches Tourners
che girano sulle spine dorsali
o al suono di cavigliere del Katakali.
E gira tutt’intorno la stanza
mentre si danza, danza
e gira tutt’intorno la stanza
mentre si danza.
E Radio Tirana trasmette
musiche balcaniche, mentre
danzatori bulgari
a piedi nudi sui braceri ardenti.
Nell’Irlanda del nord
nelle balere estive
coppie di anziani che ballano
al ritmo di sette ottavi.
Gira tutt’intorno la stanza
mentre si danza, danza.
E gira tutt’intorno la stanza
mentre si danza.
Nei ritmi ossessivi la chiave dei riti tribali
regni di sciamani
e suonatori zingari ribelli.
Nella Bassa Padana
nelle balere estive
coppie di anziani che ballano
vecchi Valzer Viennesi.
Yo quiero verte danzar como los cingaros del desierto
Con candelabros encima
O como los Barineses en dias de fiesta
Yo quiero verte danzar come derviche tourne que giran
Sobre la espina dorsal al son de los cascabeles del catacari
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza
Y gira todo en torno a la estancia mientres se danza
Y radio tirana transmite mùsica balcànica
Mientras bailarines bùlgaros
Descalzos sobre braseros ardientes
En Irlanda del Norte, en verbenas de verano
La gente anciana que baila a ritmo de siete octavas
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza
Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza
En el ritmo obsesivo la clave de ritos tribales
Reinos de hechizos y de los mùsicos gitanos rebeldes
En la baja Padana en verbenas de verano
La gente anciana que baila, viejos bailes vieneses
Ohhhhhh! Llegó el día!
Que gran gran momentazoo! Que lindo cruzarnos en esta vida mi querido spachur. Recuerdo flashes de esa noche, lo que más recuerdo es el momento de dormir en sacos bajo el monte con el primo Juan a mi lado y el resplandor de Paula al bajar de la furgo …
Es todo un honor haber llegado a tu historia!
Sin duda!!!! Un montón de años ya y lo que nos queda!!!! Ahora me estoy enterando de que os quedasteis más de los que yo pensaba a dormir!!! Hay que repetir como sea!!!!!
Momentazos de felicidad..
Julián siempre dice que no vino porque no estaba invitado…se perdió un bodorrio!!!
Yo recuerdo ¿dormir? en una ladera un par de horas…pues pronto el sol nos achicharraba despertando el ya 9 de julio.
¡Que bien me lo pasé! Y que forméis parte de mi vida
Pues qué decir, Marx y Pauli, por mi parte no puedo sino confirmar que fue una de las bodas más divertidas y con mejor rollo de las que he sido invitado (incluyo aquí a mi Blanca, con la que por aquel entonces llevaba año y pico y a la que su oposición me la tenía secuestrada six days a week), y sin duda, la más «indie» de todas. ¡Gracias mil por invitarnos y enhorabuena a tod@s l@s organizadores/as! Desde luego, queda claro: la mejor forma de hacer cualquier cosa es con mucho amor y en buena compañía, lo demás es secundario. 😊
Por cierto, ya decía yo que qué sugus marrones más raros nos disteis… 🥴
¡¡Cracks!!
Y bien ricos que estaban!!!, jejejeje. Gracias a vosotros por venir!!!
Que guapo estás de naranja….
Sin duda! Si no no me la hubiera puesto!!!
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