47. So Long Marianne. Leonard Cohen

En la segunda mitad del año 2020 nos taparon a todos la boca.

El uso de la mascarilla se hizo obligatorio en todo el país y las máquinas de coser, abandonadas durante años en una esquina de la casa, retomaron su antigua importancia con la misión de fabricar mascarillas de tela sin descanso. Los horarios empezaban a relajarse, las salidas se alargaban cada vez más y los niños por fin podían disfrutar de la calle.

La gran incógnita era saber si se abriría la piscina ese año. El periodo de anarquía absolutista que habían impuesto los niños durante el encierro había finalizado con el levantamiento del colchón. Un soleado día de junio conseguimos convencer a los cuatro para que salieran a jugar al jardín de la urbanización. Bajaron la guardia para disfrutar del tan ansiado aire puro, momento que, Paula y yo, aprovechamos para recoger todos los colchones del salón e instaurar el nuevo orden. Aunque las cosas volvían a su cauce natural, los niños aún mantenían el control en muchos aspectos y para mis nervios y para mí, era una decisión de vida o muerte que la piscina abriera.

Días de confinamiento

En junio, Paula recibió una oferta para pasar al turno noche. Eso significaba un turno de 7/7. Siete días de trabajo, siete días de descanso, entrando a las 21:00 y saliendo a las 07:00. La subida de sueldo que suponía y las ganas de Paula de un cambio hicieron que tomáramos la decisión de aceptar. Para mí suponía más tiempo aún con los niños y más responsabilidades, pero el aporte extra en la nómina de Paula era necesario.

Redactaron normas para la piscina tan estrictas como absurdas. “Tienes que estar con mascarilla hasta que entres en el agua, no puedes sentarte en la piedra de la piscina, no puedes sentarte en el bordillo con los pies en el agua, no te puedes tirar al agua y salpicar, pero si puedes nadar y salpicar, las zonas para la toalla tienen que estar delimitadas por familia y, ¡cuidado con atravesar una de esas zonas para acceder a la tuya!”

A pesar de todas las restricciones, la piscina se abrió y se inició la inevitable lucha de unos, por acatar las normas a rajatabla, contra los que éramos un poco más laxos a la hora de cumplir con los mandamientos impuestos. Los niños, ajenos a tanta discusión, hicieron lo que los niños hacen mejor y su escucha selectiva se agudizó en aquellos días, procesando únicamente lo que les interesaba y desechando lo que no, pero asumiendo que, en cualquier momento, les caería la charla correspondiente a la que siempre respondían con un “perdón” que les daba vida extra hasta la siguiente parrafada.

Para olvidarnos de todo lo que estábamos viviendo, del exceso de información y desinformación, del miedo que penetraba por cualquier rendija que dejáramos, de la incertidumbre económica que atravesábamos (yo tuve que vivir de la ayuda del estado porque mi actividad se frenó en seco), y de toda aquella maraña de sentimientos que iban saliendo tras dos meses encerrados en casa, decidimos ir a pasar unos días a casa de Pichi a los Pirineos.

La casa de Pichi se encuentra en un diminuto pueblo en el Valle del Tena. No tendrá más de 30 casas, una pequeña plaza y una iglesia. Si quieres comprar pan, leche, el periódico o sal, tienes que ir Biescas porque en el pueblo no hay nada. Era el lugar perfecto para desconectar, aislarnos a nosotros y a los niños del monstruo que lo devoraba todo en esos días, y de disfrutar de un entorno único. Abro aquí un inciso para una pausa publicitaria, ya sabéis, el Scatergories es mío. Si estáis buscando un sitio tranquilo de montaña para pasar unos días, no os lo penséis: https://elesconditedebiescas.com/, ¡el mejor anfitrión!

Tres días antes de salir, con todo organizado, el mayor empieza a sentirse mal, tiene un poco de fiebre y mocos, todos los veranos le pasa igual, como a su padre. Inmediatamente se encienden todas las alarmas, hay que hacerle la prueba que desgraciadamente sale positiva. El protocolo se pone en marcha y rápidamente nos contactan para que pensemos con quien ha estado el niño y avisar a todos de la situación.

Hay que aislarlo. Que no esté en contacto con nadie durante 15 días, encerrado en su habitación. “¿Cómo vamos a encerrar al niño en la habitación que comparte con su hermano durante 15 días?”, pregunta Paula sorprendida. “Es fundamental que esté aislado si no queréis correr el riesgo de morir todos”. “De acuerdo, de acuerdo”, responde de nuevo Paula con voz temblorosa, quizás un poco sobreactuada. El niño no pasó ni un solo día encerrado, los síntomas desparecieron y ninguno tuvimos ningún problema de salud. Desgraciadamente, el viaje tuvo que ser anulado por tener un positivo en la familia.

Jara con las jaras

El miedo, las muertes, la bancarrota, la crisis, incidencias, curvas de contagio, incubaciones, respiradores, brotes, destrucción, caos, apocalipsis, eran los términos más utilizados en los medios y hacían su función. Entre tanta oscuridad y maldad, una luz surgió en el horizonte, un único faro que debía guiar a la humanidad, alimentado con baterías de Tesla y programado por los mejores programadores de Microsoft. Dicha luz era portada por los grandes benefactores de la humanidad cabalgando en sus preciosos corceles blancos, que ponían a sus mentes científicas a trabajar por el bien común.

En un tiempo récord, algo sin precedentes en la historia y muy criticado por algunos científicos relevantes que consideraban insuficiente el tiempo de creación y testeo, crearon unas vacunas que, convenientemente aplicadas a toda la población, nos harían inmunes a la enfermedad. Este rayo de esperanza iluminó nuestras noches y desató la locura por la responsabilidad y el civismo impostado. Las colas en los vacunódromos tenían la misma longitud que si fueran los Rolling Stones los que fueran a inocular el milagro, y las palabras solidaridad, responsabilidad, civismo, ganaban la partida en los medios a otras como pensamiento propio, reflexión o juicio.

Los gobiernos que podían gastaban fortunas por adquirir grandes cantidades de dosis, mientras que los balances de los grandes benefactores de la humanidad se llenaban de ceros para los siguientes años y las colas para conseguir las dosis seguían aumentando.

En casa, comenzamos un proceso de análisis buscando información y tratando de contrastarla con los medios generalistas.  Después de mucho leer, escuchar, de cotejar, de analizar y de valorar, decidimos que la vacuna no nos daba la confianza necesaria para inoculárnosla a nosotros y a nuestros hijos y, por tanto, declinamos amablemente los mensajes para acudir cuanto antes a nuestro punto de vacunación oficial.

Sabíamos que nuestra decisión iba a ser polémica y que mucha gente intentaría convencernos de lo contrario o incluso que habría quien nos metería en su lista de indeseables, pero nuestra decisión estaba tomada y era firme a críticas, insultos, vejaciones, retiros de saludos, censuras y murmullos. Nuestra decisión fue meditada, estudiada y sobre todo libre de todo miedo. Otra vez éramos Paula y yo contra el mundo, preparados de nuevo a soportar el peso de la conciencia social sobre nuestros hombros. Solo el tiempo nos dirá si éramos unos locos o teníamos razones suficientes para actuar como lo hicimos. Con cuatro niños en edad escolar somos público de riesgo para contagiar y ser contagiados de cualquier cosa y, en estos casi tres años, ninguno hemos tenido, esa, ni ninguna otra enfermedad. Toco madera.

En mi familia, algunos decidimos no vacunarnos y otros decidieron sí hacerlo, mi padre entre ellos. Sus enseñanzas, cuando nos decía que había que respetar las decisiones de los demás, se vieron reflejadas en nuestro comportamiento de esos días y el respeto fue el protagonista de todas las conversaciones y reuniones.

El mes de septiembre de 2020 traería cambios significativos en mi rutina diaria. La pequeña Jara empezaba el colegio lo que simplificaba mucho las entregas matutinas. Después de desayunar, sacar el lavavajillas y preparar los almuerzos del cole de los niños, les despertaba, les preparaba el desayuno, sacaba la lavadora, doblaba la ropa del día anterior, preparaba las mochilas y de vez en cuando, muy raramente, he de reconocer, peinaba a las niñas. Una vez que estaban todos preparados, salíamos de casa, dirección al colegio, con la riñonera sanitaria abastecida de mascarillas de repuesto, gel hidroalcohólico, dos paquetes de kleenex, uno de toallitas húmedas, tiritas, bombona de oxígeno, escafandra y un gorro de ducha. Los pobres no sabían cómo ponérsela, si se la ponían a un lado, iban dándose golpes contra los coches aparcados, si se la ponían atrás parecían Obélix cargando el menhir, si se la ponían delante les iba rebotando y literalmente, “les tocaba los cojones”.

Las ventanas de las clases se mantenían abiertas para purificar el aire y, en el proceso, la temperatura de la clase bajaba unos cuantos grados y los niños pegados a las ventanas veían los grajos volando a ras de suelo. “Se están poniendo malos muchos niños, el avance del virus es brutal, hay que confinar la clase entera”. Los niños que solían estar pegados a las ventanas veían tranquilamente la tele en su casa mientras se sonaban los mocos, como hemos hecho siempre.

Al menos nuestro cole tiene un patio de tierra, con árboles, piedras y espacio abierto para que los niños jueguen, hasta que se decidió acotar los espacios…” ¡Esa rama no está en tu zona!”,” pues tu acabas de pisar nuestra piedra…” “anda vete a tu esquina y déjame en paz!”

No tenemos ni idea de lo que todo eso supuso para los niños, la cantidad de momentos de juego y felicidad que se les robó, la cantidad de experiencias y vivencias con sus amigos que se les prohibieron, la cantidad de miedo que tuvieron que asimilar. Nosotros decidimos apagar la televisión y contar a los niños lo que estaba pasando, pero bajo nuestras perspectivas, pasando el antivirus, nunca mejor dicho, a toda información que lograra penetrar los muros del castillo para adecuarla a sus entendimientos. Desde entonces no habré visto más de tres o cuatro telediarios o informativos.

Los cálculos a la hora de concebir a cada uno de los cuatro niños habían sido académicamente perfectos y los tres últimos coincidieron con la misma profesora que se convirtió en una más de la familia para ellos. Nunca necesitaron de periodos de adaptación porque ya estaban familiarizados con la clase y con la profe. En la guardería fue Isa y en el cole Eva, personas importantes en las vidas de nuestros hijos que serán siempre recordadas con mucho cariño.

A las 9:15 de la mañana, Jara me decía adiós desde los brazos de Eva que sonreía bajo la mascarilla, o eso quería pensar yo, y lo más difícil del día estaba hecho. Ya me podían venir problemas con proveedores o clientes que, para mí, el día estaba superado.

Por las tardes, después de vencer los obstáculos de todos los días, “quiero ir a casa de no sé quién, hoy me he enfadado con mi mejor amiga, yo quiero ir al parque y yo estoy enfadado porque sí” y después de recolectar a todos los niños, que se habían especializado en ir cada uno a un punto cardinal diferente del parque para alargar sus estancias, conseguía ponerlos rumbo a casa.

Mi progresión en el mundo del atletismo se estancó ese año. Las molestias que tenía en el encierro, a las que no presté demasiado atención, no habían desaparecido y, cada vez que volvía a correr, el dolor se acrecentaba para acabar dejándome cojo los siguientes días. La sensación era horrible. Aunque descansara un mes entre una salida y otra, el dolor nunca se iba. A pesar de las sesiones de mis fisios, Isa y Luis, amigos y vecinos, y de los tratamientos que cumplía con religiosidad, el color continuaba.

Las dudas empezaron a rondarme la cabeza y con cada decepción después de un intento de correr se acrecentaban. “¿Podré volver a correr? ¿Tendré que acostumbrarme a vivir con este dolor?

A finales de año, después de muchas sesiones poco efectivas, decidimos ir a ver a otro fisio que contaba con un ecógrafo moderno y probablemente pudiera localizar mejor el origen de la lesión. Cuando llegué a la clínica, después de estudiarme con el ecógrafo y de hacerme unas cuantas preguntas, comenzó a pincharme con las agujas en los lugares exactos que le indicaba la máquina. Los espasmos producidos en los músculos eran seguidos y fuertes y se acrecentaban cuando acercaba un aparato metálico a la aguja clavada en mi músculo. Yo los notaba perfectamente recorriéndome la pierna desde la cadera al pie, pero era incapaz de mirar porque la visión de agujas clavadas en mis piernas me hubiera hecho, como mínimo, marearme.

Allí mismo me hicieron un estudio de la pisada que desveló ciertos desequilibrios en mis pies que debían ser corregidos con plantillas especiales. Total: Sesión, estudio y plantillas, un dineral.

Salí de aquella clínica sin dolor y con el tanque de optimismo lleno hasta los topes. A los pocos días, volvía a ponerme las zapatillas para probar si el tratamiento había sido efectivo. Después de cuarenta minutos de carrera tranquila volví a casa, sin molestias y con el corazón latiendo fuerte por la falta de costumbre. Si después de la ducha seguía sin dolor, entonces y solo entonces, podría decir que estaba curado. Los siguientes minutos tras la ducha, apoyaba el pie tratando de presionar los puntos que sabía que podían ser indicadores de lesión buscando encontrar algún tipo de molestia. Ninguna, la lesión estaba superada, los miedos olvidados y solo tenía que fijarme un objetivo para el 2021.

El objetivo vino solo. Los dos años anteriores me había preinscrito a una carrera llamada TP60 que recorre la sierra madrileña. 60 kilómetros desde Miraflores de la Sierra a Navacerrada, subiendo Morcuera, bajando a Rascafría, subiendo el puerto del Reventón y Peñalara, bajando a Cotos, subiendo a la bola y bajando a Navacerrada. La carrera es muy reconocida en el mundillo y los dorsales se entregan por sorteo por el gran número de interesados. Los dos primeros años no había resultado elegido y, por tanto, al apuntarme el tercero me daban el dorsal directamente, sin sorteos, por insistente. Cuando me informaron de que tenía el dorsal disponible, si lo quería, supe que ese sería mi gran objetivo. Llevaba un año casi parado y había que volver a entrenar. Tenía diez meses por delante y había que aprovecharlos. Esta vez no lo dejé para el último momento y con las ganas acumuladas después de un año parado, volví a mis entrenamientos.

Fue un año duro. Encierro, lesión, mascarillas, vacunas, presión social y todo  sin poder echar mano de mi medicina especial para cuerpo y mente en que, ya en esos momentos, se había convertido correr. Sé que es difícil de entender para los que no le encuentran la gracia ni el sentido a esto de correr, pero para mí fue como cuando, de niños, esperábamos ansiosos la llegada del verano para disfrutar del primer baño en la piscina y no salir de allí en los siguientes tres meses o como cuando contábamos los días que quedaban para nuestro cumpleaños. El día que, por fin, pude correr sin ninguna molestia ya no pude salirme de esa piscina hasta el día de hoy. Ya estoy planificando las carreras del año que viene, aunque, desgraciadamente, ya no podré contaros mis aventurillas y mis elucubraciones porque ya no habrá lista. ¿O sí?

So Long Marianne

Después de la pandemia, las visitas a la oficina empezaron a reducirse para lo imprescindible y la mayor parte de los días trabajaba desde casa. Mientras comía y descansaba 30 minutos antes de ir a recoger a los niños, me ponía una serie recomendada por Paula. This is us. La manera que tiene de mostrar a los personajes, sus miedos, sus sueños y sus traumas, junto con el modo de entrelazar las historias de unos y otros en un trabajo de guion, para mí, brillante, hicieron que me enganchara a ella a pesar de acabar todos los capítulos con un nudo de emoción en la garganta.

Esa serie me enseñó mi último descubrimiento musical. En uno de sus capítulos, una canción de Leonard Cohen, “So long Marianne”, es el hilo conductor de una historia que comienza con dos jóvenes hermanos que escuchan la canción y uno le explica al otro el significado de la misma. Es la historia de una ruptura, la mejor canción escrita sobre una ruptura, dicen. La gran musa del artista fue Marianne Ihlen con quien mantuvo una relación durante sus inicios y a quien nunca realmente olvidó como el poeta expresa en una de sus últimas cartas, cuando ella acababa de fallecer y él sabía que le quedaba poco tiempo: “Estoy detrás de ti, tan cerca que puedo cogerte la mano. Nunca olvidé tu amor y tu belleza. Lo sabes. No tengo que decir nada más. Buen viaje, vieja amiga. Te veo al final del camino.”

De nuevo una canción que me llegaba a lo más hondo. En ese momento me sumergí en la obra del músico canadiense para descubrir, maravillado, una voz diferente hecha para cantar esos poemas. Siempre me ha intrigado la figura de Leonard Cohen, pero nunca tuve un aliciente para lanzarme a conocerlo o, quizás, es que en la vida las cosas llegan cuando estás preparado y aquel era el momento adecuado.

Quizás la madurez me había llegado envuelta en esa voz profunda o tal vez sea que es imposible no conmoverse ante la belleza, la serenidad y la magia de sus creaciones. Leonard Cohen se convirtió en un fijo en mis escuchas y sus poemas cantados llenan gran parte de mi tiempo de trabajo. Mis hijos ya saben quién es Leonard Cohen y aunque, por el momento, les aburra un poco, esa semilla quedará dentro de ellos y quién sabe si, al pasar los años, alguno continúe con la idea de su padre y coloque esta canción como recuerdo de sus primeros años de vida.

Come over to the window, my little darling
I’d like to try to read your palm
I used to think I was some kind of Gypsy boy
Before I let you take me home

Now so long, Marianne, it’s time that we began
To laugh and cry and cry and laugh about it all again

Well you know that I love to live with you
But you make me forget so very much
I forget to pray for the angels
And then the angels forget to pray for us

Now so long, Marianne, it’s time that we began
To laugh and cry and cry and laugh about it all again

We met when we were almost young
Deep in the green lilac park
You held on to me like I was a crucifix
As we went kneeling through the dark

Oh so long, Marianne, it’s time that we began
To laugh and cry and cry and laugh about it all again

Your letters they all say that you’re beside me now
Then why do I feel alone?
I’m standing on a ledge and your fine spider web
Is fastening my ankle to a stone

Now so long, Marianne, it’s time that we began
To laugh and cry and cry and laugh about it all again

For now I need your hidden love
I’m cold as a new razor blade
You left when I told you I was curious
I never said that I was brave

Oh so long, Marianne, it’s time that we began
To laugh and cry and cry and laugh about it all again

Oh, you are really such a pretty one
I see you’ve gone and changed your name again
And just when I climbed this whole mountainside
To wash my eyelids in the rain!

Oh so long, Marianne, it’s time that we began
To laugh and cry and cry and laugh about it all again

Acércate a la ventana, cariño
Me gustaría intentar leerte la mano.
Solía pensar que era una especie de niño gitano.
Antes de dejar que me llevaras a casa.

Adiós, Marianne, es hora de que empecemos…
A reír y llorar y llorar y reír de todo otra vez.

Sabes que me encanta vivir contigo.
Pero me haces olvidar tanto
Me olvido de rezar por los ángeles.
Y luego los ángeles se olvidan de rezar por nosotros.

Ahora tanto tiempo, Marianne, es hora de que empecemos
A reír y llorar y llorar y reír de todo otra vez

Nos conocimos cuando éramos casi jóvenes
En lo profundo del verde parque lila
Te aferraste a mí como si fuera un crucifijo.
Mientras nos arrodillábamos en la oscuridad

Oh tanto tiempo, Marianne, es hora de que empecemos
A reír y llorar y llorar y reír de todo otra vez.

Todas tus cartas dicen que ahora estás a mi lado.
Entonces, ¿por qué me siento solo?
Estoy de pie en una cornisa y tu fina tela de araña
Está sujetando mi tobillo a una piedra

Adiós, Marianne, es hora de que empecemos…
A reír y a llorar y a llorar y a reír de todo otra vez

Porque ahora necesito tu amor oculto
Estoy frío como una hoja de afeitar nueva
Te fuiste cuando te dije que tenía curiosidad
Nunca dije que fuera valiente

Oh tanto tiempo, Marianne, es hora de que empecemos
A reír y llorar y llorar y reír de todo otra vez.

Oh, eres realmente tan bonita.
Veo que te has cambiado el nombre otra vez.
Y justo cuando subí toda esta ladera de la montaña
Para lavarme los párpados bajo la lluvia.

Adiós, Marianne, es hora de que empecemos…
A reír y llorar y llorar y reír de todo otra vez

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6 comentarios en «47. So Long Marianne. Leonard Cohen»

  1. Año de incertidumbre si los hay..
    Pedazo de canción! Imposible no dejar de imaginarte en el momento de colgar la ropa conmigo de fondo al teléfono 🤣🤣🤣

  2. Tiempo de aprendizaje…de aprender a no emitir juicios, a respetar decisiones, a aguantar chaparrones, a tragar con injusticias, a observar, a querer por encima de todo, a perder miedo, a abrazar, a valorar lo importante, a reflexionar y conocernos internamente, a empatizar con los de nuestro alrededor…
    Y de despertar conciencias…lejos de lo que te cuentas las noticias hay gente maravillosa en este mundo.

  3. Wuauuu que intenso todo!!
    Me flipa This is us,LeonarD Cohen y nunca conecté con las noticias…encantada de haber sido fiel a mi intuición y tristeza de ver como el miedo pudo con tantos….aprendizaje que el amor y el respeto está por encima de Todo….gracias por compartir!!!!😘😘

  4. Fueron dos años muy duros y yo todavía no me he recuperado, no me he vuelto a reír con esas ganas que te salen del corazón. El miedo oscureció mi vida esos días y todavía no he visto el sol brillar del todo. Pero estoy muy contenta cuando leo tus historias llenas de optimismo y de esfuerzo. Gracias otra vez. Un beso, Palomac

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