46. Times like these

Aunque ya había dejado el fútbol hacía tiempo, seguía manteniendo el contacto con mis compañeros del Sallema que, de vez en cuando, me tentaban para volver a jugar.

Dos semanas después de correr el maratón de Valencia, sucumbía a la tentación y me volvía a vestir de corto. Tenía una espinita clavada por la manera que dejé el fútbol, sin ganas, sin ilusión, sin fuerzas y quería sacármela.

Salí de titular y el primer balón que toqué fue adentro. A continuación, dos preciosas jugadas, con sus correspondientes asistencias, que acabaron también en gol. Cuando empiezo a venirme arriba con mi actuación, mientras esprinto a por un balón, mis isquios dicen que ya está bien y allí mismo me quedo. Fueron solo treinta minutos, pero suficientes para reconciliarme con el fútbol y despedirme cómo yo quería: disfrutando. Ese fue mi último partido oficial, un gol, dos asistencias, una rotura de isquios y una sonrisa de satisfacción que subía y bajaba al ritmo de la cojera.

Times Like These

La lesión se pasó en un par de semanas y en el mes de marzo volvía a La Haya para sacarme la otra espinita de ayudar a mi hermana Camino con su primera media maratón. Esta vez el plan era inmejorable porque iba con Paula. Llegada el sábado, carrera el domingo con mi hermana, y tras la carrera tren hacia Ámsterdam para pasar un par de días con la prima Ana y Bruno. ¡Inmejorable!

En los días previos al viaje empiezan a llegar noticias desde China de muertes por un virus. En el mismo aeropuerto ya pueden verse las primeras personas con mascarilla y el miedo empieza a adueñarse de todas las pantallas. Nosotros, de natural optimistas, nos centramos en el viaje que tenemos por delante sin prestar demasiada atención a esas noticias.

El domingo a primera hora, mi hermana y yo entrábamos en el cajón de salida para la media maratón de La Haya. Yo, simplemente debía acompañarla y animarla, así que, aunque tuviera una ligera molestia en el talón, me mostraba optimista y confiado. El tiempo acompañó esta vez con nubes y claros en un día perfecto para correr. Los últimos tres kilómetros se hicieron muy duros para Camino, que apretó los dientes para conseguir cruzar la línea de meta. El “No Surrender” de Bruce Springsteen resonó en su cabeza en los últimos metros y una sonrisa gigante apareció en su rostro cuando fue capaz de recuperar el aliento.

Meta del Medio Maratón de La Haya

Con esa gran sonrisa en mis retinas y un abrazo aún más grande, salí hacia la estación de tren para reunirme con Paula, que se había ido por la mañana ya a Ámsterdam, con Ana y Bruno. Tengo que hacer varios trasbordos que parece que han sido previamente estudiados porque no tengo que esperar en ninguno de ellos, según toco el andén llega el tren. ¡Medido! Cuando estoy en la estación central sé que tengo que coger un autobús que me lleva hasta la zona donde nos alojamos. Allí me esperan para poder ir al hotel y darme una ducha merecida. Llego a la plataforma, mi autobús llega también. Me está saliendo todo perfecto. “¡En cinco minutos estoy allí chicos!” Cuando, por fin, me acerco a la parada mi mayor deseo es verlos esperándome, pero ellos deciden hacerlo en un bar que está enfrente. Salgo del autobús, miro a un lado y a otro y no veo a nadie. En ese momento me mandan un mensaje con la ubicación y me dicen que me esperan en ese bar. Yo, con los nervios, la ofuscación, las ganas de llegar y mi poco agradable olor corporal, tomo la dirección contraria siguiendo (mal) las indicaciones del móvil. Cuando llevo unas cuantas manzanas, me percato de mi error y vuelvo hacia atrás. La vena del cuello hinchada y el vapor que sale por mi nariz delatan mi estado anímico y cuando, al fin, consigo encontrar a mis acompañantes, descargo mi frustración contra la pobre Paula. Enseguida Bruno me da el antídoto contra mi veneno y las cosas vuelven a su cauce.

El último día de nuestra estancia, procurando resguardarnos de una gran tormenta que se desata en la ciudad, nos metemos, casi sin querer, en un Coffee Shop. Una vez instalados, con el refresco obligatorio y con el mayor reclamo turístico de la ciudad entre nuestros dedos, empezamos a recibir mensajes en nuestros móviles. “Se suspenden las clases hasta nuevo aviso”, “Se cierra el cole”, “Mañana la guardería no abre”, “A ver si van cerrar los aeropuertos y no vamos a poder volver…”, piensa en alto Paula. “No se me ocurre un sitio mejor”, respondo yo, desatando las risas de mis acompañantes y una mirada de reprobación del encargado del Coffee por montar demasiado escándalo. ¡Hay que ver que quisquillosos son estos holandeses!

Pudimos volver, pero al llegar ya no pudimos salir de casa. La sensación de pérdida de libertad la experimenté cuando fui arrestado en la mili y volví a tenerla.

Times Like These

Los primeros días tratábamos de mantener un cierto orden en la casa, había que intentar mantener activos a los niños y procurábamos inventar juegos, actividades, rutinas que nos hicieran más llevadero el encierro. Como padres responsables y modernos, escondimos las tablets para que los niños no estuvieran siempre pegados a una y tratamos de sacar su lado más creativo. Para que gastaran energías nos inventamos un circuito de obstáculos que había que hacer en el menor tiempo posible. La paz y la armonía reinaron en casa durante aquellos… dos primeros días.

Antes de perder el control

El tercero, los niños tomaron el control de la tele en un acto que desembocaría en una guerra sin cuartel. Había que ceder en algo y siempre y cuando se alternara la tele con algo de música nos parecía un buen acuerdo.

Los niños diseñaron una estrategia implacable cuyo único objetivo era encerrarnos a los padres en nuestra habitación y tomar el control absoluto de la casa. “Mañana cocinamos nosotros”, decían, e inmediatamente habíamos perdido la cocina.

La batalla más sangrienta tuvo lugar por el control del salón. Aquí entró en juego la guerra de guerrillas y el asedio fue asfixiante. Cada vez que se ponían de acuerdo en ver una película traían, muy poco a poco y de uno en uno, ahora una almohada, ahora una manta, ahora la lámpara, el edredón… muy poco a poco. Paula y yo luchábamos implacables contra todas estas expediciones, pero las fuerzas empezaban a flaquear. Una vez que consiguieron colocar los colchones en el salón se hicieron con el poder absoluto y entramos en un período de anarquía maravilloso. El salón se convirtió en dormitorio, campo de fútbol, sala de cine, sala de juegos, gimnasio, sala de crossfit, discoteca, campo de batalla, aposentos reales y zona de cuentacuentos. Nos vestimos para la ocasión con nuestros mejores pijamas y decidimos dejarnos llevar al mundo de los niños.

A pesar de haber sido confinados en nuestra pequeña aldea, yo todavía conservaba un aura de poder, favorecido por mi cresta y mi barba, que me permitía pasearme de vez en cuando por el territorio enemigo sin aparente peligro para mi integridad. Como mucho me tocaba una feroz lucha contra los caballeros del castillo con las cosquillas, como mi única arma, o unos tiros de futbol con la silla como poste izquierdo y la cesta, donde solían ir las mantas, como poste derecho o aprenderme una coreografía o ver Matilda por enésima vez. Además de rey destronado, tenía los papeles de cocinero y tabernero y ¡a Dios pongo por testigo, que sus mercedes no pasaron hambre ni penas de ninguna clase durante sus días de gloria!

El Rey Destronado

Hubo un par de intentos de que los niños hicieran los deberes y siguieran las clases pero cuando vimos la ansiedad que les producía, sumado a la que ya tenían por no poder salir, sumado a la mía propia por tener que compartir el único ordenador que poseíamos, el mío, para que pudieran presenciar las clases y hacer sus deberes, hicieron que no me quedara más remedio que escribir un correo al colegio para comunicarles que, nosotros, no íbamos a poder seguir su ritmo si queríamos conservar, en la medida de lo posible, la salud mental de la familia, la de los niños por un lado y la mía por otro. Era abril y el verano, ese año, empezaría un poco antes.

El desconocimiento, la incredulidad, el no entender nada, eran factores comunes y todos salíamos a las 20:00 a aplaudir, creo que más como una señal hacia los demás, ¡estamos aquí!, o como una necesidad de estar en contacto con los que más cerca teníamos, que como una señal de apoyo a los sanitarios. He de reconocer que esa sensación primera de unión, de alegrarte de ver a tus vecinos, de saludarles para decir: “Aquí seguimos”, esos gestos de ayuda entre unos y otros, esa sensación de comunidad unida me sorprendió y me reconcilió ligeramente con la especie humana. Ya habría tiempo de escuchar insultos por las ventanas, malas caras por salir dos veces a comprar pan o situaciones desagradables que todos vimos y vivimos esos días. La reconciliación duró poco.

Después de una salida a la compra, volvía procesando toda la información popular que me había llegado en las breves conversaciones mantenidas en la cola de la fruta. “Está mascarilla la fruta, ¿no?” era el chiste estrella del día. Al llegar al castillo, seguía debatiéndome entre tres teorías: Se lo han inventado todo, quieren acabar con la población, o la naturaleza se va a desatar contra nosotros.

Según abro la puerta y dejo las bolsas de la compra, un almohadonazo en la cara me saca de mis elucubraciones para enzarzarme en un combate épico con las dos pequeñas que acaba con ellas encima del monstruo derrotado.

En aquellos primeros días, inspirado por un video, que compartió una amiga, en el que un vecino de Pamplona pone la canción “No hay tregua”, de Barricada, en su terraza, decidí hacer lo mismo y cada día ponía una canción que, a mí, me parecía que podría tener algún mensaje positivo para que la escucharan todos los vecinos. A pesar de la insistencia de alguno en que continuara, abandoné esa costumbre cuando me di cuenta de que servía para poco y se me acababan las canciones de ánimo.

Aquella experiencia fue la semilla que germinaría dos años después en esta audiobiografía sonora. En esos momentos empezó a coger forma en mi cabeza este proyecto con el objetivo de hacer un repaso de la cantidad de personas que habían formado, de una u otra manera, parte de mi vida y contar, a través de canciones, esas pequeñas historias que, todas unidas, construyen mis primeros cincuenta años. Tenía dos años por delante para ponerlo en marcha y como siempre, lo dejaría todo para el último momento.

Cartel «El Resplandor de Alpedrete»

Paula seguía con su horario normal y, por mucho estado de alarma que hubiera, trabajando todas las semanas. No solo tenía que estar 24 horas encerrado en casa con los niños, además, muchas de esas 24 horas me las pasaba sin ningún tipo de ayuda exterior. Esa inferioridad de efectivos también contribuyó al estado de anarquía reinante durante el tiempo que duró el encierro. El único momento del día, más o menos mío, era sobre las 18:00, momento que aprovechaba para hacer mis entrenamientos y, ya que no podía salir, al menos hacer algo que aplacara un poco mis ansias por salir a correr. Durante todo el confinamiento no me salté ningún día.

Llevaba unos meses con una molestia en el talón que me impedía correr. La misma lesión que tuve cuando dejé el fútbol volvía. Como soy de los que ven el vaso medio lleno, pensé que al menos el encierro me iba a permitir librarme de ella y que, para cuando llegara el momento de que nos dejaran salir, ya estaría plenamente recuperado.

Las noticias del exterior llegaban confusas a nuestra casa. Hoy ya se puede salir, pero solo si eres menor de 10 años, tienes perro y vas a la compra, en cualquier otro caso, te tienes que quedar en casa. La absurdez parecía que se había instalado entre la raza humana y nos imponían normas incomprensibles. No pueden juntarse grupos de más de 5 personas…Ya, ¡pero es que nosotros somos 6! ¡Se siente!, no podéis salir juntos. ¡Vaya! ¿Y si voy yo con los chicos y Paula con las chicas a una distancia prudencial? No, porque es un grupo de 6… ¿Pero si vamos a la compra?, No, solo podríais salir si tuvieras un perro, un hámster o un chimpancé y siempre dentro del horario establecido por edades. ¿Contamos la edad del perro en años humanos o en años de perro? Siempre en humano, a no ser que el perro pueda llevar solo el carrito de la compra con un niño dentro y no sea en horario de 19:00 a 19:48 que es cuando les toca a los mayores.

Uno de esos primeros días en los que ya se podía salir, decidimos ir a Cercedilla a dar un paseo, respirar aire puro de la montaña y que los niños dejaran parte de su energía desbordante entre las rocas y los pinos. Al llegar a la primera rotonda, control de la Guardia Civil. “Buenas tardes, ¿dónde van?”, “Vamos a dar un paseo para que los niños salgan un poco”. “Lo siento, no les puedo dejar pasar. Si me dijeran que van a un bar a tomar cervezas (permitido en ese momento), les dejaría pasar, pero no pueden hacerse reuniones de más de cinco personas en la calle ni en el monte”. La frase vino acompañada de un levantamiento de hombros, manos abiertas con las palmas hacia arriba y mirada también hacia arriba que indicaba un claro: “Yo tampoco entiendo una mierda” del pobre Guardia Civil que nos hizo dar la vuelta y volver a casa.

Aquello fue todo un despropósito, así que tomamos la decisión de, dentro de unos límites, hacer un poco lo que nos pareciera. Salíamos todos juntos, nos íbamos al campo donde sabíamos que no nos cruzaríamos con mucha gente y nos dábamos paseos algo más largos de lo permitido. Siempre había alguna persona que nos regañaba a la vuelta porque estábamos fuera de nuestro horario. La policía de los balcones nos tenía fichados y nos vigilaba desde las alturas, pero como ya habéis podido comprender con las 45 anteriores canciones, no tenemos problema en llevar ese peso de la opinión social sobre nuestros hombros y nuestro paseo diario se convirtió en un clásico de las tertulias de terraza superando, incluso, al Nº1 Hit cuando nos acusaron de vender fruta y verdura ecológica por la terraza cuando lo único que hacíamos era repartir los pedidos de un grupo de consumo. En fin…

En una de esas tardes recluidos en nuestra habitación mientras los niños realizaban una sesión de volteretas, de la mesa al sofá, del sofá a los colchones y vuelta a empezar, yo, ojeaba el móvil. Una versión de una canción de Foo Fighters llamada “Times like These”, había sido grabada durante el encierro por un numeroso grupo de artistas, prácticamente todos desconocidos para mí. Esa canción me llegó muy profundo e inmediatamente pasó a convertirse en el gran recuerdo de esos días. He de decir que, aunque me gusten algunos temas, no soy muy seguidor del grupo, pero esta versión mezclando cantantes de todo tipo de estilos e incluso metiendo partes más hiphoperas y reggaetoneras, tenía algo especial. Escuché la original y no me gustó tanto como la versión que definía extremadamente bien ese sentimiento que, desde mi punto de vista, todos teníamos al principio. Un sentimiento de unión, de necesidad de vivir en comunidad, de incertidumbre y de apoyo.

Times Like These

Definitivamente, esa versión de la canción me emociona hasta las lágrimas. Es la demostración de que la colaboración, el esfuerzo común y la empatía son necesarias en todos los momentos de la vida y que incluso en los peores, somos capaces de crear belleza. El mensaje, la música, las imágenes, y, por último, todos y cada uno de los intérpretes aportando su personalidad y sus sentimientos al servicio de la canción hicieron que, muchos Marcos en todo el mundo que en esos momentos miraban por la ventana de su casa preguntándose qué estaba pasando, nos sintiéramos unidos.

Eva, la que es y ha sido profesora de infantil de todos mis hijos (menos del mayor que fue Isa), tuvo la suerte de poder disfrutar de ella en el video que le hicimos con los mensajes de todos los niños que no pudieron despedirse de su profe como todos hubieran deseado, con abrazos y besos. Estoy seguro de que también tendrá siempre  un bonito significado para ella y, que, gracias al poder de la música, cada vez que la escuche recordará a todos y cada uno de sus niños.

Son tiempos como estos en los que aprendes a vivir de nuevo
Son tiempos como estos en los que das y das de nuevo
Son tiempos como estos en los que aprendes a amar de nuevo

I, I’m a one way motorway
I’m the one that drives away
Then follows you back home
I, I’m a street light shining
I’m a wild light blinding bright
Burning off and on
Ah-ah-ahh

It’s times like these you learn to live again
It’s times like these you give and give again
It’s times like these you learn to love again
It’s times like these time and time again

I, I’m a new day rising
I’m a brand new sky
To hang the stars upon tonight
I am a little divided
Do I stay or run away
And leave it all behind?
Ah-ah-ahh

It’s times like these you learn to live again
It’s times like these you give and give again
It’s times like these you learn to love again
It’s times like these time and time again

It’s times like these you learn to live again
It’s times like these you give and give again
It’s times like these you learn to love again
It’s times like these time and time again
It’s times like these you learn to live again
It’s times like these you give and give again
It’s times like these you learn to love again
It’s times like these time and time again
It’s times like these you learn to live again
It’s times like these you give and give again
It’s times like these you learn to love again
It’s times like these time and time again

Yo, soy una autopista de un solo sentido
Soy el que se aleja
Y luego te sigue de vuelta a casa
Yo, soy una luz de la calle que brilla
Soy una luz salvaje que brilla cegadora
que se apaga y se enciende
Ah-ah-ahh
Son tiempos como estos en los que aprendes a vivir de nuevo
Son tiempos como estos en los que das y das de nuevo
Son tiempos como estos en los que aprendes a amar de nuevo
Son tiempos como estos una y otra vez
Yo, soy un nuevo día que se levanta
Soy un cielo nuevo
Para colgar las estrellas esta noche
Soy un poco dividido
Me quedo o huyo
Y dejar todo atrás?
Ah-ah-ahh
Es en momentos como estos que aprendes a vivir de nuevo
Son tiempos como estos en los que das y das de nuevo
Son tiempos como estos en los que aprendes a amar de nuevo
Son tiempos como estos una y otra vez
Son tiempos como estos los que aprendes a vivir de nuevo
Es en tiempos como estos que das y das de nuevo
Son tiempos como estos los que aprendes a amar de nuevo
Son tiempos como estos una y otra vez
Son tiempos como estos los que aprendes a vivir de nuevo
Es en tiempos como estos que das y das de nuevo
Son tiempos como estos los que aprendes a amar de nuevo
Son tiempos como estos una y otra vez
Son tiempos como estos los que aprendes a vivir de nuevo
Es en tiempos como estos que das y das de nuevo
Son tiempos como estos los que aprendes a amar de nuevo
Son tiempos como estos una y otra vez

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Primeros minutos en Leeds 1999. Unfinished Sympathy

22. Unfinished Sympathy. Massive Attack

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7 comentarios en «46. Times like these»

  1. ¡Otro gran relato, Marquetes! Lo singular de este episodio es que es colectivo: «los españolitos (…) hacemos por una vez algo a la vez», que cantaba Mecano en uno de sus alardes de rima consonante con la misma palabra. 🥴
    En el caso de mi familia (suegra incluida), un pelo nos faltó para quedarnos confinados y expatriados en Polonia, de donde nos tuvimos que volver dos días antes de lo previsto, no digo más…
    Si Pauli y tú superasteis el arresto domiciliario con cuatro criaturas, ya nada podrá con vosotr@s… ¡Besos y abrazos, read and hear you next week!

  2. Hola Marcos ¡qué tiempos aquellos que ya no sé si están cerca o lejos! La pandemia me ha dejado desubicada. Ya me imaginaba que lo estabais pasando regular con los niños desatados por no poder salir de casa a jugar. Para nosotros también fue duro, pero mucho menos, sin comparación. Me alegro que la música te sirva para remontar todos los obstáculos. Ánimo, porque la vida es eso: problema, solución, problema, solución. Recuperamos fuerzas entre alguna solución y un problema. Muchas gracias y besos, Palomac

  3. La mejor manera de comenzar una pandemia fue sin duda la nuestra! Estemos pendientes y a la primera que hablen de un posible nuevo confinamiento por a saber que!, hagamos la mochila y tiremos hacia el aeropuerto, a ver si con un poco de suerte nos quedamos los 4 alli y que los abuelos se encarguen de mantenerlos!

  4. ¿Y que me dices de los cumpleaños virtuales?
    ¿Y los rollos de papel higiénico?
    ¿Y las grandes colas en los supermercados el día anterior al encierro?
    Yo recuerdo de bajar abajo plastificada a abrazar a padre y madre. Madre del amor hermoso!
    Que canción tan guay como regalo para la profe!

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